Eternity

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Capítulo 10

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Cuando al día siguiente llegaron el hermano de Josh y su esposa para la comida del domingo, Carrie estaba tan nerviosa que temblaba de pies a cabeza. La noche anterior sólo había dormido cuatro horas, debido al mucho tiempo que pasó en Eternity organizando la comida. Josh la estaba esperando y le dijo bien claro que, a su juicio, pedirle a otras personas que se ocuparan de cocinar era el camino más fácil. Parecía creer que una mujer «de verdad» tenía que pasar el tiempo trajinando en los fogones.

Sin molestarse en contestarle, Carrie se fue a la cama y durmió hasta la mañana siguiente, cuando llegó la primera mujer con una fuente tapada. Para despertarla, Josh abrió la puerta de la habitación y dejó que los niños saltaran a la cama con ella.

Después de toda la algarabía, Carrie se levantó y se vistió. Luego, con la ayuda de los niños empezó a rebuscar en sus baúles. Para el mediodía tenía ya puesta la mesa con un mantel y servilletas de hilo irlandés, platos de porcelana de Francia y un centro de mesa georgiano de plata. Las fuentes y las bandejas, repletas de deliciosos bocados cocinados prácticamente por casi todas las mujeres de Eternity, eran de plata unas y otras de porcelana francesa.

—¡Caracoles! —exclamó Dallas, porque no recordaba haber visto jamás nada parecido a aquella mesa.

A la una en punto llegaron Hiram y su mujer, Alice, en lo que Carrie sabía que era un carruaje muy caro. Hiram era un hombretón con un estómago semejante a una repisa delante de él. Carrie miró a Tem y ambos sonrieron como conspiradores, porque era exactamente tal como el niño lo había representado.

Mientras Josh y los chiquillos permanecían en el hueco de la puerta con cara de circunstancias, ella, después de dirigirles una mirada de fastidio, se adelantó para saludar a Hiram y a Alice. Esta era una mujer pequeña y delgada que probablemente no tenía tanta edad como aparentaba, pero su aspecto sí era el de la mujer más fatigada del mundo, tan cansada que Carrie sintió deseos de ayudarla a entrar en la casa e instalarla en una butaca.

Sonrió a ambos y siguió atravesando el patio con la mano extendida para darles la bienvenida. Pese a todas las advertencias de Josh respecto a que su hermano era una persona apabullante, Carrie no sentía temor ante nadie, ya que en su corta vida siempre la habían tratado con respeto y cariño.

Su familia era la más acaudalada de su localidad natal, de hecho eran muy pocos en el pueblo los que no trabajaban para ellos y por encima de todo eso ella era bonita y generosa y además resultaba muy divertido estar con ella. Hasta que conoció a Josh, jamás se había topado con ningún hombre, mujer o niño a quien no le resultara simpática.

— Buenas tardes —saludó alegremente a Hiram—. ¿Puedo ayudarle en algo? —se dirigió a continuación a Alice.

La mujer miró a Carrie sobresaltada, como sorprendida de que alguien se hubiera dado cuenta de su presencia. La expresión cansada de su rostro se tornó en complacencia.

Hiram se echó para atrás y miró a Carrie de arriba abajo de un modo insolente. Si ella hubiera estado en su casa y algún marinero de visita la hubiera mirado como lo estaba haciendo ese hombre, uno de sus hermanos o cualquiera de los empleados de su familia le hubiera dado su merecido.

Ignorando la mano extendida de Carrie, Hiram dirigió la mirada hacia Josh, que se encontraba a pocos pasos.

—De manera que ésta es la mujercita que te hiciste traer  —dijo, sonriendo con afectación—. He oído decir que guisa tan bien como tú trabajas el campo. Muy propio de ti casarte con una mujer inútil.

Dicho lo cual, pasó de largo junto a ellos, ignoró a los niños y entró en la casa.

—¿Pero qué se ha creído éste...? —murmuró Carrie y se dispuso a seguirle. ¡Nadie iba a hablarle de forma semejante!

