Equilibrium

Equilibrium


Portada

Página 2 de 7

El joven, en un abrir y cerrar de ojos, pareció confundirse totalmente con tanta información. Las respuestas que buscaba, sin embargo, no surgieron de inmediato. El señor August comenzó a mirar a Luca de forma curiosa, concentrando su único ojo a la vista en el ojo azul del joven. Luca se sintió ligeramente sin gracia, pero para demostrar confianza no desvió la mirada y también se mantuvo mirando fijamente al hombre de rostro arrugado. August levantó entonces el brazo derecho y con un movimiento preciso y decidido se sacó el parche. Su blumergard apareció, en un azul muy vivo y nítido. Ahora ambos hombres de ojos coloridos se miraban.

-¿Equilibriums? Nunca había oído nada parecido en mi vida. La verdad es que nunca había oído hablar nada de todo lo que me ha dicho.

Un silencio casi incómodo se impuso entre ellos, y aunque todavía tenía muchas cosas que decir, August esperó a que Luca decidiese si le gustaría continuar oyendo o hacer alguna otra pregunta. Luego de estudiarlo en su propia cabeza, el joven médium decidió optar por la segunda opción.

-Y esta… puerta a este otro mundo, ¿dónde se encuentra?

-Esta es la puerta al Reflejo, Luca – dijo el viejo, levantando su dedo índice hasta llegar a la altura de su blumergard. – Yo soy el Equilibrium de esta ciudad.

Incapaz de saber exactamente qué responder, Luca retribuyó la información con una nueva expresión confusa y aparentemente llena de preguntas.

-Si usted es el Equilibrium de esta ciudad, ¿por qué los espíritus no están logrando pasar al Reflejo? ¿Por casualidad se encuentra usted en receso?

-Ojalá lo estuviese, joven. Ojalá lo estuviese. El gran problema aquí es que un Equilibrium no trabaja solo. Existe otro, que funciona como mi contraparte y que debe estar preparado en el Reflejo. Un Equilibrium en el mundo de los vivos, un Equilibrium en el mundo de los muertos.

Poco a poco, lentamente reuniendo y procesando toda aquella loca historia contada por el señor August, Luca parecía encajar las piezas y entender aquel entrelazado de mundos. Mundo de los vivos, cielo, infierno y Reflejo.

-Entonces… si usted está aquí cumpliendo su papel de Equilibrium, significa que su contraparte en el Reflejo no está haciendo lo mismo – sugirió Luca, llevando una de las manos al mentón en señal de reflexión.

-Qué joven más astuto – respondió el viejo, satisfecho. – Es exactamente donde radica el problema. Tenemos un horario acordado, un momento exacto para abrir las puertas entre ambos mundos. Un pequeño ritual, para ser más exacto. Esto ocurre una vez cada siete días y ya hace algún tiempo que solo mi puerta se abre. Los espíritus llegan a mi blumergard y lo atraviesan, pero una vez que llegan al límite del camino son devueltos. Y es por esto que la ciudad está así, repleta de errantes.

El joven médium se levantó del sillón y comenzó a recorrer la sala de esquina a esquina, todavía tocando su mentón barbado con una de las manos. Solo el sonido de sus pasos lentos, mezclados con el tic-tac de un reloj de pared quebraba el silencio de aquel extraño lugar. Luca había entendido por completo el problema y lo que lo causaba, pero una última pregunta, tal vez la más importante de todas, todavía acechaba como una nube negra sobre su cabeza.

-Señor August, creo que usted también estaba esperando que yo hiciera esta pregunta, pero… ¿por qué yo?

-Creí que nunca lo iba a preguntar.

August dejó el lugar donde hace minutos se encontraba y giró las ruedas de la silla hasta lograr quedar frente a su invitado. Luca admiraba una pintura de tonos anaranjados y abstractos que colgaba en una de las paredes; el viejo le dio algunos segundos más de silencio antes de continuar su larga explicación.

-Usted es el único en esta ciudad, además de mí, que también porta un bluemergard, Luca. Esto significa que solo usted y yo tenemos permiso para burlar ciertas reglas del Reflejo. Usted y yo podemos dejar el mundo de los vivos y atravesar al otro lado, y es por eso que el Reflejo lo necesita.

-¿Está bromeando, cierto? – preguntó el joven, algo enojado.

El viejo August respondió a la pregunta de Luca solo con una mirada profunda y penetrante. En su expresión de líneas arrugadas y profundas ojeras, había de todo, menos cualquier indicio de broma implícita o subliminal. Al recibir la respuesta que buscaba, el joven no pudo evitar esbozar una sonrisa repleta de cinismo – o tal vez preocupación – y llevó las puntas de sus dedos a las sienes, masajeándolas para intentar evitar un repentino dolor de cabeza.

-¿Usted me trajo aquí para, gentilmente, invitarme a visitar el mundo de los muertos?

-Exactamente –respondió August, sin rodeos -. Iría yo mismo, pero como puede ver, mi situación no es de las mejores.

Una nueva crisis de tos atacó el cuerpo del viejo, pero fue imposible definir si era de verdad o era solo para esconder la gravedad del problema. Luca se alejó de la pared de August, caminando de forma indecisa por la habitación llena de muebles. Se rascó la nuca, tronó sus dedos y cruzó los brazos. Vivía un día normal de su rutina diaria, había decidido salir para comer algo y después de una absurda persecución, había terminado ahí, en la casa de un viejo extraño, dispuesto a oír historias sobre mundos paralelos y, como guinda de la torta, le informaron que necesitaría dejar su propio mundo para resolver los problemas de otro. Aquella, definitivamente, sería una noche que jamás olvidaría.

-No lo piense mucho ahora, joven. Le daré un tiempo para que sus ideas maduren.

-Pero y si… ¿si no quisiese ser parte de esto? O sea, tengo elección, ¿cierto?

