Eternity

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Capítulo 14

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14

 

 

 

Mirándose al espejo, Carrie se pellizcó las mejillas y deseó tener en ellas algo del rojo de su nariz. Volvió a empolvársela. A Ring no iba a gustarle que llevara polvos y tampoco sus ojos enrojecidos. Pero lo que sobre todo no iba a gustarle sería lo que tenía que decirle. Realmente se iba a enfadar mucho con ella.

Sintió llenársele de nuevo los ojos de lágrimas. ¿Cuánta agua puede expulsar un cuerpo? Se había pasado llorando toda la noche y toda la mañana.

El día anterior había vuelto a la tienda después de dejar a Josh, dispuesta a sumergirse en su trabajo. Eso era lo que hacían siempre sus hermanos cuando se sentían preocupados por algo. Pero no dio resultado; tal vez porque dirigir una compañía naviera fuera más importante que elegir trajes para señoras. El caso es que se sintió incapaz de pensar en otra cosa, salvo que su marido estaba casado con otra. Ella ni siquiera sabía que la esposa vivía todavía. Era posible que Josh la amara, pero no confiaba en ella lo suficiente para contarle todo lo referente a él.

Dos horas después de separarse de Josh el día anterior, Tem y Dallas se presentaron en la tienda pidiendo verla. Carrie procuró secarse los ojos para que los niños no vieran que había estado llorando, pero los chiquillos se dieron cuenta al instante.

Tem le preguntó que si había leído la carta de su padre. Pensando tan sólo en la carta de Nora, Carrie contestó que, en efecto, la había leído y que por culpa de esa carta iba a abandonar Colorado para siempre.

Cuando los niños salieron de la tienda parecían viejos; viejos hastiados y fatigados, viejos que habían tenido demasiada infelicidad en sus vidas.

Una vez que se hubieron ido, Carrie se fue a la pequeña casa que tenía alquilada en la trastienda y lloró hasta quedar vencida por un sueño agitado. En cuanto a las mujeres que se encontraban en la tienda, tanto las que trabajaban para ella como las clientas, no le importaban lo más mínimo.

Y ya por la mañana se encontró con que debía  ir a recibir a su hermano, que llegaba en la diligencia; y precisamente su hermano Ring, la última persona a la que quisiera ver. Tal vez no la reconviniera con un «ya te lo dije», pero Carrie lo leería en sus ojos. Él siempre le había dicho que era una caprichosa y que estaba demasiado mimada por la familia, y ella le estaba dando la razón.

Cuando se puso, el sombrero ni siquiera se molestó en atarse adecuadamente las cintas con aquel pequeño y coquetón lazo como habitualmente hacía, ya que en realidad le importaba poco su aspecto.

Mientras se dirigía a la estación no miraba a la gente que la saludaba ni contestaba a los saludos. Todo cuanto quería era terminar de una vez con todo aquello, ver a su hermano y pedirle que hiciera lo necesario para que pudiera volver a Maine. Y pensó: donde una vez más seré el bebé de la familia, la chiquilla a la que todos consideran su juguete; un lugar donde ya no tendré a mi pequeña familia propia ni al hombre que sólo piensa en quererme. Claro que tampoco había tenido eso cuando creyó tenerlo.

Llegó a la estación treinta minutos antes de la hora prevista para la llegada de la diligencia. El encargado de la estación se echó a reír al verla.

—Esta diligencia hace no sé cuántos años que no llega a su hora y tampoco llegará hoy. He oído decir que han tenido dificultades con los indios. Probablemente pasarán unos días antes de que llegue.

Ella ni siquiera le miró.

—Mi hermano se ocupará de que llegue aquí a su hora —afirmó con voz cansada, mientras tomaba asiento en el banco.

Aquella aseveración hizo partirse de risa al hombre, que salió del edificio sin duda para contar la historia al resto de los ciudadanos.

No habían pasado dos minutos de su marcha cuando entró Josh.

—¡Santo Cielo! ¡Si tenemos aquí al marido de Nora! —exclamó Carrie, se dio la vuelta y se puso de cara a la pared.

Josh se sentó a su lado e intentó cogerle la mano, pero ella la retiró rápidamente.

La tomó por los hombros y la obligó a volver el rostro.

—He aprendido algo sobre ti, Carrie. Nunca te das por vencida. Nunca.

—A veces es necesario.