Josh la sujetó por el brazo.

—No lo hagas —le dijo, con mirada suplicante—. Se irá exactamente dentro de dos horas y veinte minutos y creo que podremos soportarle durante ese tiempo.

—No creo que a mí me sea posible.

—Alguien con todo el dinero que usted tiene no necesita hacerlo —reconoció Josh, alicaído—. Nunca podrá imaginarse lo que la gente pobre debe aguantar para poder sobrevivir.

Se sintió insultada por los dos hombres. Miró despectivamente a su marido y entró en la casa.

—¿Todo esto te lo ha dado tu esposa rica? —le oyó decir a Hiram al entrar en la casa. Miraba por encima de su orondo estómago la mesa en la que tanto se había esmerado—. Asegúrate de que no se lo lleve con ella cuando te deje —añadió, y empezó a reírse estrepitosamente de su desagradable broma.

Carrie se disponía a abrir la boca, pero encontró la mirada suplicante de Josh, pidiéndole que permaneciera callada.

—Cuando nos eche de la granja, ¿nos comprará usted otra? — le susurró en un tono tan mordaz que Carrie apretó los labios. En aquellos momentos no estaba segura de cuál de los dos hombres la disgustaba más.

Tomó la decisión de soportar a aquel tipo odioso a lo largo de las dos horas y veinte minutos. Al fin y al cabo, Josh la obligaba a irse al día siguiente y tal vez jamás volviera a ver a aquella familia, así que era como si no tuviese derecho alguno a preocuparse por lo que les pasara. Si querían seguir sentados y quietos soportando los insultos de aquel hombre, era asunto suyo. Y vaya si los insultó. Habló de la falta de educación de los niños, pues quiso que Dallas recitara The Rime 0f the Ancient Mariner y, como la chiquilla alegó que nunca había oído ese poema, Hiram miró a su hermano con disgusto. Josh, con la cabeza baja, no replicó a su hermano.

Hiram miró las manos pequeñas de Tem, aseguró que eran inútiles para el trabajo y afirmó que a la edad de Tem él dirigía prácticamente la granja. También le regañó por haberse perdido y causar problemas que convertían el apellido Greene en el hazmerreír del pueblo.

Cuando hubo terminado con los niños empezó con Josh, riéndose de su maizal y proclamando que siempre había sabido que jamás podría convertirse en granjero.

Sólo cuando empezó a hablar del pasado de Josh aguzó Carrie el oído. Por lo que pudo deducir de la críptica andanada de Hiram, Josh había hecho en el pasado algo atroz y ése fue el motivo de que perdiera todo su dinero. Hiram habló de Josh como si anduviera «huyendo» y cuando Carrie miró a éste le vio con los ojos clavados en el plato, sin decir palabra.

¿Qué podía haber hecho Josh que fuera tan malo?, se preguntó. Según Hiram, hubo un tiempo en que fue muy rico, pues mencionó que debía de estar muy acostumbrado a la plata y a las vajillas bonitas, pero que todo se lo habían quitado. ¿Quién se lo había quitado? ¿Bajo qué ley? ¿Quizá ganó ese dinero de alguna manera ilegal y  le habían pescado? .

Finalmente, Hiram pareció dar fin a su alegato contra Josh y entonces la emprendió con su propia esposa, proclamando todo cuanto Alice había hecho «mal» durante la semana. Habló de manchas en la ropa que no había sido capaz de quitar y de comida servida cruda o demasiado hecha. Habló de telarañas colgando del techo.

Carrie consultó el reloj que llevaba prendido del pecho. Solamente había pasado una hora. Resultaba asombroso que una persona fuera capaz de pontificar durante tanto tiempo.

Cuando al fin Hiram terminó de meterse con su esposa hizo una pausa, y no porque todo aquel parloteo le hubiera hecho perderse un solo bocado, y miró a Carrie.

