Eternity

Eternity


Capítulo 15

Página 17 de 19

 

15

 

 

 

 

Va a obligarme a regresar con él —aseguró tristemente Carrie.

Se encontraba junto con Josh en la habitación del hotel de Ring, esperando mientras éste se bañaba.

—¿Te importaría no seguir repitiendo eso? Está empezando a fastidiarme. ¿Qué crees que puede hacer? ¿Envolverte en una manta y secuestrarte? Eso es lo que tendría que hacer si intentara apartarte de mí, y aun así yo iría tras de ti.

Sentada en el sofá, Carrie tenía la vista clavada en la desgastada y polvorienta alfombra.

—Tenemos que hacerle creer que todo va bien. Desde luego, no podemos permitir que se entere de que existen problemas entre nosotros.

—Entre nosotros no hay problemas. —Carrie le miró fijamente.

—Sólo que tú tienes una esposa y que yo espero un hijo concebido en pecado. Tú no le conoces como yo. Tiene una personalidad de lo más moralista y se sentiría horrorizado si llegara a descubrir la verdad.

Josh gruñó.

—Creo que has juzgado mal a tu hermano. En mi opinión es absolutamente humano.

—¡Ja! Si tiene emociones humanas las mantiene bien ocultas.

Josh sonrió con arrogancia al oír aquello.

—No oculta muy bien que digamos sus emociones. Se le cae la baba contigo. Apostaría cualquier cosa a que cuando se trata de ti es el más benévolo de tus hermanos. Tu hermano te daría todo cuanto quisieras; haría cualquier cosa por ti. Si quisieras casarte con un deshollinador lo permitiría por hacerte feliz.

—¡Tú qué sabes! —le espetó tajante Carrie—. Ring es...

—¿Qué soy, mi querida hermana? —preguntó éste, entrando en la habitación.

Se acababa de bañar y vestía un atuendo de etiqueta perfectamente planchado, en tanto que ella y Josh tenían un aspecto arrugado y polvoriento.

— Eres mi hermano más querido —rectificó Carrie, poniéndose de puntillas para besarle en la mejilla recién afeitada.

—«Una hermosa manzana de corazón podrido. ¡Oh, qué divino exterior pérfido tiene!» —citó él.

—¿Qué es eso?

—Shakespeare. Lo que habrías reconocido si te hubieses molestado en terminar tus estudios.

Carrie y Josh encabezaron la marcha, con Ring pisándoles los talones. .

Ella había enviado la noche anterior a una de sus empleadas al hotel para que consiguiese lo mejor que pudiera ofrecer el establecimiento, y en esos momentos se preguntaba en qué consistiría.

En un reservado con ventana del salón comedor habían preparado una mesa para tres, y si Carrie no hubiera estado tan nerviosa sé hubiera muerto de risa. Los camareros en lugar de vestir su indumentaria usual, que por su aspecto parecía que la sacaban de debajo del colchón, esa noche llevaban un terno completo; la mayoría, a todas luces alquilados. Se habían colocado servilletas sobre el brazo al estilo francés, salvo por el hecho de que no estaban demasiado limpias y tampoco las habían planchado.

Tan pronto como se hubieron sentado, el camarero tomó la copa de Ring y empezó a escanciar el vino; se dio cuenta de que había algo en la copa y sopló para expulsarlo. Luego, acabó de servir. Carrie pudo ver trozos de corcho flotando por la superficie, y en el fondo de la copa algunos cuerpos extraños. Contuvo el aliento cuando su hermano dio un sorbo.

Esperaba que hiciera lo que solía hacer en casa: declararlo imposible de beber. Pero no; le sonrió al camarero y declaró: .

—«El buen vino es un producto muy familiar si se utiliza bien.»

El camarero, que ayudaba en los establos cuando no había nadie en el hotel, no tenía la menor idea de lo que Ring le estaba diciendo, pero se alejó sonriente. Pronto fueron desfilando por la mesa, ante ellos, una fuente tras otra de manjares.

Carrie jugueteaba con la comida en su plato.

—¿En qué trabaja, señor Greene?

Carrie miró a Josh conteniendo el aliento. Una cosa era haberle dicho que a su hermano no le importaría que no tuviese dinero; pero, por otra parte, los hombres eran muy extraños en cuestiones de dinero. Esperaba que Josh tuviera el sentido común suficiente para, bueno, para presentar su granja algo mejor de lo que era.

—Crío gusanos —respondió él—. Muchísimos gusanos.

Carrie emitió un sonido muy semejante a un plañido.

—Ya veo —dijo Ring—. ¿Algo más?

—Algunos escarabajos, una cosecha más bien abundante de cizaña... Pero mi especialidad son los gusanos del maíz. Unos bonitos y gordos gusanos verdes. Se comen hasta lo más pequeño de mis mazorcas.

—«Oh, tú, cizaña, tan deliciosamente clara y de fragancia tan dulce que el sentido se atormenta por ti, ¡ojalá jamás hubieras nacido!»

Carrie hizo caso omiso de las declamaciones poéticas de su hermano.

— No es verdad que Josh críe tan sólo cizañas y gusanos, o al menos no es toda la verdad. Josh sabe hacer muy bien muchas cosas.

Los dos hombres se volvieron hacia ella, ambos con idéntica expresión de interés en sus caras. .

—Por favor, dime qué sé hacer, querida —le suplicó Josh.

Carrie le miró con los párpados entrecerrados. Se lo estaba tomando todo a broma. Cuando se trataba del hermano de Josh, el asunto era muy serio, pero con el hermano de ella, que además era alguien más bien difícil, podía bromearse.

