Eternity

Eternity


Capítulo 2

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Carrie nunca hubo de hacer en toda su vida nada secreto. Jamás tuvo que ocultar nada a su familia ni a sus amigos, pero en esa ocasión debía actuar de la manera más furtiva posible.

Le fue fácil conseguir que sus amigas guardaran silencio. Desde que, ya de pequeñas, formaran su círculo de siete, Carrie había sido siempre la cabecilla del grupo, y las otras seis la seguían en todo cuanto decidía hacer. Algunas veces se asombraban y hasta se aterrorizaban si alguna de las cruzadas de Carrie amenazaba con ponerlas en apuros, pero siempre obedecieron sus deseos. El hermano mayor de Carrie aseguraba que ése era el motivo de que Carrie las conservara como amigas, que siempre lograba que hicieran lo que ella quería. Y había surgido algo que Carrie ansiaba más de lo que nunca en su vida había deseado.

A partir de ese primer día, el día en que Jamie regresó a casa, el día en que ella vio por primera vez la fotografía de aquel hombre, Carrie se convirtió en una mujer obsesionada.

Le resultó más bien fácil derrotar a Helen y «robarle» a Joshua Greene. Carrie se sentía algo incómoda por habérselo quitado, pero su amiga tenía que comprender que Josh, como ya le llamaba Carrie, le pertenecía a ella. Josh era suyo y sólo suyo.

Cuando aquel primer día abandonó la vieja casa de Johnson, con la fotografía y la carta en una mano y su perro en la otra, dirigió sus pasos hacia el viejo embarcadero de los Montgomery, que ya apenas se utilizaba. Quería estar sola para sentarse, pensar y mirar a ese hombre y a sus hijos.

Parecía que todavía le quedase algo de sentido común, pues se repetía sin cesar que se estaba comportando de una manera ridícula, que aquel hombre no era distinto de otros cien que habían enviado sus fotografías. Carrie las había visto todas, pero ninguna de aquellas fotos la había impresionado lo más mínimo. En absoluto. Jamás se le había ocurrido abandonar su hogar y a su familia para irse al oeste a casarse con alguno de los hombres de las fotografías. Pero ése era diferente, Su familia era diferente. Aquella familia era suya y la necesitaban.

Pasó el día en el embarcadero, tan pronto sentada en una canoa sobre una vieja y polvorienta estera, como paseándose o, sencillamente, contemplando la foto. Finalmente, la clavó en una de las paredes y se quedó mirándola, intentando analizar qué era lo que le gustaba de aquel hombre y de sus hijos. Trató de reflexionar fríamente y sin pasión, pero por mucho que lo intentó no pudo obtener respuesta alguna.

Por dos veces se dijo que debería olvidarse de aquel hombre, que acaso la expresión de sus ojos se debiera tan sólo a un efecto de la luz. Tal vez fuera otro el motivo de la tristeza que le parecía ver, Acaso aquella mañana hubiera muerto el perro de los niños y por esa razón todos parecían tan perdidos y solitarios.

Alrededor de las cuatro, cuando Chuchú empezaba a mostrarse desasosegado y la propia Carrie sentía los aguijones del hambre, apareció en el embarcadero uno de los viejos que trabajaban en los almacenes.

—Excúseme, señorita. Ah, es usted, señorita Carrie.

Ella le saludó con la cabeza y le indicó con un gesto que se acercara.

—Mire esa foto —le dijo, señalando hacia la pared—. ¿Qué ve en esa foto?

El hombre examinó la fotografía entrecerrando los ojos. Carrie la retiró de la pared para que el viejo pudiera acercarse a la ventana y verla a la luz del día. Finalmente volvió a mirarla a ella.

— Hermosa familia.

 —¿Algo más? —preguntó Carrie con tono apremiante.

El hombre parecía confundido.

— Nada que yo pueda ver. No parece que sean ricos, pero tal vez estén pasando un mal momento.— Carrie frunció el entrecejo.

—¿No le parece, bueno..., no le parece que están tristes?

El viejo pareció sorprenderse.

—¿Tristes? Pero si todos  sonríen...

Le tocó entonces a Carrie mostrarse sorprendida. Le quitó de las manos la foto y volvió a mirarla. Hubiera creído que no le sería posible descubrir nada nuevo, pero la observó bajo una nueva luz.

Las tres personas que aparecían en la foto estaban, desde luego, sonriendo. Y si sonreían, ¿cómo pudo imaginar por un solo momento que estuvieran tristes? El chiquillo rodeaba con su brazo a la niña y el padre descansaba una mano en uno de los hombros de cada uno de sus hijos. ¿Cómo podían sentirse solos si se tenían mutuamente? Miró de nuevo al viejo.