Ella era plenamente consciente de que las demás personas habían permanecido sentadas con aspecto solemne y sin soltar ni una palabra en defensa propia para rebatir lo que aquel hombre decía sobre ellas. Cuando se volvió hacia Carrie, ella no bajó los ojos al plato, sino que le miró directamente a los ojos. Dinero, eso es lo que da a este hombre su poder, pensó. Poseía su propia granja y la de Josh, y como tenía el poder de echarlos, en resumidas cuentas de quitarles el techo sobre sus cabezas y los alimentos de la boca, se creía también con derecho a denigrarlos.

Pero Carrie estaba bien familiarizada con el dinero. Infinidad de veces había sentido el poder del dinero familiar, sólo que, afortunadamente, siempre tuvo cerca a alguien de su familia para recordarle que el dinero no le confiere a una persona privilegios especiales. Tener dinero no da carta blanca para manejar el mundo. Había que devolver alguna otra cosa aparte de dinero.

Hiram le dirigió a Carrie una mirada dura y larga. Luego, con un leve gesto de sorna, se volvió de nuevo hacia Josh.

—Ahora comprendo por qué la lograste —dijo con el tono más insolente que jamás oyera Carne.

Hiram miró otra vez a Carrie, como intentando averiguar qué se disponía a decirle ella. Pero se limitó a sonreírle con dulzura, y Hiram apartó su mirada con una sonrisa afectada y arrogante

Fue la mirada lo que impulsó a Carrie, no las palabras. Ella podía arreglárselas con éstas, pero no con aquélla, pues ese hombre parecía dar por sentado que allí había otra persona a la que intimidar y humillar.

—¿Más maíz, hermano Hiram? —le ofreció en un tono de lo más dulce.

—No me importaría repetir. Claro que no será el maíz que cultiva mi hermano, ¿verdad? Demasiados gusanos para mí. —y sin perder su sonrisa burlona alargó el brazo para tomar el pesado bol de plata que Carrie le ofrecía y, mirándola de soslayo, añadió—: 'Tal vez seas inútil como ama de casa, pero apuesto a que tienes tu utilidad como mujer. Carrie le miró directamente a los ojos, sonrió, dejó caer todo el maíz sobre sus pantalones y, durante el silencio horrorizado que sobrevino a continuación, aprovechó para derramar la crema de espinacas sobre su cabeza, arrojarle ensalada de col a la cara y golpearle con un grasiento jamón en el pecho. Echaba ya mano al cuchillo de trinchar cuando Josh la sujetó por la muñeca.

—No tiene derecho a... —empezó a decir Carrie.

Josh aumentó la presión en la muñeca.

—¡Y qué sabe usted! —le espetó en voz baja.

—Tampoco se ha molestado nadie en explicármelo —replicó ella.

Miró por última vez a los niños y salió corriendo de la casa. No era asunto suyo, sólo porque se hubiera casado con Josh, sólo porque quisiera a aquellos niños con toda su alma. Claro que eso no parecía tener importancia.

Siguió corriendo hasta llegar al camino y allí tampoco se detuvo. Ansiaba seguir corriendo hasta Maine. Pero finalmente hubo de pararse jadeante y con las piernas flojas.

Cuando no pudo seguir adelante, torció en dirección al río, se metió entre los árboles y se sentó a la orilla del agua. Rompió a llorar antes siquiera de recuperar el aliento.

Lloró durante mucho tiempo, con la barbilla apoyada sobre las rodillas y la cara oculta entre los pliegues del vestido. Pese a lo mucho que lo había intentado su fracaso era total.

—Vamos, vamos —dijo una voz junto a ella, al tiempo que le ofrecían un pañuelo.

Mirando a través de las lágrimas vio a Josh sentado a su lado.

—Váyase. Le odio. Los odio a todos. Desearía poder irme hoy en vez de mañana. Y seré muy feliz si no vuelvo a ver a ninguno jamás.

Sin comentario alguno a su breve declaración, con la mirada fija en el agua, Josh le alargó una botella de whisky.

