Erika

Erika


CUATRO

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Erika estaba cansada de bailar. Lo había hecho con Siward, con sus hermanos, y ahora lo hacía con su amiga Fionna, como cuando eran pequeñas, agarradas de la mano y dando saltos, alegres como dos cachorrillos. Era muy divertido, pero acababas agotada en un par de canciones. Su madre siempre le había dicho, que no sabía de donde sacaba la energía. Erika siempre había pensado que en eso se parecía a su padre, él tampoco se cansaba nunca, a pesar de su edad.

—Necesito descansar, me voy a la mesa, ¿te quedas? —Fionna respiraba agitadamente, la miró sonriendo y la abrazó. Siempre se habían querido mucho.

—No, voy a sentarme con mis padres. Están tristes, sobre todo mi padre. A pesar de que vaya a vivir tan cerca, le da pena que me vaya de casa —su amiga le dio un beso en la mejilla y se fue. Sorteó varias parejas, que la saludaban al pasar, intentando salir del laberinto formado por decenas de cuerpos moviéndose. En su tierra no había muchas distracciones, por eso, cuando había una fiesta todos la disfrutaban al máximo.  Se topó con una pared de músculo, porque tenía la cabeza girada saludando a unos vecinos. Era el extranjero, la miraba de una manera extraña, se puso nerviosa.

—¿Quieres bailar? —tenía una voz tan grave, que resonaba dentro de ella. Le miró fijamente, algo en él, le recordaba a su padre, aunque no se parecían en nada. Ella iba a poner una excusa, pero él le cogió de la mano, y tiró de ella para que volviera a internarse en el mar de cuerpos.

Estaba claro que lo que quería era que no les vieran desde las mesas, por lo menos a ella, ya que, por su estatura, él sí era visible. Los músicos seguían tocando y seguramente lo harían hasta el amanecer. Los invitados se retirarían cuando estuvieran demasiado cansados o borrachos para aguantar más, y buscarían un sitio, en la sala comunal, en el granero o incluso en los establos, donde dormir.  Sus manos de perdieron entre las de él, entonces, no tuvo más remedio que mirarle a los ojos, y moverse, así agarrados, al compás de la música. Ante su silencio, ella se sintió obligada a hablar, su mirada la inquietaba demasiado para estar callada.

—¿Os vais a quedar mucho tiempo? —la miró antes de contestar. Notaba su nerviosismo, aunque no entendía por qué, le molestaba que se sintiera así, cuando él no la dañaría nunca, no podría, era imposible. Se encogió de hombros en respuesta a su pregunta, en realidad esa visita iba a durar unas horas, pero después de conocerla, no sabía qué podía pasar.

—Eres la mujer más hermosa que he visto nunca. No puedo creer que estés prometida con ese alfeñique —ella le miró indignada, se irguió en toda su estatura, aunque no era mucha, y dejó de bailar. Siward, apareció en ese momento.

—¡Querida! —se alegró de verle, era la mejor excusa para no seguir junto a ese maleducado.

—¡Siward que alegría! —conscientemente, no miró al gigante que permanecía observándolos, y cuya rabia le llegaba en oleadas —precisamente estaba pensando que me apetecía sentarme y beber un vaso de agua, estoy sedienta ¿Me acompañas?

—¡Lo siento Erika!, mi madre tiene dolor en la cabeza, y hemos decidido volver a casa. Afortunadamente, estamos muy cerca —sonrió por la broma, pero esta vez a ella no le hizo gracia. Siward echó un vistazo al hombre que esperaba con los brazos cruzados y aspecto impaciente. La expresión de sus ojos hizo que palideciera, eso y que le sacaba más de una cabeza. Decidió acelerar la despedida:

—Mañana vendré a verte —le dio un beso en la mejilla y le pareció oír un gruñido. Sin mirar al hombre que lo había emitido, se fue.

—¿Ese hombre es al que has elegido, para que te cuide y te proteja toda tu vida?

—Me parece que eso no es asunto tuyo. Pero te diré que no necesito que ningún hombre me cuide, sé hacerlo yo solita —siseó furiosa, si su padre escuchaba esa conversación le arrancaría la lengua, por atreverse a hablarla así. Estaba indignada, tenía que salir de allí— perdona, pero voy a sentarme con mis padres.

—Iré contigo.

—Prefiero que no lo hagas —como si no hubiera hablado, él la siguió hasta la mesa. Sus padres hablaban entre ellos, cuando levantaron la vista al escucharla llegar, frunció el ceño, segura de que hablaban sobre ella. Sobre todo, su madre, tenía expresión de culpable.

