Erika

Erika


DIEZ

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No recordaba lo ocurrido después con mucha claridad, solo que se formó mucho lío de gritos. Vinieron los hombres a ver qué ocurría. Eso fue hasta que Hrolf, que parecía emitir un extraño zumbido, gritó más fuerte que nadie, entonces, los demás callaron y le escucharon. Ordenó que se llevaran a Gida a la cabaña y que la encerraran sin dejarla salir, más tarde se ocuparía de ella, y que llamaran a Helga.

Erika se sentía como si aquello no le estuviera pasando, estaba arrodillada sujetándose el brazo. La llevó a la cocina, agradeció que la llevara allí y no a la habitación. Se sentía extraña, como si no le afectara nada de todo lo que estaba ocurriendo. No escuchaba lo que hablaban. Por supuesto, oía voces y ruidos de Helga, que debía estar buscando algo. Estuvo pensando, que era una pena que no hubiera podido continuar con la manta para la cama de sus padres. Los colores que había mezclado eran muy bonitos.

—¡Erika! —Hrolf la zarandeó un poco cogiéndola del hombro. Parecía como si estuviera ida, se asustó, no respondía a su nombre. Por fin consiguió que le mirara.

—¿Qué quieres? —seguía con el brazo sujeto por el otro, como si no se atreviera a soltarlo.

—Tienes que dejar que Helga te vea el brazo —se miró el brazo y pareció sorprendida de vérselo ensangrentado, luego, lo alargó confiadamente a Helga, y volvió a mirar al infinito.

—¿Qué le pasa? —estaba realmente asustado al verla.

—Es por el susto. Creo que su mente, no puede aceptar todo lo que ha pasado, necesita tiempo. Hay que dejarla que esté tranquila, voy a curarla, y luego la dejaremos descansar. Alguien debe quedarse con ella —el asintió preocupado.

Afortunadamente, no había podido estar más de una noche separado de ella. Había vuelto, para decirle que tenían que arreglar las cosas, que cambiaría. Que le dijera que tenía que hacer, pero que no podía dejarla marchar, porque no sobreviviría. Cuando volvió y Helga le dijo que estaba en el granero tejiendo, pensó que por fin se estaba adaptando y fue a verla.  Cuando las vio peleando con el cuchillo, gritó intentando distraer a Gida. Si la hubiera matado, no hubiera podido evitar arrancarle la cabeza, fuera mujer o no.

La herida era superficial, cuando Helga terminó de lavarla y taparla, él la llevó a la cama, desnudándola como si fuera una niña y arropándola después. Atizó el fuego, y se sentó junto a ella, en una silla, porque no quería molestarla.  Cogió su mano acunándola entre las suyas, luego, la llevó a sus labios y la besó con pasión. Cerrando los ojos, dio gracias a los dioses, porque no le hubiera pasado nada.

—Tengo frío ¿te importa acostarte a mi lado? —incrédulo, se metió en la cama después de desnudarse y quitarse las botas, abrazándola con cuidado.

Colocó su brazo vendado sobre las sábanas para que no se rozara con nada, ahora le ardía bastante, Helga le había echado algo que escocía horrores. Y le había entrado sueño, se acercó a Hrolf, estaba tan caliente…bostezó acomodando su cabeza en el pecho del hombre, y se durmió.

Él veló su sueño con ojos vigilantes, mirando el fuego, agradeciendo tener otra oportunidad para arreglar lo que había hecho mal. La besó en la cabeza con cuidado de que no despertara, y acarició su brazo sano encantado de poder acunarla contra su cuerpo.

Se levantó una hora después, viendo que seguía dormida, salió fuera, tenía que hablar con Gida. Bjarni estaba esperando en la sala.

—¿Dónde está? —Bjarni se acercó a él.

—Sigue en la cabaña, la vigila Thorvald.

—De acuerdo, vamos.