— Es un buen escocés puro de malta, el mejor. Mi última botella.

Aceptó la invitación y bebió un buen trago del líquido entontecedor, y luego tomó otro y otro más hasta que él finalmente le quitó la botella de las manos.

—En cuanto a mi hermano... empezó a decir Josh.

Carrie esperó. El whisky estaba haciendo su efecto. Se sentía ya mejor, atontada y relajada. Se apoyó en los brazos y se quedó mirando al agua. Como Josh no dijo nada más, ella emitió una risita desagradable.

—Ya sabía que no me diría nada. Estaba segura de que no me revelaría ningún secreto. —Se volvió a mirarle—. He de reconocer que su hermano no se parece mucho a usted.

—No somos parientes consanguíneos. Mi madre se casó con su padre cuando yo ya tenía diez años. Por entonces Hiram ya era adulto.

—¿Era su padre como él?

—No. —Tomó un largo trago de whisky—. Creo que mi padrastro se sentía algo aterrorizado con Hiram.

Carrie emitió otra risita.

—Puedo comprenderlo perfectamente. ¿Ha sido siempre así?

Hizo un gesto en dirección a la casa, que estaba a casi dos kilómetros de distancia. Josh bebió otro trago y le devolvió la botella a Carrie.

—Los hombres como Hiram nacen, no se hacen. Vino al mundo convencido de que tenía siempre razón y que su deber era aleccionamos a todos los demás.

—¿Por qué vive usted en unas tierras de su propiedad?

Josh permaneció callado.

Carrie bebió otro generoso trago de whisky.

—Le ruego que me disculpe. Ésa es una pregunta que no he debido hacer. Olvidé por un momento que no soy lo bastante buena para formar parte de la familia Greene; que no soy más que una jovencita rica con la cabeza vacía y que no tiene derecho alguno a estar aquí. —Se puso en pie—. Perdone, pero creo que volveré a la casa.

Josh le agarró la falda.

—Se lo diré, Carrie, pero...

Carrie bajo la vista hacia él.

—¿Pero qué? —gritó.

— Hará que me odie.

Aquélla no era la contestación que ella esperaba. Josh soltó su falda y miró hacia el río.

—He convertido mi vida en un desastre y también he hecho algunas cosas de las que no me siento muy orgulloso. Lo único bueno de toda mi vida son mis hijos.

Carrie recordó las insinuaciones de Hiram. ¿Sería Josh quizás un criminal? Tal vez le hubieran permitido salir de la cárcel a condición de que quedara bajo la custodia de su hermano, llevara la granja y cuidara de sus hijos.

Se sentó otra vez junto a él, esta vez un poco más cerca, bebió de nuevo de la botella y se giró hacia él.

—Deje que me quede —dijo en voz baja.

—Más que nada en el mundo quisiera que se quedara; pero no puede ser. Ésta no es vida para usted. No es vida para nadie y yo no puedo seguir viviendo de su dinero.

Carrie asintió con la cabeza; no porque le comprendiera, sino como signo de aceptación.

—Josh —musitó, y le miró con los ojos llenos de lágrimas—. Hoy es el último día.

Josh se dijo que su vida sería mejor una vez que Carrie se hubiera ido, que le había trastornado y que eso no estaba bien. Sabía que por un tiempo los niños se sentirían desgraciados, pero se recuperarían y pronto la pequeña familia volvería a la normalidad. ¿Y a qué llamaba normalidad? ¿A su manera de cocinar? ¿A la forma en que trabajaba los campos? ¿A su infelicidad reflejada en la de los niños?

—Carrie, Carrie —murmuró, y la acogió entre sus brazos.

En el instante mismo en que sus labios se tocaron se encendió la llama, porque se habían deseado ardientemente desde que se conocieron. Y ese deseo había nacido la primera vez que Josh rodeó con sus manos la cintura de Carrie, para ayudarla a bajar de la diligencia, y avanzó arrollador con el contacto diario hasta el punto de que ambos habían quedado absolutamente bajo su hechizo.

