Erika

Erika


NUEVE

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NUEVE

 

Hrolf insistió en que estuviera en cama un par de días más, pero ella no podía quedarse más tiempo allí, dándole tanto trabajo a una anciana. Al parecer, el resto de los esclavos estaban en los campos, ya que estaba a punto de comenzar la cosecha. Había dormido sola cuatro días, lo que le agradeció. Se lavó y, poniéndose uno de sus vestidos, que ya estaban en un arcón junto al de la ropa de Hrolf, salió a la cocina para hablar con Helga. Necesitaba saber más cosas sobre aquél sitio, y, si había suerte, quizás, conseguiría alguna idea sobre cómo huir de allí.

Estaba cocinando, se volvió cuando entró en la cocina.

—Hola Erika, no deberías haberte levantado, el amo se enfadará en cuanto te vea de pie —rezongó, estaba haciendo sus gachas. Erika las comía todos los días encantada.

—Estoy mucho mejor, gracias Helga. Me gustaría ayudar en algo.

—¿Qué sabes hacer? —se encogió de hombros

—Cocinar no, si no queréis poneros enfermos —bromeó —se me da fatal. Mi madre no ha sido capaz de enseñarme —se mordió los labios al nombrarla, se acordaba todos los días de ella —pero se me da bien tejer

—¿En el telar? —Helga parecía extrañada de que alguien tan joven supiera tejer.

—Sí, en mi casa hacía casi toda la ropa a mi familia, bueno, entre mi madre y yo, nos gusta mucho tejer.

—Eso es estupendo, desde que murió la vieja Keiris, nadie ha vuelto a utilizar los telares, están en el granero, le diré a uno de los chicos que te traiga uno.

—No, iré a verlos primero, para ver cuál me va mejor. Sé que hay de varios tipos, y prefiero uno que ya conozca.

—Está bien, ve muchacha, pero antes desayuna —se sentó a la mesa y comió las gachas. Fregó el cuenco y la cuchara antes de salir.

Salió abrigada con una de las capas cortas, de verano, que había colgadas en la entrada, aunque no hacía demasiado frío, aquella tierra era muy distinta a su casa, había más árboles, y plantas. A lo lejos, dentro de una cerca, correteaban unos cuantos caballos que parecían sin domar. Dio un rodeo para ir al granero, Helga le había dicho que al fondo del granero estaban los telares.

Los vio enseguida, apoyados contra la pared, con los pesos que se utilizaban para tejer, colgando libremente. Un par de ellos eran demasiado grandes para ella, pero había uno que era más o menos de su tamaño. Limpió el polvo con la mano para ver bien la madera. Era suave, estaba bien trabajada. Mientras tuviera que quedarse allí, lo utilizaría, siempre la relajaba tejer. Escuchó unos gemidos a su derecha, y se giró frunciendo el ceño.

 En un montón de paja, como si fueran un par de animales, había un hombre y una mujer retozando… No la habían oído, se quedó un par de segundos mirándoles, sin poder creerlo. No sabía por qué, no había razón para ello, pero sintió un dolor enorme en el pecho al verlo. Entonces él debió sentir su presencia, porque se irguió dándose la vuelta. Tenía un aspecto terrible, como un hombre que estaba en el infierno, sus ojos azules incandescentes, el gesto de la boca amargado. Susurró su nombre, ella se enderezó, intentando aparentar que no le afectaba la mirada de victoria de la otra mujer, y fue hacia la salida con toda la dignidad que pudo.

—¡Erika!, ¡vuelve aquí! —se levantó con los pantalones bajados, y corrió tras ella subiéndoselos.

—Perdonad que os haya interrumpido, he venido a ver los telares, seguid, seguid —hizo un gesto con la mano animándoles, mientras creía que el corazón se le partiría en dos.

Mentiroso, mentiroso… —pensaba, había creído que, al menos, era verdad que sentía algo por ella. Pero todo era mentira.

La giró agarrándola fuerte del brazo, ella levantó la cabeza, arrogante. No volvería a engañarla.

—Deberías estar en la cama —la voz de él volvía a ser cavernosa, pero ella ya no le temía. Era otro hombre infiel, como tantos.

—Me encuentro mejor, gracias —su voz sonó fría, como se sentía ella.

—Me gustaría entonces, enseñarte la granja, quiero que lo veas todo. Puedes elegir el caballo que quieras —intentaba engatusarla, ¿tan tonta se creía que era? Tiró del brazo para que la soltara, pero solo consiguió que él frunciera el ceño.