—Siward se ha ido con su madre, le dolía la cabeza —Se sentó junto a su madre, esperando que el extranjero se fuera. Pero su padre le invitó con un gesto a sentarse de nuevo a su lado.

—Hrolf, como habéis estado tanto tiempo viajando, me gustaría ofreceros nuestra hospitalidad unos días. ¿Podéis quedaros? —Hrolf asintió muy serio. No entendía qué pasaba, pero aprovecharía todas las oportunidades que tuviera, para estar más tiempo con ella.

Erika miraba a sus padres incrédula. No entendía que la pusieran en esa situación, tenían que notar como la miraba. Era imposible que no se dieran cuenta.

—Madre, me voy a acostar, ¿te importaría acompañarme un momento?, quiero hablar contigo —Yvette asintió, Erik la lanzó una mirada, pero su mujer permaneció tranquila.  Conocía muy bien a su hija, y haría lo que fuera necesario por su felicidad.

—Claro, vamos hija —las dos se levantaron, despidiéndose, cogiendo Yvette a Erika de la cintura para acompañarla a su habitación. Sabía que tendría que decirle la verdad, su hija no era tonta. Pero ella también tenía que ser sincera. Cuadró los hombros, ante la difícil decisión que tenían que tomar.

El dormitorio de Erika, estaba al lado del de sus padres y sus hermanos, en la otra punta de la casa, antes de la cocina y la zona de los animales. Era la zona más caliente de la casa por la noche.

Cerraron la puerta al entrar. Y su hija la enfrentó con las manos en las caderas.

—¡Madre!, ¿qué está pasando aquí?, ¿padre le ha dicho a ese hombre tan extraño, que venga por alguna razón? ¿no me habéis dicho toda la verdad? —Yvette la observaba atentamente, conocía el carácter de Erika, pero más que enfadada, parecía asustada.

—No cariño. No sabíamos que vendrían, hasta hoy no les habíamos visto, ha sido una sorpresa. Te lo aseguro —Erika comenzó a dar vueltas por la habitación. Yvette se sentó en la cama de su hija, esperando, sabía que era el mejor método para que hablara, tener paciencia.

—Es muy raro, me mira como si me traspasara por dentro. Y ¿sabes una cosa? —bajó la voz —creo que es un berserker. Como padre y los hermanos, porque un par de veces, hablando conmigo, he visto ese resplandor azul, ya sabes lo que te digo —Yvette asintió como si estuviera tranquila, cuando se le habían puesto los pelos de punta. Ese resplandor aparecía cuando el berserker estaba muy furioso, por ejemplo, en medio de una batalla, o, al contrario, porque estaba viviendo una emoción muy fuerte, por ejemplo, haber encontrado a su andsfrende, su compañera. Erika no sabía toda la verdad sobre esto, ya que habían intentado protegerla, ya que ella no tendría el mismo problema que sus hermanos. O eso pensaban hasta ese momento.

—¡Y encima, ha insultado a Siward!, le ha llamado alfeñique. Madre, tú misma me has dicho un montón de veces, que no deberíamos criticar a nadie por su aspecto físico. A Marianus eso no le gustaría —todo lo moral o ético, para Erika, se medía por lo que opinaría Marianus. Yvette a veces pensaba que le quería más que a ellos. Sonrió al pensar el enfado de Erik si se lo dijera.

—Es cierto cariño, no se debe hacer —suspiró al pensar que no era más que una niña, aunque tuviera ya dieciséis años.

—Es un bruto. No sé por qué padre le ha invitado a quedarse unos días.

—Erika, hija, siéntate junto a mí —cuando lo hizo, acarició su cabello suelto —te contaré algo, cuando tu padre y yo nos conocimos…

—Sí, te secuestró, ya lo sé. —repitió como si fuera una lección que se hubiera aprendido, a lo largo de los años.

—Espera, ten paciencia. Antes de que él naciera, una hechicera profetizó lo que ocurriría en su vida. Tus hermanos lo saben, a ti todavía no te lo habíamos contado, pero creo que ha llegado el momento. Sabes que tu padre vivía en Noruega, y que su madre era una esclava, y su padre el jarl, pero era ilegítimo —su hija asintió —Lo que no te dijimos, era que cuando nació, una adivina le había profetizado a su madre que él sería distinto a los demás. Hemos estudiado, durante todos estos años muchas veces la profecía, dice así:

 

PROFECÍA DEL BERSERKER

 

Y nacerá de una esclava un niño con el berserker en su interior. Será un bravo guerrero que liderará a su pueblo conquistando nuevas tierras, donde será rey.

Y su berserker, elegirá a una mujer, con el cabello como la noche y los ojos del cielo estrellado.