Día a día se habían estado viendo, se miraban uno a otro el cuerpo, sintiendo sudores fríos a la vista de un centímetro tan sólo de piel desnuda. Por mucho que exteriorizaran su mutuo desagrado, ambos sentían vibraciones siempre que el otro entraba en una habitación.

Los niños se habían dado perfecta cuenta de la reacción de los adultos entre sí, de la forma en que sus ojos jamás se apartaban de la otra persona, de hasta qué punto se sentían obsesionados mutuamente.

En aquel momento estaban solos, rodeados únicamente por los árboles y por las aguas rumorosas, y no había nada que les impidiera hacer lo que estaban deseando hacer desde el primer día. Se desnudaron el uno al otro, con vehemencia.

Josh tenía mucha más experiencia en quitarle la ropa a una mujer que Carrie en hacer lo mismo con un hombre; sólo que en su vida se había sentido Josh tan ansioso y al tirar de la manga de Carrie la desgarró, pero lo que menos le preocupó fue la ropa cuando le acarició el antebrazo desnudo y acercó a él su boca.

Intentó desabrocharle los botones de la espalda del vestido, pero resultaba más fácil arrancarlos. Cuando pudo llevar la boca hasta sus hombros y oyó a Carrie gemir, no pensó más en la ropa. Sólo en su propio deseo.

En cuestión de segundos hubo un revoltijo de prendas volando por los aires. Un vestido desgarrado de seda, enaguas hechas con metros de algodón y miriñaques que enredaron a Josh, pero de los que se desprendió rápido.

Carrie había visto a sus hermanos en diversas etapas de su indumentaria y tenía una excelente idea de cómo librar a Josh de su vestimenta. Descubrió en ella una gran habilidad para quitar camisas e incluso calcetines.

Para cuando quedaron desnudos no hubo ansia de caricias, tan sólo lujuria. Lujuria pura y simple. Lujuria frenética. Y ambos habían tenido que esperar una eternidad para satisfacerla.

Con la boca apretada contra su seno, con las manos en sus caderas, Josh penetró a Carrie, haciéndole gritar alarmada por el dolor, pero éste no duró mucho. Había deseado durante demasiado tiempo a Josh para permitir que un pequeño dolor se interpusiera en su camino.

Moviéndose junto con él, con su mismo frenesí, igualmente insaciable y ansiosa, gritó extasiada cuando al final se fundieron y Josh ocultó su cara en el cuello de ella. Durante un largo y sudoroso momento permanecieron allí abrazados, con la sensación de tener todos los nervios a flor de piel.

—Jamás... —empezó a decir Josh, pero Carrie le puso un dedo en los labios.

—No digas que no era tu intención —susurró— Hagas lo que hagas, no me des excusas.

Josh, sonriente, le besó dulcemente las yemas de los dedos.

—Iba a decir que jamás sentí antes nada semejante. Nunca llegué a perder así el control. Hacer el amor es un arte, pero esto ha sido...

—¿ Una necesidad?

—Una necesidad y algo más.

Se puso a un lado, la abrazó y la estrechó y le acarició el cabello.

—Oh, Josh  —musitó Carrie, y él la hizo callar con un beso.

—Tenemos que volver. Los niños están solos y mañana hemos de levantamos temprano para coger...

Se interrumpió como si le resultara penoso decir las palabras. Carrie permaneció quieta  en sus brazos unos momentos más y, luego se separó de él y empezó a vestirse, lo que le resultó difícil debido a su vestido rasgado. Josh le apartó los dedos.

—Permíteme. .. —y con manos tan expertas como las de cualquier doncella de una dama la vistió, manteniendo el contacto con ella todo lo posible. Iniciaron el regreso a la casa silenciosos, pero al cabo de un rato Josh le tomó la mano. En un principio Carrie intentó soltarse. ¿Cómo era posible que hubieran hecho lo que acababan de hacer y que acto seguido Josh hablara de su partida?

