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V Linajes, órdenes y caballeros » ¿Quiénes fueron los cátaros?

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¿Quiénes fueron los cátaros?

Construido a 1.060 metros de altura, en un lugar casi inexpugnable, se alza en el Languedoc la impresionante fortaleza de Montsegur, que en los años 1243 y 1244 se convertiría en el último núcleo de resistencia del catarismo. Enfrentados a miles de hombres, sus defensores resistieron diez meses en este bastión hasta el límite de sus fuerzas y tras la toma del mismo por los cruzados, unos doscientos veinte hombres, mujeres y niños fueron abrasados vivos en el Prat deis Cremats el 16 de marzo de 1244.

Durante los años siguientes los legados papales y los hombres de armas franceses que habían combatido la herejía catara desde hacía décadas acabaron sistemáticamente con los últimos restos de la herejía, hasta extirpar completamente sus creencias y ritos. Fue un trabajo arduo, que duró hasta bien entrado el siglo XIV, cuando con el apresamiento de Belibaste, el último perfecto, en Morella, y su ejecución en Francia en 1321, puede decirse que acabó el movimiento cátaro. Los esfuerzos para borrar todo rastro de ellos fue tan intenso que se han convertido en uno de los mayores enigmas de la Edad Media.

Pero ¿quiénes eran en realidad los cátaros? El nombre —cátaro, del griego, significa puro, «perfecto»— es un cultismo que se les aplicó después de haber sido exterminados, pues ellos sólo se reconocían a sí mismos como «los buenos hombres» y «las buenas mujeres», o «los buenos cristianos». Aparentemente, tienen alguna relación con la secta de los bogomilos de Bosnia —masivamente convertidos al islam a partir del siglo XIV—. De alguna forma no bien conocida, sus creencias se propagaron por los puertos del Danubio y del Rin hasta el norte de Francia, y de ahí a Lombardía y al Languedoc francés, donde arraigaron con enorme fuerza. Con el apoyo de la nobleza de Toulouse y Albi, ciudad esta última tan importante para su movimiento que se les conoce también con el nombre de «albigenses», sus creencias se extendieron rápidamente. A finales del siglo XII, sus sacerdotes se denominaban «perfectos»; llevaban una vida austera y recta, y por medio de la ascesis pretendían mantenerse alejados del mundo material. Se convertían en iniciados mediante un ritual particular, el consolamentum, que consistía en prepararse para la aparición del Espíritu Santo como consolador. Predicaron un dualismo inflexible: hay dos mundos y dos dioses, un Dios del Bien y un Dios del Mal. El Antiguo Testamento representaba el Mal, porque era obra del creador de la materia, el Dios malvado. Nuestro mundo creado por Satanás había surgido del mal. El reino de Dios, lleno de justicia y bondad, no puede existir en nuestro mundo, pues el diablo obliga a los ángeles a encarnarse en hombres y a poblar el mundo, pero al cabo de varias encarnaciones, llevando una vida pura y recta, el hombre puede llegar a ser perfecto, con lo que su alma escaparía del diablo y entraría en el reino divino.

Estas creencias, que demostraban una notable influencia oriental, fueron usadas por la Iglesia a partir del siglo XII para predicar contra el catarismo. En II79 fueron excomulgados y en II80, durante la primera campaña pública contra ellos, se les acusó de asesinar niños, pues consideraban que toda la carne humana era producto del demonio. En cualquier caso, alarmados por lo que veían, los cátaros buscaron la ayuda de familias poderosas de Languedoc y contaron con el apoyo —por interés político— del rey de Aragón, que veía en los herejes la forma de apoyar a sus vasallos de allende los Pirineos y consolidar un reino desde el Ebro a los Alpes. La riqueza de las tierras de la Provenza y el Languedoc a principios del siglo XIII, ambicionadas por el rey de Francia y los nobles guerreros del norte del Loira, más el miedo de la Iglesia a la pérdida de poder e influencia en la región, provocaron su destrucción.

En 1208 el papa Inocencio II proclamó la Cruzada contra ellos, a la que se sumaron millares de aventureros y nobles codiciosos del norte de Francia. A la cabeza de ellos, Simón de Monfort, el mejor guerrero de su época, que en 1209 no vacilaría en matar a cientos de herejes en la iglesia de Beziers. Una ola de fuego y sangre recorrió los campos y ciudades donde los cátaros eran ya una minoría significativa. Dispuesto a ayudar a sus feudatarios, el rey Pedro II de Aragón trató de detener a Monfort y a sus cruzados, que, aunque superados en una proporción de casi dos a uno, infligirán una espantosa derrota en Muret (1213) al rey de Aragón, que muere en la batalla, y a los nobles del Languedoc y Provenza. Acosados y perseguidos, situados a la defensiva, los cátaros se refugiarán en sus castillos roqueros. En 1233, la Iglesia de Roma confía a los dominicos la extirpación de la herejía, a los que se encarga la dirección de los tribunales inquisitoriales. La campaña contra los cátaros toma de nuevo fuerza a partir de esa fecha y en sólo diez años millares de cátaros son enviados a la hoguera y exterminados sin piedad. Quinientos de ellos se refugian en la fortaleza de Montsegur, dirigidos por el obispo cátaro de Tolosa Bertrand Marti. Los campesinos de los alrededores colaboran con ellos, por lo que su supervivencia está garantizada. Pero, para su desgracia, el rey Luis IX de Francia —más tarde san Luis— consideró esto un ultraje y envió un gigantesco ejército de casi diez mil hombres contra ellos, acompañados de varios inquisidores. Esta enorme fuerza sitió la fortaleza y la tomó. Sin embargo, algo no fue bien. De forma insistente se había hablado de un tesoro cátaro, pero las riquezas encontradas eran muy inferiores a lo esperado. ¿Dónde estaba el resto?

Los agentes del rey de Francia sabían que los cátaros habían guardado toda su fortuna en Montsegur, que se había calculado en unas cien mil libras de oro o plata, una suma gigantesca. Un testigo dijo a la Inquisición que la noche anterior a la rendición del castillo varios perfectos y algunos de sus hombres de confianza consiguieron descolgarse de los riscos de la fortaleza llevando una parte importante de su tesoro. Tras atravesar las montañas y alcanzar el Sabarthès, lo escondieron en una red de grutas que existen cerca de la localidad de Tarascón. Otra teoría, que ganó fuerza en los medios ocultistas a partir del siglo XIX, era que en realidad lo que se había custodiado en Montsegur era ni más ni menos que el cáliz con la sangre de Cristo: el Santo Grial, y señalaron la relación entre el nombre de la fortaleza y el Monsalvat de las leyendas griálicas, elaborándose complejas teorías que intentaban relacionar a los protagonistas de las mismas con los protagonistas principales de la herejía cátara. Esta posibilidad atrajo a la zona a una multitud de buscadores de tesoros que querían seguir el rastro de la leyenda, como el alemán Otto Rahn, convencido de que estas historias ocultaban una increíble historia.

Finalmente, quedan algunos que ven en el secreto cátaro algo más importante. La posibilidad de que los defensores de Montsegur fuesen los últimos custodios de algo de mayor importancia, la descendencia de la sangre real, la mítica herencia biológica de Jesús y María Magdalena y del rey perdido de los merovingios, de quien nacerá el monarca que ha de gobernar el mundo en el fin de los tiempos, mito este último de gran éxito en ensayos y novelas seudohistóricas de todo tipo.

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