Intentó soltarse, pero él no lo permitió.

—No te hablé de Nora porque pensaba que había salido para siempre de mi vida. Es así de sencillo. Ya leíste la carta. Yo creía que el divorcio era firme y que todos los documentos estaban firmados. Supuse que le había dado lo suficiente para que incluso ella se diera por satisfecha.

—¿Y qué más le diste? ¿Todo tu amor? 

—Nora no quería amor, sino dinero; de manera que le di hasta el último centavo que tenía. Y una vez que se lo di todo, incluido mi vestuario, para poder librarme de ella y quedarme con mis hijos, todavía pedía más.

—Te quería a ti. —Josh sonrió.

—Tú eres la única mujer que me quiere. Tú me quieres a pesar de mi mal genio y de mi inutilidad para la labranza. Tú me quieres a mí y quieres a mis hijos y todo cuanto yo pueda tener, no lo que pueda darte como no sea, quizás, el suficiente amor para colmar el mundo entero.

—Cállate.

Lo dijo en voz muy baja, porque había empezado a llorar de nuevo.

—Siento mucho todo lo ocurrido, Carrie. Siento haberte juzgado mal pensando que eras tonta. —Sonrió al ver su mirada de protesta—. ¿Acaso puedes reprochármelo? Eres demasiado bonita para que un hombre piense que puedes tener cerebro. Y sé por experiencia que las jóvenes bonitas sólo piensan en sí mismas.

—¿Es bonita tu mujer?

—Mi ex mujer. No, Nora no es exactamente bonita. —Le desató las cintas del sombrero y volvió a atarlas con una preciosa lazada—. No amo a Nora. Ni siquiera estoy seguro de haberla amado alguna vez.

—Sin embargo, es la madre de tus hijos.

—Tampoco la odiaba.

Al oír aquello, Carrie inició un movimiento para ponerse en píe, pero él la forzó a sentarse de nuevo.

—¿Qué importa eso ahora? Te amo a ti y quiero casarme contigo y que te quedes conmigo y con los niños. Para siempre. Eso es lo que has querido desde la primera vez que nos viste, ¿no es así?

Los ojos de Carrie la traicionaban de nuevo. —No creo que me gustes. Me has mentido.

—No te mentí. Yo creía que el divorcio era firme. La carta que recibí ayer me causó el mismo sobresalto que a ti.

Como ella no dijo nada la abrazó, pero hubo de transcurrir un momento antes de que Carrie  perdiera su rigidez.

— Mi hermano...

Josh le acariciaba el pelo.

—Déjame tu hermano a mí.

—Tú no le conoces. Se enfadará muchísimo cuando se entere de que estoy casada con un hombre casado.

— Por no hablar del bebé que vas a tener —susurró Josh.

Carrie se quedó un instante sin respiración. No necesitó preguntar cómo lo había descubierto, ya que durante la última semana se había desmayado tres veces y estaba segura de que la mitad del pueblo elucubraba sobre el motivo de esos desmayos.

—¿Quieres que me quede junto a ti por el bebé?

—Pues claro, ni qué decir tiene. El bebé es la única razón por la que te quiero junto a mí. ¿Te das cuenta de que estoy coleccionando niños? Conmigo todos los niños se mueren de risa. ¿No será posible que quiera que te quedes porque la sola idea de vivir sin ti me convierte en el hombre más infeliz del mundo? —y añadió en un susurro—: Por favor, Carrie, no me dejes.

Entonces ella le abrazó también y Josh la besó, la besó con cariño y anhelo. .

—Cuando tu hermano llegue aquí, cuando quiera que aparezca la diligencia, hoy o mañana o cuando sea... —Le puso un dedo en los labios para impedir que hablara—. Pues cuando sea déjamelo todo a mí. Le haré creer que somos la pareja más feliz del mundo y que nada en absoluto ha ido mal entre nosotros. Quién sabe, tal vez la diligencia tarde en llegar todavía tres días. Para entonces Nora habrá venido y se habrá ido, nos habremos casado y todo será estupendo..., salvo mi cosecha de maíz.

—A mi hermano le importará poco tu agusanado maíz si yo soy feliz y... —consultó el reloj que llevaba prendido en el pecho—. La diligencia tiene la llegada dentro de diez minutos. Estará aquí en diez minutos y mi hermano irá en ella.

