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IV Tecnología en la Antigüedad » ¿Lentes en la Antigüedad?

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¿Lentes en la Antigüedad?

Decía Chesterton: «Muchas ideas nuevas no son más que ideas viejas puestas en otro sitio».

Y esta frase se puede aplicar a esta pregunta: ¿hubo lentes pulidas en la Antigüedad? Y por antigüedad nos referimos a varios siglos antes de Cristo. Si la respuesta es afirmativa, significaría que algunas culturas como los egipcios, los griegos, los sumerios o los mayas tuvieron un conocimiento muy avanzado en astronomía y óptica. Partamos de la base de que las lentes, gafas y telescopios se consideran generalmente como inventos recientes. Se acepta que los anteojos aparecieron por primera vez en la Italia del siglo XIII y que el telescopio empezó a usarse a comienzos del siglo XVII. Sin embargo, cuando terminen de leer este capítulo, tendrán otra opinión.

Se cree que las lentes fueron inventadas como consecuencia de una gradual acumulación de conocimientos y se ha estimado erróneamente que la primera se debe al escritor Aristófanes en el año 424 a. C., quien hizo un globo de vidrio soplado y luego lo rellenó de agua, aunque su objetivo no era amplificar las imágenes. En la obra teatral Las nubes, el personaje Strepsiades planea usar una lente quemadora para enfocar los rayos del Sol en una tableta de cera y así fundir el registro de la deuda de una apuesta.

Recordemos, para empezar, que el científico griego Ptolomeo (100-170 d. C.) realizó en su libro La Óptica un detallado estudio sobre las propiedades de las lentes y los espejos, tanto convexos como cóncavos, adelantándose con mucho a los estudios de los científicos renacentistas.

En 1609, Galileo Galilei perfeccionó el telescopio del holandés Hans Lippeshey, utilizando dos lentes simples, una plano-convexa y una bicóncava, colocándolas en los extremos de un tubo de plomo. Galileo fue el primer hombre que vio los anillos de Saturno y las lunas de Júpiter ayudado por el telescopio. Este hito histórico provocó gran asombro, tanto que se adjudicó a Galileo el título de inventor del telescopio, error que todavía persiste. Y Lippeshey tampoco fue el primero. Ya se conocían excelentes lentes de cristal de roca desde hacía varios siglos.

Los chinos, por ejemplo, poseían catálogos de manchas solares y conocían los ciclos de máxima actividad solar que se producen cada once años. Salvo que tuvieran ciencia infusa, lo más lógico es pensar que se ayudaron de instrumentos ópticos para llegar a tener todos esos conocimientos astronómicos. Se sabe que estos pueblos y civilizaciones conocían lentes talladas en cristal de roca y no es descabellado pensar que averiguaron la técnica según la cual poniendo dos lentes con distancias focales diferentes se podían obtener resultados semejantes a los que obtuvo Galileo en el siglo XVII. El filósofo griego Demócrito, del siglo V a. C., describía la Luna como un lugar con montañas, similar a una segunda Tierra, y a la Vía Láctea como un conglomerado de numerosísimas estrellas, algo difícil de detectar en su época si no es porque tenía a mano un rudimentario telescopio.

Los sacerdotes babilonios ya daban datos representados en sus tablillas de los cuatro satélites mayores de Júpiter o del anillo de Saturno, conocido entre ellos como Nirrosch. Séneca advertía que los sabios de ese pueblo eran capaces de ver los objetos aumentados empleando para ello esferas de vidrio llenas de agua. Pero tenían otra clase de tecnología óptica. Tal vez la más conocida sea la denominada Lente de Layard (también llamada Lente de Nínive), que con forma oval se adaptaba perfectamente a la cuenca del ojo humano como si de un cristal de gafa se tratara. Lo inquietante de esa lente, que se conserva en el Museo Británico, en el Departamento de Antigüedades de Asia occidental, es que data del siglo VII a. C. Los historiadores aún no admiten que se pudiera fabricar —y menos usar— este tipo de sofisticada tecnología utilizando una pieza de cuarzo de gran calidad. Lo curioso además es que la Lente de Layard tiene estrías regulares de 45º que recorren el borde, estrías que fueron meticulosamente realizadas para permitir que esa lente estuviera montada, lo más firmemente posible, en una banda metálica que la rodeaba, vamos, en una montura posiblemente de oro, como la de la Lente griega de Ñola, que, con el tiempo, fue extraída o robada.

Los expertos coinciden en afirmar que la Lente de Layard fue fabricada a partir de una pieza de cuarzo de gran calidad, que fue tallada y luego pulida para adaptarse a un caso particular de astigmatismo, ya que es una lente plano-convexa de tipo toroidal, lo que significa que sólo se lo podía permitir alguien con poder, posiblemente un rey, lo cual concuerda con el lugar donde fue encontrada. Se la llama así porque apareció en una excavación realizada por Austen Henry Layard en 1849 en una cámara del Palacio de Noroeste de Kalhu, la antigua capital asiría más conocida por Nimrud y que debió de pertenecer al rey Sargon II, que reinó desde el 722 al 705 a. C.

