Erika

Erika


OCHO

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OCHO

 

 

Las jornadas transcurrían deprisa. Cuando se levantaba, Hrolf le hacía estar en cubierta un par de horas, para tomar el aire. A pesar de todo, tenía mala cara, estaba muy pálida. Ella sabía por qué, no comía nada. Lo que comían los demás, carne y pescado en salazón, no conseguía retenerlo en el estómago. Le daban arcadas solo al olerlo, así que prácticamente estaba viviendo de agua. Ninguno de ellos parecía haberse dado cuenta, tres veces al día, Hrolf comía junto a ella un trozo de pescado o de carne y le daba a ella otro.  Erika aparentaba masticarlo hasta que, él se levantaba para ayudar en el barco. Ella, después, guardaba todos los trozos en el arcón, bajo las ropas de él.

Llevaban ya cuatro días de viaje, y por lo que les había oído hablar, quedaban otros dos, ya que el viento estaba siendo muy favorable, y tardarían un día menos de lo esperado.

Bjarni era el más agradable de todos los que viajaban en el barco con ella. Cuando la veía paseando o sentada en el banco, siempre se acercaba a saludar, a pesar de que Hrolf siempre le llamaba, o le regañaba directamente, porque no quería verle cerca de Erika.

Por las noches, prácticamente no la dejaba dormir, era incansable, la buscaba todas las noches tres y cuatro veces. Ella dormía por la mañana hasta el mediodía, agotada. Entre las noches y la falta de alimento, estaba siempre cansada.

Se acababa de levantar, y se había lavado con el agua de la palangana, Hrolf se encargaba de bajarle todos los días una jarra de agua limpia. Ya vestida, había subido y se había sentado en el banco detrás de Hrolf, observando sus espaldas. Él le había dirigido una mirada larga cuando había subido, y luego había seguido con el timón. Bjarni, ajeno a la mirada de su amigo, se acercó a ella, observando su rostro.

—¡Buenos días hermosa Erika! —ignoró el gruñido de Hrolf —¿cómo te encuentras esta mañana?

—Bien, gracias —susurró, en realidad se sentía bastante débil. Decidió irse al camarote de nuevo. Sentía ganas de vomitar, como si hubiera comido y le hubiera sentado mal —creo que voy a bajar otra vez —se levantó con esfuerzo, Hrolf se volvió hacia ella con el ceño fruncido, escuchaba la debilidad en su voz. Ella rio por lo bajo, como si estuviera borracha, todo se movía ante ella, como si bailase. Entonces, se desmayó.

La bajó en brazos al camarote, en ese momento, al cargarla en sus brazos de nuevo, fue consciente de que estaba más delgada. Todas las noches la hacía suya en la cama sin descanso, intentando marcar su alma para que supiera que le pertenecía, pero en esos momentos, el berserker le poseía casi totalmente y no veía nada más allá de su instinto animal. Pero ahora, preocupado por el desmayo, fue consciente de la delicadeza y fragilidad de su cuerpo. La tumbó en el camastro, Bjarni había bajado con él, y merodeaba por la habitación,

—Tiene muchas ojeras, ¿no te has fijado?, y está muy blanca, además juraría que está más delgada. ¿Está comiendo bien Hrolf? —iba a asentir, cuando se dio cuenta de que no la había visto, en realidad, comerse un trozo de carne, ni de pescado entero.

—No lo sé —gruñó furioso consigo mismo —pero no sé qué iba a hacer con la comida, si la hubiera tirado por la borda, alguno la habríamos visto hacerlo. Miró a su alrededor, y su vista cayó sobre el saco donde estaba su ropa, lo vació sobre la cama. Allí sólo había ropa. Bjarni le llamó y levantó la vista, estaba arrodillado frente al arcón abierto. En el fondo estaba todo lo que no había comido durante cinco días. Su corazón se encogió al pensar que podría morir, eso no podía ocurrir. Fue hacia la cama, y se arrodilló ante ella, frotándole las manos con las suyas, llamándola. Escuchó su corazón, latía, si no, el suyo dejaría de hacerlo.