Entró solo en la cabaña, allí dormían los esclavos varones. Gida había roto todo lo que había encontrado a su alcance. Ni siquiera eso consiguió enfadarlo más, nada podía empeorar lo que le había hecho a Erika. La observó unos instantes, su mirada de odio hubiera aterrorizado a cualquier otra mujer.

—Gida, recoge tus cosas. No voy a castigarte por lo que ha ocurrido, pero quiero que te vayas, Leif y Thorvald te acompañarán al pueblo. O si lo prefieres, te pueden llevar a otra granja, sé que alguno de los vecinos está interesado en ti —cuando venían de visita, ella se acostaba con varios de ellos, nunca le había importado. Ahora se daba cuenta de que eso significaba que no sentía nada por ella.

Gida se arrodilló sollozando y se agarró el pelo, tirándose de él. Hrolf miró durante un momento hacia el suelo, no tenía paciencia para esto. Suspiró.

—Gida, no va a servir de nada lo que hagas. La quiero, si la hubieras matado, yo hubiera acabado contigo, y luego no hubiera querido seguir viviendo. Cuando la conocí, supe que era la elegida —ella se le quedó mirando con desesperación. Por primera vez se dio cuenta de que sentía algo por él, creía que su relación se reducía a unos cuantos revolcones en la cama, cuando los dos tenían ganas. Era una mujer fuerte, y nunca había dado señales de querer nada más. Cierto que era muy posesiva, pero pensaba que era parte de su carácter.

—Lo siento. Si necesitas algo, pídeselo a los chicos —salió de allí y respiró hondo, escuchando los alaridos de la mujer. Siguió andando hacia la casa, seguido por Bjarni

—Entonces ¿quieres que se vaya?

—Sí, cuanto antes mejor. Hoy mismo, si algo le hubiera pasado a Erika —se encogió de hombros incapaz de seguir hablando.

—No te reconozco, no pareces el mismo, Hrolf. Cuando dijiste que nos la teníamos que llevar, aunque nos habías contado lo que te había dicho el padre, no fui capaz de imaginar cómo cambiaría tu vida, y la de todos, con ella aquí.

—Sí, tengo que arreglar muchas cosas con ella, pero creo que conseguiré que seamos felices. Haré lo que sea, cambiaré, merece la pena, ella lo merece todo —sonrió. Bjarni abrió los ojos como platos al verle. No recordaba haberle visto sonreír antes. Ya estaba cambiando.

 

Erika abrió los ojos lentamente, de repente, todo le vino encima. Cuando reconoció la habitación, volvió a sentir la misma tristeza que había sentido en el sueño. Su madre la llamaba y ella no podía acudir, la necesitaba.

—¿Te ocurre algo? —Hrolf la miraba con ojos preocupados, tenía su mano cogida en la suya, y esperaba paciente.

—Mi madre me llamaba —dijo triste.

—Era un mal sueño, no te preocupes, min elskede.

—Sí —suspiró, se sentó en la cama con dificultad, ya que todavía no podía utilizar el brazo izquierdo. Hrolf se levantó para ayudarla y ponerle la almohada en la espalda —ya me has llamado así más veces, y no sé qué significa.

—Significa mi amada en el idioma antiguo, aquí se lo dicen los esposos entre ellos —ella le miró asombrada —quiero explicarte lo ocurrido con Gida. Ahora que estamos más tranquilos los dos.

—No quiero que me lo expliques —si lo hiciera, seguro que le perdonaría, y no quería hacerlo. Quería poder volver a su casa. Si se enamoraba completamente de él, no volvería con sus padres.

—Sí, déjame hacerlo —susurró —te pido perdón, estaba tan furioso y preocupado, que me comporté como un animal. Si viste mi cara, sabes que no estaba disfrutando. No es excusa, sé lo importante que es para ti, que sea leal contigo. Y te juro por mi alma, si la tengo, que no volveré a hacerlo —ella miró sus ojos ardientes, perdiéndose en ellos, y asintió en silencio —soy tuyo Erika, de nadie más. Aunque tú me abandonaras, seguiría siéndolo. Falta que tú decidas si eres mía —bajó la vista avergonzado por haberse mostrado por entero a otra persona. Ella por fin le creyó, y su última defensa cayó.

