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XI Esoterismo nazi » La reencarnación de Himmler

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La reencarnación de Himmler

Heinrich Himmler, el siniestro creador de las SS (en 1929), de la Gestapo (en 1933) y de todas las fuerzas de la policía del Reich (en 1936), se reservaba una sala especial en el castillo de Wewelsburg: la habitación de Enrique I el Pajarero, también llamado Enrique el Cazador, fundador de la casa real de Sajonia, muerto en 936.

¿Por qué lo hacía? Porque creía que era su reencarnación. Cada uno de los altos dignatarios que componían el grupo selecto de los trece elegidos tenía una habitación propia, decorada en el estilo de un periodo histórico definido, periodo que, según la mayoría de referencias, correspondería al de su encarnación anterior.

En la habitación que se había reservado Himmler estaba previsto que se custodiara algún día la Lanza de Longinos o Lanza del Destino, si los avatares de la Segunda Guerra Mundial hubieran tenido, precisamente, otro destino…

Lo que seducía a Himmler de Enrique I es que se había empeñado en la unificación de los territorios germánicos, logrando reducir a los eslavos y húngaros hasta la línea del río Oder y a los daneses hasta el Eider y, lo más importante de todo, fue uno de los poseedores de la Santa Lanza. Enrique I otorgó además cartas municipales a diversas ciudades alemanas y procuró hacer más sólidas las fronteras del imperio.

En la cripta de Quedlinburg, en el año 1938, durante un ritual de inspiración pagana y esotérico oficiado por Himmler y otros dignatarios nacionalsocialistas, el Reichsführer prometería sobre la tumba del rey medieval Enrique el Pajarero continuar su labor, luchando frente a la amenaza del Este y llevando las fronteras del Reich hacia Oriente. Quedlinburg es la cuna de la dinastía de los emperadores alemanes, que se convirtió en el centro de la política y la cultura europeas. En la iglesia románica de San Servatius se celebraron muchas ceremonias de este tipo.

Himmler había sido bautizado en Múnich en el año 1900 como católico, pero con el tiempo, ya en la adolescencia, sus tendencias religiosas fueron cambiando hasta el punto de que se decantó por el espiritismo, la astrología y el mesmerismo. Creía en la reencarnación de las almas, al igual que su enemigo, el general norteamericano Patton, que presumía de haber tenido vanas reencarnaciones, a cual más variopinta y ampulosa (según él, había sido soldado con Alejandro Magno, había combatido con Julio César en las legiones romanas, había sido un general cartaginés y otros personajes similares). Himmler sentía adoración por Enrique el Pajarero, del que se consideraba su reencarnación a raíz de una revelación que tuvo en una sesión espiritista.

En una charla dirigida en 1936 a los jefes de las SS les explicó que todos ellos habían estado juntos anteriormente en alguna parte y que todos se encontrarían de nuevo después de esta vida.

Todos estos elementos y creencias fueron luego incorporados a esa religión neopagana tan particular que desarrolló y practicó cuando ocupó el puesto de jefe de las SS. Durante los solsticios y los equinoccios hacía rituales en honor, entre otros, del dios Wotan. Himmler, imbuido no sólo por el fanatismo, sino por extrañas revelaciones, creó nuevas festividades de origen ario para sustituir a algunas fiestas cristianas, como la Navidad y la Pascua. Como si se creyera en posesión de la verdad más absoluta, se metió en todos los campos del conocimiento para darles su toque personal: hizo redactar ceremonias de matrimonio y un ritual para el bautismo de los niños nacidos en el seno de los matrimonios de las SS, la elaboración del anillo rúnico para sus miembros, el llamado anillo de la calavera (Totenkopfring), que se entregaba acompañado de un certificado que describía el simbolismo de la esvástica y sus tres signos rúnicos. Incluso dio instrucciones acerca de la forma correcta de suicidarse. Aunque su mayor obra esotérica fue, como ya hemos dicho, la elección del castillo de Wewelsburg.

Ya puestos, elaboró teorías de lo más extravagantes, que podrían movernos a la carcajada si no fuera porque por culpa de ellas murieron miles de personas. Por ejemplo, creía en el poder del «calor animal», por lo que hizo que se realizaran experimentos en donde las víctimas eran sumergidas en agua helada y después revividas para ser colocadas entre los cuerpos desnudos de prostitutas. En otra ocasión se le ocurrió que había que realizar una estadística sobre la medida del cráneo de los judíos pero con una condición, que sólo valían los cráneos de los muertos recientes, así que cientos de personas fueron decapitadas para realizar esta macabra estadística. Otras ideas demenciales de Himmler, obsesionado por sus creencias ocultistas, fue averiguar el significado simbólico de las torres góticas, encontrar el Santo Grial (financió una expedición dirigida por Otto Rahn), descubrir el sombrero de copa de Eton o analizar el poder mágico de las campanas de Oxford, que, según decidió Himmler, son las que habían hechizado a la Luftwaffe, impidiendo a sus aviones infligir daños a la ciudad.

El tristemente famoso lugarteniente de Adolf Hitler, en su delirio y en su creencia en las artes de la magia negra, decide en el año 1938 enviar a un equipo de científicos alemanes (pertenecientes a sus adictas tropas) ni más ni menos que al Tíbet, con la finalidad de que sean ellos, como tales científicos, los que investiguen en tan lejanos lugares el origen de la raza aria. Ocho meses duró esta expedición y durante su estancia en esa región asiática elaboraron estudios antropológicos de sus habitantes, construyeron tablas estadísticas de sus características faciales así como parámetros y medidas craneales de los mismos, siendo Ernest Schäfer el responsable de llevarla a cabo.

Con ello quería completar la base científica de su creencia sobre el origen y carácter divino de la raza aria y de cómo fue transmitiéndose la misma hasta Europa occidental, para lo cual llegó a defender la llamada teoría del resurgimiento de la raza aria, la cual gozaba de una vida eterna. Esto fue predicado por Himmler a todos los miembros de las SS, sirviéndose de sus discursos y arengas así como de las revistas y periódicos editados por el Instituto Ahnenerbe.

Un principio fundamental debe servir de regla absoluta a todo hombre SS. Debemos ser honrados, comprensivos, leales, buenos camaradas con los que son de nuestra sangre y con nadie más. Lo que le pase a un ruso, a un checo, no me interesa absolutamente nada…

Con estas palabras, Himmler dejaba claro cuál era el sitio que debía conservar la futura orden en cuanto a lo racial y que todos los candidatos debían guardar una estricta observancia de los preceptos de la orden. Sus manías y sus creencias seudorreligiosas eran de tal calibre que el escritor J. H. Brennan llegó a sugerir que Himmler era un zombi sin mente ni alma propias, que absorbía la energía de Hitler como si se tratara de un vampiro psíquico.

Por desgracia, no sabemos mucho más de todas las investigaciones en las que estaba metido, porque muchos de sus manuscritos originales, escritos en sánscrito, yidish, griego y latín, desaparecieron misteriosamente y su biblioteca fue quemada.

¿No tienen curiosidad por saber qué extraños secretos guardaban esos textos?

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