-Usted nació con un blumergard, Luca, y eso quiere decir algo. Pero como le dije, no es necesario que se preocupe ahora. Sé que está cansado y que solo quiere volver a su casa. Reflexione sobre todo lo que oyó aquí hoy. Entraré nuevamente en contacto con usted pronto.

Confundido, Luca prefirió no responder, y sin ninguna ceremonia comenzó a cruzar el corredor que llevaba a la salida. August lo siguió con sus ojos y esperó que se diese vuelta, al menos para despedirse. Como previó, el joven se dio vuelta, por encima del hombro y preguntó:

-¿Qué pasará si este flujo no es corregido?

-A nosotros, los vivos, nada muy serio. Solo intente imaginar centenas, millares de errantes aprendiendo a readquirir algunas habilidades de seres vivos, tales como crear corrientes de aire y abrir puertas y ventanas como en los clichés de las películas. A los errantes, sin embargo, la ciudad se le volverá cada vez más llena y pesada. Que no se le olvide que somos responsables por ellos, lo quiera o no.

Luca asintió con la cabeza y salió. Antes de cerrar la puerta y de dejar al viejo y su silla de ruedas solos, detrás de ella oyó un “buenas noches”, ronco y reprimido, pero no lo retribuyó. Se apresuró a salir de la casa, y una vez que pasó por la primera sala, los tres hombres de terno lo esperaban.

Sin decir ni una palabra, uno de ellos lo acompañó y le indicó con un gesto que nuevamente entrase en el auto negro. Obedeció, lleno de ganas de estar pronto en su casa para tomar una nueva ducha de agua caliente, de por lo menos quince minutos.

Capítulo 3

Soledad

 

Pasaron exactamente siete días desde el curioso encuentro entre Luca y el misterioso señor August Barwell, el Equilibrium, y en cada una de las noches de esa larga semana, el joven médium fue perturbado por terribles y recurrentes pesadillas. Las visiones nocturnas, repletas de imágenes intensas y sofocantes, fueron el resultado de las nuevas preocupaciones que afligían al pobre joven de ojos coloridos, preocupaciones adquiridas durante aquella maldita conversación con el viejo de la silla de ruedas.

Luca era un buen hombre: gentil, educado, responsable y, por sobre todo, honesto, honesto consigo mismo y con todo el que lo rodeaba. Su misión gracias a su ojo azul, recién nombrado blumergard, era ayudar a las personas – vivas o muertas – a encontrar la paz para sí mismas y para sus seres queridos. Aquel era su destino. A eso se debían las batallas interiores que estaba teniendo: si sabía que había nacido con un don especial y que había decidido usarlo para ayudar a las personas, ¿por qué motivo o razón no había aceptado de inmediato lo que August Barwell sutilmente le había pedido hacer? Si era realmente capaz de realizar tal hazaña, ¿por qué no había entrado de lleno en aquella misión si sabía que millares, tal vez millones de espíritus errantes necesitaban su ayuda?

A cada hora, a cada minuto y segundo las palabras de August Barwell rondaban en la consciencia del joven médium y le impedían realizar cualquier tarea con precisión. Incertidumbres, inseguridades y miedo, pero por sobre todo, miedo. Una mezcla de terribles sensaciones lo devastaba al oír la palabra “Reflejo”, el mundo paralelo de los muertos.

El flujo de consultas andaba más bajo de lo normal, y aquel día Luca había decidido cerrar el centro un poco más temprano. Se había ido directamente a casa luego de pasar por la tienda de mascotas y comprar la comida de Flora, deseando profundamente lo que siempre y esquemáticamente deseaba cada jueves: un enorme capuchino.

El clima parecía haber cambiado repentinamente, y por eso había sacado el viejo abrigo de lana del ropero luego de meses de descanso. Respetando sus pecados capitales favoritos, Luca una vez más realizaba el trayecto hacia el Café Le Blanc. De entre los muchos rituales que mantenía semanalmente, las idas al local de comida ochentero era uno de los que más respetaba. Había algo en aquel lugar que lo atraía como un imán. Todos sus últimos encuentros habían tenido lugar en el Le Blanc, en el mismo horario y en la misma mesa. Todos los quiebres amorosos de los últimos años, todos los encuentros con viejos amigos e incluso una frustrante conversación con uno de sus parientes que meses atrás lo había buscado para pedirle dinero prestado.

El sonido de la campanilla de la puerta, como siempre, atrajo todas las miradas de los pocos clientes. que bebían sus cafés, hacia el joven que acababa de llegar. Con las manos dentro de los bolsillos del abrigo, para el espanto de las camareras que estaban acostumbradas a la rutina del vergonzoso cliente, Luca, esta vez, no se dirigió a la última mesa. En vez de eso, se sentó en la barra, hojeó rápidamente el menú y acabó pidiendo su preferido – un capuchino – para llevar. Pagó con un billete de cinco dólares y ofreció el cambio como propina. Con su acostumbrada simpatía y una bella sonrisa de dientes alineados, agradeció a la vendedora y salió.

No sabría explicar el motivo en caso de que le preguntasen, pero en aquel frío atardecer había preferido caminar en vez de sentarse en una mesa. Siguió el camino que lleva al centro de la ciudad, que quedaba a menos de tres kilómetros de ahí, y continuó por la acera, ocasionalmente dándole pequeños sorbos al cálido y reconfortante café. Su mano desocupada aún se encontraba dentro del bolsillo del suave abrigo, y aun así continuaba recibiendo a cada minuto aquella sensación que Luca detestaba: el hormigueo que denunciaba la extrema cercanía corporal de un espíritu errante. En aquel caso no solo uno, sino que incontables errantes que se acumulaban a cada rincón de la ciudad.