—Debe estar muy débil —Bjarni parecía preocupado. Estaba pensando que, viendo los ojos de su amigo, si algo le pasara a ella, no podrían rescatarle de la locura.

—Bjarni, despliega las velas totalmente, y remad si el viento no es suficiente, quiero llegar lo antes posible a casa. Tendrá que atenderla Gida.

—¿Estás seguro? —Hrolf le miró con los ojos ya totalmente fluorescentes

—¿Qué quieres decir?

—No hay que ser muy listo para saber cómo reaccionará Gida, cuando vea a Erika, tendremos suerte si no la asesina.

—La mentiré, diré que es una esclava hija de un enemigo. Cuando se cure, le diré la verdad, que es mi compañera.

—¿Serás capaz de seguir acostándote con ella estando allí Erika?, porque ya sabes que Gida no admitirá otra cosa.

—Lo sé —miró a la joven y frágil mujer que, en tan pocos días, se había transformado en su vida —sería capaz de cualquier cosa por ella. Tocó su frente, estaba fría, tomó sus manos entre las suyas para calentarlas —haré lo que haga falta para que se recupere. Bjarni le miró compasivo, su amigo no era consciente del peligro en el que iba a poner a aquella joven por la que suspiraba.

 

Dejaron el barco en la playa de su granja y subieron el camino que llevaba a los campos. Iban todos en silencio, Erika se había despertado un par de veces, y solo había bebido agua. Hrolf andaba casi corriendo, hasta que llegaron a la casa grande. Algunos sirvientes les rodeaban mirando a Erika, eso hizo que él se revolviera:

—¿No tenéis nada que hacer? —le parecía que estaba perdiendo la razón. Desde que se había desmayado, él no había sido capaz de comer ni de dormir. Entró en la casa, Gida venía corriendo por el largo pasillo, pero dejó de hacerlo cuando vio que llevaba otra mujer en brazos. Se paró frente a él, desconfiada, puso las manos en las caderas, dispuesta a montar un escándalo:

—¿Quién es esa niña? —Hrolf no la contestó, sabía que su intención era insultarla. A pesar de que, Gida medía prácticamente lo mismo que él, y Erika era mucho más pequeña, se veía que era una mujer.

—Es una esclava, espero cobrar un rescate por ella, así que nadie la puede castigar, excepto yo, ¿de acuerdo? —conocía la crueldad de Gida, la miró a los ojos y ella asintió lamiéndose los labios. Algo dentro de él se retorció al pensar en acostarse con ella, como si sintiera asco. Pero haría lo que fuera, porque ella se pusiera bien.

—Necesito que la atiendas, lleva varios días sin comer, está muy débil.

—No te preocupes, haré que se ponga buena, para que puedas mandarla de vuelta a su familia, y ganes mucho dinero. Vamos, la llevaremos a la habitación de las esclavas.

Él la siguió, apretando a la muchacha contra sí, intentando hacerse a la idea de que dormirían separados. La acostó en un jergón de paja en el suelo, en la habitación de las esclavas, e intentó quedarse allí, pero Gida le dijo que le estorbaba, así que se fue a los campos a ver cómo había ido todo por allí, mientras él había faltado.

Dio una vuelta por la granja y habló con los sirvientes. Sus compañeros de viaje ya se habían ido a sus casas, todos ellos tenían sus propias granjas que atender. Bjarni antes de irse le había vuelto a decir que tuviera cuidado con Gida.

Volvió a la habitación a verla. Gida intentaba que tomara un caldo, pero ella, medio dormida se negaba. Le había volcado la mitad del líquido sobre el pecho.

—¡Gida! ¿qué haces? —la morena se volvió, asustada

—Estoy dándole el caldo, pero es muy rebelde —Erika estaba despierta, le miró con aspecto de estar aterrorizada. Se arrodilló junto a las dos. Gida había derramado todo el caldo.

—Vete a por otra taza, yo se lo daré —la miró furioso.

