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V Linajes, órdenes y caballeros » Jacques de Molay, ¿el último maestre?

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Jacques de Molay, ¿el último maestre?

El 18 de septiembre de 1314 Jacques de Molay, gran maestre de la orden del Temple, era condenado a la hoguera en compañía de sus dignatarios. Molay había confesado bajo tortura todos y cada uno de los delitos de los que se acusaba a él y a los caballeros de su orden —apostasía, idolatría, ritos obscenos, ultraje a Cristo y sodomía—, por lo que el rey Felipe IV de Francia decidió dar un gran espectáculo con los grandes líderes templarios, pero la jugada no le salió bien. El día 19, ante la muchedumbre, Molay se retractó de su confesión y proclamó su inocencia. Encolerizado, el rey Felipe ordenó que él y sus dignatarios fuesen quemados en la hoguera. Al comenzar a encenderse las llamas, cargado de valor, Molay reafirmó su inocencia y emplazó al rey y al papa, asegurando que morirían ese mismo año. Clemente V, que tenía algo más de cincuenta años, no duró ni siquiera un mes y el rey, de cuarenta y seis, murió en noviembre. La profecía de Jacques de Molay se había cumplido.

La destrucción de los templarios tiene unas causas bien conocidas. A finales del siglo XIII la orden del Temple era una verdadera potencia financiera. Tenían en Europa tierras, castillos, una gran flota y daban garantías en el transporte de mercancías valiosas. El tesoro real de Francia se guardaba en la fortaleza del Temple en París y el propio rey se había refugiado una vez en ella durante una revuelta. Sus letras de cambio eran las más apreciadas en el mundo e incluso los musulmanes habían confiado su dinero a los templarios. Cuando san Juan de Acre cayó (1291), los templarios controlaban de hecho los mercados monetarios de toda la cristiandad. Teniendo en cuenta que la fuerza militar del Temple estaba concentrada en sus dos fronteras militares —Chipre y Andalucía—, parece evidente que no había ninguna amenaza directa contra la monarquía francesa, por lo que sólo desde un punto de vista político puede apreciarse la verdadera dimensión del proceso abierto contra el Temple, cuya única razón era el deseo de los reyes europeos de obtener riquezas y poder, en los albores del absolutismo.

El 14 de septiembre de 1306, el rey Felipe envió un pliego sellado con órdenes directas a todos sus jueces para que las ejecutasen un mes más tarde. En las cartas se ordenaba la detención de todos los templarios de Francia. El 14 de octubre, en una espectacular operación para la época, el mismo día y a la misma hora, los agentes del rey Felipe detuvieron en sus encomiendas a la mayoría de los caballeros de la orden al tiempo que se difundía el contenido de la acusación. A partir del año 1307 se sucedieron las torturas y los interrogatorios a los detenidos. A una tímida protesta del papa Clemente V cuando se produjo la orden de arresto, siguió una total claudicación ante los intereses del rey Felipe y el 22 de noviembre de 1307, la Bula Pastoralis Praeminientae obligaba a todos los príncipes de la cristiandad a detener a los templarios. Finalmente, la orden fue condenada a ser disuelta, sin escuchar su defensa, en el conocido ecuménico de Vienne, en 1312, con la única oposición de los representantes de la corona de Aragón.

Cuando Jacques de Molay aseguró ante la multitud que se agolpaba en París que él y los dignatarios de la orden del Temple eran inocentes, estaba entrando en una leyenda de la que ya nunca saldría.

Es evidente que el Temple no desapareció de la noche a la mañana. Bajo terribles tormentos, el caballero Jean de Chalons confesó que cincuenta caballeros partieron de la fortaleza del Temple en París con destino a La Rochelle para poner a salvo las riquezas y los secretos de la orden, con ayuda de los dieciocho buques que allí se encontraban. El responsable de esta operación era Gerardo de Villiers, quien trabajaba a las órdenes de Hugo de Peraud, el tesorero del Temple. Otro caballero, Hugo de Chalons, había huido con la mayor parte del tesoro y, aunque ambos fueron capturados, del tesoro no se encontró nada. Este tesoro no era sólo material, sino que reunía los proyectos, planes y grandes conocimientos del Temple. Respecto a la flota, ésta partió con rumbo desconocido, aunque hoy en día conocemos perfectamente adonde se dirigieron. Una parte de la flota fue a Portugal, donde fueron muy bien acogidos por el rey Dinis I, que mostró un gran interés en sus técnicas de navegación y sus conocimientos de náutica. En Levante sus marinos habían empleado la brújula y la vela latina, que habían imitado de los dhows árabes. Tras desembarcar en Nazaré, se dirigieron a su impresionante fortaleza de Tomar.

El resto de la flota se dirigió a la fría y nórdica Escocia, donde el rey Roberto I Bruce estaba excomulgado y no aplicó la bula papal, y donde contaban con el apoyo de los señores de Midlothian y de familias nobles y poderosas como los Saint Clair, señores de las islas Oreadas. Nueve barcos llegaron a la isla de Mey, en el fiordo de Forth —hay tumbas templarías en Awe, Argyll, junto a la iglesia de Kilmartin—. Parece que caballeros templarios combatieron en Bannockburn contra los ingleses (1314), bajo su propio estandarte, el bauseant, y que para recompensarles el rey creó la Real Orden de Escocia.

Respecto a la herencia directa de Molay, se dice que nombró como gran maestre al caballero Pierre d’Aumont, preceptor de Auvernia, que fue el encargado de continuar su obra en Escocia. Esta tradición sabemos que es falsa. El preceptor de Auvernia era fray Imbert Blanke, detenido en Inglaterra y liberado poco después. Lo que sí es seguro es que parte de los caballeros y de las tradiciones del Temple siguieron vivas en Escocia, a través de órdenes y logias menores y de familias poderosas como los Saint Clair y tuvieron, tal vez, una notable influencia en el nacimiento de la masonería.

Una creencia más arraigada en su época decía que a Molay le sucedió Juan Marco L’Armenius, primado de la orden y comendador de Jerusalén. Sobre su figura se ha dicho que era de origen armenio —algo dudoso— o un personaje de familia noble —revestido de armiño—. L’Armenius rechazó la continuidad de la orden en Escocia y se supone que, a su muerte, su herencia fue transmitida en Francia a otros caballeros, si bien muchos historiadores niegan la autenticidad del documento en el que se basa su supuesto nombramiento, aunque ha sido usado para justificar muchas supervivencias neotemplarias.

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