Entre lentos pasos y sorbos, Luca se distrajo por el camino y pronto llegó a una pequeña plaza, en el centro de la ciudad. La rodeó lentamente y vio un banco para dos personas vacío justo frente a la fuente que decoraba el lugar. Siguió hasta él y se dejó absorber por el sabroso clima del atardecer, ocasionalmente recibiendo un rocío en el rostro cada vez que el viento, casualmente, cambiaba de dirección y llevaba pequeñas gotas producidas por la fuente. Aquella parte de la ciudad era una de las que nunca perdían completamente el flujo de transeúntes, a cualquier hora del día o de la noche. A Luca le encantaba observarlos: incontables seres humanos, con sus historias, ocupaciones y pensamientos, yendo y viniendo como en un gigantesco hormiguero. En las inmediaciones de la plaza había una iglesia, pequeña y poco frecuentada, pero de la que formaba parte la torre con aquel reloj considerado el más bonito de la ciudad. Marcaba las cinco y media exactas.

El capuchino – ya casi completamente frío – estaba terminándose cuando Luca sacó la mano izquierda del bolsillo del abrigo. El hormigueo estaba volviéndose insoportable. Por un instante pensó, dejó que su mente divagase y como en un juego mental infantil, intentó adivinar cuántos espíritus estarían en ese momento a su alrededor. Un número de tres dígitos surgió casi frente a los ojos del joven, y por fin decidió hacer algo que estaba evitando a toda costa: terminar el juego para confirmar el resultado. Colocó el vaso de cartón a un lado del banco, y sin pensarlo dos veces, Luca levantó la mano derecha y cubrió su ojo castaño.

Mezcladas con las luces de las vitrinas y con todas las personas que caminaban por la plaza, se formaron decenas de siluetas, primero vacías y translúcidas, luego casi tan sólidas como las personas. El corazón de Luca latió más rápido en aquel instante, al notar que el espacio de la plaza estaba repleto de errantes, algunos despreocupados, otros aparentemente perdidos, pero todos caminando como si buscasen algo en común. Espíritus de adultos, niños, ancianos, cada uno de ellos caminando por el mundo de los vivos a su manera.

El hormigueo en las manos de Luca, sin embargo, no fue justificado por la presencia de los errantes desconocidos. Ninguno de ellos mantenía contacto con el médium. De hecho, ninguno de ellos parecía siquiera notarlo. La sensación fría en los dedos del joven se debía a la cercanía con la pequeña mano infantil, blanca, que vio de reojo en un rincón de su blumergard.

-¡Nancy! ¿Has sido tú todo este tiempo? – preguntó aun sin destapar su ojo castaño.

-¡Creí que ya habías notado mi presencia desde que saliste del Le Blanc! – respondió, ligeramente asustada.

-No… no te sentí. Es difícil sentir una presencia en específico con toda esa… gente por ahí.

Luca volvió a dirigir su mirada a la multitud de vivos y muertos y notó que Nancy hacía lo mismo. Observaba en silencio, encogida en el frío banco, a veces siguiendo con su mirada a algún espíritu aleatorio hasta perderlo de vista.

-Nancy – susurró Luca, disimuladamente, de la manera que acostumbraba hacerlo. - ¿Cómo es ser un errante?

Las manitos de la pequeña fantasma se juntaron y puso a balancear de adelante hacia atrás sus piernas vestidas con un pantalón holgado. No pareció molestarle aquella pregunta, pero demostró una ligera indecisión sobre qué responder, lo que hizo pensar a Luca por un segundo que ni ella misma sabía cómo era formar parte de aquel mundo intangible.

-Es casi lo mismo que estar vivo. Solo que nos quedamos solos. No conversamos mucho los unos con los otros. Es como cuando la gente se cambia de escuela, solo que todos los días. Y además no dormimos, ni sentimos hambre ni frío. Es algo extraño, vacío, ¿me entiendes?

Luca no entendía. Sintió que no debería mentirle a Nancy ni decirle que entendía cómo era ser un errante. Prefirió tomar la pregunta como una retórica información en medio de la conversación y solo continuó escuchándola.

-Andamos por ahí, viendo la ciudad, viendo a las personas. Luego de un tiempo, es fácil acostumbrarse. Algunos todavía esperan su viaje, otros no. Muchos saben que nunca lograrán atravesar a lo que sea que exista para cumplir su misión, sea cual sea.

-¿Tú todavía esperas eso?

-Yo morí hace más de treinta años, y todavía estoy aquí.

La voz dulce e infantil de Nancy pareció cargada de melancolía al pronunciar aquellas últimas palabras. Desde su asesinato, desde el inicio de las búsquedas de su cuerpo, desde la fuga de su padrastro, ella jamás comprendió el real motivo de estar ahí, viendo a los vivos como parte de un mundo, para ellos, invisible. Al comienzo se cuestionó, lloró por dentro sin poder derramar una lágrima y sin poder hacer que alguien la escuchase. Año tras año comenzó a habituarse a las calzadas, a los bancos, a la contaminación de los autos y, sobre todo, a la soledad. Pasadas algunas primaveras, sintió que jamás podría dejar aquella ciudad. Tal vez, aquella fuese su misión: formar parte de un grupo de errantes que jamás estaría en un lugar mejor.

Luca no entendía cómo era ser un errante, pero entendía perfectamente que Nancy era solo una niña pequeña y solitaria en aquella gran selva de edificios. Entendía también que, así como ella, todos aquellos errantes esperaban algo – o a alguien – que pudiese ayudarlos a realizar su viaje, fuese al cielo, al infierno o al Reflejo. Necesitaban a un salvador.

-¿Se va tan temprano? – preguntó Nancy, cuando Luca se levantó del banco con un solo impulso.

-Hay algo que necesito hacer – respondió con seguridad.

-¿Puedo acompañarte?

Ya sin verla, mientras acomodaba su abrigo y botaba el vaso vacío en un basurero al lado del banco, Luca respondió con un “sí” suave y amigable. Todo lo que la pequeña Nancy quería era un poco de compañía.

