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CUENTA ATRÁS

No quedaba otra: tenían cinco minutos para buscar los objetos que encajaran allí. Parecía sencillo, pero el tiempo apremiaba y no podían perder ni un segundo.

—Tenemos que dividirnos o nos volveremos locos dando vueltas —dijo Jasper en tono apremiante. Iban muy justos de tiempo—. Hay que buscar siete objetos que tengan relación con las pociones.

—Sí —lo apoyó Shibani, lista para aprovechar los últimos minutos de juego—. Y si os fijáis, no siempre hay que buscar lo mismo: en los huecos uno, tres, cuatro, cinco y seis solo parece necesario colocar la base de la poción… Pero los frascos del dos y siete van tumbados, ¿no?

Los cinco asintieron y, deseosos de no perder más tiempo, salieron corriendo de las mazmorras y subieron las escaleras a toda prisa, atravesando de nuevo los barrotes doblados.

Connie optó por ir por su cuenta al aula de pociones, con independencia de lo que hiciera el resto. Tenía grabadas en la mente todas las figuras que tenía que encontrar. Como había algunas más comunes que otras, se concentró en los frascos: uno de cuello largo y redondo, otro triangular. Revisó los pupitres hasta dar con algunos que se parecían bastante al frasco del segundo hueco y cogió más de cinco recipientes distintos, llenos de líquidos de diversos colores y etiquetados con palabras en latín, y se dirigió a la mesa del profesor de pociones para asegurarse de que ahí no había nada más.

En cuanto terminó la inspección, echó a correr con cuidado de no tirar los frascos por el camino, sobre todo al atravesar los barrotes. Si antes le ponía nerviosa bajar por aquellas escaleras, ahora lo hacía con impaciencia y ganas de salir de ahí cuanto antes. Llegó a las mazmorras, donde no había nadie más, y se dirigió a la mesa. Probó todos los viales, convencida de que alguno de ellos sería el indicado… Y ninguno encajó.

—No puede ser —murmuró con frustración.

¿Qué había pasado por alto? No había visto más frascos que esos y no solo tenía que colocar uno, sino dos. Pero tampoco había encontrado ninguno triangular.

El sonido de unas pisadas en los peldaños la distrajo.

—Traigo varios libros —dijo Cédric, cargado con cuatro tomos bajo cada brazo para que no se le cayeran.

Se acercó a la mesa, junto a ella, y comenzó a colocarlos en el cuarto hueco. Todos los libros estaban relacionados con las pociones. Cuando colocó el tercero, que encajó perfectamente, no se oyó ningún ruido y siguió probando con los siguientes. Al sexto intento, uno con una poción en un caldero oscuro en la portada encajó y provocó una especie de chasquido. Había encontrado el primer objeto.

—¡Genial, Cédric! —le animó su amiga con una amplia sonrisa.

Él asintió distraído y en ese momento se fijó en los frascos que reposaban sobre la mesa, a un lado.

—¿No han funcionado? —le preguntó.

Ella negó con la cabeza, cabizbaja.

—Y supongo que no habría más frascos…

—No con esta forma —le dijo ella, encogiéndose de hombros.

Entretanto, Shibani buscaba un objeto circular que pudiera corresponder al primer hueco. Debía ser redondo, grande y estar relacionado con una poción… Mientras recorría los pasillos, su mente la llevó al tercer objeto, el pentagonal. Recordaba haber visto algo con esa forma en alguna parte, pero… ¿dónde?

Entonces cayó en la cuenta: las figuritas de bronce que habían utilizado en la sala de la cabina telefónica. Si Jasper estuviera allí, le habría dicho con su tozudez habitual que cada objeto se utilizaba solo una vez y no servía para nada más, que no perdiera tiempo, y además le habría insistido en que la puerta que daba al vestíbulo estaba cerrada; como de costumbre, se habría equivocado. Echó a correr hacia allí, con el corazón palpitante.

La entrada volvía a estar abierta. Miró las figuras y agarró una con la mano derecha y la giró para ver la base: era un pentágono.

No tuvo que pensar mucho para recordar que una de ellas era de una persona sosteniendo el vial de una poción. La cambió por la que tenía en la mano y salió disparada hacia las mazmorras, lista para añadir el siguiente objeto, cuando se topó con algo por el camino que le hizo abrir mucho los ojos: el caldero que habían utilizado para verter la poción de los barrotes. Nerviosa, insegura sobre si la base coincidiría con el primer hueco, lo cogió con la mano que tenía libre y lo pasó por el agujero de los barrotes antes de atravesarlos ella.

Descendió las escaleras atropelladamente y, bajo la atenta mirada de Connie y Cédric, comprobó que el caldero encajaba.

—¿Funciona? —preguntó él.

La mesa respondió por ella: emitió el sonido que significaba que era incorrecto. Lo levantaron, revisando si habían pasado algo por alto. Ese hueco era el más grande junto con el cuarto, que ya estaba ocupado con el libro. Cédric intentó pensar en otra forma de colocarlo, pero no se le ocurría nada: si había algo relacionado con las pociones, desde luego tenía que ser eso. Además, encajaba perfectamente, de manera que tendrían que estar pasando algo por alto…

Miró el recipiente y pensó en ponerlo bocabajo para ver si encajaría de aquella manera… y entonces cayó en la cuenta.

—¡Es por el peso! Hay que vaciarlo.

Vertió su contenido en una esquina y, cuando el caldero quedó totalmente limpio, lo recolocó en su sitio. Acto seguido, un chasquido les indicó que ya habían conseguido el segundo objeto y, al dejar la estatua de bronce sobre la base pentagonal, celebraron el tercero.

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