Enigma

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Ricardo

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Ricardo

Esta mañana, a eso de las once, me ha llamado Pedro Ganser, presidente de la Asociación de Escritores Catalanes, una venerable institución fundada hace más de ciento cincuenta años y que publica una revista, Traces, muy respetada en el mundillo literario. Quiere verme. Hemos quedado esta misma noche. Me palpita el corazón, mi mente se extravía, atravieso las lentas horas como un sonámbulo. Por último decido echarme una siesta, pongo el despertador y hacia las seis me ducho, elijo un atuendo adecuado, me cepillo los dientes, como si acudiera a una cita amorosa, cosa absurda como pocas, y me acerco andando al casco antiguo, donde tiene su sede la venerable institución.

Llegué con un poco de adelanto y me tomé un café en una terraza. Hacía más de seis meses que les había enviado una selección de poemas para la revista. El silencio me había hecho augurar un rechazo. Traces debía su prestigio a que colaboraban en ella los mejores escritores catalanes, españoles y extranjeros y a que, de tanto en cuanto, sacaba a la luz a algún talento original. A la hora acordada subí las escaleras del Palacio de las Letras, una antigua mansión que daba a un patio con árboles, un oasis en el corazón de la ciudad. Subí a la primera planta. Una secretaria cincuentona, vestida de punta en blanco, al estilo clásico, que encarnaba a la perfección el carácter venerable de la institución, me pidió que esperase en un salón. Me llamó la atención un lienzo, un cuadro del siglo XVIII que representa el puerto de Barcelona. A los pocos minutos, un hombre alto de pelo rizado gris salió a mi encuentro cordialmente y me invito a pasar a una amplia estancia donde presidía un imponente escritorio sobre el que se apilaban libros y manuscritos.

Me señaló un profundo sillón deformado sin duda por los traseros de generaciones de prestigiosos escritores. ¡El propio Pere Calders debió de asentar sus posaderas en ese cojín! La decoración hubiera necesitado una pequeña renovación. De pronto se me paralizó la glotis cuando vi que mis calcetines estaban desparejados, uno era negro y otro azul. Me puse colorado. Ganser me observaba con una sonrisa amable pero con ojos de halcón.

—Es usted tal como me lo imaginaba. ¡Muy a la última! Mi nieta, que tiene diecisiete años, me ha explicado que queda muy «demodé» llevar los calcetines del mismo color, de la misma textura.

—Me impresiona este palacio.

—Nos lo legó la marquesa Cabrera de Zaragoza hace más de setenta años.

—Un jardín muy hermoso...

—Joven, está usted aquí porque nuestro comité ha quedado muy impresionado por sus poemas. Posee usted un gran talento, originalidad, audacia y, por encima de todo, sus poemas no guardan semejanza alguna con lo que se escribe actualmente, lo cual constituye su primer mérito. Por ello hemos decidido publicarlos en el número de primavera de la revista.

Me entraron temblores, después de tantos años de paciencia, por fin me reconocían mis iguales e iba a publicarme una de las más prestigiosas revistas literarias del país. Me quedé sin voz, estúpidamente sentado en un sillón de cuero raído.

—Muchas gracias, estoy muy emocionado. Publicar en Traces es el sueño de cualquier escritor...

—Sí, en cuanto salga el número, los editores se interesarán por usted, pero dígame, ¿a qué se dedica aparte de escribir?

—Trabajo en distintos sitios, hago cosillas. Soy licenciado en Letras, pero lo dejé, los estudios literarios se me antojan la forma más segura de dispersar la pasión literaria a los cuatro vientos.

—Sin duda tiene usted razón, Ricardo, si me lo permite...

—No faltaba más...

Ganser acariciaba un libro que descansaba en su escritorio, parecía meditar, no le incomodaba el silencio.

—Ricardo, hemos pensado también en usted para otra cosa muy distinta. ¿Dispone usted de tiempo libre?

—Sí, dispongo de mucho tiempo libre. Trabajo más bien por las noches, en los cafés o en los bares.

—Muy bien... Perfecto... El secretario de la revista tiene pensado retirarse el año que viene, y ayer, durante nuestra reunión semanal, nos pusimos de acuerdo sobre el hecho de que va siendo hora de que entre sangre joven en la revista y, como acabamos de leer sus magníficos poemas, hemos pensado proponerle contratarlo temporalmente, para posteriormente nombrarlo quizá ayudante del secretario de la revista. Las condiciones son buenas. Podemos ofrecerle mil doscientos euros al mes y tendría que estar disponible todas las mañanas de diez a tres.

—¡Por supuesto que acepto, estoy libre!

—Perfecto, me da una gran alegría. Me parece usted un hombre formal y entusiasta. Tendrá que pasar, eso sí, una fase de prueba de seis meses o un año, antes de ocupar oficialmente el puesto de ayudante.

—Me parece lo más normal. ¿En qué consistirá exactamente mi trabajo?

—Será usted responsable de toda la parte técnica de la revista. Recoger textos, leer manuscritos, trasladarnos sus observaciones, coordinar las lecturas de los diferentes miembros, aportar ideas, buscar nuevos colaboradores, tratar con el impresor y garantizar que la revista se imprima a tiempo. Releer y revisar. ¿Domina bien la ortografía y la gramática?

—Sí, eso creo.

—Bien, es un punto importante, soy un poco formalista y muy perfeccionista. La revista le permitirá asimismo entablar nuevas relaciones provechosas para su carrera, y ni que decir tiene que tendrá libre acceso a nuestros locales, como todos los demás miembros, que pueden venir a leer, a investigar, a charlar o a tomar una copa. Hay una sala para fumadores, una biblioteca, un bar, una sala de lectura, prensa, revistas internacionales y, los jueves por la noche, podrá asistir a nuestra reunión, si así lo desea. Aquí verá a todos los autores importantes de la ciudad.

—¿Cuándo empiezo?

—Oficialmente, le presentaré el jueves que viene. Se celebrará una votación por pura formalidad, pero será aceptado sin la menor duda. De aquí a entonces, familiarícese con la revista, lea los números antiguos, tome notas y haga sugerencias. Ándese con tiento, los escritores son gente muy susceptible, y enseguida comprenderá que hay que actuar con sutileza para mantenerse en ese puesto. Por otra parte, no debe sacar a la luz ni afirmar demasiado su personalidad. Le hemos elegido porque nos ha parecido detectar en usted dinamismo, audacia y juventud. ¡Conque, amigo mío, ocupe su puesto y sorpréndanos! Nuestro secretario le brindará una ayuda preciosa. Tiene una gran experiencia en la revista.

Salí de la Asociación de Escritores Catalanes eufórico y caminé hacia la playa para comer en una terraza y celebrar el acontecimiento.

Más tarde, pasé por mi casa para recoger una toalla de playa y mi traje de baño. Me apetecía nadar, agotar un poco mi cuerpo para estar seguro de conciliar el sueño. ¡Había esperado tanto ese momento! Iba a aparecer una selección de poemas míos en Traces y además entraba a trabajar en la prestigiosa revista. Por fin iba a tener un trabajo regular e iba a dedicar el tiempo al único ámbito que me interesaba: la literatura.

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