-¿Dónde vamos?

-Larga historia. Te cuento todo después.

Pasó menos de un minuto antes de que Luca encontrase un taxi desocupado que cruzaba la avenida frente a la plaza. Lo tomó y le indicó una dirección que había memorizado siete días antes: la casa de un extraño señor en silla de ruedas que no quedaba muy lejos de ahí.

 

 

 

Capítulo 4

Viaje

 

-No sabía que los espíritus también andaban en taxi – dijo Luca, una vez que el vehículo partió, dejando atrás una humareda maloliente.

-¿Crees que solo porque morí comenzó a gustarme andar a pie? – Respondió Nancy, con simpatía.

Luca Sonrió y, sin perder el tiempo, se acercó al portón de fierro que separaba la casa de la acera. Miró las dos únicas ventanas del segundo piso en busca de movimiento, pero no logró ver ninguna señal de vida detrás de los vidrios que relucían a la suave luz del alumbrado público. Abrió el cerrojo oxidado y cruzó el portón, cerrándolo nuevamente y continuando por el pequeño camino recto que llevaba a la puerta. Parado frente a la entrada, buscó alguna forma de anunciar su llegada, pero no había ningún timbre, interfono, ni nada parecido. Finalmente, decidió tocar la puerta. Esperó. No se escuchaba ningún ruido proveniente del interior de la casa. Indeciso entre intentar nuevamente o dar media vuelta e irse, Luca escogió una tercera opción: sin demora, llevó la mano a la manilla y abrió la puerta.

-¿Deberíamos? – respondió Nancy.

Luca no respondió, en vez de eso, colocó la mitad de su cuerpo dentro y echó un vistazo a la gran sala que había visitado hace siete días. Las luces estaban encendidas y estaba dominada por un silencio casi mortal. Ya cuando se encontró completamente dentro del cuarto vacío, cerró la puerta y continuó por el único camino que había y que llevaba a la única puerta frente a él. Llegó a ella, escuchando sus propios pasos y sintiendo el hormigueo que denunciaba la extrema necesidad de Nancy de mantenerse en contacto, y del mismo modo que hizo con la primera, dio tres leves toques, pero completamente audibles por alguien que estuviese del otro lado. Solo un parpadeo bastó para que finalmente se escuchase una respuesta.

-Entre, Luca – sonó una voz ronca y ya conocida por el joven.

Cruzó el nuevo par de puertas, caminó por el estrecho corredor de cerámica oscura y una vez más se vio en la abarrotada sala del Sr. August Barwell. Esta vez no escuchó el sonido suave del piano, ni ningún otro ruido además del incesante movimiento de los punteros del reloj en una de las paredes. Luca se apresuró para llegar al centro de la sala, sintiendo que Nancy lo seguía; esperó unos pocos segundos, hasta que, igual que en la primera visita, vio al señor August surgiendo lentamente desde atrás del biombo oriental en su silla de ruedas azul.

-¡Hola, joven! – dijo el viejo, con cierta dificultad causada por una inconveniente carraspera.

Antes de responder el saludo, Luca no pudo evitar dirigir brevemente su atención a la apariencia de August. Mostraba un estado de avanzada palidez, con una piel casi transparente, lo que provocaba que venas azules lo llenasen como líneas en un mapa de papel. El ojo castaño, el único visible debido al parche que cubría el blumergard del viejo, estaba completamente rodeado por un área oscura que ya sobrepasaba la discreción de una simple ojera de quien había dormido mal. Si hace siete días el Sr. Barwell no mostraba buena salud, ahora parecía que en cualquier momento podía desarmarse como un maniquí que no sirve más para ser exhibido.

-Hola, August. ¿Cómo sabía que era yo el que estaba en la puerta? – preguntó Luca, directo, como le gustaba ser.

-Oh, sí. No utilicé ningún poder paranormal. Tenemos circuito interno de cámaras – respondió August, con un aire de burla. – ¿Trajo a alguien con usted hoy?

El rostro de August se dirigió al lado izquierdo del joven médium y se mantuvo ahí por unos instantes. Luca sintió un hormigueo aún más intenso en todo el cuerpo. Había olvidado por un minuto que Nancy lo había acompañado a ese lugar.

-Es una vieja amiga.

-No parece ser muy vieja. ¡Hola, pequeña! ¿Cómo te llamas?

-¿Él también puede verme? – preguntó ella.

-No solo verte, también puedo oírte – dijo August, interrumpiendo a Luca antes de que pudiese hablar.

Luca frunció el ceño y miró brevemente al lugar donde sentía la presencia de la pequeña errante, y en seguida volvió a encarar a August.

-Espere un poco. Si está con su blumergard cubierto, cómo es que…

-Veo que usted es un joven muy atento a los detalles. Eso está bien. Sin embargo, respondiendo a su pregunta: ese es un pequeño contratiempo de quien se vuelve un Equilibrium. Comenzamos a ver a los espíritus con ambos ojos. Si eso es algo malo o bueno, usted decide. ¡No tengas miedo, pequeña!

-No tengo miedo – respondió ella de inmediato.

August solo sacudió la cabeza con simpatía. Estaba habituado a lidiar con espíritus de niños, pero aquella pequeña visitante parecía estar más allá de los límites de un niño ordinario. Él podía ver la consistencia de su alma, la edad de su existencia, y luego notó que ella llevaba atrapada en el mundo de los vivos por muchos y largos años.

-Siéntense, ustedes dos – dijo finalmente, apuntando a los grandes sofás. Esperó hasta que hiciesen lo que pidió, y continuó. – No esperaba que volviese tan rápido, joven.

-Ni yo – respondió Luca.

-Le di tiempo para pensar, y si volvió fue porque pensó mucho sobre el asunto. ¿Aún no está seguro?

-No sé exactamente lo que me trajo aquí de vuelta hoy, señor August. Estaba angustiado, exactamente por haber pensado tanto sobre todo lo que me dijo la semana pasada.