—Quiere muchísimo a sus hijos, me quiere a mí y yo le quiero.

Josh le sonrió a Ring.

—No tiene motivo alguno para ello, se limita a quererme, simplemente.

Ring le sonrió a su vez.

—«No tengo sino una razón de mujer: creo que es así porque creo que es así.»

—¡Exactamente! —exclamó Josh, que parecía en extremo complacido—. ¿Algo más de este estupendo brebaje, cuñado?

Éste alzó su copa.

—«¡Oh, tú, espíritu invisible del vino! ¡Si no tienes nombre por el que darte a conocer, entonces déjanos llamarte diablo!»

—¿Qué te pasa? —le interpeló Carrie, tajante—. ¿Es que no puedes decir otra cosa que esa espantosa poesía?

Ring adoptó una expresión exagerada de compasión de sí mismo. .

—«Ella habla puñales y cada palabra hiere: si su aliento fuera tan terrible como sus últimas sílabas, no habría vida cerca de ella; corrompería hasta la estrella del norte.»

—¡Basta! —exclamó Carrie, dando con el puño sobre la mesa—. ¿Se puede saber qué te pasa?

Ring sacudió ligeramente la cabeza, como intentando despejarse.

—No lo sé. Desde el mismo instante en que bajé de la diligencia me rondan por la cabeza todas las frases de Shakespeare que he oído. En el baño estuve intentando recitar todo Hamlet.

— Puedes hacerlo en casa —replicó Carrie furiosa—. En estos momentos me gustaría pasar un rato agradable contigo y con mi marido, y no con un comediante de tres al cuarto.

Abrió la boca para decir algo, dando la impresión de que iba a empezar de nuevo a declamar; pero la cerró.

— Me estabas hablando de tu marido —dijo luego con expresión seria—. Creo que sobre los gusanos.

— Y la cizaña —agregó Josh.

Carrie miró a uno y a otro. No tenía idea de lo que estaba pasando, pero sintió deseos de ponerse en pie y dejarlos solos. Ambos tenían la misma expresión presumida, pagada de sí mismos, específicamente masculina, como si fueran superiores tan sólo por el mero hecho de haber nacido hombres.

Ring alargó el brazo por encima de la mesa y apretó la mano de su hermana.

—Lo siento. Creo que ahora ya tengo mis ínfulas poéticas bajo control. Háblame de ti y de lo que has estado haciendo.

—Te estaba hablando de Josh. De su granja.

Pese a cuanto había asegurado de que a su hermano no le importaría la granja de Josh, la verdad era que se sentía algo preocupada ante la posibilidad de que encontrara la célebre granja un tanto descuidada—. Y en cuanto a Josh... —Se le iluminó la cara—. Sabe leer en voz alta tan bien como Maddie sabe cantar.

Ring miró a Josh con nuevo respeto.

—¿De veras? Eso dice mucho en su favor.

—¿Quién es Maddie? —preguntó Josh.

—Es la esposa de  Ring y en todo el mundo se la conoce como La Reina.

Esa vez le tocó el turno a Josh de mirar a Ring con nuevo respeto, ya que La Reina era una de las más ilustres cantantes. de ópera del mundo. .

— Le felicito por su elección y por el honor de tener como esposa a semejante mujer. Le he oído cantar muchas veces. En París, en Viena y en Roma. He ido a oírla siempre que me ha sido posible.

— No sabía que hubieras estado en todos esos sitios —observó Carrie, pero Josh no le hizo el menor caso.

—Gracias —dijo Ring—. Es una mujer maravillosa y... —Se interrumpió y abrió mucho los ojos—. Sabe leer en voz alta... Usted es...

Con un rápido movimiento, Josh alargó el brazo e hizo caer la copa de vino de Ring, impidiéndole seguir hablando. Como Carrie tenía toda su atención en el desastre de la mesa no vio cómo su marido miraba a su hermano suplicándole que no dijera nada más.

Cuando Carrie hubo terminado de enjugar el vino derramado, no sabía lo que había pasado, pero estaba segura de que había ocurrido algo. Era como si los dos hombres hubieran entrado a formar parte de un club secreto del que ella quedaba excluida; como si en cuestión de segundos se. hubiesen convertido en los mejores amigos. Durante el resto de aquella interminable cena hablaron entre sí y sólo de vez en cuando tuvieron en consideración la presencia de Carne. Hablaron de todas las ciudades que habían visto, de los espectáculos teatrales que habían presenciado y de las actuaciones de la esposa de Ring. Hablaron de personas que ambos conocían, de hoteles y de comida y vinos.

Carrie permaneció sentada, en silencio, durante toda la cena, ignorada y presa de ira por la forma en que la estaban tratando. Como si fuera demasiado joven y poco experimentada para que se sintieran interesados por ella.

Al cabo de un tiempo que le pareció interminable los dos hombres decidieron que era hora de retirarse.

—Mañana os veré a los dos —dijo Ring—. Digamos que ¿a mediodía en la granja? La boda está fijada para las cinco en punto de la tarde. Eso me dará tiempo para conocer a tus hijos. Y dime —añadió dirigiéndose a Josh—, ¿se parecen en algo a ti? .

Carrie tuvo la impresión de que su hermano estaba preguntando algo que tenía un significado diferente a lo que ella estaba oyendo.

—Son como yo, salvo en una cosa: que tienen mucho más talento.

Aquello pareció divertir muchísimo a Ring.

Para cuando Carrie y Josh le dieron las buenas noches, ella ya no hablaba con ninguno de los dos.

Josh la agarró del brazo y oyó que murmuraba algo para sí, pero no pareció darse cuenta de que estaba furiosa con él. Y tampoco se dio cuenta de que no le dirigía la palabra. .