Bjarni llamó a la puerta y entró directamente.

—¡Hrolf!, ¡han venido Gerd y Thorlak, han atacado su granja! —Hrolf se volvió hacia ella y le dio un beso rápido en los labios, antes de ordenar:

—¡Quédate aquí! —Los dos hombres salieron corriendo. Ella se levantó despacio para ver qué ocurría, no podía quedarse en la cama. No sabía si podían llegar a atacar la casa.

Se acercó a la cocina, ya que en el salón se escuchaban los gritos de varios hombres.

Helga se sorprendió al verla, y le hizo sentarse, preocupada.

—Estoy bien, no te preocupes, ¿qué está pasando Helga?

—Hay unos ladrones y asesinos, que atacan las granjas de vez en cuando y luego huyen a las montañas. No saben quiénes son, pero cuando ocurre, entre varios vecinos, van a buscarlos.

—Ya —en casa de sus padres no recordaba que ocurriera nunca nada parecido. Aquí todo parecía más salvaje.

—¡Erika! —Hrolf la llamaba desde el dormitorio, fue hasta allí. Estaba cambiándose de ropa, y encima de la cama estaban las armas que llevaría. Erika abrió mucho los ojos al verlo prepararse para luchar. Su corazón comenzó a martillear en el pecho. De repente, se dio cuenta de que no podía perderle, no sin antes decirle lo que sentía por él. Lo que había descubierto, cuando había visto la muerte en los ojos de Gida, y cuando él le había confesado lo que sentía, unos momentos antes.

—¡Hrolf! —él se había cambiado la camisa, e iba a ponerse la piel encima, cuando se giró hacia ella, preguntándola con la mirada. Ella, sin pensar, se lanzó a sus brazos. Él no supo que hacer durante un par de segundos, se había quedado petrificado. Cerró los brazos alrededor de ella, negando con la cabeza.

—Estás loca Erika, ¿te echas en mis brazos ahora que me voy a luchar, cuando te me has negado todos estos días? —ella se separó sonriendo temblorosa.

—Creo que te quiero, no quiero que te pase nada, me he dado cuenta luchando con Gida, pero no quería decírtelo todavía. Había decidido hacerte sufrir un poco más, pero no quiero que vayas a luchar sin saberlo —le miró llorosa y se quitó las lágrimas con los dedos —¡estoy harta de llorar, yo no soy así!

—Lo que yo digo, loca totalmente —sonrió antes de besarla con suavidad, como si ella fuera algo muy preciado para él.

—Ten cuidado por favor, necesito que vuelvas entero —susurró.

—Volveré, tendremos muchos años por delante, toda una vida —se separó y cogió sus cosas —acompáñame fuera. Dame un beso antes de irme, el de la suerte.

Le cogió de la mano para acompañarle conteniendo las lágrimas, parecía una de esas mujeres lloronas a las que siempre había criticado.

Bjarni y Leif ya tenían los caballos esperando, Thorvald no estaba porque se había llevado a Gida. Hrolf la abrazó contra él.

—Échame de menos —susurró junto a su oído —volveré lo antes posible.

—Lo haré, que Dios te acompañe —la besó y subió al semental, y salieron al galope. Cuando desaparecieron de la vista, Helga y ella entraron en la casa.

 

Tardaron una semana en dar con ellos, la refriega fue sangrienta y desagradable, pero finalmente, consiguieron acabar con los tres asesinos que llevaban dos años robando y matando vecinos en las granjas de la región. La última noche, antes de volver, sentando ante la hoguera, junto a Bjarni, pensó, por primera vez en su vida, que proteger el hogar o a alguien que llevaras en el corazón, era lo único que compensaba matar a otro ser humano. Se tumbó sobre la manta de su caballo, y cerró los ojos apoyando la cabeza en el brazo, recordando a su mujer, deseando volver a verla. Ella lo había cambiado todo.