-¿Qué es lo que le causa tanta angustia?

-Esa enorme cantidad de espíritus atrapados en el mundo de los vivos. No logro sentirme bien sabiendo que son prisioneros y sin ninguna oportunidad de partir a un lugar mejor. Y lo que más me perturba es saber que puedo ayudarlos. Peor aún, es saber que solo yo puedo ayudarlos. ¿Cómo puedo no verme afectado con todo eso en mi cabeza?

-Aunque le perturbe, es una buena señal. Significa que usted entiende su responsabilidad. Ese es su destino.

El médium más joven esbozó un suspiro discreto y de leve arrepentimiento. Creía que toda aquella conversación sobre el destino era solo ficción, como salida de una fábula cualquiera sobre un escogido, un salvador. “Simple cliché”, fueron las palabras que recorrieron sus pensamientos. No era parte de su personalidad ser rudo, pero de repente sintió una voluntad casi incontrolable de levantarse y salir corriendo por la puerta.

-¿Cree que realmente está listo para entrar en esta misión? –indagó el viejo, con seriedad.

-Estoy aquí – respondió Luca, sumando un largo suspiro a sus palabras.

-Ahora, solo necesito saber qué hacer.

-Todavía hay algunas cosas que necesito explicarle. Usted no va a ir a pasear a Disneyland.

-Eso era todo lo que necesitaba escuchar.

-Venga conmigo por favor.

August giró la silla de ruedas y le dio la espalda a los visitantes. Luca se levantó y lo siguió, mientras el viejo guiaba las ruedas de la silla entre los objetos acumulados en la sala. El joven tuvo la impresión de estar viendo todavía más cosas de las que había presenciado la semana anterior. August continuó su camino y desapareció detrás del biombo desde donde siempre aparecía, y una vez que llegó a aquella parte de la sala, Luca vio que había en ella un nuevo corredor que llevaba a otro cuarto. Siguió lentamente al viejo hasta que llegaron a un cuarto perfectamente cuadrado, de paredes rojas y de un techo más alto que el de los demás ambientes de aquella casa. En lo más alto de este techo había un vitral de forma ovalada, no muy grande, pero que permitía que el azul oscuro del cielo nocturno fuese apreciado discretamente. Debajo de este vitral se encontraba ubicado una gran sillón, antiguo, de una madera aparentemente muy resistente y bien conservada. Además de este sillón había solo un mueble en aquella sala: una pequeña banqueta, discreta, que estaba ubicada exactamente en el lugar donde dos paredes se encontraban. August se detuvo frente a la banqueta y tomó con cierta prisa algunos papeles que se encontraban doblados sobre ella. Verificó entre ellos el que le gustaría utilizar, y después de toser tan fuerte que casi se salieron sus pulmones, lo abrió sin demora encima del mueble de madera.

-Acérquese, joven.

Luca se acercó y se inclinó para ver el contenido del papel. Era un mapa, el mapa de un lugar que él identificó a simple vista: la ciudad donde vivía. Había sido impreso en una especie de papel transparente y no mostraba muchos detalles, sino que solo las líneas del perímetro de la ciudad, así como los puntos más importantes.

-No hay manera más fácil de mostrarle cómo es el Reflejo. ¿Ve este mapa? ¿Lo identifica?

-Claro. Es el mapa de nuestra ciudad.

-Perfecto. Ahora, preste atención.

August colocó el mapa sobre la banqueta y enseguida sacó del bolsillo de la camisa un lápiz marcador. Le quitó la tapa con los dientes, la escupió lejos y llevó la punta a un lugar específico del mapa. Con la tinta amarilla marcó un pequeño pero visible punto en el papel.

-¿Reconoce este punto? – preguntó el viejo, sin mirar a Luca.

-¿Es donde está su casa, cierto? – respondió el joven, no muy seguro de la exactitud de su respuesta.

-Exactamente. Pero no es solo mi casa. Es el punto de simetría donde los Equilibriums de ambos mundos deben estar para abrir las puertas. Lo que usted está viendo es el mapa de nuestro mundo, y esta ciudad es mi área de equilibrio. Algo cercano a ser el alcalde de la ciudad, solo que de una forma muy singular – explicó August, intentando simplificar al máximo lo complejo de las confusas informaciones.

-Entonces, el Equilibrium del Reflejo ¿está exactamente aquí, solo que en otra dimensión?

August escuchó la pregunta de Luca, y con el mapa en las manos lo giró ciento ochenta grados. Lo colocó nuevamente sobre la banqueta y, gracias al papel fino y transparente, el mapa se volvió una visión invertida de la ciudad que Luca tanto conocía.

-No hay una definición más simple del Reflejo que esta. Y respondiendo a su pregunta, sí, el Equilibrium está, o debería estar exactamente donde estamos ahora, solo que en el mundo paralelo de espíritus errantes.

-¿Y cuál es el medio de transporte que tendré que usar para llegar allá?

-Su ojo azul, joven. Es mediante su propio blumergard que usted viajará.

-Pero… ¿cómo?

-Es relativamente simple. Usted ya debe haber oído hablar que nuestro espíritu deja el cuerpo cuando dormimos. Y eso es verdad. Una vez que nuestro cuerpo se desactiva en estado de reposo, el espíritu lo abandona para que pueda descansar tranquilamente. Y es ahí que entra uno de nuestros dones, que es el de burlar las reglas del Reflejo: si un portador de blumergard duerme con él abierto, su espíritu lo atravesará y llegará al Reflejo sin la necesidad de pasar por las puertas entre de ambos mundos.

-Es realmente muy simple – dijo Luca, en voz baja, lo que no fue suficiente para determinar si se trataba de una ironía o no. -¿Y qué estamos esperando entonces?

-Por favor siéntese en el sillón que está en medio de la sala. Voy a prepararlo ahora.

