Eternos

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QUINOX, EL ÁNGEL OSCURO 3: ETERNOS

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—Robbie, graba ahí abajo —ordenó Rogers al cámara que, inmediatamente dirigió el aparato hacia dónde ella indicaba.

Miranda llevaba veinte años ejerciendo de periodista. Había visto de todo. Había estado en guerras, realizado reportajes de todo tipo y entrevistado a personajes famosos y no tan famosos. Pero nunca, jamás, había visto algo como lo que estaba viendo en estos momentos.

—La extraña nube verde aparecida a las afueras de Raven City hace un rato se está extendiendo por toda la ciudad —dijo al pequeño micrófono que tenía en las manos—. Unas extrañas lenguas verdes se han separado de ella. ¡Dios mío! Parecen tener vida propia. Se mueven entre las calles y la gente. ¡Don, mira eso!

El cámara obedeció rápidamente y emitió un grito de terror.

—Podemos ver como una de esas lenguas verdes ha atacado a una persona —informó la periodista—. Por Dios, ¿qué le está pasando?

La víctima había caído al suelo, presa de espasmos. La gente a su alrededor no parecía darse cuenta de su situación. O tal vez, simplemente la ignoraban, preocupados por su propia seguridad.

Poco a poco, los temblores entre la gente fueron volviéndose más comunes. Miranda pudo ver hasta tres y, automáticamente, Don dirigía su videocámara hacia ellos y los grababa. Comprobaron que los espasmos se producían cada vez que una de aquellas lenguas verdes tocaba a alguien.

Se sucedieron explosiones por toda la ciudad. Los conductores perdían el control de sus vehículos y se estrellaban, contribuyendo al caos. 

—Joder ¿Qué está pasando? —se preguntó Miranda, aterrorizada.

—¡Cuidado! —gritó Don de repente.

Cuando Rogers desvió la mirada, lo último que vio fue una enorme lengua verde alzarse sobre el helicóptero.

* * *

La mirada de Baldur había cambiado. Llama blanca se zafó de él en el mismo instante en el que la criatura comenzaba a temblar. Sus ojos se tornaron negros, su cuerpo sufrió espasmos durante lo que a Llama blanca le pareció una eternidad.

Intentó acercarse a él y atacarle mientras no podía defenderse, pero algo se lo impedía. Una potente corriente de aire que la rechazaba, rodeaba a Baldur. Era como si estuviera protegido por un tornado.

Cuando los espasmos pararon, Baldur abrió los ojos. Eran oscuros y su rostro estaba cubierto por una máscara de tranquilidad. La brutalidad que le caracterizaba había desaparecido.

El hombre extendió los brazos y los examinó. Movió los dedos. Sonrió.

—Ahora sí —dijo con satisfacción—. Me siento poderoso.

Llama blanca dio un paso atrás. Podía sentir la energía de Baldur recorrer el aire que lo rodeaba. Estaba todo perdido. Tom había muerto, Baldur había obtenido todo su poder y no quería ni pensar en los efectos que el Elixir podía haber tenido en los habitantes de Raven City… y del mundo entero.

Baal’ zam y Siriel se pusieron a su lado. Ella con su espada de luz azul en la mano; él, con su brazo convertido en su afilada arma. Los tres tenían las alas desplegadas, dispuestas a moverse… para atacar o huir. Dadas las circunstancias, cualquier opción era buena.

—Bueno, ¿qué propones que hagamos? —preguntó Siriel sin perder de vista al hombretón, que miraba al cielo con la cabeza echada hacia atrás, disfrutando de su poder.

Por una vez, Llama blanca no supo qué contestar. Su mente estaba en blanco. No era capaz de decidir nada.

—Por lo que a mí respecta —intervino Baal’ zam—. Todo está perdido. Nuestra razón de ser ha desaparecido. Ni yo despertaré a Belerion; ni Siriel a Ádel. Y, por lo tanto, tú, Llama blanca, has perdido toda razón de existencia. Así que yo lucharé y moriré.

—Por mucho que me duela, creo que tiene razón —dijo Siriel, desviando la vista por fin para mirar por última vez a su amado. Richard estaba junto a la habitación en la que habían estado antes, con el arma en la mano. Sus ojos se encontraron y la Eterna sintió que algo se rompía en su interior.

—Está bien —estuvo de acuerdo Llama blanca—. Luchemos entonces.