—No, muchas gracias, creo que comenzaré a tejer enseguida, voy a hablar con Helga para ver si tenéis lana —volvió a tirar del brazo. Esta vez él dejó que se fuera, aunque siguió mirándola con el ceño fruncido.

—¡Maldito seas!, en cuanto pueda volveré a mi casa. Me iré tan rápido, que no sabrás lo que ha pasado, ya lo verás —murmuró de vuelta a la casa.

Helga le dio la canasta de lanas de Keiris, y la dejó a solas en el cuarto de Hrolf, pero ella no quería estar allí, así que volvió a la cocina. Había muchas madejas enredadas, las desenredaría todas, así estaría distraída. Y podría hablar con Helga.

Había mucha lana, seguramente podría hacer una manta para una cama. Siempre había querido hacer una muy colorida para sus padres, y nunca había tenido tiempo. Hasta ahora.

—Helga ¿no podría ponerme a tejer en el granero?, hay buena luz por las rendijas de la madera, y ahora que llega el buen tiempo, si estoy abrigada no pasaré frío.

—Sí, no parece mala idea, Keiris lo solía hacer en la entrada de la casa.

—Sí, mi madre y yo también, pero vuestro granero es muy grande y está bastante limpio. Y no se me meterá el polvo del campo en los ojos, cuando venga una ráfaga de aire.

—Sí, a Hrolf le gusta que todo esté cuidado y limpio, además, hay dos sirvientes para el campo y dos para el resto de la granja, aunque ahora estén todos dedicados a los campos por la cosecha. Y para la casa Gida y yo, aunque con Gida no se puede contar demasiado. ¿No la has visto por ahí fuera?, llevo esperándola toda la mañana.

—Está con Hrolf —Helga levantó la cara mirándola sorprendida, su instinto le dijo que debía intentar justificar a su señor.

—No debes preocuparte por esa mujer, él ya no está interesado, pero ella no lo acepta —Erika sonrió mientras cortaba un trozo de lana, que le era imposible desanudar.

—¡Oh, por lo que yo he visto, te aseguro que no hay falta de interés!, estaba muy, pero que muy interesado —Helga la miró con el ceño fruncido, hubiera jurado que él no volvería a caer en la trampa de Gida, pero con los hombres no se sabía nunca. ¡En el fondo eran tan ingenuos!

—Estoy segura de que ella lo ha provocado hasta conseguir lo que quería. Un revolcón rápido —dijo, esperando que no le diera importancia.

—Sea rápido o lento, para mí, eso demuestra que no es de fiar. Cuando mi padre se unió a mi madre, las demás mujeres dejaron de existir para él.

—Hrolf se ha criado totalmente salvaje, ha conseguido lo que tiene, que es mucho, él solo, y la vida ha sido muy dura con él. Se quedó huérfano siendo un niño, y cuidó de su hermano desde entonces. Con diez años ya estaba en el ejército peleando por un plato de comida. No creo que él haya conocido, nunca, una familia como la tuya.

—Precisamente, él les ha visto, no tiene excusa. ¿Me robó de casa de mis padres entonces, solo para ser una más en calentar su cama? —siseó indignada, respiró hondo para tranquilizarse. Tenía que ser fría para poder salir de allí, sería su único objetivo de ahora en adelante —Me alegro de haberlo visto. Ahora, yo también me siento libre de irme de aquí en cuanto pueda —Helga la miró con el ceño fruncido, y las dos se giraron, hacia el hombre que gruñía en la entrada de la cocina.

Hrolf había venido, después de pensarlo mucho, dispuesto a pedirle perdón. Esperaba que las palabras pudieran salir de su boca, aunque nunca había pedido perdón a nadie por nada. Pero llegó a tiempo para escuchar que se iría de su lado en cuanto pudiera. ¡Eso no ocurriría nunca!, ¡antes se helaría el infierno!

Su mente era un caos, no recordaba nada, pero cuando fue consciente de nuevo, estaba con ella en su habitación. Erika le miraba retadora, él no podía pensar racionalmente, su mente se había cubierto con una especie de neblina. Solo sabía que tenía que hacerle entender que era suya. Que jamás volviera a pensar que no lo era. La cogió por la muñeca y rasgó su vestido. Ella parecía asombrada.