—¿No los ve tristes ni solitarios?

—A mí me parecen especialmente felices, pero ¿qué puedo saber yo? —Le sonrió a la joven—Si usted quiere que estén tristes, señorita Carrie, supongo que es posible que lo estén.

Carrie sonrió a su vez al hombre, que se llevó una mano a la visera de la gorra, a modo de saludo, y abandonó el embarcadero.

Ni solos ni tristes, se dijo Carrie. Otras personas veían en ellos una familia feliz y sonriente y, sin embargo, ella no; y no acababa de entender por qué le parecían tan tristes y qué era lo que la atraía de aquella familia. En realidad clamaba por ella desesperadamente.

Siguió en el embarcadero todavía unos minutos y luego recogió a Chuchú y regresó a casa. Aquella noche se celebraba una cena para festejar la vuelta de Jamie y allí estaban todos los familiares Montgomery y Taggert, lo que significaba que en la casa había tantísima gente que nadie prestó atención a la inhabitual quietud de Carrie.

Durante los tres días siguientes permaneció tranquila. Continuó haciendo su vida normal, fue todos los días a la vieja casa de Johnson y examinó las fotografías enviadas por los hombres, entrevistó a las mujeres que buscaban marido e intentó fingir que su mente estaba ocupada en algo más que en la familia de la fotografía.

Contemplaba la foto y leía la carta de Josh hasta la saciedad. Se sabía de memoria cada frase y hubiera reconocido la letra entre centenares de otras.

Al cabo de tres días supo exactamente lo que tenía que hacer. Tal como lo planeara en un principio se casaría con Joshua Greene. Al parecer, éste pensaba que necesitaba una mujer que supiera ordeñar vacas y todo cuanto se relacionaba con las labores de una granja, pero Carrie estaba convencida de que lo que necesitaba realmente era a ella.

 

 

 

Cuando les contó a sus amigas lo que iba a hacer se mostraron escandalizadas. Incluso Helen, que todavía seguía profundamente resentida por la descarada manera en que Carrie le había quitado a Josh, se sintió trastornada.

— Estás mal de la cabeza —dijo Euphonia—. Puedes tener cualquier hombre que desees. Con tu físico y con tu dinero... —Las otras se quedaron boquiabiertas, porque siempre había estado prohibido hablar del dinero de Carrie—. Alguien tiene que hablar con claridad. — Euphonia hizo un gesto despectivo con la nariz—. Y ese hombre quiere una mujer campesina, mientras que tú, Carrie, ni siquiera sabes coser, y ni que decir tiene que tampoco plantar maíz. ¿Sabes acaso que lo del estigma del maíz no se refiere precisamente a una marca que tiene el maíz?

Carrie no tenía la más remota idea de ello, pero no era eso lo que se debatía.

— He considerado la posibilidad de que si escribiera al señor Greene tal vez no me considerara apropiada como esposa. Como al parecer cree que lo que necesita es alguien que trabaje y no una esposa, he decidido casarme con él antes de ir a ese pueblo suyo en Colorado, a Eternity.

Aquel anuncio disparó a las jóvenes, que empezaron a hablar todas a un tiempo intentando razonar con Carrie. Pero era como hablar con la pared. Apuntaron la circunstancia de que tendría que mentir al señor Greene y que uno de los puntos de su política había sido siempre no mentir a los hombres que solicitaban novia. A un hombre que deseaba una mujer de temperamento apacible jamás le enviarían un marimacho. El señor Greene había pedido una campesina y eso era lo que debían proporcionarle.

—Yo no le decepcionaré —aseguró Carrie, con una leve sonrisa de suficiencia.

Al oír aquello, las jóvenes se sentaron de nuevo  y se quedaron mirando a Carrie. Era tan bonita que adonde quiera que fuese los hombres se desvivían por captar su atención. Tenía un estilo tan peculiar que toda mujer que la veía hubiera vendido su alma por poseerlo. Carrie gustaba a los hombres. Los hombres adoraban a Carrie. Tal vez el haber crecido junto a siete hermanos mayores y un padre le había enseñado cuanto hay que saber sobre los hombres. Pero, fuera cual fuese la razón, Carrie podía conseguir cualquier hombre que quisiera. Todo lo que debía hacer era elegir. .

Al cabo de dos días de intentar «razonar» con Carrie, sus amigas se dieron por vencidas. Estaban cansadas de hablar, y Carrie no había retrocedido un ápice. Aseguraba que si fueran de veras amigas suyas intentarían ayudada a imaginar cómo casarse con el señor Greene de manera que no pudiese renunciar al matrimonio cuando descubriera que Carrie lo ignoraba todo sobre los trabajos de granja.

