España

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CAPITULO XIII

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CAPITULO XIII

POLITICA EXTRANJERA

La política extranjera del general Franco resultó ser en su conjunto menos mala que su política interior. La explicación es fácil. En política interior era el general Franco casi omnipotente. En política extranjera, limitaban y aun a veces determinaban el ámbito de su actividad formidables fuerzas que tenían que estimular su juicio y su prudencia nativa.

Hubo liberales y republicanos de la vieja escuela —de los que, impulsados por las locuras de la República, cruzaron la raya hasta simpatizar con los rebeldes— que frente a nuestra objeción sobre los amigos extranjeros del general Franco y su régimen, argüían con cierta sutileza: “Si España sale de la Guerra Civil atada a Francia y a Inglaterra, no habrá quien pueda deshacer los nudos; pero si sale atada a Italia y a Alemania, ya se encargarán de libertarla Francia e Inglaterra.”

No cabe duda de que esta idea que expresaban libremente ciertos simpatizantes con el general Franco que vivían entonces fuera de España, palpitaba también oculta en el pecho de no pocos nacionalistas mientras los nazis pisaban fuerte y los fascistas se pavoneaban en territorio español. Los repetidos sondeos que Francia e Inglaterra hicieron durante la Guerra Civil sobre las intenciones de España en materia de política extranjera, sobre la integridad de su territorio y de sus actitudes y cuestiones anejas, siempre provocaban por parte del Gobierno nacionalista contestaciones de la mayor firmeza, que al menos en apariencia, eran satisfactorias. En marzo de 1938 recibía el Gobierno británico seguridades verbales, más tarde confirmadas por escrito, sobre la firme intención del Gobierno nacionalista de no permitir enajenación ninguna de territorio español después de la guerra, ni tampoco instalación alguna de bases italianas o alemanas en España. En nota dirigida al Comité de no intervención el 16 de agosto de 1938, el general Franco confirmaba su decisión de no tolerar la menor hipoteca territorial o económica. El Gobierno británico se inclinaba a aceptar estas seguridades y a reconocer al Gobierno nacionalista cuando con la caída de Cataluña quedó evidente la incapacidad de los revolucionarios para ganar la guerra. Pero el Gobierno francés, cuya situación en Burgos era mucho peor a causa de su actitud menos neutral durante la Guerra Civil, y que por otra parte experimentaba temores más concretos sobre las intenciones de las fuerzas alemanas e italianas en España, decidió subordinar el recono miento del general Franco a ciertas condiciones de política exterior. Es muy posible que la preocupación del Gobierno francés versara menos sobre las intenciones del general Franco que sobre su posibilidad de llevarlas a cabo. Ya el 27 de setiembre de 1938 había declarado el general Franco que en caso de guerra sería neutral. Por otra parte, no parecía poseer bastante autoridad sobre sus padrinos extranjeros para impedir incidentes tan notorios y escandalosos como el de Menorca, ya relatado, en el que una escuadrilla de aviones italianos de la base de Palma de Mallorca bombardeó a Mahón al tiempo en que el crucero británico Devonshire negociaba la rendición de la isla al general Franco (9 de febrero de 1939). Esta conducta indisciplinada y muy poco digna de las autoridades militares italianas de Mallorca hizo patente al mundo entero que, por lo menos en febrero del 39 y en Mallorca, el general Franco no era dueño de su propia casa. El Gobierno francés por consiguiente decidió ir con pies de plomo y mandó a España a un negociador.

Fué este primer emisario el senador monsieur Bérard, conservador y conocido por sus aficiones literarias hacia las cosas de España, donde contaba con numerosos amigos. El señor Bérard fué primero a Burgos a título de explorador diplomático. Halló en Burgos cortesía sin gran cordialidad. En asuntos como la reanudación de comunicaciones y la reabsorción de la hueste de refugiados que había invadido a Francia, no encontró gran dificultad; pero ante las condiciones que el Gobierno francés deseaba poner a su reconocimiento del régimen nacionalista, el general Jordana reaccionó con rigidez. Los nacionalistas consideraban el reconocimiento como un derecho. Sin embargo, aun en este terreno más difícil, se dió al señor Bérard la impresión de que Francia no tenía nada que temer de la España nacionalista, y aun se invitó entonces a tres generales franceses a que fueran a España para cerciorarse por sí mismos de que el cuento que corría entonces por la prensa francesa de que se estaba fortificando la frontera del Pirineo era una invención.