— Traje la carreta de Hiram. Está en las cuadras. Supongo que vendrás a casa conmigo.

En un principio, Carrie pensó decirle que se iba a quedar en la ciudad, en su tienda; pero deseaba ver de nuevo a los niños y quería decirles que se quedaba en Eternity. Era posible que no volviera a hablar nunca a su padre, pero al día siguiente iba a casarse con él... si su esposa le concedía el divorcio, naturalmente.

 

 

Josh se dirigió a las cuadras, sacó la carreta y ayudó a Carrie a ocupar su asiento. Estuvo hablando durante todo el camino de regreso a casa. Le dijo lo estupendo que era su hermano, tan culto, tan juicioso, tan bien educado.

—Supongo que eso será porque conoce a toda la gente que tú conoces y porque ha estado en todos los lugares en que tú has estado. Lugares que yo nunca supe que hubieres visitado —señaló Carrie en un tono cargado de sarcasmo.

Josh aparentemente no se dio cuenta de la burla y siguió hablando de Ring y de lo estupendo que era. Todo un hombre.

—Un tipo como él sabe montar un caballo, manejar un arma, recitar un verso de Shakespeare y tratar a una mujer, todo a la vez.

Carrie dijo entonces que creía que iba a vomitar.

—¿Es el bebé? —preguntó Josh con tono preocupado, disponiéndose a detener los caballos.

—No, eres tú.

Josh, sonriente, agitó las riendas.

Antes de ir a casa se detuvieron en la inmensa y segura granja de Hiram, perfectamente limpia y escasamente atractiva, sin una flor a la vista. Tenían que recoger a los niños.

Carrie se quedó en la carreta, y Josh entró a buscarlos y volvió con una Dallas dormida en sus brazos y seguido por un adormilado Tem. Carrie se hizo cargo de Dallas y Tem subió al asiento y se acurrucó junto a ella.

—¿Te quedas o te vas? —preguntó bostezando.

—Me quedo —le contestó Carrie.

Tem asintió con la cabeza, como aceptando que aquélla era su decisión final, aunque pudiera cambiada al minuto siguiente.

Ya en casa, Josh subió a los niños por la escalera hasta el desván y luego bajó y se encaminó bostezando al dormitorio.

Carrie le recibió delante de la puerta.

—¿Qué estás haciendo?

—Irme a la cama.

— En esta habitación no. Desde luego que no —se mostró ella firme.

Josh suspiró.

—Carrie, cariño, esto es ridículo. Estoy cansado y no quiero tener que compartir con Dallas la cama pequeña. Ten compasión de mí.

—Tú no pasas la noche conmigo. Tú y yo no estamos casados. De hecho, estás legalmente casado con otra mujer. Si durmiéramos juntos estaríamos cometiendo adulterio.

—Pero ya antes, cuando pasamos la noche juntos,  estaba casado con ella.

—Pero entonces yo no lo sabía.

Se acercó más a ella y al tiempo que la mirada somnolienta desaparecía de sus ojos bajó la voz, que adquirió una suave inflexión seductora.

—Carrie, preciosa, sólo quiero un sitio donde dormir. No puedes negarle eso a un hombre, ¿verdad? .

—¿Estás cansado de criar gusanos durante todo el día, o de hablar con mi hermano e ignorarme durante toda la velada?

—Carrie, mi amor —insistió suplicante, alargando la mano para acariciarle la mejilla.

—¡No me toques! —se rebeló ella, y le cerró en las narices la puerta del dormitorio.

Ya arriba, al meterse en la estrecha cama con su hija, Dallas le habló medio dormida:

—Te dije que Carrie quería la cama grande para ella sola.

 

A la mañana siguiente, Carrie estaba profundamente dormida cuando Josh permitió que los niños entraran en el dormitorio para despertarla. Pero en lugar de saltar a la cama como habitualmente hacían se subieron junto a Carrie y Chuchú y muy pronto todos ellos se quedaron dormidos en un montón.

Josh se encontraba de pie en la puerta, bebiendo el café más horrible del mundo y mirando con cariño a su familia; bueno, tal vez no quisiera al perro, pero incluso aquel animalejo empezaba a caerle simpático.

La noche anterior, durante la cena y pese a lo que Carrie creyera, se había dado perfecta cuenta de su enfado. Probablemente no debería habérselo permitido, pero los celos de Carrie eran como un bálsamo. Había dado motivo de celos a mujeres al prestar su atención a otras, pero aquellas mujeres no significaban nada para él, no le amaban, no querían al hombre, sino a quien pensaban que era. En el pasado, muchas mujeres intentaron llegar hasta Josh a través de sus hijos, pero ellos se mostraron muy astutos: las odiaban a todas en general.

En aquellos momentos, mirando a Carrie y a los niños, sin poder delimitar dónde empezaba uno o terminaba otro, supo cuánto la amaba. Carrie tenía razón, él y los niños la necesitaban.

Sonrió. Todo se iba a arreglar. Estaba seguro. Lo único que tenía que hacer era tratar con Nora y por fin sería libre.

Como si al pensar en ella la hubiera conjurado, Chuchú saltó de entre las ropas de cama y empezó a ladrar frenéticamente.

De fuera llegó el ruido de un carruaje aproximándose y Josh hizo una mueca y se volvió hacia la puerta de entrada. No podía ser ya Nora. ¿O tal vez sí?

Con los ladridos de Chuchú Carrie se despertó lentamente y durante los primeros minutos no estuvo segura de dónde se encontraba y levantó la cabeza.