Y sin perder un instante más, los tres Eternos se lanzaron sobre el hombre que les mataría.

* * *

—Courtney, no —Richard rompió a correr en pos de su amada. Sabía que la mujer se había lanzado directa a la muerte. No podía dejar que ella desapareciera así como así. No sin luchar.

David consiguió darle alcance y lo derribo. Bryan luchó e intentó zafarse de su amigo, pero el otro se lo impidió.

—No lo hagas, Rich —le aconsejaba Dean—. No puedes hacer nada. ¡Te matará!

—No quiero volver a perderla de nuevo.

—Podrás vengarla —le prometió el otro agente—. Algún día. Encontraremos la manera. Debes vivir para poder hacerlo.

—No, no —la voz de Bryan se rompió y comenzó a llorar. David, encima de él, le abrazó con fuerza—. Otra vez no.

* * *

Las tres figuras volaron alrededor de Baldur, que por fin reaccionó y les prestó atención. Giraba la cabeza de un lado a otro, siguiendo perfectamente el camino que recorrían Baal’ zam, Llama blanca y Siriel. 

La primera en atacar fue Llama blanca. Se precipitó de repente sobre él, intentando cogerle desprevenido. Baldur se agachó, esquivó el golpe y levantó una rodilla, que estrelló en el estómago de la justiciera. Baal’ zam intervino, lanzando un tajo con su espada al costado del monstruo. Pero éste movió un brazo y detuvo el ataque, agarrando el arma con las manos. Luego lo estrelló en el suelo con un poderoso golpe.

Siriel detuvo su vuelo y se mantuvo en el aire, examinando cada movimiento de Baldur. Debía encontrar la manera de, al menos, hacerle algo de daño.

—No te engañes —le aconsejó la voz de “El rompehuesos”—. No puedes matarme. 

Baldur cimbreó las alas y se elevó. Cuando llegó hasta ella la miró de arriba abajo, repasando cada una de sus curvas.

—Disfruté mucho contigo… ¿Ilena, Siriel o Courney? ¿Cómo prefieres que te llame? Has tenido tantos nombres…

La Eterna guardó silencio. Miraba a su antiguo amante y aguantaba su mirada con dignidad. Sabía que iba a matarla pero, desde luego, no pensaba darle la satisfacción de dejarle ver su miedo.

—Eres más inteligente que ellos —sonrió Baldur, señalando con un brazo a Llama blanca y Baal’ zam—. Tú sabes que es inútil atacarme. Sabes que tienes que pensar fríamente tu próximo movimiento y por eso, ahora mismo no estás haciendo nada. Pero te ahorrare el trabajo —añadió—. No puedes hacerlo. Antes quizás teníais alguna posibilidad. Pero ya no.

Entonces Siriel atacó. Ignoró las palabras de Baldur y, de un rápido movimiento, materializó su espada y describió un amplio arco, directo al cuello de su enemigo. El hombretón se deslizó a un lado, ayudado por sus alas y esquivó el ataque sin ningún problema.

—¿Por qué no me haces caso? —inquirió antes de levantar el brazo y lanzar una bola de fuego que surgió de la palma de su mano.

La bola de energía dio a Siriel de lleno en el pecho y la derribó. La Eterna cayó al suelo desde una altura de varios metros. Baldur no perdió el tiempo y, antes de que la mujer pudiera levantarse, descendió junto a ella.

—Mira lo que puedo hacer ahora —el hombre volvió a levantar la mano y una espada de fuego negro se materializó en ella—. Creías que eras la única ¿verdad?

El arma de fuego descendió a toda velocidad. Siriel movió la cabeza a un lado, esquivando el tajo, que se hundió en el asfalto como si fuera de mantequilla. Ella materializó su propia espada y contraatacó, logrando herir por primera vez a Baldur, que lanzó un aullido de rabia y retrocedió.

—¡Muy bien! —la felicitó la criatura—. Tú sí eres una rival digna. ¡Estoy deseando matarte!

—¡Pues hazlo! —Siriel no quiso seguir hablando. 

Ayudada por las alas, la Eterna se abalanzó sobre Baldur. Las espadas de fuego chocaron una vez y el hombretón levantó una pierna para plantarla en el estómago de ella. La mujer se quedó sin aire y se dobló sobre sí misma. Un nuevo movimiento de su enemigo la terminó de derribar.