El señor Bérard volvió a Burgos más tarde como representante oficial del Gobierno francés, y durante la semana del 18 al 26 de febrero negoció el llamado acuerdo Bérard-Jordana en el que quedaba incorporado el reconocimiento del Gobierno del general Franco. En este acuerdo ambos Gobiernos declaraban su intención de vivir en términos de buena vecindad, de cooperar en Marruecos con toda lealtad y de impedir todas las actividades que en un territorio pudieran intentar producirse contra la seguridad del Gobierno del otro. El Gobierno francés se comprometía a hacer todo lo posible para que retornasen a España todos los bienes del Estado o particulares que habían pasado al territorio francés contra la voluntad de sus dueños. Se aplicaba en particular esta cláusula a una cantidad de oro por valor de 8 millones de libras esterlinas, depositada en Mont de Marsan en 1931 para responder de un empréstito, y que, aun después de reembolsado el empréstito por el Gobierno de la República, había seguido en Francia a favor de una táctica de brazos caídos de los sucesivos Gobiernos franceses. También se aplicaba al material de guerra que al terminar la Guerra Civil existía en Francia en cantidades considerables, camino de los parques revolucionarios; así como el numeroso que había vuelto a Francia al caer Cataluña; ganado; navíos mercantes y de pesca; obras de arte y joyas; documentos privados y públicos; y vehículos de todas clases. El Gobierno nacionalista rechazó con éxito los repetidos intentos del francés para inscribir en contra de estos retornos los gastos hechos por Francia con motivo del éxodo español. En parte debió este éxito el Gobierno del general Franco a la decisión de reconocerlo sin más tardar tomada el 15 de febrero por el Gobierno británico. Se comunicó esta decisión al Gobierno francés inmediatamente desde Londres y el 27 de febrero ambos Gobiernos la hicieron oficial, aunque monsieur Daladier la anunció ya a la Cámara francesa el 24.

Mientras el señor Bérard negociaba en Burgos, cierto número de naciones hispanoamericanas había propuesto una acción conjunta del Continente para reconocer al general Franco, pero la desorientación de la opinión pública norteamericana sobre la Guerra Civil española era tal que no le era posible al Gobierno de Washington ir tan aprisa, y así tuvo que quedarse en retaguardia, no reconociendo al régimen nacionalista hasta que ya lo habían hecho todas las naciones del Continente menos Méjico. El Gobierno norteamericano anunció su decisión después de la rendición de Madrid, el 19 de abril de 1959.

* * *

Cuando a mediados de marzo del 39 llegó a Burgos el mariscal Pétain como primer Embajador francés, se encontró con un recibimiento más frío del que pudo haber esperado figura tan decorativa, y el general Franco le hizo aguardar una semana entera antes de concederle su primera audiencia. Es siempre una de las principales dificultades para que lleguen a establecerse relaciones verdaderamente cordiales entre Francia y España que Francia aborda sus negociaciones diplomáticas con un criterio de regateo muy contrario al temperamento español. Al llegar el mariscal Pétain a Madrid no se había cumplido ni una sola de las condiciones del acuerdo Bérard-Jordana por parte del Gobierno francés. Así lo informó directamente al público de Francia el Embajador de España don José Félix Lequerica, prescindiendo con modales de campesino vasco de lo que suele llamarse las formas diplomáticas. Poco a poco, el Gobierno francés tuvo que ir soltando peones, y en particular el oro de Mont de Marsan y hasta los sesenta millones de libras esterlinas que habían traído a La Rochelle los vascos del Gobierno autónomo al caer su territorio en manos del general Franco.

