Eternity

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Capítulo 1

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—Algunos. Pero nada prometedor —respondió una de las chicas—. Tenemos casi el doble de hombres que de mujeres. ¿No le gustaría poner su retrato en el tablero, capitán? Hizo todo lo posible por parecer imperturbable, pero en su voz se percibía un atisbo de desesperación y anhelo.

Jamie dirigió una sonrisa forzada a la joven. —Carrie, cariño, me temo que debo marcharme. Tengo que...

No se le ocurría lo que pudiera tener que hacer, salvo salir de allí, porque aquellas jóvenes le hacían sentirse como si se encontrara en un zoológico. Y se esfumó después de darle un rápido beso a su hermana en la mejilla, acompañado de una mirada que significaba «ya te arreglaré las cuentas».

Por un momento se hizo el silencio en la sala, y luego las jóvenes lanzaron un nuevo suspiro al unísono y devolvieron su atención a los montones de cartas y fotografías. Carrie permaneció un rato donde estaba y, tras dejar a Chuchú en el suelo, le dio un empujoncito en la dirección de Helen.

—¡Cójelo! —gritó—. ¡Que se escapa!

Helen se puso a perseguir al perrito, abandonando así la mesa en la que había permanecido sin hacer otra cosa que mirar, sólo como si la estuviera custodiando. Chuchú decidió que no quería que lo capturaran, y pronto todas las mujeres de la sala andaban a su caza; todas menos Carrie, por supuesto. Aprovechó el alboroto para acercarse disimuladamente a la mesa de Helen, levantó el libro y se apoderó de lo que estaba escondido debajo.

No se trataba de otra cosa que de lo que ya era un sobre muy familiar. El tipo de sobre que contenía una fotografía y una carta de un hombre que deseaba encontrar novia.

Mientras las demás estaban ocupadas en perseguir al perro por la sala, abrió la carta, sacó la foto y la miró. Era la de un hombre joven detrás de dos niños mal vestidos. Los niños fueron los que primero llamaron la atención de Carrie. Eran un muchacho alto y de unos nueve o diez años y una chiquilla de cuatro o cinco. Las ropas que llevaban estaban limpias, pero no les sentaban bien, como si cualquier centro benéfico se las hubiera endosado sin preocuparse de la talla.

 

Pero algo mucho más importante que la ropa era aquella expresión de tristeza en las miradas una especie de soledad melancólica que desvelaba la falta de alegría en sus vidas.

Cuando dejó de mirar a los niños, Carrie se quedó boquiabierta, porque lo que vio fue un rostro que le pareció el del hombre más guapo del mundo. Bueno, quizá no lo fuera tanto como sus hermanos, ya que su aspecto era absolutamente distinto, pero aquel hombre tenía una expresión de melancolía que jamás tuvo Montgomery alguno.

Helen le arrebató a Carrie la foto.

—No está muy bien que digamos el que vayas husmeando por ahí. Ésta es mía.

Carrie no contestó y se limitó a sentarse como si se hubiera quedado sin respiración. Tan pronto como lo hubo hecho, Chuchú llegó corriendo y saltó a su regazo. Sin darse siquiera cuenta, Carrie  abrazó al cariñoso animal.

—¿Quién es? —susurró.

— Para tu información, es el hombre con el que vaya casarme —respondió Helen, con orgullo—. He tomado la decisión y nadie logrará impedírmelo.

—¿Quién es? —repitió Carrie.

Euphonia le quitó la foto a Helen y le dio la vuelta.

— En el dorso pone que él se llama Joshua Greene y los niños Tem y Dallas. Vaya un nombre para una niña. ¿O es que es ella la que se llama Tem? Mira, escribe mal Tim.

Les fue enseñando la foto a las otras chicas, una por una. Aquel pequeño grupo formaba una preciosa familia, pese a la ropa de los niños, y el hombre era ciertamente guapo, aunque de un estilo más bien sombrío; pero todas ellas habían visto antes hombres más guapos. Ninguna alcanzaba a comprender por qué Helen había escondido la foto ni el motivo de que Carrie se hubiera quedado mirándola como si viese un fantasma.

—Me gustó más el hombre que vimos la semana pasada. ¿Cómo se llamaba? Logan no sé qué o no sé qué Logan, ¿no? Aquél no tenía ya dos niños. Si tuviera que casarme con un hombre al que jamás hubiera visto, preferiría uno sin hijos, para poder tener los míos propios.

El resto de las jóvenes asintió con la cabeza. Helen les quitó la foto.

—No me importa lo que penséis. Voy a casarme con él y eso es todo. Me gusta.

Euphonia, que durante ese tiempo había estado leyendo la carta, rompió a reír a carcajadas.

—No te querrá porque dice que necesita alguien que sepa trabajar. Quiere una mujer con gran experiencia en labores de granja, que pueda dirigirla llegado el caso, y no le importa si es mayor que él y tampoco que sea viuda. Él tiene sólo veintiocho años. Incluso está dispuesto a aceptar más niños. Lo verdaderamente importante es que la mujer sepa cuanto hay que saber sobre la explotación de una granja. —Miró a Helen con expresión socarrona—. Tú sabes tan poco sobre labores de granja que seguramente crees que para sacar la leche hay que ordeñarle la cola a la vaca.

Helen le arrebató la carta.

—No me importa lo que él diga que quiere. Sé lo que va a conseguir.

Al quitarle Helen la carta se le cayó la foto a las manos al suelo y Carrie la recogió. Mirándola de nuevo llegó a la conclusión de que lo que la atraía eran los ojos del hombre. Aquellos ojos expresaban dolor, anhelo y carencia. Eran los ojos de un hombre que pedía desesperadamente ayuda. Mi ayuda, necesita mi ayuda, dijo para sí.

Se puso en pie y, después de meterse a Chuchú debajo del brazo, se alisó la falda de seda azul y le entregó la foto a Helen.

—No puedes casarte con él—anunció en un tono tranquilo— porque soy yo quien va a hacerlo,

Hubo unos momentos de silencio estupefacto antes de que las jóvenes prorrumpieran en risa.

—¿Tú? —y se rieron con más fuerza—. ¿Que sabes tú de labores de granja?

Carrie no se reía.

—No sé nada de llevar una granja, pero sí mucho sobre ese hombre. Me necesita a mí. Ahorra si me perdonáis, he de hacer algunos preparativos —concluyó en un tono majestuoso.

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