Ya en casa, los niños se rieron de la ropa destrozada y de los rostros encendidos, de los adultos. Estaban la mar de contentos, después de lo que Carrie le había hecho al tío Hiram. Les informaron regocijados de que Hiram se había ido enfurecido y diciendo unas cosas terribles de Carrie y del estúpido de su hermano que se había casado con alguien como ella. Dallas rodeó con los brazos la cintura de Carrie, la apretó con fuerza y le dijo lo mucho que la quería.

Incapaz de soportar la idea de irse al día siguiente, corrió al dormitorio a cambiarse de ropa. Casi deseaba poder irse en ese mismo momento en lugar de tener que esperar un día más, incluso prefería haberse ido ya.

Una vez que se hubo dominado volvió al comedor, donde Josh y Tem lavaban los platos.

—Podemos enseñarte a hacerlo —le dijo Tem con un tono de gran sinceridad.

Dallas se puso al lado de Carrie, con su pequeña espalda muy recta, y declaró:

—Me parece que yo tampoco quiero aprender. No voy a ser la mujer de un granjero. Seré una gran actriz.

Aquello hizo reír a Carrie, que levantó a la niña en brazos.

—Si fueras una actriz tendrías como compañeros a una gente horrible —le dijo—. Y tendrías que viajar todo el tiempo y nunca te aceptarían en las mejores casas. No, no; es mejor que te cases con algún hombre agradable y que tengáis hijos.

Dallas hizo una mueca.

—Me gustaría que los hombres me dieran rosas.

—Si te casas con el hombre adecuado te dará rosas.

—Si es que puede permitírselo —replicó enfadado Josh. Luego, arrojó el paño de los platos y salió de la casa.

—Y ahora ¿qué he dicho? —se lamentó Carrie. Hubiera creído que su intimidad los uniría más, pero a Josh sólo parecía enfadarle. Josh se mantuvo ausente durante el resto de la tarde y Carrie se quedó sola con los niños. Pensó que al menos parecía creer que ella podía cuidar de ellos y que no iba a prender fuego a la vivienda.

A última hora se sentó con los niños en el exterior, en el porche, y les contó historias sobre Maine y sus hermanos. Tenía la sana intención de decirles que se iría a la mañana siguiente, pero se sintió incapaz de pronunciar las palabras.

Josh regresó una hora después de ponerse el sol. Abrazó a sus hijos y les dijo que se lavaran y se fueran a la cama, que ya era tarde.

Carrie se puso de pie y miró tristemente en derredor. Ahora sí que se podía oler a rosas, mientras que antes de llegar ella el único olor era el del estiércol. Intentando no pensar en el día siguiente, entró de nuevo en la casa, y cuando los niños le dieron el beso de buenas noches hubo de hacer un prodigioso esfuerzo para no echarse a llorar.

Dallas se encontraba ya casi junto a la escalera cuando se volvió a mirar a su padre.

—¿Vendrás tú también pronto a la cama? —le preguntó.

.—Esta noche no duermo contigo. Voy a dormir en la cama grande.

—¿Con Carrie? —se extrañó Dallas.

—Con Carrie —asintió Josh, como si fuera la cosa más normal del mundo y una vez que los niños hubieron desaparecido se volvió hacia ella.

—No estoy segura... —empezó a decir Carrie.

Pero no supo qué más decir. ¿Que no estaba segura de que debieran pasar la noche juntos? ¿Que tenía miedo de enamorarse todavía más de él y de su familia si pasaban toda una noche juntos? Era imposible que los quisiera más de lo que ya los quería. ¿Acaso temía llorar más cuando los dejara? Llorar más no sería posible. Si pasara la noche con Josh, ¿querría él a la mañana siguiente que se quedara? .

Le miró a los ojos a través de la habitación, aquellos ojos oscuros y ardientes de deseo por ella, y la mente se le quedó en blanco. Le abrió los brazos y musitó:

—Josh.

Él se acercó rápidamente a ella, la tomó en brazos y la llevó al dormitorio.

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