Surgió después otro conflicto sobre la evacuación de las tropas alemanas e italianas. En Europa iba aumentando la tirantez. Hitler acababa de apoderarse de los miembros dispersos de Checoeslovaquia (15 de marzo de 1939), y en Francia hombres de Estado y generales volvían la vista a España con ansiedad, preguntándose qué harían los italianos y los alemanes que todavía prolongaban su estancia en la Península. Mussolini había firmado un acuerdo con Inglaterra el 16 de abril de 1938 obligándose a retirar sus tropas de España; pero como estas tropas eran las mismas que antes se había obligado a no enviar a España, el acuerdo sonaba un tanto a hueco — como todo lo que Mussolini dice, afirma y en especial promete. Se había terminado la guerra oficialmente el 1º de abril de 1939 y las tropas italianas seguían en España. Todo esto era normal si es la repetición síntoma de norma. El 7 de abril, Mussolini se había apoderado de Albania. Diez días antes, el 27 de marzo, se anunció al mundo que España había entrado a formar parte del pacto anti-Comintern. Todo esto no tenía nada de agradable para las potencias democráticas. El 29 de marzo el conde Ciano informaba a Lord Perth, Embajador británico, que los italianos seguirían en España a fin de tomar parte en el desfile de la victoria, aunque no explicó por qué. El desfile de la victoria se iba aplazando semana a semana y entretanto anunciaba el Gobierno alemán que las maniobras de primavera de su marina de guerra tendrían lugar en las costas de España. Corrieron por la prensa mundial rumores alarmantes de preparativos italianos y alemanes en España, ya contra los Pirineos, ya contra Gibraltar. Era la técnica de la guerra de nervios, que comenzaba. ¿Con qué fin? No está claro. El 17 de mayo de 1939 estaba la marina alemana de regreso en Kiel. El 19 tuvo lugar el desfile de la victoria en Madrid y los italianos, habiendo ya hecho un lío con sus mal ganados laureles, se preparaban a abandonar por fin las costas españolas. El 26 de mayo salieron de Vigo cinco transportes llevándose a Hamburgo a los alemanes de la Legión Cóndor. Todavía siguieron saliendo de cuando en cuando grupos de técnicos, aviadores, heridos y enfermos, durante todo el verano, pero hacia el otoño de 1939 podía decirse que la evacuación de alemanes e italianos, al menos de las fuerzas armadas, estaba terminada.

Quedaban otros tres aspectos de esta liquidación del apoyo alemán e italiano a los rebeldes: material, bases, política.

Los italianos habían dejado en España bastante material de guerra. Aunque también iba esto en contra de lo convenido en el acuerdo angloitaliano de 16 de abril de 1938, no era en sí cosa grave. Antes bien, quizá pudiera verse como ventaja para asegurar la libertad de acción de España. En cuanto a bases, aunque el secreto que cubre los asuntos militares veda todo dogmatismo aventurado sobre lo que pueda haber o pasar en los recovecos de montes y valles, costas y ensenadas, no parece que los Estados Totalitarios hayan conseguido tomar pie en los centros navales y aéreos de España, y desde luego puede afirmarse que no se han realizado las lúgubres profecías que entonces solían hacerse sobre las Baleares, que al decir de tantos iban a permanecer para siempre bajo la bandera italiana, y otros augurios no menos siniestros. Ni Italia ni Alemania se han quedado con nada que recuerde de cerca o de lejos por ejemplo la base de Guantánamo con que se quedaron los Estados Unidos en Cuba de 1898. No se ha cedido ni una pulgada de soberanía española sobre una pulgada de territorio español. Esta es la situación jurídica, sin perjuicio de los usos y abusos que puedan producirse en la sombra. Estos usos y abusos, si es que existen, no están a la vista del público, y además caen bajo el tercero y el más difícil de los aspectos del problema: política.

En política, el Gobierno nacionalista se encontró desde el comienzo en equilibrio inestable. Deuda de gratitud hacia los dos Estados Totalitarios; fuertes lazos geográficos, políticos y económicos con los dos países occidentales. Esta situación se refleja en la composición del Gobierno, cuyo jefe procura guardar la vía media, de hecho sino de palabra, mientras su ministro de Relaciones Exteriores se inclina hacia el occidente y su ministro de Gobernación, señor Serrano Suñer, hacia el grupo ítalo-germano. La situación de Portugal viene todavía a complicar las cosas. Bajo regímenes similares (aunque no idénticos) los dos países de la Península intentan organizar su cooperación, llegando el 31 de marzo de 1939 a un acuerdo según el cual cada nación se compromete a respetar las fronteras y la paz de la otra y a no prestar ayuda ni menos aun permitir el uso de su territorio a quienes intenten agredir a la otra parte.