—Es posible que se muestre algo, bueno..., fastidiado al descubrir que he adornado la realidad, mis habilidades. Tal vez se sienta tentado de decirme, por ejemplo, que me vuelva a casa. Con los hombres nunca se sabe. Cuando piensan que se les ha engañado nunca reaccionan de forma racional y yo lo que quiero es obligarle a que me dé una oportunidad de demostrarle que soy la esposa perfecta para él.

Las jóvenes tenían sus propias opiniones de lo que el señor Greene podría hacer al descubrir que Carrie había mentido, ocultado, intrigado y urdido, y todo para atraparle con un matrimonio que no le interesaba. Pero Carrie estaba tan decidida que, al cabo de un tiempo, empezaron a intentar ayudarla en su plan para embaucar a Josh  Greene. A fin de cuentas, era todo tan maravillosamente romántico...

Lo primero que hicieron fue intentar enterarse de lo referente a las labores de granja. Todas las jóvenes habían crecido cerca del mar y su vida había transcurrido confortablemente con sirvientes que las atendían. La comida la recibían directamente de la cocina y ellas no tenían la más remota ideal cómo llegaba hasta allí. Sarah aseguró que el hombre la metía por la puerta de servicio de casa.

Una vez señalado el objetivo, se dedicaron investigar sobre labores agrícolas, del mismo  modo que lo hubieran hecho con una tarea escolar. Unos días después, llegaron a la conclusión de que el tema de la agricultura resultaba muy aburrido, así que le pidieron a una de las mujeres que acudían a ellas en busca de marido que les escribiera una carta de muestra. Carrie la copió con su propia caligrafía y envió un mensajero, por cuenta de su padre, a hacer todo el viaje desde Maine hasta el pequeño pueblo de Eternity, en Colorado.

Carrie y sus amigas habían pergeñado una rebuscada historia para explicar al confiado señor Greene el motivo por el que la mujer perfecta para él tenía que casarse por poderes antes de viajar hasta Eternity. En el caso de que el señor Greene estuviera de acuerdo, todo cuanto había de hacer era firmar los documentos adjuntos, y el casamiento tendría lugar en Warbrooke. De aceptarlo así, cuando Carrie llegara para reunirse con él estarían ya casados.

—Tu padre jamás firmará los documentos —le advirtió Euphonia.

Carrie sabía que tenía razón. Su padre jamás permitiría que su hija pequeña se casara con un hombre al que ella no conocía y que era también un desconocido para él. Se moriría de risa al escuchar la declaración de Carrie de que se había enamorado de la fotografía de un hombre con sus dos hijos.

— Ya encontraré la manera —aseguró Carrie con más confianza de la que en realidad sentía.

Una vez despachada la carta, debía esperar meses antes de recibir la respuesta porque, incluso mediante el envío de un mensajero hasta Colorado, el viaje de ida y vuelta requería mucho tiempo. Carrie poseía una copia de la larga carta y a medida que pasaban los días encontraba motivo de crítica para todas y cada una de las frases allí contenidas. Tal vez no debería haber escrito aquello, acaso hubiera sido conveniente suprimir tal cosa, posiblemente debiera haber incluido tal otra.

Durante los largos meses de espera, quizá le asaltaran dudas respecto a la carta, pero ni por un momento flaqueó su convicción de que lo que hacía estaba bien: Noche tras noche se besaba las yemas de los dedos y trasladaba sus besos a su futura familia, y todos los días pensaba en ellos.

Compró telas para hacerle vestidos a la chiquilla que había de ser su hija y adquirió una embarcación para el muchacho. Compró libros, silbatos y cajas de azúcar solidificado para los niños, y ocho camisas para Josh. Al cabo de seis meses de espera Carrie entró una mañana en el antiguo embarcadero y allí estaban en pie sus seis amigas esperándola, con una expresión tal de expectación en sus rostros que no necesitó que  le dijeran que había llegado la carta de Josh. Sin decir palabra alargó la mano para recibirla.

La abrió con manos temblorosas y la recorrió rápidamente por encima. Luego, examinó presurosa los documentos legales. Se dejó caer pesadamente en una silla, como si se hubiera quedado sin respiración.

 

—Los ha firmado —dijo entre maravillada e incrédula.

Al principio las jóvenes no supieron si alegrarse o echarse a llorar. Carrie sonrió.

—Felicitadme. Ya casi soy una mujer casada.

