Erika

Erika


TRES

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TRES

 

Erik observó durante la cena cómo se comportaba aquél hombre frente a su hija, aunque lo más llamativo era que, su charlatana hija que siempre tenía algo que decir, no abriera la boca, y, prácticamente no levantara los ojos del plato. Erik, al ver cómo se comportaban,        terminó lo antes posible de comer, y, en cuanto vio que su invitado hizo lo mismo, le invitó a acompañarle al salón de la familia. Decidió tener lo antes posible esa conversación, no esperaría al día siguiente. Hrolf se levantó, serio, y se quedó un momento, en silencio, mirando a Erika que también le miraba, totalmente ruborizada.

—Muchas gracias por la cena, ha sido un placer conoceros —Pareció esforzarse por ser educado. Yvette agradeció las palabras, ya que Erika no parecía capaz. El hombre finalmente siguió a Erik. Yvette se volvió hacia su hija, en cuanto supo que no la escucharían:

—Pero ¿qué te pasa?, estás acostumbrada a los invitados, nunca te había visto quedarte así— Su hija se encogió de hombros, mientras observaba marchar a aquél extraño. Su madre tenía razón, pero no iba a decirle que no había podido apartar la vista de él, desde que le había visto.  Era como si su mirada, cuando estaba fija en ella, la calentara por dentro. Yvette le sujetó la mano, cuando miró por qué, se dio cuenta de que había estado deshaciendo, inconscientemente, su trozo de pan.

—¿Quién es, madre? —necesitaba saber, le gustaría que ya hubiera vuelto. Entonces intentaría hablar con él y no quedarse muda y avergonzada como antes.

—No lo sé —se encogió de hombros—, hasta hoy no le habíamos visto nunca —Erika volvió a mirar hacia la entrada de la sala, esperando su vuelta.

Erik le ofreció una copa de hidromiel y le invitó a sentarse frente al fuego, a su lado. Esa sala, más pequeña que la comunal donde habían estado cenando, era donde solía comer y pasar los ratos libres la familia, jugando al Halatafi, leyendo, o simplemente charlando.

Prefería hablar con él a solas, para poder evaluarlo bien, era un buen juez y solía saber si le mentían o no, rápidamente. Hrolf bebió un poco, y le miró de frente con osadía, como él hubiera hecho en su situación con bastantes años menos.

—Hemos venido a verte, porque eres el único berserker, que sepamos, que está vivo con tu edad, y que además lleva una vida normal. En nuestro asentamiento, todos los que ha habido desde que tengo memoria, han muerto locos, o les hemos tenido que matar como a animales rabiosos —se calló, observando la copa, intentando explicar lo que le carcomía el alma —hace unos días, vi morir a mi hermano pequeño, a manos de mis propios hombres. Se había transformado, y había matado a varios de nuestros guerreros —le miró de frente —mi hermano era un hombre bueno, amable, siempre sonriente, pero me dijo que hacía tiempo que notaba avanzar la oscuridad en su interior. Yo también comienzo a sentirla —Erik veía un berserker excepcionalmente fuerte en aquél hombre.

—Siempre hemos oído que es una maldición, y que no podemos hacer nada contra ella, pero un comerciante que vino a mi granja a vender pieles de foca hace unas semanas, nos habló de ti. Se llama Gerd, nos dijo que vino con tu grupo desde Noruega, y que habías conseguido vencer a la bestia, y vivir feliz con tu familia —miró a Erik con el ceño fruncido, intentando adivinar si le diría la verdad o no.

—Poco después de la muerte de Beothuk, cuando vi al rey, me habló de ti, dijo que te conocía. Él nos dijo dónde vivías exactamente —Erik sonrió.

—Sí, nos conocemos, para ser rey, no es demasiado malo, nos hemos hecho algunos favores —Hrolf asintió y volvió a beber.

—Tenía que saber si era verdad, no solo por mí. Le juré a mi hermano, que haría todo lo posible por tener una vida normal —le miró con fiereza, esperando su respuesta, pero desconfiando, Erik conocía esa sensación. La desconfianza, hacia todos y hacia todo, era algo que acompañaba al berserker.

—Y quieres saber cuál es el secreto —vació su vaso y se lo quedó mirando con una sonrisa irónica.

—Sí, mis tres amigos también son berserkers. Decidieron acompañarme, si existe alguna manera de dominar el espíritu que llevamos dentro, necesitamos que nos lo digas.

