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¿Quién fue el conde de Cagliostro?

Alessandro, conde de Cagliostro, se llamaba en realidad Giuseppe Balsamo. Nació en Sicilia, en Palermo, en 1743, y falleció en el castillo de San León, en Urbino, en 1795. Sobre su figura, enigmática y misteriosa, se ha tejido una gran leyenda, pues entre los rosacruces es una figura mítica, existiendo grupos que incluso se niegan a identificar a ambos nombres, sosteniendo, en contra de todas las evidencias, que el conde de Cagliostro y Giuseppe Balsamo son personas diferentes y que este último fue en realidad un embaucador contratado por los jesuitas para dañar la figura de su maestro.

La leyenda no por ser conocida es menos enigmática. Balsamo había nacido en el seno de una familia muy humilde, su padre era un modesto tendero, a pesar de lo cual, y en contra de algunas biografías que dicen que el pequeño Giuseppe prácticamente se crió en la calle, lo cierto es que a los doce años fue admitido en seminario. De éste fue expulsado al poco tiempo, por causa de una serie de hurtos, casi con toda seguridad realizados para provocar su expulsión. A pesar de estos hechos, su padre logró que fuese admitido como ayudante del boticario de un convento. No pudo haber tomado mejor decisión. Es curioso y despierto, y allí Giuseppe descubrirá un mundo nuevo entre ungüentos y pócimas. Por primera vez en su vida se dedicará con ahínco y esfuerzo al estudio de la farmacopea y la química. Sin embargo, su carácter rebelde le traerá de nuevo un disgusto, pues los monjes también le expulsaron, al descubrir que recitaba las oraciones sustituyendo los nombres de las santas por los de prostitutas famosas. A partir de entonces no tuvo más remedio que buscarse la vida por su cuenta. En principio siguió en Palermo, pero poco después se trasladó a la capital del reino, Nápoles, donde desempeñó los oficios más diversos: fue pintor, falsificador de cuadros y de documentos e incluso proxeneta. No obstante, en esos años destacó por su habilidad en los trucos de magia, convirtiéndose en un buen prestidigitador, principalmente porque incorporó a sus trucos sus conocimientos de química, logrando espectaculares resultados, aunque las iras de un espectador suyo, que se sintió estafado, provocaran su huida a Roma, ciudad en la que iba a iniciar una nueva vida.

Durante un tiempo se dedicó a lo mismo que en Palermo y Nápoles, pero un encuentro casual le transformó. Conoció a una hermosa joven, Lorenza Feliciani, hija de un honrado y modesto artesano, ambiciosa y lista, que descubrió en el joven Balsamo a un diamante en bruto. En 1768 se casaron y Lorenza decidió transformar a su marido en otra persona, el conde de Cagliostro, un personaje enigmático y sabio, en tanto que ella será en adelante Serafina. Tras invertir todo lo que tenían en dinero y lujosas ropas, parten los dos hacia España, buscando hacer fortuna en un lugar en el que nadie les conocía y en donde desembarcan en 1770. En Barcelona y Madrid la pareja de timadores se dedicó a su especialidad: el engaño y la estafa. Ya entonces Giuseppe se hacía llamar el Gran Copto y afirmaba tener conocimientos esotéricos de alto nivel. Bajo el falso título de marqués de Pellegrini —un monte de Palermo—, él y Lorenza, que no vacilaba en entrar en el lecho del primer poderoso que se pusiese al alcance para lograr sus fines, siguieron así durante algún tiempo, pero los devaneos de Giuseppe con conversos «marranos», que seguían fieles al judaísmo en Lavapiés, y sus prácticas de magia, pusieron en alerta a la Inquisición, que le vigiló de cerca. Un siciliano que les conoce les denuncia, obligándoles a huir a Lisboa, desde donde embarcaron rumbo a Inglaterra, a finales de 1771.

Convertidos ya en dos timadores de altura, se desplazan a Londres, donde, tras seducir Serafina a un viejo lord, consiguieron escapar con parte de su fortuna, pero un incidente en una fracasada sesión de satanismo acaba con los huesos de Balsamo en la cárcel. Recorrieron otras muchas ciudades de toda Europa, desde Berlín a Ámsterdam, pero finalmente deciden ir a París, donde su éxito fue absoluto, pues al poco tiempo de llegar la astuta y bella Serafina consiguió atraer a su lecho al poderoso cardenal Rohan, logrando que los nobles de la corte se sintiesen cada vez más atraídos por la original pareja. Sin embargo, ambos se habían dado cuenta de que cada vez les resultaba más difícil mantener en secreto sus andanzas por las capitales de media Europa, por lo que el conde de Cagliostro decidió adentrarse en el mundo de la alquimia y del esoterismo.

A partir de entonces se autoproclama Gran Copto de Asia y Europa y afirma ser el hijo del rey de Tresbisonda, que había sido recogido de niño por el califa de La Meca, quien le había iniciado en varias sociedades secretas de la India y Persia, e instruido en alquimia en Damasco, así como en ocultos y misteriosos laboratorios de la orden de Malta. A pesar de lo estrambótico de sus declaraciones y la forma grandilocuente en la que Cagliostro las presenta en sociedad, su éxito es inmenso. Se convierte en el hombre de moda. Va a fiestas y recepciones y es invitado a reuniones secretas de aquellos que buscan cambiar el orden establecido. Durante estos años el pícaro Balsamo no sólo parece integrarse en su fingido papel, sino que acomete profundos estudios esotéricos. Con el apoyo de dos colaboradores de Lyon, Saint-Costard y Magneval, crea todo un rito nuevo: la masonería egipcia. Hay desde hace mucho tiempo un gran debate en torno a si Balsamo trabajaba para preparar un gran timo o, si por el contrario, llegó a tomarse en serio su trabajo. En cualquier caso, su obra de ese periodo tiene un profundo efecto entre los seguidores de la masonería y logra un gran triunfo. A mediados de la década de los ochenta, con poco más de cuarenta años, nada queda ya del pequeño rufián de Palermo; ahora es el conde de Cagliostro y ha encontrado su momento de gloria.

Sin embargo, cuando vivía sus mejores días, y a pesar de su amistad con el cardenal Luis de Rohan, su conocida atracción por las piedras preciosas hizo que se viese envuelto, en 1786, en el archifamoso escándalo del collar de María Antonieta, lo que le hizo acabar en la Bastilla y, aunque fue exculpado en sólo diez días, pasó casi un año encarcelado, lo que le convirtió en uno de los símbolos de la arbitrariedad del absolutismo y del despotismo real. Tras su liberación recibió una orden de expulsión de Francia, nación que debía abandonar en sólo dos semanas. Su estrella en esos años parece languidecer. Acosado por la Iglesia, que le consideraba peligroso por sus inclinaciones a la magia y su relación con grupos masones opuestos al orden social establecido, vivió unos años perseguido y cada vez más desacreditado. Traicionado por Serafina, que le denunció ante el Santo Oficio, acusándole de tener tratos con Satanás, fue detenido por la Inquisición en 1791, y acusado de ateo y masón, permaneció en prisión en las mazmorras del castillo de San León hasta su muerte, en 1795.

Embaucador, charlatán y estafador, fue también un hombre culto, que en sus investigaciones en el campo del esoterismo alcanzó notables logros, no debiendo olvidarse que la masonería de rito egipcio, de la cual es el fundador, se sigue hoy en día practicando.

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