Parece natural la conclusión, a juzgar por lo acaecido hasta terminar el año 1941, de que la idea fundamental de la política extranjera del general Franco consiste en apoyarse en un lado para defenderse del otro, es decir en Francia y la Gran Bretaña para tener a raya a Alemania e Italia y viceversa — todo ello en el ámbito de sus poderes y en la armazón bien poco sólida por cierto de los sucesos mismos. Esta es la línea que parece desprenderse de los hechos, aunque de cuando en vez se produzcan discordancias, errores, algún que otro discurso descabellado y algún que otro paso en falso debido a inexperiencia o prejuicio.

Así se explicaría en particular la actitud rebarbativa del Gobierno español para con ciertos intentos del capitalismo anglo-francoamericano a fin de apresar a la España Nacionalista en las redes doradas de un vasto empréstito de reconstrucción. En mayo de 1939 intentó una operación de este género un grupo de Bancos holandeses, belgas y franceses, probablemente con fuerte respaldo anglo-sajón, y, al menos para el público, bajo la dirección de monsieur Van Zeeland, ex-presidente del Consejo belga y a la razón director del Banco de Estado belga. El general Franco hizo saber que no deseaba ayuda financiera, y como entonces estaba España paralizada y hambrienta por falta de capital, sólo cabe explicar esta negativa por consideraciones de política general.

Entretanto se hallaba en España una comisión alemana estudiando la posibilidad de una colaboración alemana a la reconstrucción económica del país, e Italia presentaba a España proyectos de reconstrucción de ferrocarriles y carreteras Es evidente que, puesto que ya entonces Hitler y Mussolini sabían que iban a la guerra, estos estudios y planes más o menos económicos debían ser por lo menos en parte estudios y preparativos de carácter militar. Pero también está claro que el general Franco se daba cuenta de que le era esencial a España, y más todavía a su régimen, permanecer neutral.

Por aquel entonces parecía como si los alemanes se dispusieran a suplantar a los italianos en el momento de recoger la cosecha de su común ilícita intervención en los asuntos de España. El señor Serrano Suñer había ido a Italia a devolverle a Mussolini los voluntarios forzosos que el Duce había mandado a España, y a su regreso había dado libre curso en Barcelona a sus sentimientos italianistas y fascistas en un discurso pronunciado el 14 de junio de 1939. El conde Ciano le devolvió la visita, desembarcando en Barcelona el 10 de julio. El 12, el ministro de Relaciones Exteriores y prototipo de la yernocracia fascista, se entrevistó en San Sebastián con el general Franco entre escenas de un entusiasmo bastante descriptible. Visitó Toledo y Madrid, voló a Sevilla y se hizo a la mar en Málaga llevándose numerosos y lucidos ramilletes de flores de retórica pero nada más, pues aunque sus subordinados en Roma intentaron pintar ante el público italiano una España en línea con el Eje y contra las democracias, la prensa española guardó sobre el particular obstinado silencio. No en vano decía el general Franco en un discurso pronunciado ante el Consejo Nacional de la Falange el 5 de junio de 1939: “Esto 112 obligó a que nuestra política exterior se caracterizara por su hábil prudencia.”

El antagonismo hacia Francia era general en la opinión afecta al régimen, sin que lo equilibrara, antes al contrario, la actitud de la parte numerosa de España en oposición al régimen. El Cónsul francés en Madrid, monsieur Jacques Pigeonneau, fué objeto de una agresión por parte de unos oficiales del Ejército en un restaurán de Madrid el 9 de julio de 1939. Se reanudaron las fiestas patrióticas del 2 de mayo, en conmemoración del alzamiento de Madrid contra los franceses. Sin embargo, en la reforma del Ministerio que tuvo lugar en 1939, el general Franco confió la cartera de Estado al coronel Beigbeder, hombre de mucha experiencia en política exterior y poco inclinado a someterse a indicaciones de Alemania o de cualquier otro país. Sobrevino entonces la firma del pacto Hitler-Stalin que recibió la España nacionalista con no poco asombro. El Gobierno y el Partido Falangista tuvieron que tragarse este hecho abominable a sus ojos y la prensa falangista —que otra no había— hizo filigranas para servir plato de tan poco gusto a sus lectores. Era difícil que un partido que había anegado en sangre al país so pretexto, y para muchos con motivo sincero, de defenderlo contra el comunismo, se convirtiera de la noche a la mañana en aliado de la Unión Soviética. Cuando comenzaron las hostilidades con el ataque de Alemania a Polonia era, pues, más evidente que nunca que el general Franco permanecería neutral. La actitud fuertemente anti-comunista del país, mucho más fuerte que cualquier conveniencia nazi del momento, se manifestó en la simpatía que la prensa pudo expresar libremente para con Finlandia durante el episodio ruso-finlandés, y los miles de cartas que recibió entonces el ministro de Finlandia en Madrid. La Cruz Roja española envió entonces a la Cruz Roja finlandesa suministros y voluntarios.