Baldur se acercó a ella, con las alas tapando el cielo. La espada crepitaba en su mano cuando la alzó, dispuesto a atravesar con ella el corazón de Siriel.

—Adiós, Ilena —se despidió antes de descargar el arma sobre la mujer.

Sin embargo, el corte que la mataría nunca llegó. En vez de sentir el dolor propio de la muerte, algo pesado cayó sobre ella que, inmediatamente, rompió a llorar. No había podido evitarlo. Todo había sido tan rápido que no pudo reaccionar.

Richard Bryan yacía sobre ella. Sin que su compañero Dean hubiera podido hacer nada, el policía había corrido para salvar la vida de su amada, interponiéndose en el camino de la espada de fuego negro.

Ahora estaba con los ojos inertes clavados en un cielo que no podía ver. Siriel gritó mientras abrazaba el cuerpo de su amante. Negaba con la cabeza y con la palabra. No podía creer que aquello estuviera sucediendo. Pero era real. Baldur levantaba su arma de nuevo y ella estaba apretando el cuerpo inmóvil de Ricky.

Decidió que ya no quería seguir viviendo. Se dispuso a cerrar los ojos y esperar el golpe de gracia.

Pero una vez más, la muerte huyó de ella. Una sombra se elevó en el aire tras Baldur. Dos alas negras de cisne se recortaron contras las nubes y, de pronto, algo brillante surgió del pecho de la criatura. La garganta de Pete “El rompehuesos” Reinolds emitió un grito ensordecedor, cuando la espada de fuego blanco que le acababa de atravesar salió de su cuerpo.

Baldur se giró, desentendiéndose de Siriel para encararse con aquél que había osado atacarle. Sus ojos se abrieron de par en par cuando se encontró a Tom Randall frente a él. Tenías las ropas rotas en distintos puntos y en la piel de su rostro aparecían las huellas de la explosión de antes en el Limbo. Pero lo que más sorprendió a Baldur fueron la espada de fuego blanco con la que le había atravesado y las dos alas de cisne negro que se alzaban sobre su cabeza.

—¿Qué… qué te ha pasado? —quiso saber Baldur.

—Al parecer el Elixir también me ha dado poder a mí. Dijiste que no matarías a nadie —dijo Tom mirando el cadáver de Richard—. Me engañaste ¿verdad? En todo.

—Eres un ingenuo, Randall. ¿De verdad pensabas que resucitaría a aquella furcia? —la criatura meneó la cabeza de un lado a otro, divertida.

—Acabaré contigo, maldito desgraciado —le amenazó Tom.

Dos figuras descendieron de repente del cielo. Las alas blancas de Baal’ zam y Llama blanca contrastaron con las alas negras de Randall. Baldur enarcó una ceja cuando vio que la justiciera también llevaba una espada de fuego rojo en la mano.

—Vaya, parece que hoy todos hemos aprendido algo nuevo —comentó.

—Al parecer, el Elixir no solo te ha completado a ti —explicó Llama blanca—. Nosotros también hemos resultado afectados.

—Por desgracia esto no os…

Su voz se interrumpió de repente y sus ojos se abrieron de par en par. La punta de la espada azul de Siriel apareció junto a la herida que había provocado la espada blanca de Tom.

La mujer, de rodillas detrás de Baldur, se impulsó hacia delante para penetrar más aún en la carne del monstruo.

—¡Maldita sea, puta desgraciada! —rugió la criatura—. ¿Es que no ves que esto no me hace nada?

Baal’ zam y Llama blanca no tardaron en reaccionar. Impulsados con sus alas se abalanzaron sobre la criatura con sus espadas en alto. Baal’ zam penetró la carne del hombro derecho de Baldur y la justiciera atravesó el izquierdo.

Baldur gritó de dolor. Intentó moverse, pero los tres Eternos le tenían completamente inmovilizado.

—¡Acabaré con todos vosotros! —gritó.

Tom dio unos pasos al frente y se colocó frente a él.

—Tu error fue pensar que sólo tú serías poderoso.

Y tras decir esto descargó su espada de fuego blanco sobre el cuello de Baldur. La cabeza que perteneció a Pete “El rompehuesos” Reinolds voló en el aire hasta caer a varios metros con un ruido sordo.