Y su voz será la única que él escuchará en su interior, cuando el berserker tome posesión de su cuerpo.

Y cuando, al final de sus vidas, cabalguen hacia el Valhalla, sobre su caballo de crines doradas, habrán guiado a su pueblo hacia la paz y la abundancia.

Y los hijos de sus hijos hablarán de ellos con respeto y admiración.

Y serán leyenda.

 

Erika la miraba con la boca abierta identificando a los protagonistas de la profecía, como sus padres.

—¿Por qué no me lo habíais dicho?

—Queríamos protegerte cariño, no era por nada malo. Tu padre no quería poneros innecesariamente en peligro. Queríamos vivir en paz. Y ahora te lo he contado, porque tu padre y yo, hace tiempo que pensamos que todos los berserkers tienen predestinada una mujer, y solo una —Erika sintió que se le erizaba el pelo al escucharlo. Negó con la cabeza a su madre —la profecía es extensible al resto de los berserkers.

—¡No!, ¡yo no puedo ser! ¡no lo haré! Estoy prometida a Siward —se levantó de nuevo quedándose rígida, con los puños apretados —madre, estáis equivocados.

—Escucha cariño —se levantó incapaz de soportar su expresión de miedo, y la abrazó —solo queremos que seas feliz, quiero que tú también estés de acuerdo, pero no podemos entregarte a un hombre que no te adore. No te mereces menos. Cuando faltemos los dos, queremos irnos sabiendo que vivirás lo que te quede de vida amada, como lo eres aquí, en tu casa, con tu familia ¿lo entiendes? —su hija asintió con lágrimas en los ojos.

—Pero madre, Siward me quiere, yo lo sé, lo que ocurre que no lo demuestra como nosotros. En su casa son de otra manera, no les gusta demostrar sus sentimientos.

—Ya —contestó incrédula —bueno, la que tiene que estar convencida eres tú —la miró a los ojos —te voy a pedir un favor, que mires en tu corazón y decidas si tú también le quieres. Y si no es así, que te preguntes por qué motivo quieres unirte a él —la dio un beso en la frente para despedirse —Bueno, me voy, sino tu padre mandará a alguien a buscarme.

Salió de la habitación dejando a su hija en un mar de dudas.

 

Hrolf esperaba escondido en un rincón oscuro donde parecía haber otra habitación, había encontrado a Erika por el olfato, él mismo no podía creer que hubiera podido hacerlo. Su olor al bailar, se le había metido en los pulmones, y estaba seguro, de que ya nunca saldría de allí. Olía a flores, a limpio. Nunca había estado con otra mujer que oliera así. Se escondió aún más en la oscuridad, cuando vio que se abría la puerta de su habitación

. La madre salió, esperó hasta que el sonido de sus pasos se perdió por el pasillo, y se adelantó para entrar en la habitación de ella. Tenía que saber.

Entró sin llamar, la pilló de espaldas a la puerta, quitándose el vestido. No pensó nada, en el siguiente minuto, estaba encima de ella, y le tapaba la boca con la mano. Utilizó un paño, se había llevado dos,  que había robado en el  salón, para amordazarla. Mientras lo hacía, ella le mordió la mano, pero aguantó el dolor, era un precio pequeño a cambio de lo que quería hacer. Cuando consiguió que no pudiera gritar, terminó de quitarla el vestido.

En realidad, no había planeado nada, si se dejaba llevar por su instinto, la haría suya allí mismo, pero, a pesar de todo, quería vivir. Y no dudaba que el dueño de la casa, le desollaría si le hiciera algo semejante a su hija, pero necesitaba probarla.  Se conformaría con eso, tenía que besar su cuerpo y lamerlo, sentir su esencia. La tiró sobre la cama, y se colocó a horcajadas sobre ella, sujetándola por las muñecas, atándoselas juntas.

 Al notar como se movía su pecho, la observó ladeando la cabeza. Con el dedo índice tocó una de las lágrimas que caían por su mejilla, y la llevó a su boca. Estaba salada. Entre sus gentes, no lloraban nunca. Aullaban, gritaban, mordían y se pegaban, pero no lloraban. No le gustaba que lo hiciera, parecía sufrir.

—No llores, no te voy a hacer daño —intentó tranquilizarla, ella pareció sorprenderse al escucharle. Quería besarla, pero no podía quitarle la mordaza —te va a gustar, ya lo verás —por alguna razón, eso la hizo llorar todavía más.

—No, por favor — a pesar de estar amordazada la entendía, aunque no podía hablar claramente.

Le molestó la sensación que inundaba su pecho, al verla llorar.