—¿Qué pasa?

Pudieron oír que un carruaje se detenía delante de la casa y a un hombre gritando a los caballos.

—Espero que no sea el tío Hiram —dijo Dallas—. Le diremos que Carrie está aquí y así se llevará un buen susto y saldrá corriendo.

Carrie, riéndose, empezó a hacerle cosquillas a la niña. Tem salió de la habitación, pero volvió en cuestión de segundos, con la cara pálida.

— Es nuestra madre —musitó.

Carrie se incorporó en la cama. Había pensado en aquella mujer como en esposa de  Josh, pero no como madre de los niños. ¿Estarían tan contentos de verla que se olvidarían de ella, de Carrie? Se reprochó haber tenido siquiera una idea tan terrible. Esa mujer era su madre y parecía lógico que la quisieran.

—Vamos, id a verla —les apremió Carrie. Pero Dallas se sentó en el regazo de Carrie y Tem permaneció inmóvil junto a la puerta.

En aquel momento se abrió con fuerza la puerta de la calle e incluso Carrie, que no alcanzaba a ver a la mujer, pudo sentir su presencia que invadía la casa.

—¿Dónde están? ¿Dónde están mis preciosos niños?

Antes de que Carrie pudiera pronunciar palabra, antes de que pudiera decirle a Tem que cerrara la puerta del dormitorio para que la mujer no la viera sentada en la cama, con el pelo revuelto y vestida únicamente con un camisón, Nora entró como un rayo en la habitación.

Era grande. Alta, de vigorosa osamenta y con un rostro de un dramatismo exagerado. Cutis blanco, ojos oscuros, labios muy rojos y cabello negro. Llevaba un lujoso vestido de brocado negro y rojo y tenía la cintura encorsetada hasta no medir, a la mirada experta de Carrie, más de cincuenta centímetros. Sobre aquella cintura había un pecho por el que gran número de mujeres hubieran dado algunos o muchos años de su vida. Josh había dicho que su esposa no era exactamente bonita. No, esa mujer no era bonita; era hermosa, deslumbrante, una mujer que haría detenerse a los hombres, una mujer capaz de inspirar poemas y canciones.

Mientras Carrie, muda por el asombro, contemplaba aquella aparición, Tem se había acercado más a ella, así que le rodeó con un brazo mientras abrazaba con fuerza a Dallas en su regazo. Por una vez, incluso Chuchú permanecía callado.

—¡Santo Cielo, qué escena tan... hogareña! Dime, Josh, ¿todas tus nuevas... señoras duermen contigo y con nuestros hijos?

Carrie quiso hablar en su defensa, pero ¿qué podía decir?, ¿que era la esposa del marido de aquella mujer?

Los niños se limitaban a mirar a su madre sin pronunciar palabra.

—Acercaos, queridos hijos, y dad un beso a vuestra madre.

Los niños, obedientes, se acercaron a ella sin decir palabra. Nora se inclinó y permitió que cada uno de ellos le diera un beso en su encantadora mejilla. Pero por su parte no los abrazó y ni los rozó siquiera.

—¿Y quién es vuestra amiguita? —le preguntó a Tem, señalando con la cabeza a Carrie.

—Es nuestra nueva..., quiero decir que ella y papá están casados.

—¿De veras? ¡Qué interesante! —Se giró hacia Josh, que se encontraba de pie detrás de ella—. Todo parece indicar que tienes dos esposas, querido. Tal vez yo no sepa mucho sobre leyes, pero no creo que esto sea legal.

—Deberíamos dejar que Carrie se vistiera —insinuó Josh, mientras hacía salir de la habitación a su bellísima y deslumbrante esposa.

Carrie se vistió con el traje de montar y, cuando estuvo lista, se dirigió a la sala. Josh y su esposa se encontraban sentados a la mesa, con las cabezas inclinadas y juntas. Nora levantó la cabeza y miró inquisitiva a Carrie de arriba abajo.

—¿Sabes que eres una cosita de lo más lindo? Es un encanto. ¿Dónde la encontraste, Josh?

—En el estanque de las ranas —murmuró Carrie entre dientes, tomando el camino de la puerta de entrada.

Josh la alcanzó, le sujetó los brazos a los costados, la condujo de nuevo junto a la mesa y, sin soltarla, le hizo sentarse.

—¡Tráele a Carrie un poco de café, Tem! —ordenó bruscamente. Y, una vez que puso delante de ella la taza, dijo—: Carrie, amor mío, mi único y eterno amor, tengo el gusto de presentarte a Nora.

— Tu esposa —precisó Carrie con voz neutra.

Intentó levantarse, pero Josh la sujetó fuertemente por los hombros.

—¡Caramba! Joshua, querido, creo que esta cosita está furiosa contigo. Le habrás hablado de mí, ¿verdad?

—¿Y cómo hubiera podido describirte de manera exacta? —La voz de Josh rezumaba acritud.

Nora pareció tomarlo como un cumplido, porque emitió una leve risa sugestiva. .

—Claro que no puedes describirme, querido, aunque muchos hombres lo han intentado. —Se volvió de nuevo a Carrie—. Parece terriblemente pequeña para dedicarse al teatro.

—No se dedica al teatro —replicó secamente Josh—. Es esposa y madre, y nada más.

—Qué... interesante. —En el tono de Nora quedaba claro lo que a su juicio era la ocupación vital de Carrie. .

—Sé llevar una tienda —arguyó en su favor ella, también en tono seco. .

Nora enarcó una ceja.

—¿Una tienda?

—Compra vestidos —especificó Josh, haciendo que Carrie pareciera insignificante una vez más.

