Enigma

Enigma


X Sociedades secretas » Sociedad de la Niebla

Página 92 de 116

Sociedad de la Niebla

Toda sociedad secreta que se precie tiene que ser eso, secreta y lo más discreta posible. La Sociedad de la Niebla casi consigue esos dos objetivos.

Hasta hace muy pocos años, su existencia había quedado muy bien camuflada. Se trataba de una sociedad artística-literaria-mística-masónica, muy influida por las doctrinas rosacruces y en la que estaban «todos los que tenían que estar». Haciendo un símil cinematográfico, era una especie de Club de los poetas muertos en la que se reunían novelistas, poetas, pintores, políticos y artistas en general para estudiar un libro raro: Hypnerotomachia Poliphili, también conocido como El sueño de Polifilo, una obra impresa por Aldo Manucio en Venecia, en el año 1499.

Sobre su posible autor, Francesco Colonna, y su contenido, todo son especulaciones. Está escrito en latín vulgar, con mezcla de griego, lombardo, y voces hebreas y caldeas. Y para complicarlo más, el autor utilizó palabras inventadas y un lenguaje arcaizante que ha sacado de quicio a sus críticos y traductores. En el mismo se describen los amores eróticos y alegóricos entre Polifilo y una tal Polia. Se sabe tan poco de su profundo significado que desde el siglo XVI se ha visto rodeado de un aura esotérica. De hecho, estamos ante uno de los libros más curiosos y enigmáticos del Renacimiento, una obra tan fascinante que ha cautivado a grandes intelectuales de todas las épocas y, en concreto, a varios escritores franceses del siglo XIX.

Según las investigaciones de Michel Lamy —reflejadas en su obra Jules Verne, initíé et initiateur (1984)—, Julio Verne pertenecía a esta sociedad secreta, llamada Sociedad Angélica (también recibía el nombre de la Niebla, término que designa para los francmasones el Principio Universal o caos originario del que surge el Principio de la Verdad), que tenía como breviario o texto básico el Hypnerotomachia Poliphili. Lamy comenta que esta sociedad fue fundada en el siglo XVI por el impresor lionés Sébastien Gryphe, inspirándose en otra sociedad griega llamada Nephes (que significa «alma» en hebreo y «niebla» en griego), que tenía como símbolo al grifo, animal mitológico, y a la que pertenecían lumbreras literarias como Rabelais o el pintor Poussin. Sobre Rabelais existen suficientes evidencias que indican su pertenencia a una extraña Sociedad Agla, que empleaba como emblema una «cifra de cuatro» como la que se cree que utilizaban los antiguos cátaros para reconocerse entre sí. En cualquier caso, Lamy cree que «Agla» no es sino otra forma más de definir a La Niebla.

Tras un largo letargo, la sociedad fue reactivada en el siglo XIX y a ella se incorporaron, además de Julio Verne, Alejandro Dumas, Gérard de Nerval, Gastón Lerroux, Maurice Leblanc, Maurice Barres y George Sand, así como el pintor Delacroix, en cuyos cuadros algunos críticos han querido ver rastros de El sueño de Polifilo.

¿Qué hacían en estas reuniones? Poco se sabe de sus cónclaves, salvo que aprovechaban para hablar de política y literatura. Sus principales sesiones consistían en leer pasajes de El sueño de Polifilo, algo que parece absurdo a priori, salvo que existiera algún secreto que desconocemos. Desde Rabelais, pasando por Cervantes hasta Julio Verne, se ha creído que en esta obra se ocultan códigos secretos y mensajes cifrados. La Sociedad de la Niebla tenía como objetivo analizar los pasajes oscuros o fijarse en sus numerosos jeroglíficos para detectar enigmas. Toda una sociedad secreta que gira en torno a un libro secreto donde tan importante es el texto como los dibujos. De hecho, algunos de sus extraños grabados se han reproducido en pinturas o se han copiado en esculturas, ex libris o fachadas de edificios. En España, por ejemplo, se pueden ver varios esculpidos en las paredes del claustro de la Universidad de Salamanca. Incluso los diseñadores de parques y jardines románticos se han inspirado en sus diseños y a tal efecto se citan los jardines de Versalles, en Francia, el de Bomarzo en Italia o el de Aranjuez en España.

Julio Verne dijo de sí mismo: «Me siento el más desconocido de los hombres». Y es que todo en su vida fue un verdadero misterio…

Alejandro Dumas padre tuvo famosos amigos ocultistas como Papus, Eliphas Lévi o el quiromántico D’Arpentigny, que fue quien le presentó a Verne. Tan prometedor le pareció este joven que Dumas se convirtió en su padre espiritual y le inició en los ritos de la Sociedad de la Niebla. Allí conoció a su futuro editor Pierre Jules Hetzel. Dumas y Hetzel fueron tal vez dos de los miembros más activos de esa sociedad. El primero captaba jóvenes valores literarios y había escrito su novela, El capitán Pánfilo (1839), como un guiño al grupo al que pertenecía, donde su protagonista va manteniendo conversaciones con la elite de París. Recordemos que Pan, al igual que el término Poli, significa «todo» y Filo, «hijo». Hetzel, por su parte, publicaba los libros de sus miembros divulgando soterradamente sus ideas, promocionándolas a través de su Magazine d’Education et Récréation, dirigido por un notable masón llamado Jean Macé.

