Eternity

Eternity


Capítulo 3

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La señora de Joshua Greene se hizo aire con un abanico de varillaje de marfil y país de plumas, acarició al perrito, que estaba a su lado, e intentó calmar los latidos de su corazón. Sólo unos minutos más y ella, junto con los demás pasajeros de la diligencia, habrían llegado a Eternity. Dado que llevaban cuatro días completos de retraso sobre el horario previsto, se preguntaba si su marido estaría allí para recibirla.

Sonreía para sí cada vez que evocaba la palabra marido. Pensaba en el placer que vería reflejarse en la cara de Josh cuando se diera cuenta de que su nueva esposa no era una mujer fornida destinada a manejar el arado, sino una señorita con cierto..., bueno, atractivo.

Al pensar en la primera noche que pasarían juntos empezó a abanicarse con más ímpetu. Aun cuando sus hermanos creían que habían logrado mantener la mente de su hermana pequeña, pura y sin contaminación alguna de las realidades del mundo, Carrie se había enterado de muchas cosas relativas a los hombres y las mujeres mientras permanecía sentada y en silencio escuchando las observaciones de sus hermanos acerca de la vida de soltero. Desde luego, estaba segura de que sabía mucho más que la mayoría de las jóvenes y, si  algo no le cabía duda, era de que no sentía el más mínimo temor de lo que ocurría entre un hombre y una mujer. A tenor de las risas y los comentarios de sus hermanos, lo que un hombre y una mujer hacían juntos era lo más excitante, agradable y fantástico del mundo. A decir verdad, Carrie esperaba anhelante la experiencia.

Cuando al fin la diligencia entró en Eternity y  se detuvo ante la estación, lo vio antes de que el vehículo parara.

—¿Ha venido? —le preguntó la mujer que se sentaba frente a ella.

Carrie esbozó una tímida sonrisa y asintió. Había viajado con aquella mujer durante más  mil kilómetros y le había contado que iba a reunirse con su nuevo marido. No especificó todos los detalles, prefiriendo omitir que en su carta contaba bastantes mentiras, pero sí se refirió a los detalles más románticos de su inminente historia de amor. Le relató la aventura en la que se había embarcado al convertirse en la novia elegida por correo y casarse después por poderes, porque se enamoraron a través de la correspondencia, y que en ese momento iba a conocer a su marido.

La mujer, que vivía con su marido y sus cuatro hijos en California, se inclinó hacia delante y le dio unas palmaditas en la mano.

—Se sentirá todavía más enamorado en cuanto la vea. Es un hombre muy afortunado. .

Carrie se ruborizó, con la vista fija en sus manos.

Cuando al fin se detuvo la diligencia, se dio cuenta de repente de que estaba asustada y le acudieron a la mente todas y cada una de las palabras de sus padres y de sus amigas. ¿Qué es lo que he hecho?, se preguntó de súbito.

Bajaron dos hombres de la diligencia, pero Carrie no se movió; apartó un poco la cortina de cuero del carruaje y observó al hombre que se encontraba de pie en el porche, mirando hacia la diligencia con expresión hermética.

Le hubiera reconocido en cualquier parte. Aquel hombre era Josh, aquel hombre era su marido. Le examinó en secreto, protegida por las sombras de la cortina. Era más bajo que sus hermanos, pues mediría un metro setenta y cinco poco más, pero su constitución parecía tan vigorosa como la de ellos y era tan ancho de espaldas y estrecho de cintura como ellos e igual de guapo. Tenía ojos oscuros y de mirada penetrante, una mirada que clavaba en aquel momento, inquisitiva, en la diligencia, con la espalda apoyada contra el muro de la estación, con la mayor indiferencia, como si no tuviera preocupación alguna. Vestía un traje negro de corte y calidad excelentes, y la mirada experta de Carrie supo reconocer que se trata de un traje muy caro, pero que ya estaba algo  gastado, con roces aquí y allá.