Josh sonrió condescendiente.

—Muy bien; pues si llega en la diligencia me las entenderé con él Si quiere que nos casemos de nuevo le daremos largas hasta que Nora me entregue el documento y el divorcio sea definitivo. Veinticuatro horas todo lo más. —Le levantó la barbilla, de manera que tuvo que mirarle—. ¿Puedes perdonarme, por lo de Nora? No quería decirte que mi primer matrimonio había sido un fracaso. No puedes culparme ¿verdad? Supongo que el maíz es un claro exponente de mi otro fracaso.

—Tú no eres un fracasado.

Josh la besó.

—No sabes lo que eso significa para mí. Por primera vez desde que me vi obligado a cargar con esta condenada granja, cuando te miro a los ojos no me siento como un fracasado.

—Sabía que me necesitabas.

—Fui lo bastante estúpido para no verlo, —se lamentó Josh, inclinándose de nuevo para besarla; pero Carrie irguió la cabeza y puso el oído atento.

—Ahí está la diligencia.

Se soltó de él, se puso en pie y salió afuera. Sentado en el banco, Josh sonrió con cariño. Era tan confiada y creía tanto en los demás... En ese momento pensaba de veras que la diligencia llegaría a las cuatro en punto.

Se oyó más cerca el ruido traqueteante del carruaje y Josh también salió al exterior. Carrie se encontraba de pie en un extremo del entarimado desde donde podría vedo todo en el caso de que en realidad llegara la diligencia.

Josh dirigió la mirada hacia donde provenía el ruido y, desde luego, acercándose hacia ellos llegaba algo que parecía una diligencia: Miró el reloj de Carrie.

—No lo lograrán. Faltan dos minutos para las cuatro y todavía les queda un largo trecho.

—Ring lo logrará —aseguró Carrie sin demostrar excesivo interés.

Para entonces la mayor parte de la población de Eternity abandonaba tiendas y calles para ser testigos del fenómeno de la llegada a su hora en punto de la diligencia. Mirando por encima de la cabeza de Carrie, Josh contempló con fascinación creciente cómo el cochero hacía restallar el látigo sobre los caballos. Ya le era posible ver al hombre de pie en el pescante, podía oírle gritar a los caballos y también casi el resuello jadeante de los animales corriendo a todo galope hacia el entarimado de la estación. Por lo general, el cochero, casi siempre medio borracho, llegaba al pueblo poco más que dando un paseo, sin importarle lo que tardaba.

—Creo que lo van a lograr —reconoció Josh entre dientes.

—Desde luego —se mostró firme Carrie—. A las cuatro en punto.

A Josh se le desorbitaron los ojos por el asombro al divisarse cada vez mejor el carruaje. Si no se equivocaba, en el techo había flechas clavadas. Miró en derredor a la gente que se agolpaba, cada vez en mayor número, y les vio señalar algo.

Exactamente a las cuatro en punto, la gran diligencia sé detuvo chirriante delante del entarimado de la estación. No sólo llevaba flechas clavadas en el techo, sino que en todo un costado del carruaje podían verse agujeros de balas. Atado a la parte de atrás se hallaba un caballo de montar, de hermosa estampa.

—¿Qué ha ocurrido? —gritaron todos a la vez al cochero.

Josh no creía haber visto en su vida un hombre de aspecto más fatigado que aquel cochero. Por lo general estaba borracho pero ese día se encontraba sereno en demasía, pues tenía ojeras oscuras, no se había afeitado en una semana y la comisura izquierda de los labios se le agitaba con un movimiento nervioso.

—¿Que qué ha ocurrido? —rezongó el cochero mientras bajaba con paso inseguro del pescante—. Nos asaltaron ladrones. Los indios perseguían a unos vaqueros borrachos y unos y otros se lanzaron sobre nosotros. Nos hemos topado con una estampida de búfalos. No hay nada que no nos haya ocurrido. —El cochero empezaba a disfrutar de poder contar con un público y siguió adelante con la historia—: Pero además llevábamos con nosotros a un loco. Uno que se llama Montgomery.

