Enigma

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VIII Fraudes históricos » El broche de Frenesie

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El broche de Frenesie

Un año: 1887.

Una ciudad: Preneste (la actual Palestrina, en Italia).

Un descubrimiento arqueológico: un broche de bronce.

Una inscripción en latín: «Manios med fhe fhaked Numasioi» (que sería el equivalente del latín clásico «Manius me fecit Numasio», es decir, «Manió me hizo para Numerio»).

He aquí los elementos principales del llamado «broche de Preneste», que pretendía ser la prueba más antigua en latín escrito (siglo VII a. C.).

Y así empieza el misterio de esa extraña fíbula que se pensó que pertenecía a la época etrusca, porque había sido encontrada en una tumba de esta cultura datada en el siglo VII a. C.

Todo esto era asombroso porque venía a demostrar a los lingüistas que el latín escrito era algo común en esa lejana época y, por lo tanto, había que reescribir parte de la historia.

El autor del fabuloso descubrimiento fue Wolfgang Helbig, un conocido científico alemán especialista en arqueología romana, sobre todo en lo referente a las pinturas de Pompeya. Una persona que gozaba de una gran reputación, casado con la princesa Nadina Schakowskoy, y al que nadie osaba contradecir o poner en entredicho sus hallazgos. Y éste de la fíbula era de tal categoría que sirvió para que Helbig ocupara la dirección del Instituto Alemán en Roma, del que había sido vicerrector hasta ese momento.

Pero no todos estaban de acuerdo con este polémico descubrimiento arqueológico y con este nombramiento. Se empezó a analizar el pasado de Helbig y se descubrió que no todo estaba claro en su carrera académica. Por ejemplo, había sospechas de que había traficado con objetos antiguos de los museos para conseguir así un sobresueldo. No obstante, su prestigio era tal por aquella época de finales del siglo XIX y principios del XX que nadie puso en duda sus afirmaciones. Hubo sólo un profesor italiano que empezó a decir que aquello era imposible, que Helbig estaba mintiendo; todo el mundo se echó sobre él, le echaron de la Universidad, y murió solo, amargado y pobre en una buhardilla.

Cuando se inició la Primera Guerra Mundial en 1914, se expulsó de Italia a los súbditos alemanes y, sin embargo, a Helbig se le permitió permanecer en Roma, por expreso deseo de la familia real de Vittorio Emmanuel III.

Helbig muere al año siguiente, en 1915, cargado de reconocimientos y honores, y con el broche expuesto en las vitrinas de los museos de la ciudad eterna. Tuvo que pasar más de medio siglo para que su falsificación fuese demostrada, gracias a la investigación de la famosa fíbula de Preneste que realizó la profesora italiana Margarita Guarducci, quien fue directora nacional de Arqueología en Italia. Sus conclusiones se recogen en su obra La Cosidetta Fíbula Prenestina: Antiquari, Eruditi e Falsari nella Roma dell’Ottocento (Roma, 1980).

Guarducci es conocida como la arqueóloga de San Pedro. Tenía noventa y siete años cuando murió en 1999, y su prestigioso nombre ya era conocido por sus estudios sobre la basílica de San Pedro, a los que dedicó toda su vida. A ella se debe de modo especial la confirmación de la existencia de la tumba del apóstol Pedro bajo el altar mayor de la Confesión, la identificación de las reliquias del apóstol en 1965, y el desciframiento de numerosas inscripciones como la de Preneste. De esta manera, sabemos que el broche fue en realidad una burda falsificación hecha por dos personas.

Una de ellas era el comerciante sin escrúpulos Francesco Martinetti, un antiguo restaurador y anticuario enriquecido con el tráfico de obras de arte clásicas, y la otra era el propio Helbig, que fue quien le añadió a la aguja del broche etrusco la arcaica inscripción latina que lo haría famoso. Dejar la fíbula en una tumba etrusca y lanzar el descubrimiento a bombo y platillo, aprovechando la credibilidad que tenía Helbig, fue todo uno. Reconstruyendo los hechos, existían tres elementos importantes en esta operación, de los cuales dos eran auténticos: el broche y la tumba. El tercero, la inscripción, era la pata que no encajaba en este elaborado y falsificado banco arqueológico.

Martinetti murió ocho años después del supuesto descubrimiento, en 1895, dejando a su familia cargada de pleitos y de deudas con una singular herencia: la «casa de los milagros», llamada así porque con los años fueron apareciendo, ocultos en los muros, suelos y muebles, objetos de lo más variopintos, monedas de oro y joyas. El último tesoro y el más valioso surgió en 1933, cuando se demolió todo el edificio. La falsa inscripción supuso un nuevo jarro de agua fría para la arqueología y la lingüística.

Habrá que esperar a otra prueba más sólida para demostrar que el latín escrito se utilizaba de manera asidua en el siglo VII a. C., porque el broche de Preneste ha pasado a formar parte de las falsificaciones arqueológicas más sonadas de la historia. Descartada la fíbula, tres pueden ser los documentos más vetustos con alfabeto latino: la inscripción de Dueños (o Vaso de Dueños, especie de vasija con una fórmula de encantamiento mágico, escrita en latín arcaico del siglo IV a. G), el Lapis Niger y el Lapis Satricanum (siglo VI a. C.).

El fraude y la falsificación de objetos y obras etruscas fue una moda en el siglo XIX y XX, tal es así que en ese mismo año de 1933 se expusieron al público, en el Museo Metropolitano de Nueva York, tres estatuas de guerreros de terracota en un lugar de honor de la Sala Etrusca.

El Museo estaba orgulloso de esta exposición hasta que se demostró que también eran más falsos que un euro de corcho…

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