La felicitaron, aunque también le hicieron saber que pensaban que estaba loca y no pudieron resistir el decirle por enésima vez que el señor Greene se pondría realmente furioso cuando descubriera que le había engañado.

Carrie no les hizo el menor caso porque deliraba de felicidad. Lo único que le quedaba por hacer era lograr que su padre firmara los documentos, ya que ella todavía era demasiado joven. A renglón seguido buscaría un pastor para que llevara a cabo la ceremonia del matrimonio por poderes.

Carrie se desenvolvió en aquellas circunstancias como lo hiciera antes con Joshua Greene: mintiendo.

Se encaminó a las oficinas de  la Warbrooke Shipping, de la que era propietaria su familia, y como sin darle importancia se ofreció a llevar a su padre un montón de papeles para que los firmara. Deslizó entre ellos los documentos del matrimonio por poderes y su padre los firmó sin saber siquiera lo que rubricaba. El dinero le permitió encontrar un pastor que celebrase la ceremonia.

De manera que, una mañana de finales de verano, un año después de que terminara la Guerra Entre los Estados, Carrie Montgomery se convirtió legalmente en la esposa de Joshua Greene, representando Euphonia a Josh en la ceremonia.

Una vez terminado el servicio, Carrie fue abrazando a cada una de sus amigas y les dijo que las echaría mucho de menos, pero que iba a ser muy, pero que muy feliz en su nueva vida. Las jóvenes se deshicieron en lágrimas, humedeciendo la pechera del vestido nuevo de Carrie.

—¿Qué pasará si te pega? —¿Y si bebe?

—¿Y qué me dices si resulta ser un ladrón de bancos o un jugador o que ha estado en la cárcel? ¿ Y si fuera un asesino?

—Si no os habéis preocupado por los cientos de mujeres que hemos enviado lejos, ¿porqué habéis de hacerlo ahora por mí? —replicó Carrie, fastidiada por que las jóvenes no se sintieran contentas de su felicidad.

Con ello sólo logró que arreciara el llanto de sus amigas, que empapaban sus pañuelos.

A Carrie le parecía fácil cuanto había hecho hasta ese momento en comparación con lo que todavía le quedaba por hacer: decírselo a sus padres. Una vez lo hubo hecho, su madre no se mostró ni con mucho tan consternada como su padre.

— Ya te dije que entre todos la estabais malcriando, y ésta es la consecuencia —se quejó la madre, dirigiendo a su marido una: mirada reprobadora.

Carrie creyó que su padre iba a romper llorar. Adoraba a su hija pequeña y jamás pensó por un solo instante que era posible que creciera, y mucho menos que se casaría con alguien que se la llevaría a vivir a centenares de kilómetros de distancia de ellos.

La madre de Carrie sugirió que se trataba de un matrimonio ilegal y que podían hacer que lo anulasen.

—Me fugaré —aseguró Carrie, con absoluto cinismo y total convicción.

La madre examinó el rostro de Carrie y comprendió que no bromeaba. La terquedad de los Montgomery alcanzaba cotas increíbles y sabía que, si su hija estaba resuelta a seguir casada con un hombre al que no conocía, así sería.

—Me gustaría que Ring estuviera aquí —se lamentó el padre, refiriéndose a su hijo mayor.

Carrie se estremeció. De haber estado allí su hermano mayor habría tenido que esperar a que se fuera antes de enfrentar a sus benévolos padres con los hechos consumados. Su hermano mayor no se mostraba en modo alguno benévolo y tampoco especialmente indulgente con los ardides de su hermana. De hecho, Carrie jamás se lo hubiera dicho a sus padres de haber estado en casa cualquiera de sus hermanos.

—No creo que podamos hacer nada —comentó tristemente su padre—. ¿Cuándo te irás?

En su voz palpitaba el llanto. Carrie contestó:

—En cuanto haga el equipaje.

La madre se quedó mirando con los ojos entrecerrados a su hija pequeña.

—¿Y qué piensas llevarte a ese lugar inhóspito?

—Todo —respondió Carrie a una pregunta que le pareció realmente extraña—. Pienso llevarme cuanto poseo.

 Al oír aquello, las caras largas de sus padres pasaron de la tristeza a la hilaridad, pero fueron unas risas que pusieron a Carrie a la defensiva. Enderezó la espalda y se puso en pie. El tono de aquellas risas casi podría parecer ofensivo.

—Si me perdonáis, he de ir a mi cuarto y empezar a preparar mis cosas para el viaje que me ha de llevar junto a mi marido.

Abandonó la habitación con paso firme.

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