—Pero… —parecía no querer que él lo hiciera

—¡Obedece!, llévalo a mi habitación —llevó a Erika a su cama, estaba helada. Encendió el fuego, la chimenea estaba apagada porque era verano, aunque refrescaba de noche.

—Hrolf —susurró, corrió hacia ella. Le decía algo, pero no la entendía, no tenía casi fuerzas, se agachó para escucharla mejor

—Habla Erika, dime —susurró con el oído pegado a su boca.

—No la dejes conmigo, por favor, quiere matarme. Si quieres que muera, mátame rápidamente.

—¿Qué dices? —Gida entraba en la habitación con otro cuenco. Hrolf la miró con sospecha y alargó la mano.

—Dámelo —lo cogió y lo olió, solo olía a caldo —pruébalo Gida, delante de mí —la mujer se puso pálida por la petición y negó con la cabeza, dando un paso hacia atrás. Él lanzó el cuenco a la chimenea, donde el contenido chisporroteó contra el fuego, la llama tembló durante un momento, para arder a continuación mucho más fuerte.

—¡Vete de esta casa y no vuelvas! -  rugió. Gida comenzó a sollozar, y se arrodilló agarrándole la pierna, pidiéndole perdón.

—¡Lo siento, no volverá a ocurrir!, ¡te lo juro!, te serviré fielmente…

—¿Por qué has querido matarla? —estaba asombrado al ver llorar a la cruel Gida.

—He visto como la mirabas, para ti no es una esclava. —se limpió las lágrimas con la manga del vestido, mirando con odio a la joven, que permanecía callada y pálida sobre la cama, en la que ella había dormido habitualmente con Hrolf. Juró vengarse en silencio, pero para poder hacerlo, tenía que quedarse allí.

—Está bien, vete a la habitación de las esclavas, de todas maneras, esto había durado demasiado Gida. No creas que es porque ha venido Erika. Dile a Helga que venga, y llévate tus cosas allí.

—Sí, voy ahora mismo —salió de la habitación sin volver a mirarles, aunque Erika había notado el odio que transmitía su mirada.

—Tienes que comer algo ¿por qué no has comido en el barco? —se arrodilló junto a ella, echándole el pelo hacia atrás.

—No me gustaba la comida, además estaba siempre mareada, lo que tragaba lo devolvía.

—Tenías que habérmelo dicho —se calló, dándose cuenta de que, ahora, lo importante era que se recuperara —Está bien, te traerán algo de comida, y yo te ayudaré a comer ¿de acuerdo? —ella asintió, cerrando los ojos después. Era tan frágil, no era como las mujeres de allí, que eran casi tan grandes y fuertes como los hombres.

—Me ha dicho Gida que me has llamado, Hrolf —se volvió hacia Helga, estaba con él desde hacía años, y también sabía de plantas y enfermedades, aunque no tanto como Gida. Se acercó a él despacio, era una anciana, y posó su mano en el antebrazo:

—Sé lo de Beothuk, le echaremos de menos. Era un buen hombre —él asintió estremecido, allí todo se lo recordaba, afortunadamente tenía a Erika. La señaló para presentársela.

—Helga, esta es Erika, está enferma. No ha comido nada desde hace cinco días, dice que vomitaba todo.

La anciana, con dos trenzas muy largas totalmente blancas, y la cara muy arrugada, se acercó hasta ella. La miró largamente, luego dijo:

—¿Estabas mareada siempre en el barco? —ella asintió.

—Te traeré algo de pan para que se asiente el estómago, luego, si no lo echas fuera, te daremos la cena —se acercó más a ella frunciendo el ceño —Hrolf, hay que bañarla, ese vestido está mojado por algo grasiento.

—Es caldo, se lo ha echado por encima Gida.

—¡Esa muchacha!, no tiene ni una idea buena en su cabeza. Primero la traeré el pan, mientras, les diré a las muchachas que calienten agua, luego la bañaré.

—¡No!, lo haré yo Helga —la vieja le miró sonriente, luego asintió.

—Comprendo —después, salió de la habitación como si fuera una reina. Erika miró a Hrolf asombrada. Ante la anciana, parecía más humano.