Luca obedeció, dejando el lugar donde estaba y sentándose en el enorme y cómodo sillón. Era rojo, de brazos largos y de asiento blando y acogedor. Estaba ubicado exactamente debajo de la luz de las estrellas que se derramaban suavemente por el vitral en lo alto de la sala. August se retiró de la sala por el corredor y se demoró algunos instantes, dejando a Luca y a su amiga errante esperando por lo que pronto sucedería.

-¿Realmente estás listo para esto? – preguntó Nancy, susurrando, temiendo ser escuchada.

-No tengo idea – respondió Luca, con una mezcla de ánimo e indecisión.

August y su apariencia cadavérica silenciosamente reaparecieron en la sala. Traía sobre sus piernas una bandeja plateada y simple; sobre ella había tres objetos: un vaso con tres dedos de agua, otro vaso, pero con una pequeña píldora, y un artefacto extraño que Luca no habría podido reconocer a simple vista. El viejo detuvo su silla al lado del sillón donde Luca lo esperaba y le pidió que tomase ambos vasos. En la bandeja quedó solamente el objeto desconocido, que prontamente fue retirado por el señor August. Ahora, más cerca de su visión, Luca logró identificar que eran una especie de gafas sin lentes, de armazón fina y dorada. El lado izquierdo, sin embargo, no era como el de un par de gafas común: tenía pequeños ganchos direccionados hacia el interior, y no fue necesario mucho esfuerzo para deducir que serían aquellos ganchos los que mantendrían el ojo azul de los espíritus de Luca abierto. Su manzana de Adán se movió de arriba a abajo al sentir inevitablemente un nudo en la garganta.

-La píldora que está en sus manos es un somnífero natural. Se quedará dormido en unos cinco o seis minutos luego de ingerirla. Estas gafas mantendrán los párpados de su blumergard abiertos, y tan pronto como se quede dormido, su espíritu será transportado al Reflejo. El efecto durará cerca de tres horas. Ese es el tiempo que tendrá para descubrir lo que está sucediendo allá.

August gesticuló con una de sus manos, sugiriendo que Luca ingiriese la pequeña cápsula de color amarillo y blanco, y el joven lo hizo sin demora. Se llevó la cápsula a su boca y en seguida le dio un generoso sorbo al otro vaso; sintió cómo el agua fría bajaba por su garganta, llevando el somnífero, que a partir de ese momento comenzaría a surtir efecto. Segundos después, el viejo le entregó las gafas y recogió ambos vasos.

-Abra bien los ojos y colóquese las gafas con cuidado. Es un poco incómodo, pero pronto estará durmiendo y no sentirá ninguna molestia.

Lentamente, y temiendo perforar el globo ocular con las puntas de los cuatro ganchos, Luca se llevó las gafas al rostro con los párpados exageradamente abiertos. Sintió cómo el material puntudo se aferraba a la piel fina que cubría sus ojos, encajándose de una forma, que obviamente no conseguía ver. Luego de una leve perforación y la advertida molestia, los párpados del blumergard estaban asegurados.

-Ahora, solo nos resta esperar hasta que se quede dormido – dijo August, satisfecho. – Recuerde bien, joven, será transportado al punto de simetría de los Equilibriums y deberá verificar lo que sucedió allá. Nada más ni nada menos. Bajo ningún motivo salga a las calles del Reflejo, ya que si su cuerpo despierta y su espíritu no llega al lugar exacto al volver, es probable que se pierda y jamás encuentre el camino de regreso. Por esa razón, solo espere a que el efecto del somnífero termine y pueda regresar a nuestro mundo. Usted será transportado al mundo de los muertos en espíritu, pero como el espíritu de una persona aún viva. Y un irritante contratiempo del Reflejo, para quien rompe las reglas, es el hecho de que si esa persona llega como un alma sólida es capaz de sufrir todo lo que el cuerpo vivo siente y vice-versa. Lo que quiero decir con esto es que no se lastime allá, o su cuerpo se lastimará aquí.

-Si no logro resolver el problema, ¿podré volver a ese mundo nuevamente?

-Temo que esa sería una decisión peligrosa a tomar. Estamos burlando reglas; el espíritu de alguien aún vivo no debe ir al Reflejo. No quiero arriesgar su vida, Luca, entonces haga lo posible por corregir el problema en esta única visita.

Luca asintió con la cabeza en señal de aceptación, pero al mismo tiempo sintió un terrible escalofrío recorrer su cuerpo de pies a cabeza. Las últimas advertencias de August sonaron realmente convincentes. Súbitamente recordó momentos antes, cuando el viejo lanzó sin pudor la afirmación de que aquel no sería como un paseo al parque de diversiones. Y fue solo así que notó que, unidas, todas aquellas informaciones realmente significaban algo.

Todos en la sala permanecieron en silencio absoluto, mientras la sustancia somnífera se apoderaba de los sentidos de Luca. Finalmente, se enderezó en el sillón y, en el tiempo previsto, comenzó a sentir que sus pensamientos desaparecían, llevados por una incontrolable onda de sueño y adormecimiento en cada uno de sus órganos. Su visión rápidamente se nubló, los sonidos, a su vez, se desvanecían de sus tímpanos de forma gradual y asustadora. Logró oír la vocecita de Nancy diciéndole un dulce “Buena suerte”, y segundos después se apagó por completo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 5

Reflejo

 

Fue como si solo una breve siesta de medio segundo hubiese ocurrido. Sus sentidos se apagaron, su mente y su visión se oscurecieron y, de un salto, despertó súbitamente. El mundo a su alrededor giró como por el efecto de cinco vasos de vodka – puros y sin hielo. Luca vio paredes, un techo, el suelo, todo mezclándose como imágenes borrosas que intentaban tener sentido. Sacudió la cabeza, abrió y cerró los ojos, inspiró profundamente, y entonces todo se estabilizó. Todo lo que su visión logró divisar en un primer momento fue una sala razonablemente oscura, sin lámparas encendidas, iluminada solo por un rayo de luz grisáceo que surgía de un vitral en el techo. Estaba sentado en el sillón rojo del Sr. August, con los brazos apoyados sobre los del asiento acolchado, manteniendo su columna recta y las piernas alineadas. Una rápida mirada alrededor fue necesaria para que Luca por fin se diese cuenta de que había funcionado.