Carrie trató nuevamente de ponerse en pie, pero Josh no le dejaba moverse.

—Dame ese papel que he de firmar, Nora, y lárgate de aquí. En esta casa ya no tienes nada que hacer. —Al oír aquello Nora se puso a llorar con elegancia, llevándose a los ojos un pañuelo de encaje.

—¿Cómo puedes mostrarte tan desagradable conmigo, Josh? Sólo he venido como excusa para ver una vez más a mis hijos. ¡Los echo tanto de menos! Echo de menos el ruido de sus pisadas durante la noche. Incluso echo de menos la manera en que Dallas se despertaba con pesadillas. Echo de menos sus voces. Echo de menos...

Lloraba mucho más fuerte, así que no pudo seguir.

A pesar suyo, Carrie alargó el brazo a través de la mesa para tomar la mano de Nora. Hacía poco tiempo que conocía a los niños, pero ya pensaba que se moriría si hubiera de dejarlos; por lo tanto, ¿cómo se sentiría aquella mujer, a la que habían separado de sus hijos? ¿Y por qué Josh le hacía algo tan cruel a una mujer a la que un día había amado?

Josh detuvo la mano a Carrie antes siquiera de que llegara a tocar la de Nora.

—Estás fuera de ritmo —oyó decir a Josh—. Te  estás volviendo perezosa.

Ante la consternación de Carrie, el rostro de Nora cambió en un instante de la tristeza a la sonrisa.

—Pero es que no te tengo a ti para ensayar, querido. ¿Como puedo actuar bien sin tener junto a mí al gran Templeton?

Carrie se giró hacia Josh, que tenía los ojos clavados en Nora.

—Quiero ese documento —dijo Josh. 

Nora se inclinó adelante, con los brazos apoyados sobre la  mesa. Su vestido tenía un escote muy bajo, no precisamente el que hubiera llevado cualquier mujer decente antes del anochecer; y era a todas luces evidente que no necesitaba rellenarse el pecho con algodón.

—Lo he perdido, querido —ronroneó—. Lo he perdido en el escote de mi vestido.

Carrie miró a Josh y le vio con la vista fija en el escote de su esposa, como si estuviera dispuesto a lanzarse  en busca del documento. De manera que se levantó, salió de la casa y se encaminó al cobertizo. Estaba ensillando al viejo caballo de labor de Josh cuando entró él.

—Carrie... —empezó a decir.

— No me digas una palabra. Ni una sola palabra. No hay nada que puedas decir, querido... —Pronunció con burla la palabra—. No hay nada que puedas decirme. Ya me has mentido por última vez.

— Tem—dijo él en voz baja— Dallas.

Carrie apoyó por un instante la cabeza en la silla, con los ojos llenos de lágrimas.

—¡No te atrevas a utilizar a los niños para obtener lo que quieres de mí!

Intentó apretarle la cincha al caballo, pero tenía la visión demasiado empañada. Josh se acercó, se puso junto a ella, le apartó las manos, apretó la cincha y se hizo a un lado.

—Eres libre de irte. No intentaré detenerte. Si para ti no tiene importancia que te ame ni que mis hijos te quieran ni que vayamos a tener otro niño, que crecerá sin padre, entonces vete. No haré el más mínimo esfuerzo por detenerte.

Carrie inició un movimiento para subir al caballo. Puso un pie en el estribo, pero entonces se volvió, se lanzó contra Josh y le golpeó con los puños en el pecho.

—¡Te odio, te odio, te odio! ¿Me comprendes? Te odio tanto como te quiero.

Una vez pasada la primera furia, Josh la mantuvo abrazada mientras ella lloraba.

— Es tan hermosa... Es la mujer más hermosa que jamás he visto.

—Semejante a la serpiente coral: Hermosa y mortífera.

—No es verdad que pienses eso, pues si no, no te habrías casado con ella.

—Tenía diecinueve años. ¿Quién podría suponerme el menor sentido común?

—Yo sólo tengo veinte —alegó ella entre sollozos—. ¿Acaso eso me convierte en estúpida?

—Claro que no. Tú tienes el buen sentido de estar enamorada de mí.

Carrie se rió, hipando entre sus lágrimas.

— Eso está mejor. Ahora quiero que vengas aquí y te sientes. Creo que ha llegado la hora de que tengamos una charla.

—¿Una charla? ¿Vas a hablar conmigo? ¿Vas a hablar con la mujer a la que dices amar? No creo que vayas a decirme que todo el mundo lo sabe todo sobre ti, ¿verdad que no? Tu... esposa, tus hijos, tu hermano, incluso mi propio hermano... Todos están enterados. No me mires así. Aunque parezcas pensar que soy estúpida no lo soy. Ring no hubiera simpatizado tanto contigo anoche de no haber sabido algo sobre ti.

Josh hizo que se tumbara junto a él sobre un montón de heno y le pasó el brazo por los hombros.

—¿Por dónde he de empezar?

—¿Me lo preguntas a mí? No sé lo suficiente para decirte por dónde debes empezar. Además, ¿estás seguro de que tienes tiempo para hablar conmigo? ¿Acaso no quiere tu adorable, misteriosa y exuberante esposa que busques el documento del divorcio? Y no parece que necesites que te animen demasiado. Tal vez podamos atarte a la cintura la cuerda con la que rescatamos a Tem para que puedas bucear en busca de los documentos. Lo único que pido es que se  me permita atar los nudos. —Josh se llevó la mano a la boca para que no le viera sonreír;.

—Nora está muy ocupada con Eric. No le has visto, ¿verdad? Un metro ochenta. Rubio. Encantador. Diez años menor que ella.