* * *

El silencio recorría cada esquina de la mansión Turner. Una tubería rota dejaba escapar de vez en cuando una gota que caía sobre el charco que iba formando poco a poco. Todos los muebles de la casa habían sido arrancados de su sitio por las lenguas de humo verde que la habían invadido.

En el despacho de Jake Turner, el paisaje era el mismo que en el resto de la casa. Lennon, el jefe de seguridad, yacía oculto e inconsciente bajo una de las alfombras y, en una esquina, Jake y Jenny Turner, se abrazaban como si no hubiera nada más en el mundo.

La muchacha tenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el pecho de su marido. Hacía rato que había se había extinguido el ruido del humo verde. Incluso estaba segura de que ya no tenía nada que temer. Pero estaba aterrorizada y se negaba a comprobar en qué se había convertido su vida.

Sin embargo, el sonido de unos pasos cerca de ella, le hizo reaccionar. Cuando abrió los ojos, se incorporó e intentó alejarse todo lo posible de la persona que tenía en frente, sin darse cuenta de que estaba contra la pared.

—¿Estás bien? —le preguntó Tom Randall, arrodillado frente a ella.

—No, por favor, Tom. No me hagas daño.

Randall la miró con los ojos inundados en lágrimas. Luego, con expresión apenada, se giró y se marchó por dónde había venido.

* * *

—¡Tenemos que acabar con él! —rugió Siriel—. Él destruyó la balanza y provocó la muerte de Rich.

—También te salvó la vida —le recordó Llama blanca—. Y mató a Baldur.

El bufido de Baal’ zam se dejó escuchar.

—Sí, mató a Baldur, Llama blanca. Pero también provocó todo esto —y señaló hacia su derecha.

La justiciera desvió la mirada para admirar el paisaje que se extendía bajo el edificio en el que habían aterrizado. Las nubes verdes se habían alejado ya, pero gruesas columnas de humos se elevaban hacia el cielo azul. Las sirenas de la policía se dejaban escuchar por doquier y había muchos edificios bajos semiderruídos.

—Tom reaccionó en el último momento —la joven volvió a girarse para mirar a los otros dos eternos y a David Dean, que estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en el muro de la azotea—. Pero todo lo que hizo fue por mi culpa. Yo le engañé y le usé para mi propio beneficio. Confiaba en mí y le fallé.

—Eso no es excusa —dijo Siriel—. Tom Randall es un peligro. No sabemos cómo puede reaccionar de aquí en adelante.

—Eso dejádmelo a mí. Además, ¿creéis que podéis matarle? La Balanza del caos explotó justo delante de él. Igual que yo absorbí el Elixir y me volví más poderosa él también. Estaba en primera línea. Debió de absorber mucho más que yo. No os aconsejo que lo tengáis como enemigo.

—¿Y qué propones que hagamos? —preguntó Baal’ zam—. ¿Qué lo dejemos a su aire?

—Él no es malo —le defendió Llama blanca—. Nunca lo fue. Solo se dejó llevar por las circunstancias. Además —añadió—, no sabemos cómo ha afectado el Elixir a la gente. Es posible que muchos de ellos hayan sido contaminados.

—¡Esperad! —David Dean intervino por primera vez en la conversación, levantándose y acercándose a ellos. En su rostro podían verse las huellas del dolor que le había provocado la pérdida de su amigo—. ¿Estáis diciendo que puede haber en estos momentos seres humanos con poderes?

—Tú puedes ser uno de ellos —le contestó Baal’ zam con los brazos cruzados.

—¿Qué tipo de poderes?

—Eso es completamente impredecible —dijo Llama blanca—. Por eso os digo que tenemos que tener a Tom de nuestra parte. A partir de ahora, el mundo es un lugar mucho más peligroso y él será de gran ayuda.

—¿Y qué hay de nuestra misión? —Siriel se encaró a la justiciera—. Fui creada para despertar a Ádel. Acabo de perder a la persona que amaba. No puedes quitarme también el motivo de mi existencia.

—Las piedras han desaparecido. Por supuesto, podéis volver a buscarlas e intentar despertar a vuestros señores. Pero ¿es este el mundo que ellos querrán gobernar? 

—Eso será mejor que se lo preguntemos a ellos —dijo Baal’ zam, girándose y desplegando sus alas—. Por mi parte me iré. Os dije que os ayudaría a derrotar a Baldur y luego proseguiría con mi misión. Y eso es precisamente lo que voy a hacer.