Estaba en el Reflejo, y era exactamente como August lo había explicado.

Luca se levantó del sillón y comenzó a mirar en todas las direcciones. Estaba en la misma sala donde, minutos antes, había tomado una píldora para dormir. Todo estaba ahí: el sillón rojo, la banqueta, el techo adornado por un vitral. Las paredes parecían las mismas, así como el piso y el techo. Pero no era exactamente el mismo lugar, no en la sensación que transmitía ni en la atmósfera que producía. Era pesado, cargado de un aura enfermiza que invitaba a la oscuridad de un atardecer a ser absorbido por las tinieblas de una noche inminente.

Luca prefirió caminar a pasos lentos y ligeros, ya que el sonido de sus zapatos pisando la cerámica producía ecos asustadores, los que solo volvían aquel lugar aún menos acogedor. Recorrió dos o tres metros y estaba atravesando el corto corredor que llevaba a la otra sala: el depósito de bagatelas del viejo August. En pocos segundos, logró descubrir que, en aquel mundo, el lugar no se parecía en nada a su contraparte. Los estantes estaban dados vuelta, los cuadros no estaban en la pared, las estatuas se encontraban desparramadas a cada rincón de la sala. El piano, como si hubiese sido atacado por una gigantesca y afilada espada, había sido partido perfectamente a la mitad. En el suelo, pedazos de vidrio delataban los pasos de Luca al ser pisados. Sería completamente posible afirmar que, en el mundo de los vivos, un terremoto habría causado tal destrucción.

-Santo cielo – susurró, sintiendo una pequeña presión en el pecho.

Continuó por la sala hasta llegar al otro corredor que llevaba al final del hall principal de la casa, y sin dudarlo lo cruzó, abrió la puerta y entró. El hall no había cambiado mucho; continuaba vacío e inexpresivo, y el único contraste que lo diferenciaba de su forma original era la gran lámpara de vidrio que formaba parte de su discreta decoración: en vez de colgar del techo, la lámpara se encontraba tirada en el suelo, justo al medio del cuarto. Fue imposible para Luca dejar de sentir una terrible y sofocante sensación de abandono; no estaba totalmente seguro de lo que esperaba encontrar en la transición de mundos, pero la imagen de la contraparte de la casa del viejo August Barwell ya había servido muy bien como un ejemplo convincente.

-¡Hola! – dijo               Luca, fuerte y claro, alimentando la esperanza de oír alguna respuesta.

La voz de Luca retumbó en las paredes y desapareció en la atmósfera cenicienta que lo rodeaba. Silencio fue la única respuesta que recibió. Había recorrido los únicos tres ambientes que le correspondía recorrer y no encontraba a nadie.

No había Equilibrium en aquel lugar.

-¿Cómo no pensé que podía pasar esto? – dijo en voz baja, más para quebrar el horrendo silencio del hall que por cualquier otro motivo.

Por un largo momento, todas las expectativas y esperanzas de Luca se desmoronaron al interior de su cabeza. Estaba ahí, en aquel mundo desconocido y oscuro y no había encontrado lo que había ido a buscar. Además, como lo solicitó su mentor, no debía sobrepasar los límites de aquella casa bajo ninguna circunstancia, aunque en ningún momento le haya dedicado tiempo a explicar los motivos de esta sofocante solicitud. Fue solo entonces que Luca notó que August no había dicho nada acerca de lo que había más allá de las paredes. Luca suspiró y sintió que no era justo, como si fuese un empleado que realiza tareas que no entiende por completo. ¿Qué podría haber de peligroso allá afuera?  ¿Qué tipo de seres habitaban las calles de aquel mundo descolorido y melancólico llamado Reflejo? Y finalmente, ¿a dónde habría ido el Equilibrium que debía estar ahí?

Solo había una manera de descubrirlo.

Se movió lentamente hasta la enorme puerta en un extremo del hall, mientras que en su mente dudaba entre la voluntad de cumplir al pie de la letra las órdenes de August o desobedecerlas por completo. Siempre había sido una de esos jóvenes con alma de niño que consideraban las prohibiciones como un desafío, y aquella era una de las más tentadoras prohibiciones que había recibido en su corta vida.

Decidido a no ser detenido por la duda, Luca finalmente levantó el brazo derecho y guio su movimiento hasta la manilla de la puerta de madera, grande e imponente. Cerró la mano alrededor del objeto y la aferró a este, sintiendo el metal frío, mientras acumulaba fuerzas – más mentales que físicas – para finalmente avanzar rumbo al nuevo y desconocido mundo.

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 6

Multitud

 

Una vez que la puerta a sus espaldas se cerró, Luca miró hacia la calle y permaneció estático como una estatua de yeso. Por un breve momento prefirió no mirar con atención, con la intención de disminuir el choque que podría recibir al visualizar finalmente el Reflejo más allá de las paredes de la casa. Mantuvo la mirada en sus pies, que pisaban la pequeña acera perfectamente recta que llevaba al portón de salida, y esperó hasta que se sintiese preparado. Intentó agudizar su audición para oír antes de ver, pero solo un suave soplo de viento viniendo de muy lejos llegó a sus oídos. Los latidos de su corazón parecían más fuertes y sonoros que cualquier sonido en ese mundo.