— Ella es mayor que tú, ¿verdad?

Era el pensamiento más feliz que había tenido Carrie desde que Nora entró en el dormitorio.

—Bastante más. Y ahora ¿quieres que te hable de mí, o prefieres seguir mostrándote rencorosa con Nora?

Necesitó un momento para decidirse, pero dijo: .

—Te escucho.

— Mis padres eran actores de segunda fila, no muy buenos, aunque creo que mi padre hubiera podido ser mejor si no se hubiera trasegado unos cuatro litros de cualquier bebida alcohólica al alcance de su mano todos y cada uno de los días de su vida adulta. De cualquier manera, yo crecí hasta los ocho años entre camerinos y oscuras habitaciones de hotel. Luego, mi padre murió y...

—¿Cómo? ¿Cómo murió tu padre?

—Cayó de la acera a la calzada y le pasó por encima un carro de cerveza. Así hubiera querido él morir.

Carrie pudo darse cuenta de que en la voz de Josh no había cariño por su padre.

—Para entonces mi madre ya no estaba en la plenitud de su vida para actuar en el teatro ni para ninguna otra cosa, pues también le daba firme al whisky. Intentó seguir siendo actriz, pero ni si quiera podía conseguir papeles pequeños. De manera que cuando yo tenía diez años contestó a un anuncio del periódico y viajamos hasta Eternity, en Colorado, donde se casó con el señor Elliot Greene, un viudo solitario que tenía una casita en el pueblo y un hijo ya crecido.

—¿Hiram?

—El mismo que viste y calza. —Apretó los labios—. Hiram ha sido toda su vida un asno presumido y despótico, pero durante años había estado recibiendo toda la atención de su padre y se resintió mucho por mi presencia. —Hizo una pausa, sonriendo—. Llegué a tomarle cariño al señor Greene. Era un hombre amable y apacible y siguió ocupándose de mí después de morir mi madre, a los dos años de su matrimonio. Pero él murió a su vez cuando yo tenía dieciséis, y el arrogante de su hijo lo heredó todo. Nada más terminar el entierro, Hiram me dijo que si no le obedecía me echaría de casa de un puntapié. Le ahorré el trabajo. Unas cuatro horas más tarde abandoné la casa.

—¿Y qué hiciste?

—Lo único que sabía hacer. Me dediqué al teatro.

Guardó silencio, como si pensara que Carrie debía deducir por sí misma el resto de la historia. Fue entonces cuando ella recordó algo que Nora había dicho.

—El gran Templeton —murmuró. Miró a Josh y vio aquella leve sonrisa tan característica suya—. Joshua Templeton. He oído hablar de ti.

.Josh enarcó una ceja.

—¿Sí?

Su expresión era presumida, como si dijera: Pues claro que has oído hablar de mí, todo el mundo ha oído hablar de mí.

A Carrie eso no le gustó. Le miró con expresión de desprecio.

—¿Un actor?

—Un actor de Shakespeare. El mejor actor del mundo. El más ilustre...

Ante aquel alarde de jactancia, Carrie empezó a incorporarse, pero él volvió a tumbarla a su lado.

—Creí que te agradaría.

Carrie respiró hondo.

—Durante todo este tiempo he estado pensando que habías hecho algo espantoso. Creí que te habían encarcelado por robar a la gente. Me resistía a pensar que fueras un asesino. Y resulta que no eres más que un actor.

Pronunció la última palabra como lo hubiera hecho refiriéndose a una cucaracha.

—No soy un actor cualquiera. —Parecía dolido e incrédulo—. Soy Joshua Templeton. El gran Joshua Templeton.

—Bien, y yo soy Carrie Montgomery. La gran Carrie Montgomery. —Él se echó a reír—. ¿Te importaría decirme por qué creíste necesario ocultármelo? ¿Por qué me has mentido respecto a tu nombre y sobre lo que hiciste en el pasado?

—Pensé que podía marcar alguna diferencia. —Carrie reflexionó un instante antes de caer en la cuenta.

—Eres un vanidoso pavo real. Pensaste que si yo sabía que eras un hombre famoso podía quererte por esa razón. Realmente insultante. —Intentó una vez más levantarse, pero Josh tiró de ella y empezó a besarla.

—Es que entonces no te conocía. Jamás conocí a alguien como tú. La mayoría de las mujeres se sienten impresionadas por los adornos superficiales de un hombre.

—Has conocido una lamentable cantidad de mujeres.

Josh sonrió.

—Vaya que sí. Un montón lamentable. Pero por otra parte esa lamentable cantidad y yo éramos felices. Ellas tenían al hombre famoso que querían y yo tenía...

—No me digas lo que tuviste de ellas. —Volvió a reírse y rodó apartándose de ella. —Verás, quiero enseñarte algo.

Escarbó en el heno y de debajo de un arnés que se caía de puro viejo sacó un pequeño baúl negro con las iniciales JT grabadas en él. Soltó los cierres, lo abrió y extrajo un paquete en el que había unos papeles que le pasó a Carrie. Eran fotografías del mundialmente famoso Joshua Templeton, personificando a Hamlet, a Otelo y a Petruchio. En algunas de las imágenes aparecía con traje de etiqueta y en otra blandía una espada, mirando a la cámara con un destello libertino en la mirada.

Carrie miró durante unos minutos las fotos y se las devolvió.

—¿Qué te parece? —preguntó Josh, ansioso.

Después de tanto tiempo quería hablarle de él, decirle que no era un fracasado en la profesión que eligió.

Quería que ella supiera que tal vez no se le diera muy bien la labranza, pero que era muy, muy bueno en otra cosa.