—¡Suéltame Hrolf! —comenzó a forcejear, él la sujetó con facilidad. Ella entonces, más enfadada que nunca en su vida, puso la mano en forma de garra, y le arañó la cara, dejándole cuatro marcas en la mejilla.

—¡Perra! —rugió furioso levantando la mano para pegarla. Ella irguió la cara, para que lo tuviera más fácil. Quería que la pegara, que le hiciera daño. Así no volvería a tener sentimientos por él nunca más, pero él vaciló. No podía hacerlo, nunca podría levantarle la mano con ira.

—¿A qué esperas? Vamos pégame —se acercó más a él —te lo pondré más fácil ¡Venga, pega! —volvió a levantar la cara. Él la tomó de la mandíbula con fuerza, y guio su cara para darle un beso, pero ella apartó la boca.

—¿Te atreves a negarte a mí? —la sacudió, todavía la tenía cogida por la muñeca.

—Nunca seré tuya, nunca ¿me oyes?, ¡vete con Gida! ¡Eres como un perro, un animal que necesita montar hembras todo el día! —él la levantó en sus brazos y la lanzó sobre la cama, el impacto hizo que a ella le faltara el aire. Hrolf metió la mano bajo sus faldas, para arrancarle las bragas, y luego, se cogió el miembro y la penetró, ebrio de rabia y furia. Ella estaba seca y gritó de dolor, nunca le había dolido tanto. Se sintió sucia y usada como si fuese un animal. Mientras él entraba y salía de ella, con la cabeza apoyada en el hueco de su hombro, ella repitió constantemente en su oído:

—Te odio, te odio, te odio… —nunca había odiado a nadie, hasta conocerle.

Cuando se vació en ella, se levantó de la cama con un gruñido terrible, que vibró por toda la habitación. Durante unos minutos, estuvo haciendo el mismo ruido, que un animal salvaje pillado en una trampa. Se alejó hacia la puerta de la habitación, pero no fue capaz de dejarla así, y volvió junto a la cama. La miró, ella mantenía los ojos cerrados y la cara tapada con un brazo, como si no quisiera que la vieran. Acercó la mano a su cara despacio, ella debió sentirlo porque abrió los ojos y le miró con odio, luego se sentó bajándose las faldas. Él se volvió y se fue de la habitación. Sólo entonces, ella lloró.

El resto de la mañana la pasó como en una nube, no era capaz de fijarse en lo que ocurría a su alrededor. Helga, que había escuchado los ruidos, la ayudó a lavarse, y le puso un vestido limpio.

—Vamos niña, no te preocupes tanto, hay hombres que les cuesta más que a otros acoplarse a su pareja. Él te quiere, estoy segura, no había más que ver cómo te cuidó, cuando estabas enferma —Erika estaba sentada ante la canasta de las lanas, sin hacer nada, no podía. Su mente no podía pensar en nada. Se concentraba en respirar profundamente, para no ponerse a llorar y a patalear como una niña pequeña, para que la llevaran junto a sus padres. No quería acordarse de ellos, porque sabía que entonces comenzaría a llorar y no pararía. Y no quería llorar más.

Por primera vez en su vida quería… ¡no!, quería no era la palabra.  Necesitaba vengarse. Sabía, por su padre, que el mayor sufrimiento de un berserker, era que alguien hiciera daño a su compañera. Eso y que su compañera no le quisiera, así que decidió que se vengaría donde más le doliera.

La ocasión se presentó después de comer, ella comió en la cocina con los sirvientes. A pesar de que Hrolf pidió que ella fuera al salón en varias ocasiones, ella no hizo caso. Finalmente, apareció por la cocina.

—Te he llamado varias veces —habló tranquilo, y la miraba con precaución. Hacía bien, ya que ella no sabía cuánto tiempo podría aguantar sin sacarle los ojos.

—Lo sé, pero he preferido comer aquí —siguió recogiendo los cacharros de la comida, aunque Helga le había dicho que no lo hiciera.

—Quiero hablar contigo.

—Pero yo no —dio unos golpecitos a Helga en el hombro —déjame que limpie los platos, por favor.

Él, harto ya, la cogió de la muñeca, y la llevó a la habitación, donde cerró la puerta y se quedó mirándola. Finalmente, agachó la cabeza y dijo:

—Lo siento, es que cuando has dicho que me abandonarías, me he vuelto loco, no podría soportarlo —se acercó a ella, pero Erika no se movió —dime que me perdonas.

—No. No te perdono, solo lo haría, si dejaras que me fuera a mi casa.