Carrie, limpiándose las manos en su falda de viaje, oyó al cochero descargar los equipajes de la parte superior de la diligencia, pero aun así seguía sentada allí, sujetando a Chuchú en su regazo, mirando hacia fuera, a Josh. Quería contemplarlo bien para asegurarse de que lo que había sentía ante la foto era auténtico al vede en persona. ¿Qué tipo de hombre sería?

Siguió apoyado en la pared, inmóvil, incluso cuando pareció que ya no iban a bajar más pasajeros. Permanecía muy quieto, observando y esperando.

Sabe que estoy dentro, lo sabe y está esperándome, se dijo Carrie. Aquella idea contribuyó a tranquilizarla y sonrió. Y la mujer de enfrente también esbozó una sonrisa.

Carrie se colocó en la muñeca el lazo de la correa de Chuchú, se levantó de su asiento y se encaminó hacia la portezuela de la diligencia.

Tan pronto como Josh vio aparecer por el hueco de la portezuela una falda, se apartó del muro y se dirigió hacia la diligencia. Se detuvo al ver a Carrie.

En el mismo instante en que sus miradas se  encontraron, Carrie supo sin la más mínima duda que no se había equivocado. Joshua Greene era suyo y lo sería por el resto de su vida.

 

Le sonrió. Fue una sonrisa trémula porque sentía el corazón en la garganta, latiéndole con tal fuerza que incluso casi le impedía pensar.

Sin mostrar sonrisa alguna, Josh se acercó a paso rápido. Nadie hubiera podido decir, por la expresión de su atractivo rostro, que se sentía ansioso, pero estuvo a punto de derribar al cochero en su precipitación por llegar junto a Carrie. Alargó las manos hacia la cintura de ella y esperó para poder ayudada a bajar.

Al tocar las manos de Josh la cintura de Carrie, en el instante mismo en que ambos entraron en contacto, los dos quedaron como petrificados. Él la sujetó por la cintura, con la mirada levantada hacia ella, que permanecía inmóvil en el vano de la portezuela, y se produjo tal carga de excitación entre ambos que Carrie tuvo la seguridad de que el corpiño le iba a estallar por culpa de los latidos de su corazón.

Durante unos segundos permanecieron allí en pie, las manos de Josh rodeándole la cintura, mientras los pies de Carrie apenas rozaban el escalón de la diligencia; ambos inmóviles, mirándose. Para un espectador podrían haber sido dos estatuas, salvo por el hecho de que tenían las venas hinchadas y palpitantes.

—¿Les importaría a los enamorados apartarse de mi camino? —dijo el cochero de la diligencia al tiempo que intentaba hacer a un lado a Josh, que se encontraba prácticamente clavado, como si le hubieran plantado y hubiese echado raíces hasta una treintena de metros de profundidad. Fue ella quien rompió el hechizo al sonreír a su marido.

Josh le sonrió a su vez y Carrie pensó que iba a derretirse. Tenía la sonrisa más hermosa del mundo, una dentadura muy blanca y perfecta y unos labios perfectamente dibujados.

Lentamente, haciendo caso omiso del cochero, que seguía allí parado y mirándola irritado, Josh dejó a Carrie en el suelo. Según la iba bajando, sus manos, sus fuertes manos, fueron deslizándose hacia arriba, hacia las axilas, y cuando las palmas pasaron a la altura de los pechos Carrie tuvo la seguridad de que estaba a punto de desmayarse.

Una vez que los pies de Carrie se encontraron firmes en el suelo, literalmente hablando, Josh retrocedió, se llevó la mano al sombrero y dijo en voz baja:

—Señora.

Si Carrie no hubiera estado ya enamorada de él, seguro que no habría podido evitarlo al oír su voz. Resultaba extraño, pero en ninguna de sus fantasías sobre él se le ocurrió pensar en cómo sería su voz. Era profunda y..., y, bueno, maravillosa, casi como una voz de cantante.