Con el derrumbe de Francia en 1940 el muro tras del que quizá había esperado la España nacionalista sacudirse las trabas de sus nuevos amigos se vino abajo. Es seguro que la noticia de la rendición de Francia y de la llegada de los alemanes a Hendaya debió caer en Madrid bastante mal. Las consecuencias de este magno acontecimiento no se hicieron esperar. El 16 de setiembre de 1940 el señor Serrano Suñer llegó a Berlín rodeado de colaboradores económicos, políticos y militares. El jefe de la Falange —pues como tal viajaba— vió al Führer y a von Ribbentrop y declaró que la no beligerancia de España no debía interpretarse como desinterés o indiferencia. Ello no obstante, parece que no se llegó entonces a ningún acuerdo militar concreto. De Berlín fué el señor Serrano Suñer a Munich, y luego a Roma, donde el 19 de octubre tuvo una entrevista con el Duce y con el conde Ciano, a quienes volvió a ver después de la famosa entrevista del Puerto del Brenner entre los dos dictadores (4 de octubre de 1940). El jefe de la Falange española regresó a España sin haber visitado el Vaticano, y el 17 del mismo octubre pasó a ocupar la cartera de Estado, adonde inauguró su mando con una alocución bajo cuya agresividad se ocultaban los temores que abrigaba de que los miembros más competentes del servicio diplomático no viesen con simpatía sus aventuras de aficionado en cosa que debiera ser tan seria como la política extranjera.

La Gran Bretaña había nombrado Embajador en Madrid a Sir Samuel Hoare, al encargarse del poder Mr. Winston Churchill en la hora más sombría para ella y para todo el mundo libre que la segunda guerra mundial conociera. Pero apenas llegado a Madrid el nuevo Embajador, se iniciaba gracias a la derrota de la Luftwaffe por la Royal Air Force una fase nueva de la guerra que iba a permitir al ex ministro de Estado británico dar en Madrid la medida de su paciencia y de su habilidad. España a su vez tuvo que seguir navegando en aguas peligrosas, tanto más cuanto que la guerra se alargaba haciéndose cada vez menos probable el final que a la Falange y a su jefe interesaba para salvar su porvenir.

* * *

Encontróse, pues, España otra vez de hoz y de coz en pleno conflicto de pasiones, altas y bajas, y en el momento en que su mayor deseo era rehacer su vida en paz y tranquilidad. ¿Cuáles eran las ideas fundamentales de los hombres que dirigían sus destinos al comenzar la segunda guerra mundial? Eran estos hombres ante todo nacionalistas, y tal era el calificativo que para sí habían escogido. Su ideal se definía en la divisa: España una, grande y libre. Parece que tenían fe en su propia capacidad para crear una España tal — fe que por cierto los demás españoles no compartían. Numerosas y elocuentes eran las palabras que de su pluma y labios salían para afirmar y reafirmar que había ya terminado el tiempo de las palabras. Pocos y malos eran los hechos a que podían apuntar para demostrar que había llegado el tiempo de los hechos. Intentaban templar la fe de la nación haciendo que volviera su rostro a las glorias del pasado. Fernando e Isabel fueron las figuras nacionales de moda y el yugo y las flechas el símbolo de la Falange — aunque quizá con una interpretación más nueva que histórica de lo que el yugo significaba. La palabra del día era Hispanidad. Este vocablo era un invento de Ramiro de Maeztu, precursor del falangismo y aun quizá del fascismo 113, para designar el espíritu del mundo de habla española interpretado de un modo algo anacrónico y sin tener para nada en cuenta las hondas transformaciones espirituales por que ha pasado este mundo del siglo XVI acá tanto en América como en Europa. El 7 de noviembre de 1941 quedó constituido en el ministerio de Relaciones Exteriores en Madrid el Consejo de la Hispanidad. Estaba compuesto de ciertas figuras españolas del mundo de las artes y las letras, de eclesiásticos, de los Embajadores españoles en las Repúblicas Hispano-Americanas y del Cónsul General de Manila. No parece que le fuera fácil celebrar sesiones con un personal tan disperso. Ni tampoco resultan muy claras las ideas a las que dedicaría su actividad. Mucho se habla de raza, siguiendo una tradición absurda que designa con el nombre de “Día de la Raza” el aniversario del descubrimiento de América por Cristóbal Colón, a pesar de que el vocablo “raza” no puede ser menos apto para designar al descubridor, a lo descubierto o al resultado del descubrimiento 114.

