Erika

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Yvette pensó muchas cosas a la vez, pero se impuso el sentido práctico que había tenido que desarrollar, viviendo con un duro vikingo y criando a sus cuatro hijos. Aunque su corazón le impulsaba a seguir a su hija, se quedó allí, porque no se fiaba de dejar a aquellos dos hombres solos, sin que se liaran a golpes.

—Sentaros, iré a por lo necesario para curaros, ¡vamos!, —miró a su marido y esperó a que se sentaran, lo suficientemente lejos el uno del otro-  Erik, si vuelvo y se repite lo de antes, te juro que Erika y yo nos iremos a pasar unos meses a Irlanda con la familia de Marianus, y no sé cuándo volveremos —Erik palideció al escucharla, la creía muy capaz de cumplir su amenaza, y lo que era peor, allí estaban deseando que volviera.

Habían ido las dos hacía un par de años, y se habían quedado tres meses. Él casi se había vuelto loco, sin embargo, ellas, había venido mejor que nunca, porque las habían tratado como a dos reinas. Acostumbrada al trabajo duro de la granja, en el castillo donde vivía la familia de Marianus, no habían tenido que hacer prácticamente nada. Asintió enfurruñado a su mujer, para que viera que había entendido la amenaza. Era un vikingo, y no le temía a nada, excepto a que su mujer no estuviera con él, y ella lo sabía.

El tiempo que estuvo trasteando en la cocina, Hrolf se removió en la silla inquieto. No entendía que esa mujer le curara, cuando no tenía nada grave. Ya le habían roto la nariz en otras ocasiones, le habría parecido más normal que le ordenaran irse de aquellas tierras. Esa familia era muy rara. Incluso el padre, estando la mujer delante, al cruzarse en una ocasión sus miradas,  se había encogido de hombros, como diciendo, estas mujeres, son así, qué le vamos a hacer.

Yvette volvió enseguida con una bandeja con varios tarros, paños limpios, y un cuenco con algo que humeaba. Empezó con su marido. Le limpió la sangre seca, y se tranquilizó al ver que no seguía sangrando. Cuando terminó le dijo.

—Ya estás, ahora voy a curarle a él —Erik la miró mal, como debía hacer, y decidió irse para no verlo. Normalmente hubiera tenido una pelea tremenda con su mujer, por tocar a otro hombre, o se hubiera liado a golpes con él. Debido a su amenaza, decidió ir a ver a su hija, lo que estaba deseando hacer desde hacía rato. No podía soportar recordar que la había gritado, y cómo le había mirado ella.

—Voy a ver a la niña —Yvette asintió, no dijo nada, conocía muy bien a su marido. No podía ver a sufrir a su hija, era más blando que ella con Erika, siempre lo había sido.

Estaba sentada en la cama mirando el suelo, no levantó la vista cuando él entró, solo le hizo sitio para que se sentara a su lado, sin mirarle. Se le partió el corazón, se sentó a su lado, sin decir nada, y la abrazó contra él, ¡cuántas veces lo había hecho en el pasado, cuando se había sentido triste o asustada por algo!, quizás dentro de poco no podría hacerlo. La estrechó, dejándola llorar en silencio.

Yvette le hizo un gesto para que se sentara dónde estaba antes Erik. Sentado, impresionaba más lo grande que era, por un momento pensó lo indefensa que estaría su hija ante esa fuerza, pero sabía, por propia experiencia, que, si era su compañera, jamás le haría ningún daño. Le limpió la nariz, luego le puso un ungüento, hizo lo mismo con su ojo derecho. Parecía que se había golpeado contra una roca, pero no le extrañó, conocía la fuerza de su marido. Aunque fuera diez años mayor que ese hombre al que estaba curando. En cuanto terminó, él intentó levantarse, pero le puso la mano en el antebrazo, haciéndole un gesto para que se sentara, y él lo hizo.

—Quiero hablar contigo Hrolf —él la miró algo alarmado, estaba seguro de que le gustaría menos hablar con ella, que pelearse con Erik. Ella se sentó frente a él.

—Dime qué ha ocurrido esta mañana —él la miró a los ojos, pero no contestó.

—Imagino que tú subiste con ella al caballo, para que no se cayera —él asintió con los labios pegados. Ella sonreía interiormente, pensando que los jóvenes siempre pensaban que lo habían inventado todo.

—Bien, ¿y cómo es que se cayó al final? ¿Ibais demasiado deprisa o perdiste el control del caballo? —él parecía indignado, porque ella creyera que podía perder el control de un caballo.

—No, paramos un momento, estábamos cerca del bosque.

—Entiendo, entonces, ¿me puedes explicar cómo es posible que mi hija, que estaba rodeada por tus brazos, imagino, ya que estabais en el mismo caballo, se cayera de cabeza dándose contra una roca? —él se quedó mudo, sin querer contestar, evidentemente. Yvette le sonrió esperando.

Esperó unos minutos, y luego unos pocos más, hasta que se le acabó la paciencia.