Sabía que debía presentarse, pero de repente se le atragantaban las palabras. ¿Qué podía decir, «hola, soy tu esposa» o «querías de verdad, sinceramente, de todo corazón una muchacha campesina»? Tal vez debería decir lo primero que se le había ocurrido: «Bésame.»

Una vez descartadas todas esas alternativas, no dijo palabra, se limitó a apartarse de la diligencia, con Chuchú siguiéndola jadeante y se dirigió hacia la sombra del porche de la estación. Allí, de pie, tomó el abanico que llevaba en la muñeca y lo utilizó mientras observaba que Josh se acercaba de nuevo a la diligencia.

Bajó de la diligencia la mujer que viajaba con ella y Josh le ofreció la mano con cortesía para ayudada a bajar. A la mujer le sobraban por lo menos veinte kilos y era bastantes años mayor que Josh.

—¿Es usted la señorita Montgomery? —le oyó preguntar—. Quiero decir, la señora Greene.

La mujer sonrió.

—Deje de tener esa expresión preocupada, joven. No soy yo su novia.

Le vio quitarse de inmediato el sombrero e inclinarse ante la desconocida. ¡Qué pelo más bonito!, pensó Carrie. Josh dijo:

—Si hubiera tenido semejante honor me habría sentido el hombre más afortunado, señora.

La mujer, que por su edad podría ser la madre de Josh, soltó una risita al tiempo que se ruborizaba por la galantería.

Detrás de ellos Carrie sonrió. De haber tenido la menor duda de que su decisión no era la correcta, se hubiese disipado al comprobar la caballerosa cortesía de Josh. Le correspondía, pues, a ella decidir cuándo sería el momento oportuno de decirle a Josh que se pertenecían el uno al otro; y quería hacerlo en privado.

Vio a Josh mirar en el interior de la diligencia vacía, acercarse luego al cochero para interrogarle y recibir como única respuesta que ya habían bajado todos los viajeros.

Se sentó en un banco polvoriento del porche de la estación, con Chuchú a sus pies, y vio que Josh se sacaba del bolsillo de la chaqueta su carta y la releía. Observó el movimiento de las manos. Eran unas manos expresivas y recordó su tacto.

Cuando el cochero llamó a los pasajeros que proseguían viaje, para que subieran de nuevo a la diligencia, lo fueron haciendo uno a uno. Una vez todos a bordo y el cochero encaramado en su asiento, Josh se volvió hacia Carrie y la miró interrogante. Carrie sabía que no había olvidado por un solo instante su presencia, que había estado tan pendiente de ella como ella de él.

—¿Puedo ayudarle a subir a la diligencia? —le preguntó en un tono delicado, y el corazón de Carrie empezó a latir con más fuerza tan sólo de sentir esos ojos sobre ella.

Logró mover la cabeza, pero parecía como si no le fuera posible hablar.

El cochero azuzó a los caballos y la diligencia arrancó entre una nube de polvo. El jefe de la estación volvió a entrar en el edificio y Carrie y Josh se quedaron solos fuera.

En pie bajo el sol, de espaldas a Carrie, Josh vio alejarse la diligencia. En cuanto se hubo perdido de vista se giró lentamente hacia Carrie y se puso a la sombra, pero todavía a cierta distancia de ella.

—¿Espera a alguien? —preguntó.

—A mi marido —repuso Carrie, sonriendo levemente al ver la expresión disgustada de él—. ¿Y usted? ¿Espera a alguien?

—A mí... —Hizo una pausa y se aclaró la garganta—. A mi esposa.

— Ya. ¿Y cómo se llama?

Josh miraba a Carrie con tal fijeza que por un momento pareció como si no pudiera pensar. —¿Cómo se llama quién?

—Su esposa. ¿Cómo se llama su esposa? —Buscó en el interior de la chaqueta, sacó la carta y luego, evidentemente con desgana, apartó de Carrie la vista y miró la carta.