—A mi ya no me queda nada —esta vez fue Siriel la que desplegó sus alas—. Buscaré la Joya de Ádel.

—Eso nos vuelve a convertir en enemigos —advirtió la justiciera.

—¿Acaso no ha sido siempre así? —preguntó Siriel antes de cimbrear sus alas para elevarse. Sin esperar respuesta se marchó y Llama blanca la observó hasta que su figura alada se convirtió en un puntito.

—Baal’ zam ¿tú qué piensas…? —la joven se volvió hacia el otro Eterno, pero le habló al vacío. Baal’ zam también se había ido.

El carraspeo de David Dean la sacó de su ensimismamiento.

—¿Y tú? ¿Qué vas a hacer? —le preguntó al humano.

—Bueno, soy policía ¿no? —dijo—. Mi mejor amigo ha muerto y, por otro lado, no culpo a Tom Randall de su muerte. Si hay gente ahí fuera con poderes, mi deber es encontrarlos y neutralizar a los que sean peligrosos. Creo que mi lugar está aquí.

Llama blanca esbozó una sonrisa, agradecida.

* * *

Media hora después, Llama blanca planeaba en el cielo de Raven City. Había anochecido y, metros más abajo, la ciudad iba recuperando poco a poco la normalidad. Aún se podían ver varios focos de incendio, pero el efectivo cuerpo de bomberos hacia bien su trabajo. Algunas sirenas de policía y ambulancia se elevaban en el aire. La justiciera pensó que tendrían que acostumbrarse a ese sonido. En un mundo en el que la gente tenía poderes todo era posible. Deberían luchar contra ellos.

Aleteó y cambió el rumbo de su vuelo. Cerró los ojos, dejando que el aire golpeara su rostro. Debía ir a ver a Tom. Tenía que saber cómo estaba. Por eso detuvo su avance conforme se iba acercando al edificio en el que vivía el muchacho. Buscó con la mirada el último piso y comprobó que las luces estaban apagadas. Preocupada, voló hacia el balcón de la casa de Randall.

Cuando aterrizó paseó la mirada por el lugar mientras escondía las alas. Estaba oscuro y la puerta de cristal que daba acceso al interior estaba entreabierta. No tenía muchas esperanzas de encontrar a Tom allí dentro pero, siguiendo a su instinto, la justiciera entró.

Como había supuesto estaba vacío. Las huellas de la lucha que habían mantenido Baldur y ella seguían allí, en forma de sillones volcados, cristales rotos y agujeros en la pared. Llama blanca paseó por la estancia, girando sobre sí misma para abarcarlo todo. Un sonido la hizo volverse. Allí estaba Tom, sentado en el suelo con la espalda apoyada en un rincón. Sus brazos rodeaban sus rodillas y mantenía la cabeza gacha.

—Tom ¿estás bien? —preguntó la joven, acerándose a él.

—Déjame.

—No puedo dejarte —Llama blanca se arrodilló frente a Tom—. Nos has salvado la vida.

—Y también ayudé a Baldur y destruí la Balanza del caos.

—Pero reaccionaste, Tom. Mataste a Baldur y nos salvaste a todos.

—No sé qué me pasó, Llama blanca —se excusó el muchacho—. Me cegó la ira. Yo… —pero se interrumpió cuando la justiciera puso un dedo sobre sus labios.

—Todo eso ya ha pasado. Todos actuamos mal. Yo también tengo mi parte de culpa. Ahora debemos pensar en el futuro.

—¿Qué futuro?

—Nos esperan tiempos duros, Tom. Y te necesito a mi lado. Al destruir la Balanza del caos, el elixir se ha expandido por el mundo. Y quién sabe si por el universo.

—¿Y eso qué significa?

—Todo el que haya resultado infectado por el Elixir desarrollará poderes.

Tom hizo una mueca con la boca.

—¿Quieres decir que habrá más gente como Baldur?

—Bueno —Llama blanca se sentó junto a Tom, apoyando la espalda en la pared—, no sé si tan poderosos. Pero sí, habrá más como él. Unos usaran esos poderes para el bien, otros para el mal y otros continuarán sus vidas como si nada. Pero necesitaré tu ayuda.

—¿Estás segura? Ya te traicioné una vez.

