Eternity

Eternity


Capítulo 11

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11

 

 

 

 

 

Cuando Carrie se despertó a la mañana siguiente ya había salido el sol y de inmediato la asaltó un ligero pánico. Debería estar fuera de la cama y vestida, pero luego, sonriendo, volvió a dejarse caer sobre las almohadas y recuperó sus recuerdos de la noche pasada. Las manos de Josh la recorrieron por completo; manos de un músico que ansiara tocarla toda, acariciarla. Y la besó, y la enseñó a besarle.

Hicieron el amor durante toda la noche. La primera vez, a la orilla del río, fue con entusiasmo; pero en el lecho se tomaron su tiempo, mirándose, tocándose. Carrie, fascinada por el cuerpo de Josh, por su fortaleza, por el juego de los músculos debajo de la piel morena, le preguntó por algunas cicatrices que tenía aquí y allá, y él unas veces contestaba y otras se negaba a hacerlo. Al cabo de un rato se dio cuenta de que estaba dispuesto a hablarle de su vida hasta los dieciséis años, pero a partir de ahí se cerraba como una ostra.

Josh la acarició y la contempló y le hizo el amor a su cuerpo, pero no formuló pregunta alguna y Carrie intentó no pensar que se debía a que él creía saber cuanto había que saber de ella. Por una noche se sentía contenta de vivir el presente, sin cuestionarse qué iba a pasar en el futuro.

En un momento dado, a lo largo de la noche, había dicho «Te amo, Josh»; pero él no dijo palabra, limitándose a abrazarla con más fuerza, como si tuviera miedo de que se escapara.

Se encontraba desperezándose cuando de repente se abrió la puerta del dormitorio. Entró Josh, ya vestido y con una mirada tan severa como Carrie jamás le había visto.

—¿Qué pasa? ¿Están bien los niños?

—Los he llevado a casa de mi hermano. Tus baúles están cargados y dispuestos para salir, y he contratado a un cochero que conducirá el carro de nuevo a Maine. Tienes que vestirte para que podamos irnos.

Salió del cuarto y cerró de nuevo la puerta. ¿Era aquél el hombre con el que había pasado la noche? ¿Era aquél el hombre al que ella le había dicho que le amaba?

Salió de la cama, de su cama de matrimonio, y empezó a vestirse, pero las manos le temblaban con los botones. La noche pasada no había cambiado nada y Josh no estaba dispuesto a dejar que se despidiera de los niños. De todas formas, qué hubiera podido decir ella, ¿que quería irse? Y no podía decirles que su padre la obligaba, pues  e ningún modo quería que los niños se enfadaran con él. En definitiva, tal vez lo mejor fuera marcharse así. De haber tenido que despedirse posiblemente se hubiera limitado a llorar y jamás habría sido capaz de explicar algo que ella misma no entendía.

Ya vestida, guardó todos sus objetos de tocador y salió de la casa, donde la esperaba Josh sentado en el pescante del carro, mientras que el asiento trasero lo ocupaba un hombre que al verla se llevó la mano al sombrero. El caballo de Josh estaba atado en la parte de atrás; no el hermoso semental, que había vuelto con el hermano, sino el viejo caballo de labor. Nada más verla, Josh acudió para ayudada a subir al asiento, pero no le dijo nada.

—¿Hay algo que pueda decir para hacerte cambiar de idea? —le preguntó Carrie, una vez que se hubieron puesto en marcha.

—Nada —contestó él lacónico—. Nada en absoluto. Tú te mereces más de lo que yo pueda darte. Te mereces...

—¡No te atrevas a decirme lo que me merezco o no me merezco! —exclamó ella furiosa—. Yo sé bien qué es lo que quiero.

Josh no dijo nada, con el rostro hermético.

Carrie se afirmó en su asiento y se dijo que si él podía permanecer silencioso, ella también. Pero lo que no resultaba nada fácil era contener los pensamientos, los de la noche pasada y los de los días vividos con Josh y con los niños.

