Enigma

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Naoki

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Naoki

Miraba la línea del horizonte. Había un poco de bruma. El límite del agua y el cielo juntaba la sutileza del espacio con la del elemento líquido. Mi mirada vagaba de arriba abajo, saboreaba esa incertidumbre. No veía ya a Zoe. Se había fundido con el infinito. Quería que nadara con ella pero a mí sólo me gustaba el agua cuando estaba acotada por la madera de cedro rojo de mi jacuzzi. Mis cicatrices, que ya no sangraban, me hacían sufrir deliciosamente. Sentía guirnaldas que transmitían a mi piel una sensibilidad en la que se amalgamaban el placer con el dolor en una ebriedad avivada por el viento: me imaginaba el cuerpo desnudo de Zoe deslizándose entre las olas. Veía sus nalgas y su sexo cuando abría las piernas como si nadase tras ella bajo el agua. Esa visión me excitó. Había observado que no sólo era una excelente nadadora sino sobre todo que trataba al mar como una parte de sí misma, era su gran cuerpo, su espacio íntimo.

La luz era ya más suave, el cielo tenía un tinte más misterioso, el azul derivaba lentamente hacia el añil. Era para mí impactante poder contemplar los colores de frente; dejar que penetraran en mí, cada uno de ellos con su vibración particular, me recordaba la lengua de Zoe, sus dedos que exploraban lentamente los más sutiles repliegues de mi ser, sus ojos que se introducían en mi alma como una hoja de cuchillo forjada por un maestro, una de esas hojas que podría cercenar el viento, la música, los suspiros.

Me imaginé que un día una ballena se llevaría a Zoe a las profundidades, que le mostraría las zonas más recónditas de lo imaginario. El gigantesco mamífero la haría navegar por corrientes de oscura felicidad. No quedaría de ella más que el cielo, contemplarlo hasta el infinito. Me imaginaba mi vida consagrada a ella en una inmóvil meditación. Tenía de la pasión amorosa la visión más etérea y más trágica del mundo y, en ese momento, comprendía con toda mi carne, que se estremecía al recibir la noche, lo que los poetas japoneses querían decir cuando hablaban de «la lacerante melancolía de las cosas».

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