Verne, amigo de criptogramas, escribe en 1871 La vuelta al mundo en 80 días, cuyo protagonista es Phileas Fogg, extraño nombre para un caballero inglés que adquiere su auténtico significado cuando sabemos su pertenencia a este grupo secreto: Fogg es «niebla» en inglés y Phileas es el equivalente etimológico de Poliphilo (además Phileas puede descomponerse en «eas» que en griego es «todo» y equivale a Poli). Otros dicen que Phileas viene del latín filius (hijo), lo que daría «hijo de la niebla». Los partidarios de esta teoría, como Michel Lamy, tienden a vincular la creación del nombre con las iniciales del Reform Club al cual pertenecía el inmutable y flemático inglés. Ve en RC (las iniciales del nombre del club) una alusión a la palabra Rosacruz, grupo ocultista cuya filosofía imitaba la Sociedad de la Niebla. En 1903, en una de las entrevistas que le hiciese Robert Sherard, el autor francés, al hablar de este particular, Verne expresó: «Le concedo cierta importancia a los nombres (…) Cuando encontré el apellido Fogg me sentí complacido y orgulloso. Y era muy popular. Fue considerado un hallazgo real. Pero fue especialmente el nombre, Phileas, el que le dio tal valor a la creación. Sí, los nombres tienen gran importancia. Siga como ejemplo los padrinazgos de Balzac».

Hubo otros miembros que destacaron por su labor literaria y por divulgar sutilmente la existencia de la Sociedad de la Niebla. Gérard de Nerval se inspiró en los mensajes cifrados de El sueño para componer algunos de sus relatos, como el titulado «Angelique», que forma parte de su obra Las hijas del fuego (1854). George Sand, seudónimo que encubrió a la controvertida Aurore Dupin, se dejará influenciar por la Sociedad Angélica utilizando, para algunos de sus personajes fundamentales, nombres como Ange en su novela Spiridion y Angele en Consuelo.

Maurice Barrés, otro de los escritores de la Niebla, además de político y amigo del místico Stanislas de Guaita, es el autor de la novela La colina inspirada (1913). Hay quien ha creído ver una referencia a Rennes-le-Château, al ser una obra en la que se insinúa la existencia de un gran complot para transformar el cristianismo gracias al apoyo financiero de la casa real de los Habsburgo, con el secreto propósito de instaurar la figura de un gran monarca en Europa. La Niebla estaba relacionada con otra sociedad secreta de la época, la Golden Dawn, fundada en Inglaterra en 1887 y que contaba con una logia en París. Entre sus miembros estaban el premio Nobel William B. Yeats y Bram Stoker, cuyo Drácula muestra las ideas e influencias de esta sociedad.

En España existe una edición traducida y comentada de Hypnerotomachia Poliphili, por la historiadora Pilar Pedraza, donde se intenta esclarecer su importancia. En la introducción explica: «En realidad, es un poema alegórico… que contiene una ingente amalgama de conocimientos arqueológicos, epigráficos, arquitectónicos, litúrgicos, gemológicos y hasta culinarios». No es de extrañar que encandilara a expertos e investigadores de todos los tiempos, incluidos los intelectuales franceses decimonónicos. Y su influjo continúa. En nuestros días el Hypnerotomachia Poliphili se ha convertido en el argumento de un best setter. Me refiero a El enigma del cuatro (2004), de Ian Caldwell y Dustin Thomason, en el que sus protagonistas, Paul Harris y Tom Sullivan, a punto de graduarse en la Universidad de Princeton, intentan resolver un crimen sabiendo que en las ilustraciones de esa obra se encuentran mensajes y claves ocultas que hay que descifrar, algo que les llega a obsesionar. Los autores mezclan ficción con datos reales, como el hecho curioso de que si se unen las iniciales de los títulos de sus treinta y ocho capítulos, se puede leer: «Poliam frater Eranciscus Columna peramavit», es decir, el nombre de su autor, Francesco Colonna, al parecer un fraile dominico veneciano.

Hoy sigue siendo un enigma tanto El sueño de Polifilo como La Niebla, cuyos miembros lo tenían como libro de cabecera. No se puede entender la una (la sociedad) sin la otra (la obra). Ya han pasado más de quinientos años y seguimos casi como al principio. Quizá una de las claves nos la dé una frase que aparece en uno de sus jeroglíficos: «Apresúrate siempre despacio».

Haremos caso a esta máxima para que la sociedad que inspiró no se pierda en la «neblina» del tiempo…

Ir a la siguiente página

Report Page