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VII Las grandes tumbas perdidas » La tumba de Gengis Khan

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La tumba de Gengis Khan

Su verdadero nombre era Temujin, que significa «forjador de hierro». El término Gengis Khan fue utilizado por el pueblo mongol para designar a su máximo representante, aquel que fue elegido como señor de todos los océanos. Y es que este pueblo nómada de Asia consideraba que el mundo era una inmensa llanura rodeada por mares insondables. Gengis fue proclamado el personaje más importante del segundo milenio por rigurosos investigadores históricos consultados a su vez por el prestigioso diario Washington Post. Y, aunque sabemos casi todo sobre él, todavía hoy los arqueólogos no han sido capaces de descubrir el que se supone es uno de los sepulcros más impresionantes de todos los tiempos.

Nacido en 1167, consiguió unificar bajo un solo mando a las más de treinta tribus que transitaban el territorio de Mongolia. Con estas magníficas hordas levantó el imperio más poderoso de la Edad Media, llegando incluso a amenazar a Europa oriental. Sus dominios eran inabarcables, extendiéndose desde el Tíbet hasta los confines de la taiga siberiana y desde las inmediaciones del Danubio hasta la península coreana. Creó líneas de comunicación tan seguras que, según se decía, una doncella cargada de perlas podía caminar sola por ellas sin temer peligro alguno. Lo cierto es que en esos años se potenció la Ruta de la Seda, auténtico cauce comercial del Medievo y por el cual dos mundos que hasta entonces casi se habían ignorado aprendieron a relacionarse y a necesitarse. Gengis Khan fue sin duda artífice de este esplendor. Empero, cuando se encontraba en el cénit de su poder, soñando con la total anexión de China, le visitó la muerte, impidiéndole culminar su ambición.

Las representaciones gráficas de los bárbaros asiáticos, como esta de Gengis Khan, como una especie de monstruos semihumanos se debe a la influencia de los escritores medievales, que los consideraban heraldos del Mal.

La realidad nos dice que el supremo jefe mongol murió el 18 de agosto de 1227, postrado en la cama de su yurta, posiblemente afectado por el tifus y rodeado por sus apesadumbrados hijos. Falleció cuando tenía sesenta años, pero con su muerte no terminó la historia de los mongoles, sino que, por el contrario, sus herederos fueron dignos continuadores de la obra emprendida veinte años antes.

Gengis había hecho testamento dejando a sus cuatro hijos todo el imperio, repartido de esta manera: al primogénito Yuri le correspondieron las estepas del Aral y del Caspio (muerto antes que su padre, sus territorios los heredó su hijo Batu); para Yagatay fue la región entre Samarkanda y Tufán; al tercero, Ogoday —el que sería proclamado en 1229 gran Khan—, le correspondió la región situada al este del lago Baikal; y, finalmente, a su cuarto hijo, Tuli, le tocó asumir el gobierno de los ancestrales territorios mongoles, incluido el lugar natal de la familia, cerca del río Onón.

Antes de fallecer, tuvo la oportunidad de hablar con su hijo Ogoday, transmitiéndole las últimas órdenes para la invasión del reino traidor de Ningxia, que años antes le negó tropas para el ataque a Karhezm. Casi a punto de espirar, consumó su último acto de venganza. Ogoday cumplió la orden y masacró a los ningxios.

Existe mucha controversia sobre la posición exacta de la tumba de Gengis Khan, según cuenta La historia secreta de los mongoles —libro escrito en 1240 para ensalzar la obra de Gengis—, el emperador fue enterrado en un lugar secreto supuestamente cercano al monte Altay. En su viaje final le acompañaron cuarenta doncellas vírgenes que fueron sacrificadas junto a sus cuarenta mejores caballos. Además, muchos guerreros mongoles, conocedores de la ubicación, se suicidaron gustosos junto a su jefe, y más de mil jinetes galoparon sobre la tumba varias veces, hasta que el lugar quedó irreconocible.

La ubicación exacta de la tumba de Gengis Khan sigue siendo un misterio, aunque recientes investigaciones a cargo de arqueólogos chinos nos hablan sobre la posibilidad de que ese sepulcro se encuentre cercano al lugar de nacimiento de Temujin, como era costumbre en el pueblo mongol.

El siglo XIII fue de dominio mongol. A Gengis le sucedió su hijo Ogoday, que prosiguió sus exitosas campañas, y a la muerte de éste otros Khanes del linaje mantuvieron vivo el sueño del emperador, hasta que Kublai Khan, hijo de Tuli y nieto de Gengis, cumplió con el viejo sueño de su abuelo, la conquista de China, creando la dinastía Yuan. Sin embargo, tras aquel siglo inicial, el poder mongol se fue diluyendo en varios kanatos, que pronto se enfrentaron entre sí, hasta perderse la idea original de su fundador.

En la actualidad, por paradojas del destino, Mongolia vive prácticamente dentro de los mismos límites geográficos que vieron nacer a Temujin. Más de un millón y medio de kilómetros cuadrados con unos dos millones seiscientos mil pobladores (casi los mismos que en el siglo XIII). Curiosamente, si el emperador levantara la cabeza, vería preocupado la precariedad por la que atraviesa su tribu. Hasta hace bien poco, Mongolia se encontraba unida a los intereses rusos y siempre vigilada por los anteriormente conquistados chinos. Para colmo, el señor de todos los océanos no tendría ni un solo metro de costa donde poder disfrutar del mar.

Afortunadamente, desde el año 1992 los mongoles eligieron el cauce democrático. Esa opción ha permitido que jóvenes generaciones establecidas en la taiga, la estepa y el desierto puedan conocer y reivindicar la figura del hombre más importante de su país. Hoy en día, la imagen de Gengis Khan puede contemplarse sin temor a la represión por las calles y comercios de la capital, Ulan Bator, o de cualquier ciudad mongol. También puede verse sobreimpresionada en el papel moneda.

Lejos de la prohibición impuesta por soviéticos, chinos y gobiernos mongoles afines, el viejo guerrero resurge poderoso para proclamar el orgullo y el afán de independencia de la etnia que le vio nacer y morir como héroe.

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