Enigma

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Zoe

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Zoe

La noche había sido tranquila. El ir y venir de las parejas. Los acercamientos. Los inicios de la relación. Las ilusiones y las trayectorias que no se cruzan por misteriosas razones. Yo lo observaba todo con una sonrisa y hacía lo posible por acercar los rostros, las miradas, los cuerpos. Me encantaba ver a los clientes tumbarse, descalzarse, a las chicas levantarse descuidadamente la falda sobre los muslos. Las miradas golosas de los hombres, toda la comedia de la seducción, que adoptaba ineluctablemente las mismas pautas, con escasas variantes.

A eso de las dos de la mañana, llegó un hombre solo y se tumbó en una esquina, apartado de la gente. Joven, sombrío y misterioso, hermosos rizos negros, una pizca pálido. Pidió cava. Yo esperaba que desplegase una estrategia de seducción. Llevaba una bonita camisa blanca, cinturón de piel de cocodrilo, pantalón negro de excelente corte, y su cuerpo desprendía una fuerza un poco salvaje. No sé si lo suyo era seguridad en sí mismo, indiferencia o preocupación, pero me costó establecer contacto, lo cual era en extremo infrecuente. Casi siempre sabía encontrar el lenguaje corporal, la palabra precisa, la actitud que suscitaba una sonrisa, una complicidad, pero con él, nada. Como si evolucionase en un espacio paralelo. Por un momento, me pregunté si había tomado éxtasis o cualquier otra droga. Me imaginaba a un joven brillante, acaso un cirujano que pensaba en su siguiente operación. Al día siguiente, la vida de alguien estaría en sus manos, pendería tan sólo del hilo de su habilidad. Como solía tener intuiciones atinadas, aventuré una pregunta cuando le llevé su segunda copa de cava:

—¿Opera usted mañana?

Sonrió, me miró intrigado, tardó en contestar:

—Operé anteayer, pero las cosas no fueron como debían.

Desconcertada por su respuesta, me limité a sonreír y a hacer un gesto de sorpresa, y lo abandoné para servir a otros clientes. Transcurridos diez minutos, se marchó dejándome veinte euros de propina. Lo miré salir por el entarimado, tenía un porte distinguido y un culo rotundo y atractivo. Por un instante lamenté que la conversación no hubiera ido más allá. Por fin, las camas se vaciaron, retornó el silencio y yo me escabullí tras limpiar las mesas y ordenar las sillas.

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