Carrie miró a Josh como diciendo ya-te-lo-dije. El cochero continuó con su perorata:

—Ese hombre dijo que teníamos un horario que cumplir y aseguró que tenía una  cita y que estaba dispuesto a llegar a Eternity a la hora exacta. Se lo aseguro, ese hombre está mal de la cabeza. Corríamos a ciento cincuenta kilómetros por hora, más o menos, y salió por la ventanilla de la diligencia, se montó en su caballo y él solo mantuvo apartada de la diligencia a la manada de búfalos. Y tampoco permitió que yo fuera más despacio para que volviera a entrar. Cuando esos vaqueros nos atacaron, hizo volar sus sombreros. Y los indios lo encontraron tan divertido que dejaron de disparamos. Créanme, ese hombre está loco.

Para entonces el cochero había desmontado y, tras desplegar los escalones, abrió la portezuela de la diligencia.

Los pasajeros empezaron a bajar.

Tenían un aspecto desastroso: sucios, a todas luces asustados, y las mujeres hechas un mar de lágrimas. .

Daba la impresión de que los hubieran metido en un tonel a la buena de Dios y lo hubieran arrastrado luego desde Maine hasta Colorado.

Tres hombres descendieron de la diligencia y no parecían menos aterrados que las mujeres. Uno de ellos tenía un corte ensangrentado en la manga de su levita y otro tres agujeros en el sombrero. El tercero intentó encender un cigarro, pero le temblaba de tal manera la mano que le fue imposible acercar la llama a la punta.

—Necesito un trago —declaró cuando uno de los del pueblo se acercó a él para ofrecerle su ayuda.

—¿Cuál de ellos es? —le preguntó Josh a Carrie, sorprendido de que no se adelantara a saludar a ninguno de aquellos hombres.

Ella no contestó, sino que siguió con la vista fija en la diligencia.

Una vez que todos los demás hubieron salido, otro hombre se dispuso a bajar. Medía más de un metro ochenta, estaba bien constituido y era muy guapo. Vestía un traje negro muy caro, según pudo ver Josh. En lugar de mostrarse nervioso y asustado como los otros, aquel hombre parecía descansado y perfectamente tranquilo, como si acabara de llegar de un paseo dominical en lugar de haber viajado en aquel suplicio de diligencia. Además, no se veía en él una mota de polvo.

Mientras Josh miraba, el hombre subió al entarimado y sonrió a la gente que le rodeaba. Una de las mujeres que había llegado en la diligencia se le quedó mirando y rompió a llorar, ocultando la cara en el hombro de otra mujer mayor. El hombre echó mano a su bolsillo interior, sacó un cigarro delgado y con mano muy firme rascó una cerilla y lo encendió. Dio una larga chupada, indiferente a la fascinación con que le miraba el centenar aproximado de ciudadanos. A renglón seguido, se sacudió del hombro una imaginaria mota de polvo.

—¿Puedes adivinar cuál de ellos es Ring? —preguntó Carrie con emoción en la voz.

Josh le apretó la mano para infundirle un poco de ánimo.

Como si hubiera sabido durante todo el tiempo que estaban allí, Ring se volvió hacia su hermana.

—Hola, cariño —saludó en un tono calmado, y Carrie corrió hacia él.

Ring rodeó con sus vigorosos brazos a su hermana pequeña y la abrazó con fuerza mientras la gente miraba. Si aquel hombre, mitad monstruo, mitad héroe, era conocido de Carrie todos se mostraban más que dispuestos a aceptarle. En definitiva, Carrie les estaba dando trabajo a todos.

—Deja que te mire —dijo Ring, y la dejó suavemente en el suelo.

Parecía dos veces más alto que ella, y una de sus enormes manos le acarició la mejilla.

Hasta ese momento Josh jamás había sentido celos.

Siempre fue de la opinión de que la gente tenía que vivir su propia vida y nunca intentó decirle a nadie, hombre, mujer o niño, lo que debía hacer. Pero al fin y al cabo sabía ya que nunca estuvo enamorado antes. En aquel preciso instante no pudo soportar que ese hombre tocara a Carrie, y no le importaba que fuera su hermano.

Se acercó a Carrie y le pasó el brazo por el suyo en actitud posesiva.

Ella miró a su marido. Ring era un poco más alto que Josh, aunque no mejor constituido, y Carrie se dijo que Josh era mil veces más guapo que su hermano.

Ring les miró a los dos y vio de qué manera Josh sujetaba el brazo de Carrie y cómo apretaba los labios, como si estuviera dispuesto a declararle la guerra si volvía a tocar siquiera un pelo de la cabeza de Carrie.

