Enigma
Ricardo
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Ricardo
Seguirlas es una tortura. Siento que me invaden la rabia y la violencia. Me veo excluido de esa belleza tantas veces codiciada, nunca siquiera rozada. Esa forma única con dos cabezas me trae a la mente el nacimiento de la mitología. ¿Cómo emergieron los seres híbridos de la imaginación de los hombres, cómo, entre dos mundos, adquirieron una verosimilitud? ¿Qué nos fascina en lo interhumano, si no es esa cualidad de desbordamiento constante de la realidad que hallamos en los monstruos? Y de repente este interrogante: ¿soy un monstruo? ¿Con qué derecho me arrogo el poder de poner fin a una historia, un sueño, una vida? ¿Estaré pagando mis crímenes? ¿La más dulce belleza se venga de mí? Estoy dispuesto a cambiar, a abandonar mi pasado, a retornar a la realidad poética del mundo, a la realidad objetiva de las cosas y a perder mi poder casi divino de acabar con trayectorias, de poner coto a un sueño, a una vida. No obstante, siguiendo los pasos del amor, observando, me doy perfecta cuenta de que hay una dimensión de las cosas que pervive. Espero desvelar su misterio algún día a través de la escritura. Ese mismo misterio que alza su velo sobre el rostro y los ojos de quienes, frente a mí, viven sus últimos instantes. El mismo misterio no descifrado tras la mirada totalmente serena de la mujer que me leyó un poema de Clara Janés y cuyos versos me acuden de pronto a la mente, incitándome a abandonar mi papel de voyeur omnipotente:
Tala tu sombra
y húndete en la noche.
Yo no quiero distancia
en el abrazo.
Aléjate.
Tala tu sombra
y húndete en la noche.
Envuélvete en tu capa
y en tu nombre