Eternity

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Capítulo 6

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Cuando Josh y los niños aparecieron por el sendero que conducía a la casa, los tres montados en el mismo caballo, se detuvieron y se quedaron mirándola incrédulos. Al principio Josh pensó que se había equivocado de camino y tiró de las riendas del caballo para hacerle dar la vuelta y volver atrás. Pero allí estaba el gran grupo de álamos, que él sabía bien que se encontraba en la esquina del bosque, y también la vieja valla de manera, así que se convenció de que no se había equivocado. Hizo dar la vuelta de nuevo al caballo y lo dirigió hacia la casa hasta quedar delante de ella.

La luz de la luna iluminaba el pequeño edificio, pero había desaparecido la miserable choza de la que salieron por la mañana. En su lugar se alzaba una casa con porche. Las paredes estaban enjalbegadas, y no recubiertas con tablones de un tono gris mugriento, y en la parte delantera crecían rosas. En las ventanas había cristales limpios y brillantes.

—¿Es que ha venido el hada madrina? —preguntó Dallas frotándose los ojos, por si acaso estaba dormida y soñando.

—Algo parecido —refunfuñó Josh—. Un hada buena con montones de dinero. Dinero de su padre.

Detuvo el caballo, ayudó a bajar a los niños y abrió la puerta de entrada de la casa, una puerta que giraba fácilmente sobre sus engrasadas bisagras.

El interior se encontraba iluminado por velas y faroles distribuidos por la habitación y adosada a una de las paredes había un horno de cocina nuevo, esmaltado de un azul brillante y con un aspecto verdaderamente alegre. Las paredes ya no estaban desnudas, sino cubiertas con un bonito papel rosa que brillaba. En el suelo, alfombras, muebles por la habitación y una mesa en el centro, ya preparada con mantel y bonitos platos de porcelana.

—Es un castillo de cuento —exclamó Dallas, y Josh pegó un respingo.

La niña era demasiado pequeña para recordar una época en la que no vivían en una choza y no podía evocar otra cosa que comida mal preparada, suelos desnudos y un padre infeliz. No recordaba un tiempo en el que era su padre quien le proporcionaba todo lo necesario, y no una extraña. Miró a su hijo y se dio cuenta de que también estaba impresionado por el nuevo ambiente y se sintió frustrado al no ser él quien les diera a sus hijos cosas básicas y sencillas, como buena comida y una casa acogedora. En cambio llegaba del este una cabecita loca, amante del prójimo y rica, que entraba en sus vidas decidida a favorecerles con su caridad a la pequeña familia pobre de las montañas. Josh se dijo que debía de haberle producido una gran satisfacción actuar de hada madrina, como Dallas la llamaba. Cuando Carrie se marchara podría decirse que había hecho el bien, que durante toda la semana había proporcionado felicidad a aquella triste y pequeña familia. Estaría en condiciones de irse con la conciencia tranquila y sin el menor rastro de culpabilidad, sabiendo que había hecho tanto por esas pobres gentes. Pero sería Josh quien tendría que consolar a los niños cuando lloraran.

Con la mirada fija en la puerta cerrada del dormitorio y los labios apretados fue hasta allí e hizo girar el pomo. Pero al abrir la puerta casi olvidó su enfado al ver a la Señorita Caridad sentada en el baño, con el agua hasta el cuello y rodeada de burbujas. Tenía la cara sonrosada a causa del agua caliente, y el pelo estaba recogido descuidadamente en la coronilla en un montón de bucles y de la superficie del agua surgían levemente los senos. Se quedó petrificado, boquiabierto por el asombro.

—Buenas noches —le saludó Carrie sonriendo, apartándose de la frente un rizo húmedo. De nuevo aquella expresión de deseo en el rostro de Josh, y Carrie se sintió encantada de haber logrado que desapareciera esa mirada pagada de sí mismo y condescendiente.

— ¿Habéis pasado un buen día? —preguntó, como si se encontraran en la sala de estar, aunque mientras hablaba observó la indumentaria de faena, sucia y desgarrada, de Josh y pensó que le sentaba todavía peor que el otro traje.

Algunos hombres resultaban atractivos con pantalones de dril y camisa de algodón, pero a Josh no le iban, como si fingiese ser alguien que no era.