Volvió a observarle durante unos momentos, nadie, que no fuera su familia, sabía exactamente lo ocurrido. Por supuesto, los que le conocían de tantos años sabían lo que era y que vivía como un hombre normal, pero nada más. Sus hijos, también eran berserkers, alguno más precoz que los otros, por lo que les había explicado lo que les iba a ocurrir, y cómo combatirlo. Observó atentamente a Hrolf, tenía la mandíbula cuadrada, el pelo peinado con trenzas, y una mirada azul hielo, aunque, ahora mismo, no veía ningún signo del berserker. Finalmente, pensó cuánto hubiera agradecido, que alguien le hubiera explicado lo que tuvo que aprender por sí solo. Además de que, por sus propios motivos, se alegraba de que hubiera aparecido en este momento, en su casa.

—Eres el primero, que no es de mi familia, que me pregunta cómo lo he conseguido. Lo cierto es que, desde que dejé mis correrías para conseguir riquezas o mujeres para el asentamiento, no había vuelto a encontrar más berserkers.

—Excepto tus hijos —Erik le miró sorprendido, y se irguió en la silla. No se había dado cuenta de que lo hubiera notado. Pero asintió, sus hijos eran su orgullo, nada que procediera de ellos era motivo de vergüenza, y menos que fueran berserkers como él. Comenzó su historia:

 

—Hace veinte años, vine a esta tierra, y me acompañaron cien personas procedentes de Noruega. Allí, los dos últimos años, habían muerto muchos de hambre, el clima había cambiado, y los cultivos no eran suficientes para todos. Decidí dirigirme a otras tierras, y, por casualidad, descubrimos ésta. Pero la mayor parte de los que vinimos, éramos hombres, faltaban muchas mujeres, lo que hacía que tuviéramos muchos problemas entre nosotros —suspiró recordando las peleas salvajes en las que tenía que mediar, en ocasiones entre hermanos, por la misma mujer.

—Unos meses después de establecernos, decidimos hacer una incursión en Islandia, habíamos oído que había varios asentamientos allí. La mayor parte eran granjeros, no había soldados, y me habían dicho que había muchas mujeres, solteras y viudas —miró el fuego, recordando.

—Hacía tiempo, antes de salir de Noruega, que yo sentía la oscuridad ocupando poco a poco mi corazón. Seguro que sabes a qué me refiero —Hrolf, después de dudar un momento, asintió —Desde pequeño, no recordaba haber sentido cariño por nadie. Solo era capaz de sentir odio y furia, una furia tan intensa que creía, a veces, que me consumiría, y deseo por supuesto. No recuerdo ninguna otra emoción que sintiera por otro ser humano. Nunca —Hrolf asintió reconociendo sus propios sentimientos. Excepto por su hermano, nunca había sentido nada por nadie, exceptuando los sentimientos que su anfitrión había nombrado.

—Viajé con dos drakkars, íbamos veinte hombres en total, entre ellos mi hermanastro Ingvarr. Nunca nos habíamos llevado bien, pero insistió en venir desde Noruega, nunca supe por qué —Erik, recordando lo ocurrido después, torció el gesto. Volvió a mirar Hrolf, permanecía atento a cada palabra —a pesar de que le había prohibido salir del barco en Islandia, lo hizo y secuestró a una mujer. Cuando volvió la traía con él, discutimos, y me quedé con la mujer, como castigo. Ni siquiera la miré, hasta después en el camarote. Esto provocó más problemas con Ingvarr, pero yo estaba acostumbrado a tenerlos, así que no me iba a echar para atrás. Necesitaba un escarmiento.

—Cuando pude mirarla tranquilamente, a solas, sentí algo que no había sentido nunca. Era como si el berserker se hubiera tranquilizado, siempre me había parecido que estaba sufriendo, como si gritara de dolor, hasta ese momento —Hrolf sintió un escalofrío porque lo que estaba contando, era lo mismo que había sentido un rato antes en el salón —yo sentía la oscuridad cada vez más cerca, hasta que me uní completamente a ella. Era Yvette, mi esposa —como estaba mirándole fijamente, notó cómo Hrolf se estremeció al escucharle. Asintió —mi mujer estaba destinada a mí, si no la hubiera encontrado mi bestia no se hubiera calmado, y me hubiera vuelto loco como los demás.

—¿Quieres decir, que, si te unes a una mujer, es la solución? —Erik negó con la cabeza, antes de que terminara de hablar.

—No, no cualquier mujer. Solo hay una para cada uno. Yo había tenido muchas mujeres en mi cama. Pero supe, nada más verla, que era mía por destino. Era la Única para mí.

—¿Ella sintió lo mismo? —Erik sonrió divertido.