—No me gusta ese hombre —contestó ella en voz queda.

Por un instante Josh se quedó sin habla. Joshua Templeton había gustado a mujeres de todo el mundo. ¿No lo había demostrado hasta la saciedad? De costa a costa en Norteamérica y a través de la mayor parte de Europa, demostró ser irresistible para mujeres de todos los tamaños, edades, colores y estados civiles. .

— No quiero herir tus sentimientos —le explicó Carrie con tono cortés—, pero este hombre no es real. Verás, ahora me acuerdo que Euphonia tenía en su casa algunas fotos de este hombre..., de ti, supongo, y todas las chicas perdían el sentido al verle, al verte; pero yo no.

—Te gustó el hombre triste, aunque sonriente, que aparecía en la foto con sus hijos —recordó Josh, asombrado.

Carrie sonrió.

—Ese hombre tiene alma. Pero éste... —Señaló las fotos cuidadosamente preparadas en un estudio—. Este hombre no tiene alma. Sus ojos no dicen nada.

Josh se echó a reír, al tiempo que la abrazaba.  —Tenía miedo de que descubrir la verdad sobre mí cambiara tus sentimientos. El día que llegaste, cuando te vi por primera vez, solo pensé en tu precioso y pequeño cuerpo, pero me dije que no podía tocarte. Estaba seguro de que te volverías a casa tan pronto como vieras la pocilga en que vivía. —Sonrió—. Toda mi experiencia en lograr que las mujeres se enamoraran de mí tenia siempre que ver con champaña y con regalos en estuches de terciopelo negro.

—¿Sí? ¿Y cuánto duraba ese... amor?

—Hasta que la desnudaba. .

Volvió a abrazarla con fuerza cuando ella trató de desasirse.

Carrie intentaba mantener el cuerpo rígido, pero Josh le estaba besando el cuello.

— En realidad no era amor, ¿verdad? Háblame de ella.

—¿De quién?

Estaba llegando al hombro. Carrie le dio un empujón.

—¡De ella! De esa tan despampanante que está en la casa. De la mujer con la que estuviste ante el altar y a la que juraste amar y honrar durante toda la vida. De ésa.

—Ah, de Nora. Bien, tú misma puedes ver por qué me enamoré de ella. —Nada más decirlo se dio cuenta de que había metido la pata y tuvo que mantener a Carrie apretada contra él—. Me vi obligado a casarme con ella. Se quedó  embarazada.

—¿Se quedó embarazada? ¿Por sí sola, con lo grandota que es? Debería tener cuidado con lo que bebe o quitarse de en medio cuando la cigüeña vuela cerca.

—Está bien. Yo tenía dieciocho años cuando la conocí. Disfrutaba de cierto éxito en el teatro y ella era una actriz ya conocida.

—Te hizo perder la cabeza, sin duda.

Josh no pudo evitar reírse.

—Estaba locamente enamorado de ella. Nos casamos y nació Tem, luego...

—¡Tem! —exclamó de pronto Carrie—. ¿Cuál es  su nombre?

—Joshua Templeton.

—Creímos que lo habías escrito mal al dorso de la foto. Adelante. Se te caía la baba ante la exuberante delantera de Nora.

—Después de nacer Tem salí a trabajar por esos mundos y Nora se quedó en casa con el bebé. — Hizo una pausa. En su voz ya no había notas risueñas—. He hecho cosas, Carrie, de las que no me siento orgulloso. Le fui terriblemente infiel a mi esposa, como ella lo fue conmigo, pero siempre he querido a mis hijos. No amaba a ninguna de las mujeres que, bueno, que me llevaba a la cama, ni siquiera a Nora, pero quise a Tem desde el instante mismo en que le vi. Estando de viaje le escribía todas las semanas, aunque no era más que una criatura. Cuando tuvo ya edad para andar le escribía todos los días. Le enviaba regalos, pensaba en él, yo... —Se detuvo, sintiéndose incómodo ante aquel desbordamiento de emoción auténtica. Había una diferencia inmensa entre exponer sus sentimientos ante un público y los que estaba mostrando en esos momentos. Bajó la voz—: No permití nunca que nadie se enterara de lo referente a Tem. Bueno, sí, sabían que tenía un hijo, pero ignoraban lo que yo sentía por él.

—¿Y Dallas?

Josh suspiró.

—Sabía que Nora me era infiel, pero no me importaba. Es de esas mujeres de las que todo lo que quieres es echarle mano a esos... —Carraspeó—. No tenía el menor deseo de vivir con ella. Le enviaba dinero y di por sentado que se ocupaba de Tem. Di por sentado también que le quería tanto como yo. Pero cuando estaba representando Hamlet en Dallas y la vi en la cama con otro hombre pensé que aquello no era bueno para Tem y le dije que quería el divorcio.

Durante un momento no dijo nada.

—Supongo que ella supo hacerte cambiar de idea respecto al divorcio —insinuó Carrie, con un cierto sarcasmo.

—Sí, lo hizo. Dallas nació nueve meses después y se le puso ese nombre absurdo para así recordarme cuándo y dónde fue concebida. Aguanté con Nora dos años después del nacimiento de Dallas, pero finalmente comprendí que tenía que librarme de ella. —Sonrió—. Y se me ocurrió lo más extraño. Al esfumarse todo deseo por Nora me di cuenta de que en realidad era muy mala actriz.

— Eso es toda una condena.