Josh luchó por recuperar el dominio de sí mismo y se dio cuenta de que su vida era muy diferente de lo que lo había sido. Las mujeres ya no le recibían en sus bañeras y nunca más sería libre de hacer con ellas lo que quisiera. Se había convertido en una persona seria, responsable y sensible, en un padre, y tenía que ocuparse de cuestiones serias. Y en esas cuestiones serias no se incluía lo que en esos momentos más deseaba hacer, es decir, cerrar la puerta del dormitorio y acompañar en la bañera a aquella atractiva criatura tan deliciosa, encantadora y exquisita.

Se puso tieso.

—Quisiera hablar con usted.

Había hecho acopio de toda la severidad posible, pero en aquel momento a Carrie le cayó un bucle sobre el ojo e intentó apartado con la mano enjabonada. Va a meterse jabón en el ojo y alguien tendría que ayudada, pensó Josh.

Dallas pasó por delante de su padre y se quedó parada un momento, mirando maravillada el dormitorio. También habían empapelado las paredes de esa habitación y había una cama nueva de latón con ropa de cama mullida sobre un colchón de plumas.

—Es precioso —dijo.

Carrie sonrió.

—Me alegro de que te guste, pero no creo que tu padre piense igual.

Dallas miró incrédula a su padre.

—¡Pero si es precioso! —Parecía a punto de echarse a llorar—. ¿Podemos quedárnoslo?

Josh tomó a su hija en brazos.

—Pues claro que podemos. No se puede devolver el papel de las paredes.

Miró con el ceño fruncido a Carrie por encima del hombro de Dallas, pero ella se limitó a sonreírle.

Carrie vio a la niña en brazos de su padre y a Tem atisbando por detrás.

—Tendréis que perdonarnos, niños, pero creo que a vuestro padre le gustaría hablar conmigo en privado.

Josh tenía algunas cosas que decirle a Carrie, en realidad muchas cosas importantes, pero no pensaba quedarse solo con ella mientras siguiera sentada en una bañera. A pesar de lo poco que la conocía, no le extrañaría que se pusiera de pie y le pidiera que le acercase una toalla. Y si llegaba a ponerse de pie Josh sabía que estaría perdido.

— Lo que tengo que decirle puede esperar —dijo, con el tono más hosco de que fue capaz  al tiempo que dejaba a Dallas en el suelo.

La niña se aproximó a la bañera, tomo un puñado de burbujas y se quedó mirando dubitativamente su mano.

—Son sales de baño efervescentes —le explicó Carrie— y vienen de...

—Permítame adivinarlo —le interrumpió Josh con tono sarcástico—. De Francia. Y uno de sus queridos hermanos se las trajo de allí.

—A decir verdad, me trajo además seis vestidos nuevos —repuso ella con dulzura, pues no estaba dispuesta a molestarse en defender a sus hermanos ante aquel hombre.

— Es maravilloso que usted haya nacido rica. El resto de nosotros, esclavos del mundo, tenemos que trabajar para ganamos el pan de cada día y.. — Recorrió con la mirada la habitación—. Y también hemos de trabajar para conseguir las alfombras, el papel de las paredes y la ropa.

Carrie sonrió.

— Entonces, parece que es un deber de la gente acaudalada compartir su riqueza, ¿no?

— Tal vez. Pero no todos aceptamos de buen grado la caridad.

Carrie se negó a permitir que Josh la pusiera de malhumor. Hubiera querido recordarle que estaban casados, que todo lo suyo era también de él y que esas compras las había hecho para su propia familia. En cuanto al orgullo de Josh, que al parecer se sentía herido, ella no había comprado una casa en el pueblo, aunque había en venta una bastante bonita, sino que se limitaba a decorar la que era de su propiedad.

No obstante, lo que hizo fue ofrecerle a Dallas compartir con ella la bañera. La niña miró a su padre, en solicitud de permiso, y rápidamente se desvistió y Josh la metió en el agua. A Carrie le divirtió ver el ceño fruncido de su marido cuando dio media vuelta y salió del cuarto.

Una vez fuera del dormitorio, Josh sintió que podía respirar de nuevo, aunque no le duró mucho, ya que la sala de estar tenía un aspecto completamente distinto. Toda la habitación parecía evocar a Carrie. Allá donde miraba veía su estilo y, cuando dirigió la vista a Tem y le vio curioseando en la gran olla que borboteaba en el fuego, supo que su hijo sentía lo mismo. El niño se sobresaltó, sintiéndose culpable, cuando notó que le miraba su padre, como si supiera que no debería disfrutar de lo que Carrie había hecho por ellos.