—No sabía que estabas incómoda por la ropa. Tienes que decirme esas cosas, quiero que estés a gusto en esta casa.

Erika paseó la mirada por la habitación. Demasiado débil hasta para contestarle, le dejó que la desvistiera. En cuanto estuvo desnuda, la metió bajo la sábana, y la arropó con una piel. Helga volvió a entrar, y le explicó cómo darle el pan, como si fuera un pajarillo al que le estuviera alimentando su madre.

—¿Más? —Erika negó con la cabeza —¿Agua? —afirmó y bebió un vaso entero de agua fresca recién cogida del río, como la que se estaba calentando en la cocina. De repente, sintió unos fuertes temblores en el cuerpo. Hrolf miró a Helga:

—¿Qué le pasa? —la anciana meneó la cabeza, sin saber qué decirle. Hrolf se tumbó bajó la sábana, junto a ella, y la abrazó con fuerza hasta que pasaron los temblores. Helga avisó antes de salir lo más deprisa que podía:

  —Volveré en cuanto esté el agua, es la manera más rápida de calentarla. No dejes de darle calor Hrolf.

—¿Te encuentras mejor, min elskede? —no sabía por qué la llamaba así, era una expresión que no había oído dese hacía muchos años. Por alguna razón, era la adecuada para ella.

—Sí —susurró —Hrolf —le costaba mucho hablar —no creo que pueda vivir aquí, moriré en pocos días. Deberías llevarme a mi casa, quiero despedirme de mi familia —sentía tal debilidad dentro de ella, que estaba segura de que moriría.

—¡No digas eso!, si lo hicieras, te seguiría a donde fueras —ella se miró en sus ojos perdiéndose en ellos, pero estaba tan cansada… Volvió a cerrar los ojos, sonriendo, quería soñar con sus padres, que seguía estando en su casa, feliz, como cuando era niña. Se durmió tranquila en los brazos de su captor. A pesar de todo lo que le había hecho, en sus brazos seguía sintiéndose segura.

Unos minutos después la despertaron esos mismos brazos, para sumergirla en agua caliente. Su cuerpo tembló, pero esta vez de placer. Escuchó hablar a Hrolf con la anciana, pero no le interesaba la conversación, solo quería soñar, quizás soñando podía volver allí.

—Hrolf, ¿necesitas ayuda?

—No, es mi mujer, yo la bañaré.

—Sécala bien luego, recuerda que está muy débil, y puede coger frío con mucha facilidad. En un rato volveré para darle algo más de comer.

Él observaba a la luz del fuego, mientras la tenía en la bañera, como se le marcaban las costillas, se regañó a sí mismo, por no haberse dado cuenta antes de que se encontraba mal. La lavó con jabón, y después de aclararla, la secó y la acostó con un camisón que le había traído Helga. Ella se acomodó en la cama con un suspiro de placer, casi le parecía haber vuelto a casa.

Después llegó Helga con la comida, y volvieron a despertarla:

—Hrolf sentado en la cama, la ayudó a sentarse, a pesar de que ella no quería.

—Déjame dormir, tengo mucho sueño —se sentía limpia por primera vez desde hacía muchos días. Vio la comida en el plato que sujetaba Hrolf, y se puso la mano en la boca —¡No, por favor!, no quiero vomitar más.

—Tienes que comer —él se miró las manos extrañado al notar que temblaban, Helga al verlo, se adelantó para que le dejara el sitio a ella.

—Déjame, se lo daré yo —él asintió levantándose y dándole el plato.

—Erika, son unas gachas, me salen muy buenas, ya verás como no te sientan mal. Creo que tenías lo que llaman mal del mar —Erika la miró, le recordaba a Marianus, abrió la boca casi sin pensarlo. Las gachas calientes, con sabor dulce y suave, bajaron por su garganta sin arcadas. Abrió la boca casi enseguida, pidiendo más.

Hrolf se apoyó en la pared observándola comer, tranquilo por primera vez en una semana. Ya estaba en casa.

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