Enigma

Enigma


Joaquim

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Joaquim

Como todos los escritores mediocres, las novelas de los demás no me satisfacen nunca. Siempre existe en ellas un elemento que me irrita soberanamente. Toda obra novelesca es insoportable, sobre todo su final. Desde mi época del instituto, aborrezco lo que se me antoja la cobardía fundamental de los autores. Crean un personaje que se posesiona de ellos, los inspira, los fascina, los tortura, y cuanto más se acercan al final, más necesidad sienten de deshacerse de él como de una amante demasiado perspicaz o un amigo demasiado exigente, creyendo recobrar así su miserable libertad.

A partir de ese instante, con total menosprecio del lector, se muestran dispuestos a perpetrar todas las infamias: suicidios, asesinatos, accidentes o, lo que es peor, un brumoso final que envuelve al lector en la incertidumbre, en la duda. Hay demasiados protagonistas que navegan en una suerte de purgatorio malsano, demasiadas protagonistas cuyo final nunca llega a conocerse. Tal ineptitud para encontrar un final me disgustó desde la obligada lectura de una narración de Balzac: La muchacha de los ojos de oro. Esa cruel experiencia y otras más me han transformado en un cementerio de trayectorias truncadas. ¿Cómo voy a vivir y a escribir cuando todas esas almas muertas se me aparecen como fantasmas?

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