Josh dio media vuelta y se acercó al hogar. Como el fuego ya no despedía nubes de humo que invadieran la habitación, tuvo la seguridad de que Carrie había hecho que limpiaran también la chimenea. Aunque a su pesar, se sentó en una de las dos mecedoras que había delante del fuego, se recostó sobre los bonitos almohadones sujetos al respaldo y al asiento y disfrutó de lo que veía y oía a su alrededor. Una vez que su padre hubo tomado asiento,  Tem lo hizo a su vez, indeciso, en la mecedora de enfrente.

Josh se echó hacia atrás, cerró los ojos y por un instante pudo imaginar que la vida era tal como  había pensado que sería. Se oía a su esposa y a su hija chapoteando en el dormitorio y el sonido de sus risas invadía de calor humano la habitación... y a él también. Se olfateaba el olor a comida y se escuchaban los sonidos del borboteo del estofado y del chisporroteo de la leña. Abrió los ojos, vio a su hijo tan a gusto en su asiento y supo que todo aquello era casi exactamente como él había esperado que fuera. Así imaginaba su vida cuando solicitó una novia que supiera guisar, limpiar y llevar una granja. Quería lo mejor para sus hijos y estaba dispuesto a sacrificar su propia felicidad por la de ellos.

Pero sabía también perfectamente que todo eso era una ilusión, que nada era real, que no duraría. Viendo al niño a punto de quedarse dormido en su asiento fue consciente de que le tocaría a él quedarse con los niños y enjugar sus lágrimas una vez que Carrie se hastiara de vivir en una granja y los abandonara. Tendría que intentar explicarles el comportamiento de los adultos y su egoísmo, y estaba seguro de que lo haría tan bien como la vez anterior, cuando los abandonó la madre de los niños.

Levantó la vista al abrirse la puerta del dormitorio y vio que Carrie le había puesto a Dallas un camisón de algodón, que Josh estaba seguro de que acababa de salir de las estanterías del almacén. Una vez más le invadió la cólera. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que pudo comprar regalos a sus hijos. .

Pero olvidó su enfado al mirar a Carrie, con el cabello mojado y colgándole enredado por la espalda sobre un camisón de seda rosa oscuro y una bata de cachemira roja. Sintió dificultad para tragar y se aferró a los brazos de la mecedora con tal fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Ansiaba más que nada en el mundo retirarle la bata de los hombros y besar su cuello blanco y limpio.

—Y ahora los hombres tienen que peinarnos —dijo Carrie alargándoles dos peines de carey.

Miró a Josh, al niño y de nuevo a Josh. Sonrió al ver su expresión.

—No puedo hacer eso. Es cosa de niñas —protestó Tem.

De inmediato Josh le hizo callar.

—No hay motivo para que no puedas peinar a tu hermana.

Dallas se situó sonriente entre las rodillas de su hermano y, a pesar de su protesta, Tem se puso a desenredarle con cuidado al pelo.

Carrie seguía de pie en el hueco de la puerta, sonriéndole a Josh segura de sí misma y alargándole el peine a modo de invitación.

—No creo... —empezó a decir Josh, pero Tem dejó de peinar e interrogó a su padre con la mirada. Su expresión significaba que si su padre no podía peinar a una chica tampoco él, así que, con un gruñido un poco semejante al de un animal atrapado, Josh alargó la mano y aceptó el peine.

Siempre sonriente, Carrie se acercó, le entregó el peine y se sentó en el suelo entre sus rodillas. Desde el primer instante en que la tocó, teniendo buen cuidado de limitarse al pelo sin rozar siquiera la piel, Carrie supo dos cosas: que el aire entre ellos estaba cargado de electricidad y que había peinado el pelo húmedo de otras mujeres. Por la forma experta y hábil de pasar el peine por su cabello, mucho se temía Carrie que en el pasado lo hubiera hecho bastantes veces.

Volvió ligeramente la cabeza para mirar a Tem y se dio cuenta de que éste observaba a su padre y aprendía. Pero la mano de Josh le tocó la frente y Carrie se olvidó de todo el mundo. Echo la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, y sintió el contacto de aquella mano recorriéndole el cabello y el cuerpo entero.

Josh le apartó del rostro un mechón y al hacerlo le rozó la mejilla con la punta de los dedos. Ambos se quedaron inmóviles, y él no retiró los dedos cuando Carrie movió ligeramente la cabeza, de manera que una de las yemas quedó sobre la comisura de su boca. Sin moverse, absolutamente quieta, Carrie sintió la emoción invadiendo su cuerpo. Giró un poco la cabeza y el dedo le quedó sobre los labios, y lo besó.