—Ya veo que no vas a contestar. Te diré lo que creo que ocurrió, que paraste el caballo, porque querías hacer algo, con lo que mi hija no estaba de acuerdo, entonces usaste tu fuerza con ella, forcejeasteis, y se cayó. Solo tienes a tu favor, que la trajeras a casa rápidamente, por todo lo demás, yo te echaría de aquí para que no volvieras nunca.

—¡Mujer! —Erik estaba muy enfadado, nunca se debía faltar de ese modo a la hospitalidad, a menos que la falta fuera terrible. Su hija, que venía con él más tranquila, sabía que iba a ocurrir lo que más tristeza le daba en el mundo, que sus padres discutieran.

—Madre, en parte fue culpa mía —su madre la miró de pie, erguida y furiosa. Aún con su pequeña estatura, era impresionante. La preguntó con la mirada.

—Yo sabía lo que él quería hacer, ayer…bueno, me dejó claras sus intenciones, y accedí a montar con él en el caballo —no les decía toda la verdad, pero si hasta donde podía.

—¿Le has provocado tú? —su madre no lo podía creer, pero tenía que saber la verdad.

Hrolf no podía quedarse callado, viendo cómo echaban la culpa a su andsfrende, de algo que solo él era culpable.

—Ella me provoca sólo con existir, pero si quieres decir, que ella se me ha insinuado de alguna forma, no, ella me ha rechazado desde el primer momento. Solo aceptó que yo la llevara en el caballo, para protegerla —Hrolf a pesar de todo, parecía defenderla. Erik le miraba con aprobación, hasta Yvette comenzó a hacerlo. Erika, sin darse cuenta del cambio de actitud de sus padres, se tranquilizó:

—Entonces, podemos hacer como que no ha ocurrido nada ¿no es verdad? —los otros tres la miraron como si fuera una niña inocente, pero asintieron. Sabían que pronto habría que tomar decisiones, pero de momento dejarían que fuera feliz.

—Bien, entonces voy a visitar a Marianus.

—Te acompaño —Hrolf dio un paso hacia ella antes de que pudiera protestar. Ella miró a sus padres, que se habían quedado curiosamente callados, y salió a la calle seguida por Hrolf.

Pasaron unos segundos, antes de que Yvette se decidiera a hablar.

—Esto cambia las cosas —susurró pensativa.

—Sí —se acercó a ella, contento al ver lo rápido que su mujer perdonaba, como siempre —¿qué opinas?

—No sé, ha sido todo tan rápido, pero creo que… —dudó un momento —estoy de acuerdo contigo. Erika parece que brilla cuando está junto a él, y él solo está pendiente de ella, además, tenías razón, la protege como un lobo a su manada.

—Ella hace lo mismo, si vieras lo que decía en la habitación, “él no tiene culpa de nada, ha sido culpa mía…” —imitó a su hija —me estaba volviendo loco —miró a su mujer, pero ella le ocultaba la cara. Le levantó la barbilla con cariño, estaba llorando. Erika se justificó:

—Está demasiado lejos, con Siward estaría al lado, la veríamos todos los días.

—Pero no sería feliz, tú lo sabes, hemos sido muy egoístas consintiendo ese noviazgo. Tú me hiciste prometer, que dejaríamos que todos se casaran, cuando encontraran a su alma gemela.

—Sí, pero es mi niña —se abrazó a él llorando.

—Siempre lo será, pero también es una mujer

min elskede —la besó la coronilla, abrazándola fuertemente contra él —iremos a verla a menudo, y me aseguraré de que ellos vengan —Ella levantó la cara, y él aprovechó la oportunidad para darle un beso apasionado.

—No deberías haber venido Hrolf, mis padres se van a hacer una idea equivocada. Estoy prometida a Siward, y me voy a casar con él, no debes acompañarme a ningún sitio —le pareció que había sido convincente, había estado practicándolo en su habitación.

—Pelearemos por ti, es lo justo, debes darme la oportunidad de hacerlo, los dioses decidirán quién te merece más —parecía tan decidido, y tan serio, ella le miraba de reojo.  

  Habían llegado a la cabaña de Marianus, pero antes de entrar, le contestó:

—Creo que los dioses tendrían poco que ver en eso. Si no fueras tan fuerte y tuvieras tanto músculo, seguramente no tendrías tantas ganas de pelear con él —Hrolf rio a carcajadas al escucharla, ella se enfadó consigo misma al darse cuenta de que, sin quererlo, había alabado su cuerpo. Entró seguida por sus risotadas, le dio con la puerta en las narices cerrando con fuerza, pero él volvió a abrirla y la siguió.

—¡Marianus! —miró hacia la izquierda, en la sala donde enseñaban a los niños varias veces por semana, pero no había nadie. Siguió hacia su habitación preocupada, el gigante iba pegado a ella. Se dio la vuelta, porque sentía su aliento en la nuca:

—¡Sepárate un poco, por lo menos! —él frunció el ceño para que le viera, pero en cuanto se dio la vuelta, sonrió pensando que ya parecía una esposa gruñona. Le gustaba como trataba Yvette a Erik, y le parecía que ella sería igual con él. Solo tenía que conseguir que le aceptara.

Ante otra puerta cerrada, llamó y cuando se escuchó una voz de hombre que le dijo que pasara, lo hizo.