—No, tuve que convencerla, y a la vez controlar al berserker para que no la asustara, pero al principio es muy difícil. Sientes una pasión inigualable, cuando van pasando los años se calma un poco, pero nunca desaparece, a pesar de la edad. Cuando llegan los hijos, es como si el círculo se cerrara.

—Comprendo. Entonces, ¿me recomiendas que, si la encuentro, la rapte como hiciste tú? —Erik le echó una mirada larga antes de contestar, valorando la pregunta.

—Primero, te recomiendo que ella esté de acuerdo, pero, si no es así, y no tienes más remedio, haz lo que sea necesario. Claro que va a depender de que tenga familia o no —le miró astutamente —¿Por qué lo dices? ¿tienes a alguien en mente?

Hrolf se calló, sabía que no podía decir lo que pensaba, su anfitrión había sido demasiado amable, y se preguntó la razón. Tenía la sensación de que sabía lo que había sentido, nada más ver a su hija.

—Deberíamos volver a la fiesta. Ya te he dicho que estamos celebrando el compromiso de mi hija.

Hrolf se puso en pie, deseando volver a verla, seguramente lo que había sentido, era porque había estado mucho tiempo sin una mujer.

Volvieron al salón a tiempo de ver cómo se apartaban las mesas y los bancos de madera, para colocarlos pegados a las paredes, dejando un gran espacio en el centro, alrededor de la hoguera, para poder cantar y bailar. Cuando los invitados le vieron volver, Jensen a la cabeza, propusieron un brindis por el generoso anfitrión. Con lo contentos que estaban todos, seguro que ya habían brindado por los novios en varias ocasiones.

El siguiente brindis fue por un año de buenas cosechas, y por la paz. Luego, sobre todo los más jóvenes, insistieron para que comenzara el baile, Hrolf le hizo una seña a Erik, para decirle que iba a juntarse con sus amigos, él asintió sonriente y se dirigió hacia Yvette que le miraba muy seria, todavía sentada en su mesa. Al estar encima de una plataforma al final del salón, no estorbaba a los bailarines. Se sentó junto a ella, y esperó a que hablara, pero ella seguía mirando el baile, sin hacerle caso. Él frunció el ceño, hacía tiempo que su mujer no se enfadaba con él, no creía haber hecho nada, últimamente, para merecerlo. Tomó su mano y le susurró:

—¿Qué ocurre Yvette? —ella le miró con los ojos casi negros, cuando cambiaban a ese color, era mejor estar seguro de que tú no eras el culpable.

—Sé lo que estás tramando, y no me lo puedo creer —la miró asombrado.

—No sé a qué te refieres.

—Seguro que no —murmuró algo entre dientes, pero no alcanzó a escucharla —estoy muy disgustada contigo Erik, me iría a dormir, pero es la fiesta de nuestra hija —Erik soltó su mano, mirándola con el ceño fruncido.

—No sé qué te pasa esta noche mujer —gruñó malhumorado. Ella le echó una mirada, y miró luego a su alrededor, para estar segura de que nadie podía escucharla.

—¡Jura, por mi vida, que no estás tramando algo con el invitado, para conseguir romper el compromiso de tu hija! —se pegó a su cara, retadora. Aunque susurraba para que, solo él la escuchara, fue como si sacara la espada y le invitara a luchar. Tuvo que morderse la lengua, para no contestarle lo primero que le vino a la cabeza. Intentó tranquilizarla.

—No sé de dónde…

—¡Te he pedido que lo jures por mi vida!, te conozco como a mí misma, sé lo que pensaste nada más verle. No te ha gustado nunca Siward —la miró con el ceño fruncido, comenzando a enfadarse, aunque todo era verdad. Ella sabía que nunca juraría por su vida, para él era lo más precioso del mundo.

—¡Está bien!¡maldita sea!, pero no hemos estado tramando nada —susurró —es un berserker, y quería saber qué tenía que hacer para poder controlar a la bestia.

—¡No se lo habrás dicho! —ella le miraba como si hubiera cometido algún delito, digno de que le juzgaran en el Ping, las reuniones para juzgar a los delincuentes.

—Claro que sí, ¡no he podido hacer otra cosa!, es una crueldad dejar que cuatro jóvenes no tengan la oportunidad de vivir en paz, que mueran todos jóvenes, como animales.

—¿Los cuatro son berserkers? —atisbó por encima de los bailarines intentando ver a los cuatro extranjeros, pero le parecieron normales. Miró a sus propios hijos, por los que estaba sumamente preocupada, aunque todavía no habían dado signos de furia desatada. 