Sin pensar más, irguió la mirada y finalmente encaró la imagen que había intentado evitar: la fachada de la casa de August Barwell, el pequeño portón de fierro, la calle y sus casas; toda la ya conocida composición completamente reflejada de derecha a izquierda. Comenzó a dar pasos leves y lentos, llegó a la salida y luego a la acera. Nuevamente se detuvo, pero esta vez le dedicó miradas profundas a cada rincón que le permitía su visión.

Así como al interior del punto de simetría, la atmósfera de la calle era densa, oscura y sin vida. Las paredes de las casas parecían pintadas con colores muertos, y el café de sus tejados ni siquiera se contrastaba con el resto de la construcción. Los árboles, los que se encontraban a lo largo de toda la calle, mostraban copas llenas de hojas teñidas de un verde oscuro y lúgubre, cerrado como el de un mato denso e impenetrable. El cielo del Reflejo parecía el de un día de lluvia infinita, completamente dominado por capas y más capas de nubes descoloridas. No había movimiento entra ellas: eran como gigantescos copos de algodón dibujados con grafito y exhibidos en una cúpula de vidrio. Un cielo muerto. Tampoco había movimiento alguno en la calle. Solo silencio y una mezcla de luz matutina y oscuridad que reproducía, con extrema perfección, el espectáculo natural de la madrugada siendo absorbida por el día.

Luca escogió el camino de la derecha, basándose en la ciencia del mundo invertido, decidido a dirigirse al centro de la ciudad. No tenía idea de lo que hacía ni de lo que iba a hacer, pero sabía que no podría solo acobardarse y esperar a que su única oportunidad de visitar el Reflejo fuese desperdiciada con ningún resultado. No pretendía, sin embargo, caminar mucho por las calles de la ciudad sin un objetivo, sin ninguna intuición que pudiese llevarlo a la resolución del problema. Estaba en otro mundo, un mundo invertido, y por más que conociese aquella ciudad no se podía arriesgar a perderse en su versión espiritual y terminar por empeorar aún más la situación.

Al llegar al límite de la calle, en una esquina adornada por una enorme y antigua caja de correos, Luca miró de un lado a otro intentando localizarse. Si había algo que necesitaría urgentemente aprender era el arte de invertir completamente las direcciones mientras estuviese en el Reflejo. Estaba en una parte de la ciudad que no acostumbraba a recorrer, y era por eso que sus capacidades de deducción urbana serían puestas a prueba. Atravesó la calle, sintiendo una extraña sensación al no necesitar preocuparse de los carros, y continuó caminando por el borde de la calzada. Sin detener el vaivén de sus piernas, observó las construcciones de ambos lados, y por primera vez notó que en ese lugar no había edificios. Aquel era un barrio esencialmente residencial, y todo lo que Luca vio por dos o tres cuadras fueron casas y más casas, con sus apariencias comportadas y regulares, todas separadas de la acera por un pequeño portón de fierro y un estrecho camino de ladrillos. Al frente de cada una de ellas había una pequeña caja de correos sostenida por una barra de fierro enterrada en el concreto de la acera.

Minuto a minuto, los espacios entre las casas iban aumentando, las residencias de apariencia más noble fueron quedando atrás, y en su lugar comenzaron a aparecer gradualmente casas más humildes, quebrando el patrón de “barrio de ricos”. Algunas letras de placas y anuncios se reflejaban en las paredes de las casas, lo que anunciaba que no demorarían en aparecer pequeños establecimientos en el camino. Las calles también comenzaron a hacerse más largas y anchas, con todos los pasos peatonales dibujados en el asfalto para el uso de nadie.

“Nadie”, pensó Luca. Ya llevaba casi diez minutos de caminata, y el joven todavía no había visto nada además de casas y edificios a lo lejos. Ninguna señal de espíritus errantes ni de ninguna otra cosa que no fuese hecha de fierro o concreto. No había sonidos, brisa, ni movimiento. ¿Sería el Reflejo un mundo vacío?

Después de recorrer cerca de dos kilómetros, compuestos por dos docenas de cuadras, Luca finalmente identificó lugares conocidos: la barbería de Mo, la tiendita de animales donde compraba la comida de Flora, el último local para arrendar películas que quedaba en la ciudad. Estaba acercándose al centro y, consecuentemente, a su casa y también al Le Blanc. Continuó recorriendo la calle y divisó el barril donde el viejo Blue y su cachorro acostumbraban estar y, por un breve momento, creyó que realmente los vería ahí. Todo estaba ahí, igual, pero diferente.

Dejando que sus propios pasos lo guiaran, todavía preocupado de volver al punto de simetría, Luca recorrió otros lugares conocidos hasta que, sin notarlo, llegó a la plaza donde había estado una hora atrás. Caminó por ella algunos momentos, dedicándose a notar cómo había perdido su encanto en aquel mundo, no solo por el tono enfermizo y oscuro que se había apoderado de ella, sino que también por la falta de personas, de aves, de vendedores de palomitas de maíz. Una plaza sin personas no era plaza.

Repentinamente, congelando las entrañas de Luca en un microsegundo, se escuchó un fuerte estruendo en el Reflejo. Afectado por el mayor susto que ya había tenido en su vida, el joven no logró identificar el ruido en una primera instancia, pero luego unió las piezas de su juicio y notó que se trataba del campanario de la torre de la iglesia que quedaba a unos metros frente a la plaza. Sintiendo una fuerte puntada al medio de su cerebro, Luca se tapó los oídos en una tentativa inútil de protegerse de tan inesperado ataque contra sus tímpanos. El sonido demoró varios segundos en desaparecer por completo, y apenas terminó fue seguido de otro. No estaba completamente seguro, pero creía que la falta de otros sonidos en aquel lugar era lo que causaba la grotesca amplificación del ruido, y a cada nueva campanada, Luca se sentía atrapado en un gigantesco tarro siendo atacado por fuera. Seis campanadas entonaron el aviso de que la noche había llegado al Reflejo.

Ir a la siguiente página

Report Page