—Hasta entonces creía a Nora cuando decía que se ocupaba de los niños y que era una buena madre para ellos. —Soltó un bufido—. Pensé que sería muy fácil obtener el divorcio. Nora tenía un motivo, y divorciarme por infidelidad no dañaba ni mucho menos mi reputación; además, le daba a Nora todo el dinero que había ido ahorrando a lo largo de los años, ya que haber visto la pobreza de mis padres me hacía gastar, menos de lo que ganaba, y sólo pedía la custodia de mis hijos. Nora estuvo más que dispuesta a cambiar a los chiquillos por dinero. Hubiera sido muy sencillo. Había contratado ya a una excelente institutriz francesa para que se ocupara de los niños cuando yo estuviera trabajando.

—¿Y por qué no resultó tan sencillo? ¿Por qué estás viviendo en la granja de tu hermano y destrozando el maíz? .

Josh sonrió con ironía.

—Mi propia y descomunal vanidad. Una vanidad que sobrepasaba a todo cuanto en la vida significaba algo para mí. Una vanidad que estuvo a punto de hacerme perder a mis hijos.

Carrie le cogió una mano. —Dime qué pasó.

—Que un juez me concedió lo que pedía. —El recuerdo le hizo sonreír de un modo siniestro. Tenías que haberme visto aquel día en el estrado mientras le suplicaba al juez que me concediera la custodia de mis hijos. Probablemente fuera la actuación más brillante de toda mi vida. Lo había planeado con minucioso cuidado. Después de todo, yo era el gran Templeton e iba a defender mi propia causa. ¿Acaso podía perder? Llevaba una capa negra forrada de satén rojo y blandía un bastón con la empuñadora de plata. —Levantó la vista hacia las vigas—. «Los planes mejor preparados», etcétera. —Suspiró—. Para agradecerle al juez que me entregara la custodia de mis hijos, tenía pensado honrarle, a él y al resto de la sala, con una actuación privada, una actuación única del gran actor shakespeariano. Estúpido de mí, entré en la sala convencido de que les estaba haciendo un favor. —Calló un instante y luego bajó más la voz—. Tenía que hacer una representación porque no podía permitir que nadie se diera cuenta de mis verdaderos sentimientos, que se enteraran de que en lo más profundo de mi ser me sentía aterrado por que me quitaran a mis hijos.

—¿Qué le pediste al juez?

—Hablé durante más de una hora. Tenías que haber visto a mi público, porque así es como yo veía a los asistentes al juicio. Los tuve en la palma de la mano. Les hice reír, llorar, sentir terror, los tranquilicé. Me pertenecían. Les dije cuánto quería a mis hijos, que haría absolutamente cualquier cosa por ellos. Les dije que podría renunciar a todos los bienes mundanos a cambio de que ellos se quedaran conmigo. Dije que estaba dispuesto incluso a abandonar la escena por ellos. Para entonces les había hecho comprender que, si el mundo me perdía como actor, ese mundo sufriría terriblemente. Aseguré que sería capaz hasta de cultivar la tierra como un campesino si ello me permitiera conservar a mis hijos. Fue llegado a ese punto cuando me quité la capa forrada de satén para que el público intentara imaginarme como labrador. Al terminar recibí una ovación clamorosa del público y me sentí seguro de haber ganado el caso. El juez afirmó que jamás en su vida había escuchado un alegato tan elocuente, pero que tenía algo que preguntarme. ¿Acaso conocía siquiera a alguien que poseyera una granja? Yo incliné levemente la cabeza y le hice saber que mi hermano era miembro de tan digna profesión. El juez entonces proclamó que un discurso como el mío merecía una recompensa, de manera que iba a concederme exactamente lo que había pedido. Tendría que sacar a subasta todos mis bienes terrenales, con la sola excepción de un traje, y todo mi dinero había de quedar en depósito a favor de mis hijos. Me abstendría de actuar en escena durante cuatro años, período durante el cual habría de vivir y trabajar en la granja de mi hermano, junto con mis hijos. Si resistía esos cuatro años, los niños serían míos. Y, después de dictar sentencia, el juez me sonrió levemente y dijo que en su opinión yo iba a echar de menos mi capa roja, que sabía manejar con tanta maestría. Posteriormente, mi abogado me informó de que la esposa del juez se había fugado dos años antes con un actor, y que todos sus tíos, tías y primos eran granjeros. Me las había arreglado para molestar a aquel hombre en todos los niveles. —Suspiró profundamente—. Así que eso es lo que hice, me trasladé a Eternity, adopté el apellido de mi padrastro, con la esperanza de que nadie me reconociera, e intenté convertirme en labrador.

—O sea que tienes que vivir en la granja de tu hermano y portarte como una persona corriente durante cuatro años —resumió Carrie—. Nada de aplausos. Nada de candilejas. Nada de jovencitas adorables suplicándote que les firmes un autógrafo. Nada, salvo gente que te quiere y que te ve como eres, con verrugas y todo.

Josh sonrió.

—Un montón de verrugas.

—Algunas. Pero al menos no están ocultas bajo el maquillaje.

Él empezó a acariciarle el cuello con los labios.

— En este preciso momento querría no tener nada de nada, ni maquillaje ni ropa. Nada.

Carrie respondió a sus besos, le rodeó con los brazos el cuello y le besó en los labios con todo el ardiente deseo acumulado durante semanas.

. —¡Papá! ¡Papá! —gritó Dallas al entrar corriendo en el cobertizo—. ¡Ha llegado un hombre y quiere verte!

Josh no tenía las ideas muy claras cuando se apartó de Carrie.

—¿Quién es?

—No lo sé. —y añadió, en un susurro de lo más sonoro—: Creo que es Dios.

Carrie y Josh se miraron y exclamaron al unísono:

—¡Ring!

Ir a la siguiente página

Report Page