—Carrie. Se llama Carrie Montgomery.

—No parece que sepa mucho sobre ella —comentó Carrie con ironía.

—Pues claro que sé. —Lo dijo con tal abatimiento que casi hizo reír a Carrie—. En un solo día puede arar cuatro hectáreas de tierra. Es capaz de criar cerdos, de sacrificarlos y de cocinarlos. Puede curar mulas, gallinas y niños. Y también esquilar ovejas, tejer la lana y hacer prendas de vestir. Incluso, en caso de apuro, puede construir su propia casa.

—¡Santo Cielo! Parece una mujer muy competente. ¿Es bonita?

—Me inclino a creer que no.

Miró a Carrie de arriba abajo, y había tal deseo en esos ojos oscuros que Carrie sintió un hilillo de sudor por su nuca.

—Entonces, ¿no la conoce?

—Todavía no. .

Dio otro paso más hacia ella y en ese preciso momento Chuchú decidió perseguir a un conejo que corría por la hierba, hizo que se soltara la correa de la muñeca de Carrie y salió de estampida tras él. Carrie se levantó como impulsada por un resorte y corrió tras el perro, que se había convertido en algo muy valioso para ella. Era lo único con vida que había podido llevarse de casa.

Pero Josh echó a correr antes que ella y persiguió al perro como si en su recuperación le fuera la vida, corriendo a campo traviesa.

Durante varios minutos los dos corrieron persiguiendo al animal; Carrie con su miriñaque, que permitía a sus piernas una gran movilidad, y Josh con su traje negro. Fue Josh quien capturó al perrillo antes de que se escabullera por una madriguera, y Chuchú, en señal de agradecimiento le mordió la mano.

—¡Eres un perro muy malo! —le reprendió Carrie, pese a lo cual le acogió entre sus brazos al tiempo que se volvía hacia Josh—. Muchísimas gracias por haberle salvado. Podía haber sufrido algún daño.

Josh sonrió, sosteniendo en alto la mano herida. —Por aquí hay crótalos. Más vale que sujete bien la correa.

Carrie asintió, dejó al perro en el suelo, se sujetó en el brazo la lazada de la correa y sacó su pañuelo.

—Deje que le vea la mano.

Tras una protesta de pura fórmula, Josh alargó la mano y Carrie la tomó entre las suyas.

No estaba preparada para la conmoción que sintió al tocar esas manos. Se encontraban de pie a la sombra de un viejo álamo; soplaba fragante el aire de las altas montañas ya su alrededor todo permanecía silencioso y desierto. Por lo que a ellos concernía no existía el resto del mundo.

Procurando que no le temblaran las manos aunque sin logrado, Carrie limpió la sangre de la de Josh.

—No..., no creo que la herida sea muy profunda. —Josh tenía los ojos clavados en el cabello de Carrie.

— No tiene suficiente dentadura como para ahondar demasiado.

Carrie levantó la vista hacia él y sonrió. Por un instante estuvo segura de que iba a besarla. Con todo su ser intentó transmitirle ideas que le hicieran abrazarla y besarla hasta dejarla sin la capacidad de pensar.

Josh se apartó con brusquedad.

 — Tengo que irme. He de ver qué le ha pasado a mi..., a mi...

—Esposa —le facilitó Carrie.

Josh asintió con la cabeza, pero no pronunció la palabra.

— He de irme.

Dio media vuelta y encaminó sus pasos de nuevo hacia la estación.

—Yo soy Carrie Montgomery.

Josh se paró en seco, de espaldas a ella.

—Yo soy Carrie Montgomery —repitió, en un tono de voz algo más alto.

Cuando él inició el movimiento de volverse, Carrie sonrió anticipándose a la feliz sorpresa.

Pero Josh se limitó a mirarla con gesto hierático.

—¿Qué quiere decir? —preguntó en voz baja.