—Esta es tu casa.

—¡Ja!, de eso nada. Si fuera mi casa, podría hacer cambios en ella, decidir a quien se admite en ella…

—Puedes hacer lo que quieras —se anticipó antes de que ella terminara de hablar.

—No quiero hacer nada —le miró la marca que le había dejado con las uñas en la mejilla. Se le revolvió el estómago al pensar que le había hecho sangre —me voy, no quiero estar a solas contigo.

Él se hizo a un lado, para dejarla pasar con un estremecimiento ante su frialdad. Erika volvió a la cocina, enseguida vino Helga, había estado hablando con Hrolf:

—Quiere que te diga que se van a cazar, hay una cabaña en la montaña, volverán en un par de días.

Ella no dijo nada, siguió con las madejas, había decidido hacerlas más grandes, mezclando varios colores, así serían más alegres. Intentaba distraerse. Se acostó pronto, a pesar de los ruegos de Helga, durmió con ella en su habitación, no quería dormir en la cama de Hrolf.

Al día siguiente, en cuanto desayunó, se fue a preparar el telar, lo estuvo limpiando, y lo colocó junto a una de las paredes por donde entraba más luz. Después, fue a echar un vistazo al barco en la playa.  No había nadie a la vista, pero su casa estaba demasiado lejos, y ella no sabía navegar. Además, aquella nave, necesitaba varios hombres para que surcara el mar. Volvió junto al telar resignada, y comenzó a trabajar. Como le ocurría siempre, se metió en su mundo, y no veía ni escuchaba nada de lo que había a su alrededor. Estaba inclinada tejiendo, cuando sintió una mano que la agarraba del brazo:

—¡Te estoy hablando hace rato! ¿estás sorda? —era Gida, ¡que pesada era esta mujer!  La miró deseando que desapareciera de su vista.

—¡Toma! —tiró a sus pies una daga. Erika la miró con el ceño fruncido. ¿Qué pretendía ésta loca?

—¡Pelea!, Hrolf me ha echado de sus tierras, dice que soy libre, todo por tu culpa, pero no lo voy a admitir. ¡Pelearemos por él!

—No voy a pelear contigo por él, por mí puedes quedártelo. No te preocupes, yo no os voy a estorbar.

—¿Es que no me has escuchado?, ayer nos reunió, y dijo frente a todos, que eras el ama de todo, y que yo tenía que irme. Y que, si alguien no te respetaba, que se preparara para lo peor. Pero para mí no hay nada peor que estar sin él —negó con la cabeza y su melena rubia se movió alborotada, de un lado a otro. Tenía el pelo enredado y sucio, por primera vez, a Erika le pareció que quizás no estaba muy bien de la cabeza. Se levantó despacio.

—Podemos hablar sobre esto Gida, yo no soy ningún estorbo para ti, te lo aseguro.

—¡Sí lo eres! ¡estás mintiendo! ¡le quieres para ti! —gritó— ¡coge el puñal, vamos! —señaló el puñal con el suyo propio, para que lo cogiera. Erika se agachó sin dejar de mirarla. Comenzó a preocuparse.

Su padre le había enseñado a pelear, pero hacía mucho que no practicaba con daga, le gustaba más la espada. Dieron vueltas, una alrededor de la otra, hasta que Gida alargó el brazo y, formando un arco, intentó clavárselo en el pecho. Se echó hacia atrás, y alargó la mano consiguiendo sujetar la de Gida. Forcejearon, Gida intentaba bajar el puñal, y ella intentaba sujetar su mano arriba. Pero la esclava era muy fuerte y ella no creía poder aguantar mucho tiempo más. En ese momento, escucharon un grito.

—¿Qué estáis haciendo? —Hrolf entró como loco, viendo a las dos mujeres peleando con dagas. Erika se quedó parada viéndole, pero Gida fue más rápida, y le clavó el puñal en el brazo.

Hrolf lanzó un rugido al verlo y Gida se retiró asustada. Erika se sujetó el brazo que sangraba, mientras respiraba hondo intentando no marearse, ya se había desmayado suficientes veces para toda su vida. El vikingo, medio loco, agarró del vestido a Gida y la arrojó contra la pared. Luego, se acercó a Erika y miró su brazo, que sangraba bastante.

La miró con los ojos húmedos, ella se quedó sorprendida al verle. Ya tenía su venganza. Aunque fuera a costa de ella misma.

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