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El conde de Saint Germain

«Es el hombre que nunca muere y que todo lo sabe». Así le definía Voltaire en una carta dirigida a Federico el Grande.

Se estaba refiriendo al conde de Saint Germain, que dejó asombrados a todos aquellos que le conocieron en el siglo XVIII. ¿O habría que hablar también de otros siglos?

La primera referencia a un personaje con ese nombre procede de Viena, a mediados del siglo XVIII, en concreto en 1758. Los que le vieron le describen como un hombre que rondaba la treintena y visitaba los salones más elegantes de la ciudad. Claro que esto no se corresponde con su fecha de nacimiento oficial, puesto que si nació un 26 de mayo de 1696, como aseguran algunos de sus biógrafos, por esta época debía de tener unos 62 años. Algo no cuadra.

Antes de esa fecha parece que está en Escocia, en Alemania, en Austria y hasta en la India, donde iría para estudiar alquimia. Los nombres que elegía eran de lo más variopintos: marqués de Montferrat, marqués de Aymar, conde Bellamare, caballero de Schoening, Zanonni…

En Viena, ya con el nombre de conde de Saint Germain, se encontró con el mariscal francés de Belle Isle, al que curó ciertas dolencias y contó mil y un proyectos que tenía en mente. Fue más que suficiente para que fuera su mecenas y se lo llevara consigo a París, donde puso a su disposición un completo laboratorio para que realizara sus experimentos alquímicos.

Tuvo un encuentro con la condesa de B., a la que Saint Germain dijo que la había conocido de niña. La condesa mostró su extrañeza diciendo que si el conde decía la verdad ahora debería tener unos cien años y no los cuarenta que aparentaba. El conde salió con una de sus frasecitas diciéndole que tal circunstancia no era imposible y se marchó del salón sin mediar más palabra. Este tipo de anécdotas son las que acrecentaban su fama de enigmático. Siempre comía solo. Poseía también reputación de curandero: además de curar al mariscal de Belle Isle, revivió a una joven amiga de Madame de Pompadour, cuando un envenenamiento causado por setas casi la lleva a la tumba. Sin olvidarnos de su brillante conversación, en la que intercalaba frases donde afirmaba que era inmortal y que existía desde hacía dos mil años gracias a un elixir de su propia invención. Y llegaba más lejos al decir a sus amigos que había conocido a la Sagrada Familia, que había estado presente como testigo en las bodas de Caná y que «siempre supo que Jesucristo tendría un mal final». Es de imaginar las bocas abiertas y los rostros ensimismados de sus contertulios. Hasta insistía en que él mismo, con otro nombre, se empeñó en canonizar a Ana, la madre de la Virgen, durante el siglo IV.

Conseguía lo que pretendía: que se hablara de él, que fascinara con su cultura, que se le criticara por los pasillos. El escritor Horace Walpole hace referencia a Saint Germain en una carta dirigida a sir Horace Mann, donde le dice que es un músico maravilloso, aunque éste no es su verdadero nombre y que estaba loco.

A través de Madame de Pompadour conoce al rey Luis XV Empezó a desgranar sus dotes artísticas (pintaba cuadros, tocaba el piano y el violín) y diplomáticas (hablaba más de quince idiomas, incluido el español). La confianza llegó a tanto que en 1760 el monarca encomendó a Saint Germain la misión de viajar a La Haya para negociar un empréstito destinado a sufragar los gastos militares del país. Allí se encontró con Casanova, con el que tuvo algún que otro problema. Por ejemplo, el incidente de la moneda de doce centavos. Saint Germain la expuso a una llama y cuando se enfrió se la dio a Casanova, para que éste comprobara que era de oro puro. Éste manifestó sus dudas y le acusó de haber dado el cambiazo. El conde entonces contestó: «El que duda de mis conocimientos no merece hablar conmigo», y le mostró la puerta de salida. Y no menos virulentos fueron sus encontronazos con el duque de Choisel, quien le acusó de servir a sus propios intereses en lugar de a los de la corona.

Tras recalar en Inglaterra, fija su residencia en Holanda, adoptando el nombre de conde de Surmont, de oficio alquimista con una renta de cien mil florines, toda una fortuna para la época. Su manía por viajar y por cambiar de nombre, aunque no de personalidad, fue constante. En Bélgica será el marqués de Monferrat y en Rusia, adonde llega en 1768 para permanecer dos años, se hará llamar general Welldone, nombre extravagante que significa «bien hecho» en inglés. Lo de conde, duque o general le debía de parecer poco, así que en Nuremberg aparecerá bajo el nombre de príncipe Rakoczy, de donde tuvo que huir en 1776.

Se presentó en Leipzig ante el príncipe Federico Augusto de Brunswick declarando que era francmasón de cuarto grado. Lo malo es que Federico Augusto era gran maestre de las logias masónicas de Prusia y comprobó que Saint Germain no era quien decía ser. En su peregrinaje llega en 1779 a Eckenförde, en Prusia, situado en Schlewig, un minúsculo Estado alemán. Tenía entonces más de setenta años (aunque esto de la edad es muy relativo) y convence al príncipe Carlos de Hesse-Cassel para que le contrate en su laboratorio, en Silesia. Una jubilación o una tapadera, hasta que el 27 de febrero de 1784 fallece, oficialmente, en la residencia del príncipe. Éste quema todos sus papeles y allí es sepultado bajo un epitafio que dice: «Aquel que se hizo llamar conde de Saint Germain y Welldone, y sobre el que no existen otras informaciones, ha sido enterrado en esta iglesia».

¿Murió realmente? Como se pueden imaginar, no todos están de acuerdo. De él se dijo que asistió a la batalla de las Pirámides en 1798 contra los mamelucos, acompañando a Napoleón con el nombre de señor Hompesh, sin que ni una bala lo alcanzara. Muchos grupos espirituales de la Nueva Era creen que el conde de Saint Germain se ha convertido en un Maestro Ascendido, al lado de los maestros Morya o Kut Humi, que de vez en cuando se dejan ver por este plano, y que dicta libros de iniciación como el famoso Libro de Oro de Saint Germain.

La Sociedad Teosòfica, en el siglo XIX, lanzó un comunicado en el que decía: «El Maestro que se ocupa del futuro desarrollo de Europa y América es el maestro Rakoczy. En la Logia Blanca se le llama Conde de Saint Germain y en América actúa como Administrador de los países cósmicos llevando al plano físico los planes de Cristo». En 1945 se constituyó la Hermandad Saint Germain, que la venezolana Conny Méndez se encargó de propagar. En 1990 cambió de nombre por sugerencia de él mismo y desde entonces se llama Metafísica Renovada Ray Sol.

Visto lo visto, Voltaire tal vez supiera más de lo que parece al decir lo que dijo…

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