—Que yo soy Carrie Montgomery. Soy la mujer que está esperando. Soy... —Bajó los ojos y susurró—: Soy su esposa. 

Más que oído sintió que daba unos pasos hacia ella y, cuando estuvo tan cerca que casi notaba su aliento en la cara, levantó la vista. Josh no sonreía. De hecho, si se hubiera tratado de alguno de sus hermanos, Carrie hubiera pensado que su expresión era de furia.

—Usted no ha manejado un arado en su vida.

Carrie sonrió al oír, aquello.

— Es verdad.

Con manos temblorosas, Josh sacó la carta del bolsillo interior de su chaqueta.

—Ella me escribió sobre todo lo que sabía hacer. Me dijo que había llevado una granja desde que era poco más que una niña.

  — Tal vez adorné un poco la verdad —contestó Carrie con modestia.

Josh dio un paso más hacia ella.

— Mintió. ¡Me contó una puñetera sarta de mentiras!

—Me parece que está comportándose de un modo grosero. Preferiría que usted no...

Dio otro paso más, por lo que Carrie hubo de retroceder, ya que estaba metiéndose en su espacio.

— Escribí diciendo que necesitaba una mujer que supiera hacer las labores del campo, no una..., no alguien de la alta sociedad acompañada de una rata de pelo largo a la que llama perro.

Como si se hubiera dado cuenta de que se estaba refiriendo a él, Chuchú se puso a ladrarle. —Espere  un momento... —empezó a decir Carrie. Pero Josh no le dejó hablar.

—¿Acaso es ésta su idea de una broma? —Se llevó la mano a la frente, como si fuera presa de un gran sufrimiento, y se apartó de Carrie—. ¿Qué voy a hacer ahora? Ya me pareció sospechoso recibir los documentos del matrimonio por poderes, pero pensé que se debería a que la mujer era más fea que un pecado. Estaba preparado para eso. —Se volvió de nuevo y la miró de arriba abajo con profundo desdén—. ¡Pero usted! Lo que sí puedo decir es que no estaba preparado para alguien como usted.

 

Tratando de hacer callar a Chuchú, Carrie bajó la vista a su persona, preguntándose si no se habría convertido de repente en una rana, ya que, desde luego, jamás se le había quejado nadie de su aspecto.

—¿Qué hay de malo en mí?

—¡Todo es malo en usted! ¿Ha ordeñado alguna vez una vaca? ¿Sabe acaso cómo matar una gallina y cómo desplumarla? ¿Sabe cocinar? ¿Quién le hizo ese vestido  ¿Una modista francesa?

Por supuesto que la modista de Carne era francesa, pero aquello no venía a cuento.

—No veo qué importancia puede tener ninguna de esas cosas. Si me permite explicarme, se lo podré aclarar todo.

Al oír aquello, Josh se acercó al árbol, se recostó en él y se cruzó de brazos.

— Estoy escuchando.

Después de respirar hondo para tranquilizarse, Carrie le contó su historia. Empezó diciendo que ella y sus amigas habían puesto en marcha una oficina de novios por correo, confiando en que eso le demostrara que sabía hacer muchas y muy buenas cosas. Josh permaneció callado, así que como ella no podía leer sus pensamientos siguió contándole cómo llegó a sus manos la foto que él envió y que desde el primer momento lo amaba.

—Sentí que usted y sus hijos me necesitaban.  Podía vedo en sus ojos.

Josh no movió un solo músculo.  Carrie le habló con gran detalle de su indecisión, de lo profundamente que reflexionó sobre el asunto. No quería que pensara que tenía la cabeza llena de pájaros y que hacía las cosas sin pensarlas antes. Luego, le hizo una relación de todas las complicadas medidas que hubo de tomar para casarse con él y, cuando le dijo que había abandonado a su familia y a sus amigos para reunirse con él, se le llenaron de lágrimas los ojos.

—¿Eso es todo? —preguntó Josh con la mandíbula apretada.