—Estate quieta —la sujetó las muñecas con una mano, y comenzó a acariciar su cuerpo. Erika gemía llorando, nadie, que ella recordara, ni siquiera la había visto nunca desnuda. Al ver que se seguía resistiendo, siguiendo su instinto intentó marcarla, y le mordió el hombro con fuerza. Finalmente, consiguió que se quedara quieta. Él bajó de nuevo la cabeza y le lamió la marca, hasta que ella no sintió dolor, solo un hormigueo que corría desde su hombro hasta su vientre.

Él levantó la cabeza para mirarla. Sus ojos lanzaban destellos eléctricos azules. Ella gimió de miedo, conocía la furia del berserker. Él frunció el ceño, no le gustaba que estuviera asustada. Le acarició los pechos repetidamente, con suavidad, se había dado cuenta de que era una mujer de piel delicada, casi frágil, muy distinta a las que acostumbraba a tener en su cama.

—Me muero por besar tus labios, pero hay otros sitios —bajó besando la barbilla hacia su cuello, donde siguió dando ligeros mordiscos. Volvió a lamer la señal en su hombro. La miró de nuevo, parecía aterrada —tranquila, te gustará.

 Era una mujer pequeña. Acarició sus esbeltos brazos y piernas. Su mano se dirigió a su entrepierna y acarició sus rizos relamiéndose, al pensar en su sabor.

—¡No!, ¡no! —gemía bajo la mordaza, retorciéndose como loca debajo de él.

—¡Estate quieta! —rugió, la penetró con el dedo índice. Estaba seca, ella volvió la cara para no verle, mientras seguía llorando. Él, a la vez que metía y sacaba el dedo de su sexo, tomó un pezón entre sus labios, sorbiéndolo con fuerza. Por primera vez, ella gimió de placer. Incrédulo, la observó, entonces notó, que su dedo se llenaba de humedad.

—¿Te gusta que te chupen las tetas? —ella le miró ruborizada. La sonrió, emocionado por haber encontrado algo que la gustara. Repitió el tratamiento con el otro pecho, sin dejar de meter y sacar su dedo, no podía dejar de penetrarla. Ella se arqueó en la cama un poco, no mucho, ya que no podía levantar el peso de él, a la vez que gemía con los ojos cerrados. Él sonrió. Y separó sus piernas para poder colocarse más cómodo.

—Estoy deseando beber de ti —ella abrió los ojos asustada, no le entendía.

—Tranquila, no te dolerá, al contrario —separó sus muslos con firmeza, y agachó la cabeza mirándola a los ojos, quería que ella le viera hacerlo.

Sentía una excitación como no había sentido en su vida. Comenzó a chupar con su lengua toda la raja, de arriba abajo, lo hizo durante un rato, hasta que ella comenzó a mover las caderas. Luego, sorbió el clítoris, lo que provocó que ella casi gritara, y siguió haciéndolo, mientras le metía un par de dedos, hasta que ella voló sola en una nube de placer.

La observó sentado sobre sus pies, a pesar de que su polla estaba más dura que nunca. Se sentía como si hubiera conseguido una gran victoria, solo por haber hecho que se corriera. Se tumbó sobre ella con cuidado, pero esta vez ella no se asustó. Le quitó la mordaza de la boca, para besarla, ella no dijo nada, tenía cerrados los ojos, pero no le correspondió.

—Debes chupar mi lengua —le miró asombrada, no sabía qué hacer. Su prometido nunca se había atrevido a darle un beso, respetaba demasiado a su padre, o le temía más bien. No sabía que el sexo sería así de emocionante, a pesar de lo que, a escondidas, había escuchado a veces a sus hermanos. Pensaba que solo el hombre lo pasaba bien.

En cualquier caso, nunca, en su vida, se había sentido como cuando la había chupado ahí abajo. Por éso le hizo caso y chupó su lengua, tímidamente al principio, con más pasión después. Él tomó su cabeza con las manos, para dirigirla a su boca, acariciando mientras sus mejillas. Era preciosa. La miró luego, durante unos largos segundos. No podía estar mucho más tiempo allí, no quería tenerla solo un momento, sino toda su vida. Le desató las muñecas, frotándolas para que no le dolieran y volvió a besar su boca con pasión. Luego, frotó de nuevo sus pechos, sin poder evitarlo.

—Debo irme —ella le miró somnolienta —nos veremos mañana —volvió a besarla —Adiós

liten min.

Se levantó, y, después de colocarse el pantalón, para estar algo más cómodo, ya que casi no podía andar, salió de allí dejándola desnuda, y totalmente satisfecha. Ella le siguió con la mirada hasta que desapareció. No gritó en ningún momento.

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