Vio la forma en que Carrie miraba a Josh, como si fuera el hombre más valiente y más maravilloso del mundo. Y así Ring supo cuanto quería saber. Había recorrido todo el camino desde Maine para averiguar si su hermana amaba a aquel hombre y si él la amaba a ella, y ya tenía la respuesta. Por su parte podía haber vuelto a subir a la diligencia para regresar a su hogar junto a su esposa y sus hijos.

Le sonrió a su hermana y ésta le dirigió a su vez una sonrisa tímida. Fue aquella sonrisa lo que le permitió a Ring darse cuenta de que algo andaba mal, ya que Carrie jamás fue capaz de guardar un secreto. Se había esforzado al máximo por enseñarle a Carrie a jugar al póker, pero tan pronto como tenía una buena mano se sentía alborozada y la mostraba.

De todos modos, pensó que no debía de tratarse de nada grave. Al fin y al cabo lo importante era que los dos se quisieran, y podía darse cuenta de que así era. Se mantenían allí en pie, muy juntos, como si creyeran que Ring era una fuerza diabólica que iba a intentar separados.

—Permítame que me presente —habló Josh, y le tendió la mano—. Soy Joshua Greene.

Al estrechar la mano de su cuñado, Ring se dijo que había visto antes a aquel hombre, pero no  podía recordar dónde.

—¿No nos hemos visto antes?

—Estoy seguro de que no —respondió Josh suavemente. .

Éste sí que sabría jugar al póker, pensó Ring.

Uno nunca conseguiría saber qué cartas tenía ese hombre y él jamás desvelaría un secreto con el más leve parpadeo. Dejaría que la gente sólo se enterara de lo que él quisiera.

—Tal vez no —aceptó Ring, con un tono que esperaba que fuese tan suave como el suyo, aunque lo dudaba—. ¿Hay por aquí algún sitio donde pueda darme un baño? —preguntó, tras volverse hacia Carrie.

—Desde luego. Te he reservado habitación en el hotel, pero no se parece mucho a las que estás acostumbrado.

En circunstancias normales hubiera besado a su hermana, riéndose de su nerviosismo, pero ese Josh rondaba a su alrededor como un ave de presa. Se preguntó si él también se comportaba de un modo tan posesivo con su propia esposa.

—Estoy seguro de que me las arreglaré. Tal vez esta noche pudiéramos cenar juntos, y mañana me gustaría conocer a los niños.

Carrie empezó a sentir un dolor en el estómago. Se sentía incapaz de seguir con la incertidumbre por más tiempo.

—¿Por qué has venido? No voy a volver digas lo que digas. .

Ring no lo hubiera creído posible, pero Josh se acercó aún más a ella.

—¿Fue eso lo que creíste, que iba a recorrer todo ese camino para hacerte volver conmigo?

— Pensé que tal vez por los documentos. Bueno, ya sabes...

—¿Los que le hiciste firmar a nuestro padre con engaños?

Carrie se miró el zapato y Ring miró a Josh. ¿Dónde había visto antes a aquel hombre?

—Debe de pensar usted que soy un ogro. En efecto, he venido porque el matrimonio fue ilegal, pero nuestra madre quería saber si eras feliz. También te envía su propio vestido de novia y te pide que te lo pongas para casarte de nuevo. Además, quiere una fotografía de su hija y de su nuevo yerno. Esperaba que nada de esto creara problemas, por lo que me tomé la libertad de adoptar las medidas necesarias para que la ceremonia se celebre mañana por la tarde. En cuanto a las flores, elegí rosas de color rosa. Confío en que todo esté bien. Necesito volver a casa lo antes posible.

—Sí —asintió Carrie, vacilante—. Creo que es posible.

—Bien entonces. —Pescó al vuelo la maleta que el cochero le lanzaba desde la baca de la diligencia—. ¿Nos vamos?

Se apartó a un lado, para que Carrie le antecediera camino del hotel.

—He de reconocerlo —comentó Josh—. Ese hombre tiene...

—No lo digas. Tiene mi vida en sus manos, eso es lo que tiene. Conociéndole, seguro que tiene un poder firmado por mi padre que le convierte en mi tutor legal. Espero de corazón que tu... —Tragó saliva—. Espero que tu esposa se presente mañana temprano para que podamos casamos cuando Ring crea que debemos hacerlo.

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