Se puso de moda en Madrid hablar del Imperio español. Moda nada original, Es increíble el daño hecho a todo el mundo por la frase “Imperio Británico”, que en mala hora lanzó Disraeli. Monsieur Daladier inventó hace unos años el Imperio francés y el señor Mussolini soñó con el Imperio italiano hasta que se despertó un día de Gauleiter del partido nazi en Italia. El Imperio español es una invención falangista. Las relaciones de España con América son puramente culturales y literarias, y ni a un falangista se le ocurriría imaginarlas de otro modo. Pero como la mayoría de los jefes del Ejército tienen un pasado marroquí, no deja de influir sobre la política extranjera de la España nacionalista y de sus ambiciones imperiales cierta ambición africana, retornando a la trayectoria natural de la expansión española que torció vigorosamente hacia el oeste el ensueño fantástico de Colón. Vuelve a hablarse del testamento político de Isabel la Católica, y se reclama a Francia el territorio marroquí que con paciencia de notario de aldea fué arrancando a España, trozo a trozo, durante las negociaciones de 1902 a 1912.

Este fondo explica los sucesos de Tánger. En 1940 el coronel Yuste entró en la Ciudad Internacional al mando de tropas españolas de la zona, explicando el acto como debido a las circunstancias excepcionales del momento y afirmando que no iba dirigido contra el régimen vigente en Tánger. Ello no obstante, el 4 de noviembre hizo pública una proclamación anunciando que se encargaba del Gobierno de la ciudad, como delegado del Alto Comisario de España en Marruecos. Simultáneamente quedaron abolidos el Comité de Intervención y la Asamblea, es decir, en su esencia, el régimen internacional de Tánger según los tratados en vigor. El 13 de diciembre los altos funcionarios de la ciudad, cuya nacionalidad era británica, francesa o italiana, cesaron en sus cargos, pasando sus funciones a depender del Alto Comisario de la zona española en Marruecos. Presentó en Madrid Sir Samuel Hoare una protesta del Gobierno británico (15 de diciembre de 1940); y el Gobierno de los Estados Unidos protestó también. Pero el ministro de Estado hizo valer que la actitud de España en Tánger era puramente cosa de derecho natural. Es evidente que el Gobierno español temía o profesaba temer que se le adelantara el Gobierno francés 115. En conferencia celebrada en Madrid por las Cámaras de comercio británica y española de Tánger quedó convenido el 7 de enero de 1941 que se respetarían los intereses financieros y económicos y que seguiría intacto el régimen de cambios.

Pero la peseta quedó adoptada como moneda legal en Tánger.

La opinión británica siguió estos sucesos con no poca inquietud. El 3 de diciembre de 1940, un grupo de camorristas italianos atacó la oficina de correos británica sin provocar reacción alguna por parte de las autoridades españolas de Tánger. Llovía sobre mojado. Dos submarinos italianos que se habían refugiado en el puerto el 3 de noviembre se quedaron hasta el 12 de diciembre, con lo cual se propagaron las dudas sobre el uso que la España nacionalista se proponía hacer o dejar hacer de Tánger en cuanto a la guerra. Los Gobiernos de Inglaterra y Francia entablaron negociaciones que culminaron en un acuerdo provisional (26 de febrero de 1941), por el cual Inglaterra reconocía los derechos especiales de España en Tánger aunque reservando los suyos bajo los tratados en vigor, y el Gobierno español daba seguridades de que no se fortificaría la zona y de que se respetarían los intereses británicos. El 16 de marzo de 1941 el Mendub o Representante del Sultán (de facto, nombrado por Francia) fué expulsado del poder y de su residencia. Esta residencia, que antes de la guerra pasada había sido Consulado General de Alemania, volvió a su uso primitivo.

