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¿Cómo murió Tutankamon?

Este célebre faraón de la XVIII dinastía ha pasado a la historia más por el hallazgo de su tumba que por su vida en sí, carente de grandes epopeyas, o al menos eso es lo que oficialmente creemos.

En noviembre de 1922, el arqueólogo aficionado Howard Cárter, quien trabajaba en el Valle de los Reyes bajo el patrocinio de un excéntrico conde llamado lord Carnarvon, se topó con el más deslumbrante descubrimiento del Egipto faraónico. Por desgracia, hasta esa fecha casi todos los sepulcros correspondientes a mandatarios egipcios habían sido víctimas de la rapiña bandidesca o el expolio interesado. En cambio, la última morada de Tutankamon quedó intacta hasta que las excavaciones del inglés dieron con ella. Mucho se ha especulado sobre la supuesta maldición del faraón niño, el cual tuvo muy poco tiempo para disfrutar de su poder, ya que sólo pudo vivir diecinueve años, entre 1342 a. C. y 1323 a. C., si bien sus fechas de nacimiento y muerte quedan sujetas a diversos debates entre los egiptólogos más ortodoxos.

Desde que Cárter le devolviera a este valle de lágrimas, los incidentes, desastres y muertes no han parado de acontecer para mayor ensalzamiento de la misteriosa momia. Lo cierto es que la simple casualidad acudió en beneficio de la duda; primero con la fatal neumonía que se cebó en Carnarvon originándole la muerte. Luego el desgobierno que sufrió Egipto y las enigmáticas muertes de algunos personajes relacionados con el descubrimiento. Finalmente, lo que comenzó siendo un gozoso capítulo para la arqueología moderna terminó convirtiéndose en casi una película de la maravillosa productora cinematográfica Hammer. Para mayor emoción, algunos autores del momento como la novelista gótica Marie Corelli, quien afirmó poseer un documento árabe en el que se relataban toda suerte de penurias y dramas para aquellos que osaran perturbar el sueño eterno del faraón, o el mismísimo sir Arthur Conan Doyle, que inopinadamente dio crédito a la fábula, abonaron las hipótesis más terroríficas vertidas sobre el enigma. En ellas se daba pábulo, sin precaución alguna, a un relato en el que un faraón enojado vuelve del otro mundo para cobrarse venganza entre los mortales que han profanado el santuario de su descanso final. Sea como fuere, y maldiciones al margen, lo que nos interesa es conocer cómo murió realmente este joven faraón que devolvió al pueblo egipcio el culto al dios Amón, estableciendo la capital en Tebas. Aunque, según parece, pudo abrazar en sus últimos años a una deidad única, contraviniendo así los intereses de la casta sacerdotal egipcia, lo que provocaría un fatal desenlace con su propia muerte por asesinato.

En 1968 se realizó una radiografía a la momia y en ella se advirtió lo que bien pudiera ser una fractura en el cráneo. Desde entonces se incrementó la versión sobre el homicidio, atribuyéndose al gran sacerdote Ay, sucesor, por cierto, de Tutankamon, la autoría del magnicidio. En 1997 se publicó en la prensa británica una investigación forense efectuada por el eminente neurorradiólogo Ian Isherwood, trabajo que fue complementado por el inspector de Scotland Yard, Graham Melvin. Según sus averiguaciones no había lugar para la especulación, confirmándose la muerte cruenta del faraón. El médico valoró a conciencia las radiografías obtenidas de la momia y dio crédito a la hipótesis criminal. Por su parte, el policía elaboró una lista de posibles sospechosos cuyo primer lugar ocupaba el sumo sacerdote antes mencionado e, inmediatamente después, Horembeb, general de los ejércitos egipcios, sucesor de Ay e iniciador de la XIX dinastía faraónica. Como vemos, esta extendida teoría sobre la muerte trágica de Tutankamon fue la más favorecida a lo largo de los años y, a estas alturas, eran muy pocos los que discutían su verosimilitud histórica. Sin embargo, el 5 de enero de 2005, un grupo de investigadores compuesto por nueve egipcios, dos italianos y un suizo examinó minuciosamente con escáner los restos momificados del faraón y descartó, tras haber analizado con pulcritud todas las radiografías, la hipótesis del asesinato. Los expertos concluyeron que no existía fractura craneal provocada, ya que el huesecillo encontrado en el interior de la cabeza podría tener origen en un movimiento brusco del cuerpo cuando fue extraído por Cárter, o bien en la propia actuación de los embalsamadores mientras manipulaban el cadáver del faraón durante el proceso de momificación. Estos mismos analistas observaron los rastros de una fractura en el fémur de la pierna izquierda, lo que confirmaría la evidente cojera que padecía el adolescente tal y como se refleja en los dibujos y relieves de la época.

Además, no se debería descartar una más que posible infección generalizada por causa de esta herida crónica, que, al ser imposible su total curación, habría marcado los últimos meses de existencia de este legendario faraón. No obstante, lo más seguro es que nunca faltarán comentarios, análisis exhaustivos o rigurosos estudios que avalen las dos teorías sobre el fallecimiento del considerado por todos como el último hijo del Sol. Lo que impedirá, a buen seguro, el propósito para el que vivieron tantos faraones, esto es, arribar a la orilla de la vida eterna cargados de riquezas y buenas obras.

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