Llegó a casa de mañana, una semana después de haberse ido.  Sus amigos habían vuelto de nuevo a sus granjas, dejó el caballo en el establo y entró en casa arrastrando los pies. De repente se le había echado encima el cansancio de haber estado una semana casi sin dormir, y el resto del tiempo montando a caballo. Esta vez, no abandonó la búsqueda a los dos o tres días, se aseguró de encontrarlos, no quería que volvieran a atacar  y pudieran poner en peligro a Erika.

Escuchó su risa desde el pasillo, debía estar en la cocina con Helga. Se quedó en el umbral observándola, sus rasgos morenos, y esos ojos violetas que le perseguían en sueños. Ella debió notar su presencia, porque se dio la vuelta quedándose con la palabra en la boca

—¡Hrolf! —se lanzó a sus brazos con cara de felicidad. Reía como una niña, lo que hizo que él riera también. Le besó la mejilla varias veces, como picotazos de mariposa, riendo, luego se echó hacia atrás con la nariz encogida

—¡¡Ufff!!, ¡cómo hueles! —rio —Helga, vamos a calentar agua, necesita un baño.

—Pondremos varias ollas a calentar, mientras come. Imagino que casi no habréis comido —Erika tiró de él, para que se sentara en la cocina.

—Ven, siéntate, te pondremos un buen plato de comida, come tranquilo, luego te bañas y a dormir —él sonrió, estaba tan cansado, que no tenía fuerzas ni para hablar.

Comió lo que le pusieron delante, Erika le partió dos rebanadas de pan, y le llenó una copa con agua, luego se sentó junto a él.

—Me imagino que lo habéis solucionado —él asintió sin hablar, no quería hablar de éso. Prefería saber qué había ocurrido en casa en este tiempo.

—¿Y por aquí como ha ido todo? —Helga dejó un plato de guiso ante él y lo atacó voraz.

  —Bien, hemos estado muy ocupadas —sonrió —hemos limpiado las habitaciones y cambiando algunos muebles de sitio, espero que no te importe. Creo que la casa está mucho más limpia —se mordió los labios algo preocupada de repente, Helga le había dicho que a él le gustaría, pero ahora dudaba.

Hrolf le cogió la mano.

—Esta es tu casa, lo que hagas está bien —Helga asintió aprobando la respuesta, aunque sin volverse.

Erika le dejó comer tranquilo, notaba cómo estaba de cansado, se quedó observando cómo comía, casi quedándose dormido encima del plato.

—El agua ya está —anunció Helga —¿Aviso a los chicos para que te lleven la tina y el agua a la habitación? —él asintió levantándose.

—Sí, que se den prisa, no sé cuánto aguantaré sin dormirme —bostezó como si fuera un niño, y se dirigió a su habitación. Erika le siguió inconscientemente. En el dormitorio, le ayudó cuando empezó a desnudarse.

Estaba tan cansado que era gracioso. Enseguida trajeron la tina y la dejaron junto a la chimenea, la llenaron de agua, y dejaron jabón y toallas en una banqueta al lado. Hrolf se sentó en la cama exhausto, mientras preparaban el baño y por un momento, miró la almohada con ojos de deseo. Erika le cogió del antebrazo para que se levantara.

Le ayudó a quitarse las calzas, muriéndose de vergüenza, aunque él no se daba cuenta. Se estaba quedando dormido de pie. Le hizo entrar en la bañera, y finalmente le bañó ella misma, pasando el jabón por todo su cuerpo, como si fuera un niño gigante. Cuando le aclaró el pelo con la jarra, le dijo que se levantara y le hizo salir de la tina. Luego le secó. Como siempre dormía desnudo, simplemente abrió la cama, y él se dejó caer en ella. Le arropó y le dio un beso en los labios, luego, recogió la ropa sucia, y le dejó durmiendo.

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