—Sí, tuvieron que matar hace poco a su propio hermano, se volvió loco y mató a varios de sus compañeros —Yvette le miró pálida.

  —Pero Erika, mi niña —se quejó sin poder continuar la frase, fruto de la emoción. Su mujer era demasiado lista, le cogió la mano, y, en esta ocasión, ella no se resistió —no le conocemos de nada, y vive tan lejos. Erik, por favor, ya está comprometida.

—Lo sé, solo te pido que le conozcamos, veamos lo que ocurre. Yo tampoco quiero que se vaya tan lejos, Pero ya sabes lo que opino de Siward, sabes que nunca será feliz. Ese hombre no es para ella, sin embargo, Hrolf y ella no han podido dejar de mirarse

—Lo sé Erik —apretó su mano, ese compromiso había provocado muchas discusiones entre los dos. Ella se había puesto a favor de su hija, y había peleado porque accediera, incluso su hija les había amenazado con fugarse si no aceptaban, aunque le hubiera destrozado el corazón. En el fondo, siempre había pensado que Erik no quería que su hijita se fuera de casa, no importaba con qué hombre, pero, era posible que se hubiera equivocado, apoyando el compromiso. Lo había pensado en cuanto vio cómo se miraban su hija y el extranjero.

—Gunnar opina lo mismo que tú —su hijo el pequeño, nunca se equivocaba al valorar a las personas. Al escucharlo, Erik asintió, se fiaba mucho del criterio de su hijo. Hizo un gesto a Jensen para que se acercara, que estaba en una mesa cercana, con su familia. Cuando estuvo a su lado, le dijo, al oído:

—Dile a Gunnar que venga, tengo que hablar con él, él solo Jensen, si te preguntan los demás, diles que es sobre unas runas —como Gunnar echaba las runas, y a ningún otro le interesaban, lo normal era que perdieran el interés.

Observó mientras, a su hija bailar con su novio. Siward siempre había sido amigo de sus hijos, jugaban todos juntos desde niños.

—Dime padre —observó a su hijo, era el más pequeño de todos, y el único de los varones moreno, y con los ojos de su madre. Era llamado el lobo, por toda la región, al parecer por su fiereza, sin embargo, no había hijo más cariñoso para su madre y su hermana que él. Y más protector para su familia.

—Me he enterado que no te gusta el compromiso de tu hermana, dime por qué —le hizo sentarse. Su hijo miró a su madre como si fuera casualmente, pero ella le hizo un gesto con la cabeza para indicarle que hablara libremente. Él se encogió de hombros, en un gesto que recordaba a Yvette.

—No lo sé, cuando les veo juntos, es como si fuera otro hermano para ella, no creo que se quieran. Se llevan muy bien, pero nada más. Quizás sea suficiente para ellos.

—Te entiendo hijo. ¿Crees que tu hermana sabe, de verdad, lo que está haciendo? —Gunnar desvió la vista hacia su hermana, todavía bailando con Siward.

—Erika es demasiado buena, él ha insistido mucho, más que ninguno de los otros pretendientes. Como sabía que vosotros no queríais que se fuera lejos, y ella tampoco quería irse, ha accedido al compromiso, pero creo que es un error —por un momento pareció indeciso sobre si continuar —creo que también, la familia de Siward le ha empujado a pedir la mano de Erika, querían emparentar con la nuestra. Un día le escuché hablar con sus padres, y me pareció que estaban más interesados ellos que él, en la boda.

Yvette y Erik tenían la misma cara de asombro ante la idea de que Erika se estuviera metiendo en la boca del lobo, por culpa de ellos. Era cierto que la granja de los padres de Siward, era una de las más cercanas, y, podría venir a verlos cuando quisiera. O ellos a ella, pero nunca se hubieran imaginado, que no había ningún sentimiento hacia su novio por su parte ni de él hacia ella. Así era como se hacían las cosas en su comunidad, pero no en su casa. Desde pequeños, les habían animado a que eligieran a sus parejas guiados por el corazón. Precisamente Erika, siempre había fantaseado con enamorarse de un hombre y casarse con él, para tener muchos hijos.

—Está bien hijo, muchas gracias por tu sinceridad, vuelve con tus hermanos —su madre le puso la mejilla, y su hijo le dio un beso, antes de volver a la mesa más escandalosa de todas.

Cuando se fue, los dos se miraron aturdidos, cogiéndose nuevamente de la mano.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —Erik acercó su mano a la boca, para besar su dorso, y miró fijamente al extranjero que le recordaba tanto a él de joven.

Era posible que los dioses le hubieran mandado una señal.

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