Josh movió la mano de modo que cubrió con los dedos la boca de Carrie y empezó a seguir el dibujo de los labios. Carrie los abrió, y Josh introdujo los dedos hasta llegar a tocarle los dientes.

—Josh —murmuró Carrie en el más leve de los susurros.

Muy suavemente le fue mordiendo una a una las puntas de los dedos. Josh puso la mano sobre la boca y ella se la besó, le mordisqueó la palma y  subió lentamente hacia la muñeca.

Que Josh se inclinara hacia su rostro hasta casi rozarle la oreja con los labios, haciéndole sentir su aliento suave y cálido, fue lo más excitante que Carrie había sentido nunca en su vida.

—¡Caramba! —exclamó Dallas, mirando con los ojos muy abiertos a los adultos.

Sobresaltados, ambos recuperaron la consciencia de lo que los rodeaba. Josh inició un movimiento para apartarse de Carrie, pero ella se lo impidió, aunque tampoco necesitó mucho esfuerzo para retenerle, sino que simplemente se recostó en su rodilla y él se puso a peinarla de nuevo.

Carrie vio que los miraban Tem y Dallas con los ojos muy abiertos por el asombro e intentó adoptar una expresión de madre comprensiva.

—A veces, los maridos y sus esposas... —empezó a decir Carrie.

—¡Cállese! —le cortó Josh con brusquedad —¿Hay algo para cenar? Creo que ya está peinada. —Miró a Tem—. ¿Qué me dices de tu hermana?

Tem seguía mirándolos, a uno y a otra. Sabía que acababa de ver algo importante para los adultos, pero desconocía su significado.

—¿Has terminado de peinar a tu hermana?—insistió Josh en un tono fuerte y agudo, sacando a Tem de su trance.

—Sí, claro —respondió, y miró a Carrie, luego su padre y de nuevo a ella.

— Bien, podemos cenar entonces. —y con eficiencia de peluquero le dio una última pasada al cabello de Carrie y le devolvió el peine—. ¿Podemos comer ya?

—Pues claro —contestó ella con dulzura, y se puso a servir la cena a su familia como si llevara haciéndolo toda la vida.

Al igual que la noche anterior, Carrie llevó el peso de la conversación durante la cena. Pero le resultó más fácil  porque los niños hicieron preguntas y, en lugar de ocultar su interés por lo que les contaba sobre los viajes de sus hermanos, dieron rienda suelta a su curiosidad.

Terminada la cena, a la hora de irse a la cama los niños, Dallas, después de besar a su padre, no vaciló en echar los brazos al cuello de Carrie y besarla también. Tem se quedó de pie a un lado, con las manos en los bolsillos de sus sucios pantalones de faena, como sin saber qué hacer.

—Adelante —le animó Josh de mal humor, e indicó a Carrie con un movimiento de cabeza, dando así permiso a su hijo para besada.

Tem se inclinó con timidez y le dio un rápido beso en la mejilla. Se puso un poco colorado, pero luego sonrió con aire suficiente, como orgulloso de sí mismo. A continuación, subió deprisa las escaleras hasta su cama.

Una vez que los niños salieron de la habitación,  Josh no dijo palabra; se levantó de la mesa, se acercó a la chimenea y se quedó mirando a las llamas. Carrie retiró las cosas de la mesa en silencio y dejó en el fregadero los platos sucios. No tenía la menor idea de cómo limpiarlos y, ciertamente, tampoco el menor deseo de aprender. Le gustaban las cosas bellas, y los platos sucios no tenían nada de bellos.

Se volvió hacia Josh.

—¿Le gustaría que saliésemos un rato?

—¿Por qué? —preguntó Josh con suspicacia.

Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, como decidido a no permitirse debilidad alguna.

—Para que pueda gritarme, naturalmente. Tengo la clara impresión de que ése era su principal deseo al llegar hoy a casa. No lo ha olvidado, ¿verdad? O tal vez haya cambiado de idea. Acaso quiere gritarme dentro de la casa para que nuestros hijos puedan oírle.

—Mis hijos.

—O sea que prefiere que le oigan.

Josh, entonces, la agarró por el antebrazo y la empujó fuera de la casa, a la noche fría y estrellada. Carrie se encaminó al cobijo protector de los árboles, pero él no la siguió. Ella se volvió y suspiró.

— Muy bien. Estoy preparada.