—Marianus, buenos días ¿cómo te encuentras? —era un dormitorio. En la cama había un hombre muy viejo, flaco, con el pelo blanco, y que estaba leyendo un libro enorme. Estaba sentado en la cama, vestido con lo que parecía un camisón blanco. Erika se acercó a él y le dio un beso en la mejilla, luego se sentó en el borde de la cama. Marianus señaló al desconocido cuya cabeza casi rozaba el techo de su cabaña,

—¿Quién eres?

—Hrolf —le miró asombrado, nunca había visto un hombre tan viejo. En su tierra morían todos, mucho antes de tener el pelo de ese color, generalmente por las guerras, o las peleas entre ellos. Observó cómo les miraba a los dos, y le hizo una señal para que se acercara.

—Acércate muchacho, no veo nada de lejos, tendrás que ponerte mucho más cerca, para que te vea bien la cara. Niña, deja que se siente en la cama, para que pueda verle —ella se levantó advirtiendo a Hrolf con la mirada. Si le molestaba de cualquier manera, le arrancaría el pelo de la barba uno a uno.

Hrolf se sentó en la cama, que estaba sobre una tarima de madera, y que chirrió al sentir su peso. El viejo le miró entrecerrando los ojillos llenos de arrugas, y se inclinó hacia él:

—¡Ah!, ya veo, eres como el marido de mi Yvette —volvió a apoyarse en la pared, y miró a Erika —no entiendo, creía que te ibas a casar con Siward —parecía sorprendido.

—Y me voy a casar con él —afirmó, más para escucharse a sí misma que por convencimiento.

—No, no lo hará —ya estaba harto, si tenía que raptarla lo haría, pero no consentiría que se casara con otro.

—No le hagas caso Marianus, lo haré, me casaré con Siward —levantó la voz sin darse cuenta, porque le parecía que nadie la tomaba en serio. Desde que había aparecido ese hombre en su vida, todo había cambiado. Iría a ver a Siward, seguro que volvería más convencida de que hacía lo correcto —Marianus, ¿te han traído el desayuno?

—Si, hija no te preocupes —ella asintió y volvió a darle un beso en la mejilla.

—Me voy, luego volveré a verte —Hrolf se levantó tras ella, pero la mano del anciano le frenó por un momento, aunque esperó a que ella se fuera antes de hablarle.

—Si le haces algo malo, que Dios me perdone, pero me ocuparé de que lo pagues. Aparte de eso, que Dios te bendiga.

Hrolf salió de allí sin entender absolutamente nada de lo que le había dicho. Aceleró el paso para alcanzar a su mujer, no consentiría que fuera a visitar al otro hombre ella sola.

 

Erika entró en el salón para hablar con sus padres, estaban sentados desayunando, sus hermanos también estaban junto a ellos. Ella se paró frunciendo el ceño al verlos, había algo extraño en el ambiente, normalmente sus hermanos estarían discutiendo entre ellos, volviendo locos a sus padres, sin embargo, estaban más callados que un muerto. Entró frunciendo el ceño. Ninguno dijo nada sobre el hecho de que Hrolf viniera tras ella.

—¡Qué bien hija!, sentaros, no habéis desayunado, hay para todos —su madre señaló dos asientos libres junto a ellos. Rognvald, Ragnar y Gunnar, estaban comiendo tranquilamente, hablando de dónde irían a cazar esa mañana. Como si el día anterior Ragnar no hubiera intentado pegarse con Hrolf. Allí pasaba algo. Estaba tan extrañada, que se sentó mirando alrededor, con el ceño fruncido, decidida a descubrir lo que ocurría.

—Por cierto, he mandado a Seren a casa de Siward, para que vengan, él y toda su familia a comer hoy —su padre lo dijo como si no tuviera importancia, pero ella miró a su madre extrañada, Yvette la miró sonriente, como si no hubiera nada que ocultar. ¿Qué estaba pasando allí?

De repente, todos estaban en silencio, esperando su reacción, sin comer, ella les miró a todos:

—Pero ¿qué os pasa? —sus hermanos volvieron a comer, obligados por la mirada de su padre, que les prometía unas palabritas más tarde por no hacer lo que les había dicho. Esto era, que no debían molestar al extranjero, y nada de las bromitas habituales, ni de las discusiones entre ellos en la comida. Pero como era de suponer, se les habían quedado mirando curiosos.

—Nada hija —la madre intentó sonreír —a tu padre y a mí nos ha parecido bien invitarlos, y que pasemos una tarde agradable las dos familias.

Erika puso los ojos en blanco.

Hrolf, que había comenzado a desayunar en cuanto se había sentado, seguía haciéndolo sin intentar entender a esa familia, ya se había dado cuenta de que era imposible hacerlo. Aceptaría las cosas como vinieran, siguió comiendo, indiferente a lo que se hablaba a su alrededor.

En su interior sentía una exigencia cada vez más fuerte, que tendría que escuchar tarde o temprano, y que provocaba la mujer que estaba sentada frente a él, sin saberlo. Y esa exigencia era que no podía abandonar aquella casa sin ella.

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