—Dile a Dallas que le escribiré —dijo en voz baja—. Dile que le enviaré más libros y dile a Tem que le mandaré cosas sobre el mar. Quiere conocer el mar. Dice que quiere ser marinero, y Dallas cuando crezca olvidará que quiere ser actriz. Todas las niñas quieren ser actrices hasta que se hacen mayores, así que no creo que debas  preocuparte por ella. Es una niña muy buena. De lo mejor. Y también Tem. Ahora que ya me he ido no tendrá motivo para crear de nuevo problemas. Dile que si alguna vez vuelve a ver a la niña salvaje que le dé las gracias por mí y que le diga...

Interrumpió su monólogo porque sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Cuando se detuvieron en la estación de la diligencia, Josh la ayudó a bajar. Carrie escudriñó su cara, pero no vio por parte de él indicio alguno de pena o de disgusto.

Igual podía estar vendiendo una de sus agusanadas cosechas de maíz al tendero del almacén que enviando lejos a su esposa para no volver a verla jamás.

—No te importa, ¿verdad? —le reprochó en un siseo—. Ya te has divertido y eso era todo lo que querías. Supiste lo que querías de mí desde el primer momento en que me viste y lo has obtenido. Ahora ya puedes enviarme lejos sin sentirlo lo más mínimo.

— Tienes razón —admitió Josh, mirándola con una sonrisa lúbrica—. Desde el mismo momento en que te vi quise poner mis manos sobre tu pequeño y bien formado cuerpo. Me costó algún tiempo arreglármelas, pero lo conseguí y ahora que te vas podré volver a la feliz existencia que disfrutaba antes de venir tú.

Si sólo hubiera oído sus palabras no las hubiera creído, pero la expresión de su cara le hizo comprender que no mentía. Nadie en la Tierra podía mostrarse tan despreocupado y estar mintiendo.

Le dio una bofetada. Le abofeteó con fuerza, pero él no hizo el menor movimiento por impedirlo. De hecho, Carrie pensó que muy bien podría haber seguido allí de pie, permitiendo que le siguiera abofeteando.

Dio media vuelta y se alejó, conservando aún algo de su dignidad.

— Vete. Vuelve a tu pequeña y miserable granja. No necesito que te quedes conmigo. No te quiero aquí. No quiero volverte a ver en toda mi vida.

No le oyó moverse, pero supo cuándo se había ido y fue como si se hubiera llevado consigo una parte de ella. Hubo de aferrarse a la rueda del carro para evitar correr hacia él y suplicarle que se la llevara de vuelta. Ya se imaginaba agarrada a su estribo y suplicándole que le dejara quedarse.

Orgullo, se dijo. Debía conservar un poco de orgullo. Los Montgomery siempre habían tenido orgullo. Pero en aquellos momentos no se sentía muy orgullosa; tan sólo perdida, solitaria y sin hogar donde cobijarse.

Al oír el caballo de Josh, muy a pesar suyo se volvió a mirarle, bien erguido montado en el animal. Por un segundo le pareció ver una expresión de pena en su cara; una pena y un sufrimiento tan profundos como los que ella misma sentía. Dio un paso adelante.

Pero entonces en el rostro de Josh apareció de nuevo aquella expresión de indiferencia, al tiempo que se llevaba la mano al sombrero.

—Buenos días, señorita Montgomery. He disfrutado enormemente con su visita y le guiñó un ojo.

Fue aquel guiño lo que hizo que Carrie se volviera de espaldas, irguiera los hombros y ni siquiera le mirara mientras se alejaba.

 

—¿Cancelada? —repitió Carrie—. ¿Ha sido cancelada la salida de la diligencia hoy?

—Se le ha roto una rueda —le explicó el encargado de la estación—. Acaba de llegar un jinete para decírnoslo. De todos modos, el cochero está borracho perdido. No es que eso le hubiera impedido conducir, pero ni siquiera borracho podría hacerla con una diligencia que sólo tiene tres ruedas.