El episodio de Tánger se interpretó en el extranjero como una de tantas intrigas de Alemania para poner pie en el Estrecho y en el norte de África. Es más que probable que así se interpretaba también en Berlín. Pero en España, cuyos lazos con Tánger son seculares, se veía de un modo muy distinto y habría error en imaginar que la opinión pública le era tan contraria como lo fué en cuanto a otros actos de los generales “marroquíes” que llevaban entonces la política extranjera del país.

Viene después como rasgo importante de la política extranjera nacionalista su anti-comunismo. La firma española al Pacto anti-Comintern se estampó con toda sinceridad y con olvido ingenuo o ignorancia aldeana del cínico oportunismo con que nazis y fascistas habían echado mano de aquel instrumento para sus intrigas internacionales. En su visita a Berlín en noviembre de 1940, pudo gustar el señor Serrano Suñer viandas y champagne de lo que le había sobrado a Herr von Ribbentrop del almuerzo ofrecido días antes al señor Molotov. Ello no obstante, los vencedores mandaban, aunque ha de apuntarse al crédito del general Franco el que, al menos hasta fines de 1941, había conseguido no ir a ninguna de las dos capitales del Eje a pesar de que parecía obligado a ello y de que es probable que se le haya pedido. El Caudillo se entrevistó con el Führer el 23 de octubre de 1940 en la frontera francesa, de modo que hizo mucho más camino el alemán que el español; es más, hizo el alemán el camino más largo que para ver a quienquiera que fuera emprendió jamás el Führer; y aunque la visita tuvo lugar después de una estancia de tres días que hizo Himmler en Madrid, y aunque tanto von Ribbentrop como el señor Serrano Suñer se hallaron presentes, no produjo resultado concreto alguno. El Caudillo acudió hasta Bordighera para entrevistarse con el Duce en febrero de 1941, con no poca generosidad por su parte, ya que entonces se le habían secado sus efímeros laureles al César romano al viento devastador de la ofensiva del general Wavell.

La agresión a Rusia lanzada por Hitler el 22 de julio de 1941 facilitó en sumo grado la postura internacional del general Franco. Los éxitos dramáticos que los alemanes alcanzaron en la primera época de su campaña rusa dieron lugar a numerosas manifestaciones germanófilas en la prensa falangista y aun en las autoridades del régimen, sin excluir al propio Caudillo que en esta ocasión parece haber olvidado su galaica cautela. El 17 de julio de 1941, con motivo del quinto aniversario de la sublevación contra la República, el general Franco pronunció ante las representaciones de la Falange un discurso de tonos agresivos tanto para los de dentro como para los de fuera. Amenazó a todos los enemigos internos, ya de los que llamaba rojos materialistas, o frívola burguesía o aristócratas de influencia extranjera, en términos de la mayor energía, dirigiéndose también con energía no menor a las plutocracias, como en la jerga falangista se volvió a llamar a las democracias siempre que hubo que enfrentarse con ellas. Después de afirmar que la primera batalla del nuevo orden se había dado en España, manía, como se ve, de ambos bandos de la Guerra Civil, atacó a los Estados Unidos por su intención de entrar en la guerra y aseguró paladinamente que los aliados habían perdido la guerra, lo que sin duda creía entonces de buena fe, terminando con una declaración de solidaridad para con el Ejército alemán.

El 25 de noviembre de 1941, el señor Serrano Suñer se halló presente a una reunión de las potencias del pacto anti-Comintern que se celebró en Berlín. Tratábase de una conferencia por decirlo así de consuelo en lugar de la grandiosa conferencia del Orden Nuevo que Hitler había soñado convocar en Viena o en Moscú después de la toma de la capital bolchevique. El señor Serrano Suñer volvió a afirmar en Berlín que España había dado la primera batalla del nuevo orden, quizá con el objeto de limitar a una división simbólica, la llamada División Azul de llamados voluntarios, la colaboración de España a la llamada Cruzada. Los alemanes mandaron a esta División al frente de Leningrado en lo más inclemente de un invierno ruso, con lo cual se perdieron más de la mitad de los españoles sacrificados por la Falange donde no tenían nada que hacer.