—Creo que sí. Como verá no quería que esto pudiera parecer vulgar. Sentí que me necesitaba. Sentí que...

—Usted sintió —interrumpió Josh, apartándose del árbol y acercándose a ella—. Usted decidió. Usted y sólo usted decidió la suerte de quienes la rodeaban. No tomó en consideración a nadie. Hizo pasar a su familia a sus amigos por un infiero, y todo porque tuvo la idea romántica de que un hombre que jamás la había visto... —añadió, la miró directamente a los ojos y pronunció lo siguiente con terrible sorna—: la necesitaba. —Se acercó a ella tanto que Carrie tuvo que echarse un poco para atrás.— Para su información, pobrecita niña rica, mimada y malcriada, lo que yo necesito es una mujer que pueda dirigir una granja. Si lo que necesitase fuera una inútil de cabeza hueca, como usted, la habría podido encontrar en cualquier parte del mundo. Aquí mismo, en Eternity, podría haber elegido entre media docena de mujeres semejantes a usted. No necesito una intrépida compañera de cama. ¡Necesito una mujer que sea capaz de trabajar!

Llegado a aquel punto dio media vuelta y con paso airado se dirigió de nuevo hacia la estación.

Carrie se quedó petrificada, parpadeando de asombro. Nadie le había hablado jamás como acababa de hacerlo aquel hombre... y nadie iba a hacerlo. Se estiró con gesto vigoroso el corpiño, como para reforzar su decisión, y se fue tras él. Dado que él caminaba muy deprisa no resultaba fácil de alcanzar, pero Carrie lo logró. Y se plantó delante de él.

—No sé cómo habrá llegado a la conclusión de que lo sabe todo sobre mí, pero no es así. Yo...

— Por las apariencias. La he juzgado por las apariencias. ¿No es eso lo que hizo usted conmigo? Echó una mirada a la fotografía y decidió cambiar el curso de mi vida. Nunca se paró a considerar que tal vez yo no quisiese que mi vida cambiara.

—No decidí cambiar su vida. Decidí...

—¿Sí? —Los ojos le centelleaban—. ¿Qué otra cosa decidió sino cambiar mi vida? Y las de mis hijos. —Emitió un bufido que quería ser de risa—. Les he dicho que esta noche llevaría a casa a alguien que podría cocinar para ellos y les juré que jamás volverían a comer mis guisos. —Agarró bruscamente las manos de Carrie y se las quedó mirando como si fueran su enemigo. Las tenía cuidadas y suaves, con las uñas recortadas y limadas—. Tengo la impresión de  que yo he guisado mucho más que usted. .

Se las soltó desdeñoso y empezó a caminar de nuevo. Carrie se plantó de nuevo delante de él, con aire resuelto:

—Pero yo le gusto. Sé que es así. No le dije de inmediato quién era porque quería cerciorarme de si le gustaba o no.

Al oír aquello, la expresión irritada de Josh se tornó divertida.

—¿Era eso lo que pensaba, que cuando nos conociéramos me quedaría tan deslumbrado por su belleza que no me daría cuenta de que para lo único que sirve es para sentarse en el salón de algún hombre acaudalado y tocar minués en la espineta? ¿De veras creyó que me cegarían de tal modo su belleza y mi ardiente deseo de llevármela a la cama por la noche que no sería capaz de escuchar los lamentos de hambre de mis dos hijos?

—No —dijo Carrie en voz queda, pero Josh se había acercado a la verdad más de lo que ella hubiera querido aceptar—. No creí eso. Pensé...

De nuevo aquella expresión iracunda.

—No pensó en absoluto. Al parecer jamás se le ocurrió que pudiera encontrar aquí una esposa. ¿Es que cree que ninguna mujer querría casarse conmigo? ¿Piensa que soy demasiado feo para atraer a una mujer?

—¡Vaya, no! Creo que es usted...

No le dejó terminar la frase.

