Enigma

Enigma


Ricardo

Página 73 de 101

Ricardo

Una vez se marcharon las chicas, Joaquim me ofreció un coñac, que esta vez acepté, él se sirvió otro. Bajamos a la terraza para tomar el fresco. Joaquim me miraba con tranquilidad. Es un tipo con una fuerte personalidad, tiene la suficiente seguridad en sí mismo como para permitir que una joven fiera se introduzca en su espacio. Fui el primero en hablar:

—Estoy de acuerdo contigo respecto a Estrella distante. Me gustaría leer tu final.

—Por el momento, permanece secreto. Lo que es seguro es que Carlos Wieder, el poeta sanguinario, no muere y que el inexistente Romero perece.

—¿Cuándo empezaste?

—En el instituto, era un modo de ejercitar la escritura. Debuté con el final de La nueva Justine o los infortunios de la virtud seguida de la historia de Juliette, su hermana, o las prosperidades del vicio, pero hube de dejarlo, porque estaba escribiendo una novela entera, la historia de su venganza, cómo se encontraba en su camino a cuantos la habían martirizado. Pasé después a La muchacha de los ojos de oro, que era más corta. Después me interesé por la literatura contemporánea, Bolaño, Vila-Matas, que eran mis dioses pero a quienes al mismo tiempo odiaba. Tenía veintiocho años cuando salió Estrella distante en Anagrama. El libró me obsesionó, me impresionó, me daba la impresión de ser todos los personajes a la vez, soñaba con él por las noches y ese final incierto se me atravesaba en la garganta. Me excitaba también la sensación de estar cometiendo un sacrilegio. Pero todo aquello era secreto, íntimo, ya que mis finales no los había leído nadie. No obstante, es lo que me impulsó a escribir otras cosas.

—¿Una novela?

—No, todavía no, pero siento que empezaré a hacerlo en cuanto deje la universidad. ¿Cuánto tiempo llevas en la revista?

—Acabo de entrar. Primero aceptaron mis poemas y luego me ofrecieron estar de prueba y después el puesto de ayudante del secretario, que se va a jubilar. Querían sangre nueva, cambiar de look la revista, publicar a autores más jóvenes, y, desde que estoy yo, nos llegan más manuscritos de jóvenes poetas y novelistas.

—Podrás ayudarnos a encontrar los poetas del mañana y si se te ocurre alguna idea para traducciones, serán bienvenidas. Naoki habla un francés perfecto, ha traducido ya al japonés poetas contemporáneos, como Zeno Bianu.

—¡Vaya equipo!

—Entonces, procura no destruir esa armonía.

Joaquim se había dejado el dardo para el final. Acepté la lección, nos tomamos otro coñac y nos separamos dándonos un cordial abrazo. Le prometí invitar al mayor número de gente posible a la fiesta de inauguración de la librería, que se celebraría el viernes siguiente por la noche, al poco de iniciarse el curso en la facultad, y regresé a mi casa imaginando a Naoki y a Zoe haciendo el amor.

El viejo zorro me había hecho quedarme para dejarlas escapar. Yo no hubiera sido tan generoso. Se me hizo un nudo en el estómago. Los celos me paralizaron el cuerpo hasta tal punto que tuve que sentarme en un banco para recobrar el aliento. Me sorprendía a mí mismo la violencia de las imágenes que me sobrevenían en mis ataques. Me veía entrar en la habitación, abrir el pecho de Zoe, arrancarle el corazón y arrojarlo sobre el cuerpo de Naoki para estigmatizar su blancura. A ratos, imaginaba un final más limpio. Dos pequeñas detonaciones, y unos cuerpos inmóviles: la belleza plasmada por un acto artístico.

Ir a la siguiente página

Report Page