—Lo que ha hecho está mal—empezó diciendo él—. Me ha convertido en el hazmerreír de todo el pueblo.

— En realidad, me inclino a pensar que la gente del pueblo piensa que es usted el hombre más afortunado de la Tierra, pero, claro, es que ellos no conocen tan a fondo mi carácter como cree usted conocerlo.

— El carácter no tiene nada que ver con esto. Es como si hubiera ido pregonando a todo el mundo que no soy capaz de cuidar de mi propia familia.

—Quiere a sus hijos más que cualquier persona que yo conozca, sólo que al parecer no tiene dinero. Personalmente prefiero el cariño al dinero.

Josh no sabía si retorcerle el cuello o ponerse a dar voces. Dijera lo que le dijese, Carrie parecía no oír, no escuchar, no entender. Habló de nuevo, pero en un tono más tranquilo.

—A un hombre le gusta pensar que puede mantener a su propia familia, que su esposa..., quiero decir, su...

—Vamos, adelante. ¿Qué otra cosa soy para usted, si no su esposa? —Josh no contestó; se quedó allí de pie, callado. Carrie suspiró—. Está bien, rey Joshua. He llevado a cabo la primera tarea, aunque según usted no de acuerdo con las reglas. Así pues, ¿qué ocurre con la segunda? Confío en que sólo  sean tres.

Josh parecía confuso ante aquella insensatez. Carrie se lo explicó:

— En todos los cuentos de hadas, la princesa tiene que realizar tres tareas. Esta mañana me entregó una lista de cosas que ningún ser humano hubiera sido capaz de llevar a cabo, pero yo lo hice; claro que con la ayuda de un duende. Mi duende en este caso fue todo el pueblo de Eternity. Así que ¿cuál es la segunda tarea, mi señor?

A medida que lo iba comprendiendo, el rostro de Josh se había ido convirtiendo en una mueca.

—Lo que yo pensaba. Usted cree que todo este asunto es muy divertido, algo que les podrá contar a sus amigos ricos cuando vuelva a su casa de Maine.

—Y usted lo que cree es que en la vida todo es motivo de tristeza. ¿Qué tengo que hacer para demostrarle mi buena fe? —Tomó un poco de aire y siguió—: No, espere un momento. ¿Sabe que hay algo que jamás he podido comprender en el cuento del enano saltarín? Nunca entendía por qué la joven quería a ese rey. Él le había dicho que si no hilaba toda aquella paja convirtiéndola en oro haría que le cortasen la cabeza. ¿Cómo me iba yo a creer que la joven viviera luego feliz si tenía que casarse con un cretino como ése?

—No hay nunca un final feliz, eso es lo que estoy intentando hacerle ver —apuntó Josh, con tristeza.

—Tal vez usted no crea que lo haya, pero yo sí —casi le gritó Carrie—. Y estoy decidida a que así sea. Lamento muchísimo, señor Greene, haberle hecho semejante jugarreta, mintiéndole y casándome con usted. Como al parecer su principal  preocupación en la vida es el dinero, tal vez lo que he gastado en su casa le compense en parte por lo que le hice. Y ahora, si me perdona, voy a hacer el equipaje.

Echó a andar hacia la casa pero Josh la sujetó por el brazo.

—Es plena noche. No puede ir a ninguna parte.

—Vaya si puedo. Pienso ir al pueblo, si me presta usted el segundo de sus formidables caballos. Después del dinero que he gastado hoy en el pueblo, alguien me cederá con toda seguridad una cama para pasar la noche. E imagínese, señor, la satisfacción que sentirá usted cuando les diga a sus hijos que me he ido. Podrá darles la lección que tanto necesitan sobre la perfidia de la mujer.

—Carrie... —empezó a decir Josh, alargando el brazo para tocada.

—¡Vaya, pero si sabe mi nombre! No tenía ni idea de que mereciera tal honor. Pensé que todo cuanto conocía de mí era lo de señorita Montgomery, pero, claro, usted lo único que necesitaba conocer era mi nombre; eso y, naturalmente, mi apariencia atractiva.

 Cuando llegó al porche de la casa y abrió la puerta se encontró con dos niños pálidos y con aspecto atemorizado que, indudablemente, habían oído todo cuanto se había dicho fuera.

—No irás a irte, ¿verdad? —preguntó Dallas, con la voz empañada por las lágrimas y la carita lívida.