—Sí, ya sé lo que cree. Muchas mujeres lo creen. Si quisiera podría encontrar una mujer, pero no tengo tiempo ni ganas de cortejar a nadie y todas las mujeres quieren que las cortejen, por feas que sean. Me dirigí a esa compañía suya de lunáticas para tratar de encontrar una esposa, y no una joven con la cabeza llena de fantasías para así poder alimentarnos mis hijos y yo. —Con algo parecido a una risa sarcástica, la miró una vez más de arriba abajo—. Y ahora, señorita Montgomery —agregó, llevándose la mano al ala del sombrero—, le deseo que pase un buen día y me despido. Espero que en el futuro recapacite antes de hacer algo.

Se  alejó, dejándola allí con el pequeño perro a sus pies.

No estaba muy segura de lo que debía hacer, porque lo ocurrido era algo que jamás había imaginado que pasara.

Tratando de ganar tiempo para reflexionar, se preguntó cuándo saldría la siguiente diligencia. Temía regresar a Warbrooke, pero tendría que hacerlo. Al levantar la vista, su irritada mirada tropezó con. la espalda de Josh, que caminaba hacia la estación. .

—Señora Greene —le dijo a la espalda, en voz baja. Luego añadió, alzando más la voz—: Da la casualidad de que me llamo Greene. Señora de Joshua Greene.

La última frase la dijo casi gritando. Josh se paró en seco y se volvió a mirarla. .

Carrie cruzó los brazos, se quedó mirándolo desafiante.

Con ira bien visible en cada uno de sus pasos Josh desanduvo el trecho que le separaba de ella. Era tal la furia que emanaba de su rostro que Carrie se alejó de él.

—Si se atreve a tocarme, le...

—Hará una media hora me estaba suplicando prácticamente que lo hiciera. Si hubiera empezado a desnudarla ni siquiera habría protestado.

—¡Eso es mentira! —protestó Carrie, aunque se ruborizó.

— Desde luego, es experta como nadie en mentiras.

Alargó  la mano, la aferró por el antebrazo y empezó a arrastrarla en dirección a la estación.

—Suélteme ahora mismo. Exijo que...

Él se detuvo y acercó su rostro al de ella hasta casi tocarse con las narices.

—Como bien me ha recordado, hizo un trabajo tan concienzudo para engañarme que ahora me encuentro casado con usted. Vendrá a casa conmigo hasta la próxima semana, cuando pase de nuevo la diligencia y pueda enviarla junto a su padre, que es donde debe estar.

—No puede...

—Puedo y voy a hacerlo —le aseguró él, y la arrastró mientras caminaba. Se detuvo al llegar a la estación—. ¿Dónde está su equipaje? .

Carrie cesó por un momento en sus esfuerzos por soltarse el brazo de aquella férrea mano y miró en derredor. Durante el tiempo que permanecieran debajo del árbol, había llegado el carro con su equipaje y al verlo Carrie se dio cuenta de que el asiento del cochero estaba vacío, así que el hombre debía de encontrarse dentro de la estación.

— Allí —indicó Carrie, señalando con la cabeza hacia el carro—. Puedo ocuparme de mi misma. Puedo...

Se calló al darse cuenta de la expresión en el rostro de Josh, porque parecía que hubiera visto un monstruo de los pantanos. Estaba aterrado, escandalizado, prácticamente paralizado por la incredulidad Carrie siguió la dirección de su mirada, pero no logró ver nada fuera de lo normal, tan sólo el carro con su equipaje.

Sólo que lo que Josh veía era toda una montaña de baúles, sujetos con una gruesa cuerda a un enorme carro arrastrado por un tiro de cuatro caballos. Dudaba que el total de pertenencias de toda la población de Eternity fuera suficiente para llenar tal número de baúles.

—¡Que el Cielo me ayude! —musitó. Luego, miró de nuevo a Carrie—. ¿Qué es lo que me ha hecho usted? .

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