— No, ya me imagino que, en efecto, no puede. ¿Cuánto tiempo cree que pasará hasta la llegada de la próxima diligencia?

— Una semana, más o menos.

Carrie dio la espalda al hombre de la ventanilla de la estación. ¿Una semana? ¿Más o menos?

Sentada en el polvoriento banco de la estación, se preguntó qué podía hacer. Quizá tomar una habitación en ese horrible lugar al que Eternity llamaba hotel.

¿Para hacer qué?

No le había dicho nada a Josh, pero se encontraba muy, pero muy escasa de dinero. Cuando llegó a Eternity llevaba consigo una buena cantidad, pero entre unas cosas y otras se lo había gastado casi todo. Claro que no lo lamentaba, ya que se alegraba de que los niños tuvieran un lugar agradable donde vivir; pero no podía pasarse un día tras otro en un hotel por barato que fuera.

Abrió el monedero e hizo recuento de monedas y billetes. Diez dólares y veinte centavos. Eso era cuanto le quedaba después de haber pagado el billete de regreso. ..

Dinero, se dijo. Eso era de lo que siempre estaba hablando Josh como si fuera lo más importante del mundo. Una y otra vez ella le había repetido que había cosas más importantes, pero él nunca se lo creyó.

Se recostó en el banco y cerró los ojos. ¿Cómo iba a vivir en aquel pueblo durante toda una semana sin tener apenas dinero? ¿Cómo pagaría la comida y el hospedaje? Necesitaba telegrafiar su padre para que le enviara algo de dinero. Pero enseguida vio las dificultades a las que se enfrentaba. En primer lugar, no había telégrafo en aquella lejana parte del oeste, y una carta tardaría semanas e incluso meses. Tal vez pudiera acudir a un banco y solicitar un préstamo. Pero ¿con qué garantía? ¿Con la de veintidós baúles llenos de ropa usada y otros artículos varios?

Hizo una mueca. ¡Poco que se reiría Josh! La próxima vez que fuera al pueblo se enteraría de que la señorita Carrie Montgomery no tenía dinero, de manera que había tenido que recurrir al nombre de su padre para sacar dinero de la nada. Se burlaría y afirmaría que el tiempo le había dado la razón, que era una inútil, que sin su padre no era nadie.

—Puedo obtener dinero por mí misma.

—¿Me decía algo, señora Greene?

Carrie sonrió.

—No, no decía nada. —Se puso en pie—. ¿Sabe de algún sitio por aquí donde pueda encontrar trabajo?

Aquello le pareció al hombre algo muy divertido.

—¿Trabajo? ¿En este pueblo? La mayor cantidad de dinero que ha corrido por este pueblo fue la que usted gastó la semana pasada. Aquí no hay nada para nadie. Ése es el motivo de que todos los días se vaya gente.

Unas noticias realmente muy alentadoras, pensó Carrie. Dio las gracias sonriente y salió de la estación. Una vez fuera miró al sol y empezó a ponerse los guantes de cabritilla. ¿Qué podría hacer para ganar dinero? ¿Cómo se ganaría la vida hasta que a la diligencia le diera la gana de rodar? Miró al montón de baúles apilados en el carro y al cochero dormido a la sombra debajo de él y entonces supo que todavía no estaba preparada para volver a casa y admitir ante toda su familia que había sido un fracaso, que se había portado como una estúpida con un hombre que la había rechazado. No quería volver a su hogar y llorar hasta no poder más. No quería oír a sus hermanos decirle que estaba muy mimada, naturalmente por los demás hermanos, no por el que estuviera regañándola. Se sentía incapaz de ver las lágrimas de su madre y la tristeza reflejada en el rostro de su padre. Ni que decir tiene que habría de dar cuenta a su hermano mayor del dinero gastado. No la reprendería como los otros, no; sencillamente, le decepcionaría, y eso sería mucho peor.

Tiró con más fuerza los guantes. No, todavía no estaba dispuesta a volver a casa con el rabo entre las piernas.

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