Al echar una rápida ojeada a Josh, Carrie vio en su rostro la expresión burlona de ya-os-lo-dije. Por un instante deseó poder borrársela de un trallazo. Fue en aquel momento cuando decidió contarles a los niños toda la verdad. Con frecuencia había pensado que los adultos alarmaban a los niños al decirles que había cosas que eran demasiado jóvenes para comprender, mientras que, en realidad, lo que asusta a la gente es la ignorancia, no el conocimiento. .

—Quiero que los dos os sentéis para que pueda contároslo todo —les dijo.

Como ya había supuesto, Josh inició una protesta, pero Carrie se  volvió hacia él furiosa.

— Lo quiera o no formo parte legalmente de esta familia.

Los niños se sentaron a la mesa y permanecieron serios y callados mientras Carrie les contaba todo, cómo y por qué se encontraba ella en su casa.

—¿Nos quisiste al ver la foto? —preguntó Dallas.

—Sí. Así fue. Pero ahora he de irme porque vuestro padre teme que, si me quedo más tiempo, cuando por fin me vaya os haré mucho daño, y él no quiere que eso ocurra.

—¿Vas a dejamos? —quiso saber Tem con un tono extremadamente adulto, aunque en el fondo palpitaba el temor de un chiquillo.

—Si vuestro padre y yo no nos queremos supongo que tendré que irme. Me parece que le he hecho una desagradable jugarreta, y él está muy enfadado.

A Dallas se le llenaron los ojos de lágrimas.

—No estés enfadado, papá.

Carrie se sentó a la niña en el regazo y la abrazó.

—No le eches la culpa a tu padre. Posiblemente él tenga razón. Tal vez llegue a aburrirme de vivir aquí, en este pueblecito. Veréis, es que donde yo vivía siempre estábamos de fiesta, bailando y riéndonos.

Estaba mintiendo, pero sabía que era por una buena causa. No podía soportar la idea de irse y que los niños creyeran que su padre tenia la culpa de su partida. Era preferible que sintieran antipatía por ella y no por su padre. Dallas se abrazó con fuerza a Carrie y Josh apartó la mirada. Una niña de cinco años seguía siendo un bebé, por mucho que Dallas se comportase a veces como si fuera mayor.

—Puedes quedarte con nosotros toda la semana y no lloraremos cuando te vayas —propuso Tem, que por una vez no miró a su padre buscando aprobación. Todos se volvieron hacia él.

—No creo... —empezó a decir Josh.

—¡Puede quedarse! —gritó Tem, y era fácil ver que estaba al borde de las lágrimas, a punto de venirse abajo el dominio de sí mismo.

Fue Carrie quien habló:

—Me siento realmente halagada de que hayas llegado a sentir tanta simpatía por mí, Teemie —le dijo con tono cariñoso—. Pero sé que estás pensando que tal vez me quede. Puedo asegurarte que no. Únicamente me quedaría si me enamorara de tu padre y te aseguro que eso no ocurrirá. Fui tan estúpida como para creer que sabía cómo era él con sólo ver su foto, pero no, no lo conocía. Es un sabelotodo y un terco, y no tiene el menor sentido del humor. Jamás podría amar a una persona así.

Josh miraba horrorizado a Carrie mientras ésta pronunciaba su juicio sobre él, en tanto que los niños tenían los ojos fijos en su padre, como analizando esa opinión.

—Papá antes se reía —observó Tem con seriedad—. Pero desde que mamá...

—Ya está bien —interrumpió con aspereza Josh, cortando a su hijo en seco.

—Quédate —suplicó Dallas—. Quédate, por favor. Es tan agradable cuando estás aquí...

Con la niña en brazos tuvo que esforzarse por contener las lágrimas. Tal vez fueron los niños lo que llegó a amar a través de la fotografía, porque eran exactamente como ella había esperado que fuesen. Era consciente de que si los quería tanto después de tan sólo dos días le resultaría insoportable marcharse si se quedaba toda una semana.  —Creo que es mejor que me vaya —dijo en voz baja.

—Pues a votos —sugirió Tem, aunque mirando a su padre para que diera permiso.

Josh tuvo un momento de vacilación y finalmente asintió con la cabeza, dando su consentimiento. Carrie sabía que iba a haber empate en la votación, dos para que se fuera y dos para que se quedara; pero cuando Tem preguntó que quién estaba a favor de que permaneciera con ellos el mayor tiempo posible, los dos niños levantaron la mano y, luego, muy despacio, también lo hizo Josh.

Carrie le miró.

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