Pero lo más probable, como afirma Robert Temple en su libro El sol de cristal (2000), es que Sargon heredara o capturara el monóculo. Existían varias ciudades con mayor tradición que las asirías en cuanto a la fabricación de lentes de cristal de roca. Por ejemplo, Troya y Éfeso eran importantes centros de cristal manufacturado. En las excavaciones de Éfeso se han encontrado más de treinta ejemplares cuyas investigaciones aún no han concluido y Heinrich Schliemann rescató cuarenta y ocho lentes convexas de cristal, totalmente pulidas, en el yacimiento arqueológico de Troya (actualmente en Turquía), datado en el 1300 a. C., incluyendo una magnífica lente perforada en el centro, a través de la cual el artesano podía insertar sus herramientas, mientras la lente aumentaba todo lo que se hallaba bajo ella. Se dice pronto. Los alemanes dijeron que estos objetos y demás tesoros troyanos, depositados en el Museo de Berlín, fueron destruidos por los bombardeos aliados de 1944. Hoy sabemos que no es verdad, ya que el gobierno ruso confesó a mediados de los años noventa que el «tesoro y el oro de Troya» obraban en su poder.

La construcción y uso de lentes nos podría hacer entender que se grabaran miniaturas sobre gemas chinas algunas tan diminutas que resultan casi invisibles a simple vista o quizá pudiéramos averiguar el secreto del «escudo incandescente» gracias al cual Arquímedes destruyó una flota romana.

Robert Temple, profesor de la Universidad de Louisville, en Kentucky, recoge multitud de casos en su obra, donde se evidencia que en la más remota Antigüedad hubo una tecnología óptica olvidada. Según él, existen más de cuatrocientos cincuenta artefactos ópticos elaborados con lentes pulidas que han sobrevivido a nuestros tiempos y que están repartidos por diversos museos del mundo. El propio Temple ha localizado muchas lentes, hasta ahora perdidas, en varios museos ingleses, y se siente desbordado. Nos cuenta que hay grandes colecciones con muchos ejemplares: «Están las lentes cartaginesas, las lentes micénicas, las lentes minoicas, las lentes de Rhodas y las lentes de Éfeso, que son cóncavas y no convexas, y que reducen las imágenes hasta un 75 por ciento, lo que las hace adecuadas para los miopes…, y también están todos los objetos romanos de cristal que se usaban para aumentar… Y esto sigue y sigue. No sólo un libro, sino diez, serían necesarios para poder realizar siquiera una somera descripción de todas ellas».

El encuentro de estas lentes en yacimientos arqueológicos es algo que se ha producido reiteradamente, aunque sin darle demasiada trascendencia. Los franceses recuperaron en el yacimiento de Cartago (Túnez) dieciséis lentes cartaginesas: dos de cristal de roca y catorce de vidrio, todas ellas lentes plano-convexas. En las ruinas de México y Guatemala se han descubierto lentes bien pulimentadas pertenecientes a los olmecas, un pueblo que vivió entre el 2500 a. C. y el inicio de la era cristiana.

Algunos historiadores dan pábulo a ciertas leyendas que sostienen que el rey Kanyaspa de Ceylan usaba en el siglo V d. C. un pequeño telescopio para vigilar su harén ubicado en la fortaleza de Sigiriya. Y existen pruebas de esto que estamos diciendo, retrasando su antigüedad a varios siglos antes de nuestra era.

Inexplicablemente, hay que esperar hasta el siglo X para ver a los chinos utilizar lentes de aumento colocadas en molduras. En 1249 el fraile franciscano inglés Roger Bacon formuló la primera afirmación acerca del uso de lentes para mejorar la visión. Talló las primeras lentes con forma de «lenteja» que hoy conocemos e incluso sugirió la posibilidad de combinar lentes para formar un telescopio. En su libro Opus maius describe claramente las propiedades de una lente para amplificar y estudió cómo las lentes externas podrían mejorar la visión defectuosa. En Europa, las gafas se utilizaron por primera vez en Italia, inventadas, dicen, por el florentino Salvino Degli Armati hacia 1285, y algunos retratos medievales representan a personas que portaban gafas. Hoy sabemos que no fueron los primeros.

Ya no es un secreto que los antiguos egipcios tenían grandes conocimientos de óptica, astronomía, cálculos aritméticos, trigonometría, etcétera. De hecho, algunas de las mejores lentes jamás realizadas datan del año 2600 a. C., durante el periodo del Imperio Antiguo, momento de esplendor, porque a partir de esa fecha se produce un declive tecnológico, algo que pasa con otras culturas. En una antigua tumba egipcia de Tanis (siglo II d. C.) se descubrió una lente tan perfecta que, según los expertos, debió de pulirse a máquina. Hoy se exhibe en el Museo Británico de Londres, en el Departamento de Antigüedades Egipcias, y su existencia es todo un reto para la ciencia y otro misterio para añadir a su nómina.

Hoy en día, para lograr buenos resultados con el pulido se emplea el láser, los ultrasonidos o el óxido de cerio. ¿Y antes?

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