—Hace cinco años que me convertí en el Núcleo. Cinco años sola, sin nadie con quien hablar, nadie con quien compartir mis problemas. Ahora estás tú —añadió girándose para mirar directamente al rostro de Tom. Él también la estaba mirando. La muchacha respiró hondo al comprobar lo cerca que estaban el uno del otro—. Me niego a perderte. Esta es tu oportunidad de redimirte, de compensar por lo que has hecho.

—No se usar mis poderes.

—Yo te enseñaré. Te necesito, Tom. No me dejes ahora, por favor.

Randall apartó la mirada de los ojos azules de la joven y se levantó. Llama blanca le vio colocarse frente a la ventana rota. La luz de la luna iluminó su rostro y una brisa de aire acarició su cabello, que había crecido un poco. Sus labios se curvaron en una sonrisa.

—Al final lo has conseguido.

—¿Qué?

—Necesitaré aprender a volar como tú y a manejar la espada.

—Y un traje —añadió ella incorporándose.

—De eso nada, Llama blanca. Lucharé contra esas criaturas que yo mismo he creado pero no, no pienso ponerme unas mallas.

—Gracias —Llama blanca no pudo contener su alivio y su alegría. Sin pensar en lo que hacía se abalanzó sobre él, rodeando su cuello con los brazos. Sus labios se unieron en un profundo beso. Las manos de él acariciaron el cabello color fuego de ella—. Y, por cierto, mi verdadero nombre es Miah —dijo ella cuando se separaron.

* * *

—Adios, Frank —Alicia se despidió de su jefe con un movimiento de la mano.

—Has bailado bien hoy, Ali —la felicitó su jefe—. Descansa. Mañana nos vemos.

La bailarina de streaptesse continuó caminando hacia la salida del local, sorteando en su camino las mesas y los clientes. Andrew, el camarero, la saludó desde la barra con una sonrisa. Alicia hizo un movimiento de cabeza a modo de despedida, dando gracias porque el camarero estuviera ocupado en ese momento. 

Desde que había entrado a trabajar allí, Andrew se había mostrado muy insistente en salir con ella. Tanto que, algunos días, la muchacha se había sentido acosada. Por eso ahora se alegraba de que el muchacho no pudiera salir al paso e invitarla de nuevo.

En cuanto puso sus pies en la calle, comprendió que había cometido un error. Estaba lloviendo y no tenía paraguas. Consideró la posibilidad de entrar de nuevo y pedirle uno a Frank pero se arriesgaba a que Andrew hubiera terminado con los clientes. Tras pensarlo un momento, decidió continuar con su camino. Al fin y al cabo, sólo eran tres manzanas hasta su casa. Bien valía mojarse un poco y evitar al camarero. Así que, sin pensarlo dos veces, Alicia echó a correr por la acera, encogiendo los hombros bajo la lluvia. 

La calle estaba vacía a aquellas horas. Desde que dos semanas antes aquella enorme nube verde cubriera la ciudad, la gente apenas se aventuraba a salir fuera, más tarde de las ocho de la tarde. Raven City se había convertido en una ciudad insegura. La policía se empeñaba en decir que no tenía nada que ver con La tormenta, como habían decidido llamar a lo sucedido. Pero lo cierto era que, desde entonces, habían sucedido varios asesinatos extraños en la ciudad. En lo personal, ella pensaba que sí. La tormenta y los asesinatos estaban relacionados. Pero ¿qué iba a hacer? ¿Quedarse en su casa, sin trabajar y sin hacer nada? No, debía continuar su vida como si nada. 

A pesar de eso, la bailarina se detuvo un momento cuando llegó al callejón al que tenía que entrar para llegar a casa. Lo observó dubitativa. Estaba prácticamente oscuro. Solo una farola, que parpadeaba de manera desquiciante, iluminaba los charcos y la basura amontonada contra la pared. Sacudió la cabeza para despejar su cabello moreno de agua y, armándose de valor, entró en el callejón.

Caminó lentamente, mirando a cada lado, a cada esquina. La luz parpadeante creaba formas amorfas a su alrededor y la muchacha se asustaba cada vez que una de ellas aparecía frente a ella. Entonces se detuvo. Había escuchado algo sobre el ruido de la lluvia al caer. Se giró y sintió que su corazón se aceleraba. Una sombra se movía tras ella.

