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I Culturas y civilizaciones del pasado » ¿Dónde estaba Tartessos?

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¿Dónde estaba Tartessos?

Uno de los mayores misterios para la arqueología europea es, sin duda, ubicar exactamente la presunta localización de la mítica ciudad de Tartessos. Hoy en día, la escasez de pruebas concretas nos impide certificar que existiera semejante urbe, más bien lo que podemos deducir es que Tartessos fue una entidad territorial conformada por diversas poblaciones bajo el mando de una autoridad única. Según los textos del historiador griego Herodoto, hacia el siglo V a. C. una nave con tripulantes focenses, provenientes por tanto de la región jónica, fue desviada, por causas climatológicas, unos kilómetros más allá de las famosas columnas de Hércules. La supuesta desgracia se tornó en alegría cuando los marineros griegos contactaron con una cultura que parecía navegar en la más abrumadora abundancia. Sorprendidos por el hallazgo, trabaron amistad con el rey de aquel pueblo. Su nombre era Argantonio, quien, nacido en el 670 a. C., había llegado al trono de Tartessos cuarenta años después y perdurado en él otros ochenta años. Según algunas indagaciones efectuadas por diferentes estudiosos, los tartesios tendrían origen griego y habrían llegado a la zona con evidente interés colonizador, dados los inmejorables recursos naturales que ofrecía aquella tierra. Argantonio conservaba el arraigo de su país ancestral y, por eso, no es de extrañar que recibiera con generosidad y cariño la llegada de los focios y les entregara, según la narración de Herodoto, oro suficiente para permitirles la construcción de una muralla en su ciudad de origen, a fin de protegerles de los reiterados ataques persas. Esta hipótesis puede ser tan válida como las que sostienen el origen indoeuropeo de los tartesios.

Lo cierto es que, durante siglos, las tradiciones griegas y romanas mantuvieron firme el relato sobre Tartessos. En dichas historias siempre se hablaba de aquel reino como tierra de promisión y riquezas inagotables. Pero un territorio de tanta grandiosidad no puede desaparecer como por ensalmo. Entonces, ¿dónde está la capital que lo represente? Es difícil conjeturar sobre este extremo. Hoy en día lo único tangible de lo que disponemos son algunas muestras cerámicas, sepulcros llenos de rico ajuar en las necrópolis, tesoros como el de Ebora o el del Carambolo y poco más. Sí sabemos, en cambio, que la cultura tartesia existió y que se desarrolló, probablemente entre el 1200 y el 550 a. C. La arqueología nos impide por el momento certificar la existencia de una capital o ciudad epicentro de un reino, pero sí podemos presumir que esta cultura se extendió territorialmente desde Huelva hasta Cartagena ocupando casi todo el sur de la península Ibérica. Los tartesios pudieron florecer económicamente gracias a sus enormes recursos minerales. Eso nos invita a pensar que las minas onubenses estuvieron muy cerca del lugar en el que se asentó la monarquía. Y, si tenemos en cuenta relatos históricos e investigaciones posteriores a cargo de expertos como Adolf Schulten, Blanco Freijeiro o José María Blázquez, podemos aventurar que, de existir una ciudad, ésta debería estar entre Cádiz y Huelva, acaso cerca de las marismas del río Guadalquivir, en ese magnífico Coto de Doñana que el siempre vehemente Schulten intentó levantar por entero en los años 23-25 del siglo XX, sin que tuviera fortuna alguna. Tartessos sigue constituyendo un grave problema para los historiadores de ese tiempo tan difícil de catalogar. Pensar en una sociedad minera y artesana que creció en torno a simples edificaciones borradas por el paso de los siglos se nos pone muy cuesta arriba, máxime a sabiendas de que dispusieron de un gran potencial económico, lo que les permitió comerciar con otros pueblos mediterráneos. En los restos encontrados no faltan testimonios de ello con una suerte de piezas evocadoras de otras latitudes tales como la egipcia o la fenicia. Precisamente, algunos piensan que los pobladores del actual Líbano fundaron Cádiz con el propósito de negociar con los tartesios.

Existen numerosas hipótesis sobre el final de este semilegendario reino. Unos piensan que fueron los cartagineses quienes destruyeron Tartessos hasta los cimientos a fin de apropiarse de sus recursos mineros y territoriales. Otros aseguran que lo más fiable nos diría que aquellos primigenios pobladores andaluces evolucionaron y que fueron los turdetanos sus grandes herederos, ya que en época romana estos íberos se confirmaron como los más cultos de su entorno, pues poseían una gramática más compleja que el resto y conservaban viejas tradiciones que ellos mismos databan en seis mil años de antigüedad. Sea como fuere, tras los grandes descubrimientos arqueológicos del siglo XIX como los palacios talasocráticos de Creta a cargo de Evans o la Troya homérica de Schliemann, el hallazgo de Tartessos se alza como uno de los últimos grandes retos para la arqueología del siglo XXI.

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