Pero no fué sólo éste el apoyo en hombres que la España Nacionalista prestó a Alemania. El señor Merino, secretario general de las organizaciones falangistas de trabajo, fué a Berlín en mayo de 1941 para negociar un tratado de intercambio de productores y trabajadores, eufemismo para ocultar la recluta de mano de obra para Alemania. El tratado quedó firmado el 25 de agosto e inmediatamente dió comienzo la absorción de obreros especializados o no con objeto de alimentar el apetito humano del moloch alemán. La declaración de guerra a Rusia había producido gran entusiasmo en el señor Serrano Suñer. En cuanto a su pariente y Caudillo, es más probable que viera en ella la salvación de España desde un ángulo distinto; ya que en efecto se vió el caso paradójico de que el general Franco, campeón del anti-comunismo, se encontró deber a la Unión Soviética el inmenso favor de hallarse libre de la amenaza de una invasión alemana que sobre él pesa. La vida se goza en estas picantes ironías. Sin duda para celebrar tan complejas alegrías, atacaron heroicamente las ventanas de Sir Samuel Hoare, embajador inglés en Madrid, unos falangistas apoyados por baterías de fotógrafos alemanes (24 de junio de 1941). Dadas las explicaciones de rigor al Gobierno británico, el señor Serrano Suñer volvió a manifestarse con estridencia del lado nazi-fascista, declarando a un corresponsal del Messaggero a fines de julio que España no podría permanecer indiferente ante una ocupación angloamericana de las Azores y de Cabo Verde y aventurándose a profetizar que Irlanda, Francia y Portugal tendrían que entrar en guerra contra Inglaterra.

Era, pues, evidente que en la orquesta del general Franco, su allegado y colaborador estaba encargado del bombo del Eje. Es posible que el director de orquesta fingiera no oír tan ruidoso instrumento, pero también pudiera ser que le gustara el ruido. Sea de ello lo que fuere, consta que el señor Serrano Suñer como ministro de Relaciones Exteriores de España y jefe de los Servicios de Propaganda interior y exterior, puso la prensa, la radio y la propaganda a disposición del Eje, dió más que generosa hospitalidad a los agentes italianos y alemanes en España y llegó hasta a poner el delicado mecanismo de la diplomacia española al servicio de sus amigos del Eje, cuya representación fué asumiendo en los países con quienes los agresores del mundo entero iban rompiendo relaciones. Así se llevó a la diplomacia española y al Estado español a la situación más que anormal (sobre todo teniendo en cuenta la campaña pro-Hispanidad) de tener que representar al Eje en numerosos países de habla española que habían roto relaciones con Italia y con Alemania; de modo que así vino España, al menos la España oficial del día, a figurar en países de su habla y lengua como el único amigo de sus enemigos.

Es apenas necesario subrayar lo descabellado de esta política. Con ella se daban armas de indudable valor a aquellos elementos que en los países anglo-sajones y sobre todo en los Estados Unidos se han propuesto siempre combatir la influencia española en Hispano-América, desalentando a otros elementos, más fuertes y cultos, que apoyan las buenas relaciones culturales entre España y todo el continente americano, norte o sur. La política falangista ha tendido a hacer que en América, norte y sur, se identifique con excesiva frecuencia todo lo reaccionario, brutal y aun criminal del Eje con el nombre de España. Esta es la mayor responsabilidad y la más grave quizá de las contraídas en política extranjera por este régimen híbrido e indefinible que por fuerza hay que llamar franquista.

Al final del año vino a agravarse todavía más la situación con la entrada en guerra del Japón y la declaración de guerra de Alemania a los Estados Unidos. El 19 de diciembre, el general Franco promulgó un decreto declarando a España no beligerante en la nueva lucha. No se mencionaba para nada a la neutralidad, y la distinción parece haber sido deliberada y sustancial. En este período se produjeron ciertos misteriosos torpedeos de barcos portugueses y españoles y en circunstancias asaz curiosas en la costa de Levante, cerca de Cartagena. Surgió la sospecha de que el Eje preparaba un ataque a Gibraltar o al África del norte pasando por España. Pero el año terminó sin que hubiera ocurrido nada de lo que se temía. Desde una España todavía neutral, el general Franco veía cómo el Ejército alemán con su División Azul iba poco a poco pereciendo en el hielo del invierno ruso, cómo los japoneses se encarnizaban en Manila pulverizando los monumentos seculares que allí había dejado la hispanidad y cómo el continente americano iba gradualmente pronunciándose contra sus aliados japoneses y alemanes, mientras el Duce, modelo del señor Serrano Suñer, caía en la impotencia más trágica que registra la Historia.

 

 

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