Alicia aceleró el paso. El portal de su casa estaba cerca. Sus pies salpicaron agua al correr. Y entonces cayó. Algo la agarró del tobillo y la muchacha tropezó y rodó en el suelo, haciéndose varios rasguños en las rodillas desnudas.

Cuando se giró para enfrentarse a quien la había hecho caer la mujer solo vio el callejón, vacío y oscuro.

—¿Quién es? —preguntó aterrada—. ¿Qué quieres?

La única respuesta que obtuvo fue el rumor de la lluvia. Sin pensarlo un momento más, se levantó y volvió a correr. Pero algo la volvió a hacer caer. Esta vez se estrelló contra una pared, golpeándose el hombro.

El charco que tenía justo delante comenzó a vibrar. El agua se movía de forma extraña, formando estelas que se deslizaban con vida propia. Y entonces comenzó a levantarse. Alicia observó como el charco se elevaba poco a poco, tomando la forma de un ser humano. El agua traslucida se convirtió en carne y acabó por convertirse en un hombre.

—¡Andrew! —exclamó Alicia, agarrándose el hombro—. ¿Qué demonios…?

No pudo seguir hablando. Andrew se abalanzó sobre ella, tapándole la boca. Acercó su rostro al de ella.

—No tienes ni idea de lo que es estar enamorado —dijo en un susurro—. Tantas noches en vela, tantos fracasos. Hoy pagarás tanto tiempo ignorándome. Porque puedo hacer lo que yo quiera.

De repente, el cuerpo de Andrew se convirtió en agua, derramándose sobre Alicia. La joven quiso gritar, pero el líquido comenzó a subir por su rostro hasta entrar en su boca, cortándole el aire. Unas manos cristalinas surgieron del charco que tenía debajo y la agarraron del cuello.

Sintió como tiraban de ella, arrastrándola con ella hasta el final del callejón, dónde la luz de la farola no llegaba. Y entonces Andrew volvió a materializarse delante de ella.

—Ahora comprenderás…

Se detuvo cuando una sombra pasó por encima de él. Fue apenas un borrón, un simple movimiento, pero Alicia pudo distinguir unas alas más negras que la noche. Andrew se giró sobresaltado. La sombra volvió a aparecer a unos metros de él, cruzando el callejón de un lado a otro.

De pronto, la farola estalló, dejándolo todo en la más completa oscuridad. El cable que le daba energía comenzó a separarse de la pared con un estallido. Chispas de electricidad saltaban por doquier. Y las alas negras aparecieron frente a Andrew. El cuerpo del hombre comenzó a temblar de repente, presa de violentos espasmos.

Alicia retrocedió aterrada ante lo que estaba viendo hasta que su espalda tropezó con la fría pared. Cuando el cuerpo de Andrew cayó al suelo, chamuscado y con el cable de la farola clavado en la espalda, aparecieron frente a ella lo que parecían ser dos enormes alas de cisne. Pero eran negras, más negras que sus propias pesadillas. Llenas de esponjosas plumas, se movían al ritmo del aire que corría en el callejón.

La chica gritó, pidiendo ayuda. Aquello era más de lo que podía soportar. Sin embargo, el recién llegado no dijo nada. En vez de hablar o atacarla, el hombre que portaba las grandes alas, se arrodilló frente a ella. El abrigo, largo y negro, que llevaba puesto se arrastro por los charcos. Lo llevaba abierto, dejando ver unos pantalones y una camiseta, también oscuros. Sobre la cabeza, una capucha ocultaba sus rasgos.

—No te preocupes —dijo aquella extraña criatura con un susurro tranquilizador—. No he venido a hacerte daño. A partir de ahora estás a salvo.

Las palabras de aquél hombre, hicieron efecto en Alicia. No sabía por qué,  pero intuía que decía la verdad, que se podía confiar en él.

—¿Quién eres? —preguntó la muchacha.

—Me llamo Quinox.

Y las alas comenzaron a cimbrearse, golpeando el agua que caía del cielo. Su cuerpo se elevó en el aire y, sin que Alicia se lo esperara, se impulsó hacia arriba, veloz como un rayo. La joven se levantó, dejando que la lluvia terminara de empaparla, observando el vuelo de aquél extraño desconocido que le había salvado la vida.

—Quinox, el ángel oscuro —susurró para sí misma—. Gracias.

¿FIN?

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