Enigma

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Zoe

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Zoe

Desde los primeros días, los estudiantes, cierto número de escritores y gente del barrio parecían haber elegido la librería como domicilio. Las ventas de libros eran excelentes. Joaquim no salía de su asombro. Al decir de nuestros clientes, reinaba un ambiente tan especial en Bartleby & Co. que resultaba imposible comprar libros en otro sitio. Yo fotografiaba a los autores famosos que gustaban de tomar café en la terraza. Naoki, por su parte, trabajaba en nuestro proyecto conspiratorio, y, por las noches, venía a relajarse, a leer manuscritos, a escribir a los poetas, sin contar la traducción de Infiniment proche, de Zeno Bianu, que habíamos elegido para nuestra primera salva de tres libros.

No nos sorprendió verlo aparecer un día, tenía algo que recordaba a John Travolta, un cuerpo poderoso y felino, una sensibilidad acerada. Se quedó tres días Y pasó la mayor parte del tiempo con nosotros. Lo llevamos a comer a los pequeños restaurantes de pescado del barrio. Durante esos días, por iniciativa de Ricardo, decidimos publicar cada libro en catalán y en castellano, para acceder en un plano de igualdad en ambas comunidades de parlantes. Eso nos deparó un vibrante elogio por parte de varios miembros influyentes de la Asociación de Escritores.

Además, tuvo lugar esa memorable reunión de Los filósofos del tocador, en la que Gustavo nos presentó su obra maestra, una copia perfecta de Estrella distante de Bolaño, nuestra primera bomba y su monumental final. Flotaba un águila en el cielo azul de la colección Compactos de Anagrama. Gracias a Cassandra agotamos rápidamente los trescientos primeros ejemplares manipulados, y cuando fuimos a curiosear en las demás librerías, vimos con enorme alegría que nuestros libros se codeaban con los otros en los montones. ¡Qué maravillosa sensación, qué paciencia, qué arte!

Alternaba las noches entre Joaquim y Naoki, reservándome periodos de soledad durante los cuales comencé a escribir. Me ganaba lo bastante bien la vida en la librería como para abandonar mi trabajo nocturno en el Pimiento.

Desde que Naoki me refirió su conversación con Joaquim y yo a ella la mía con Ricardo, la lectura de Ficino introdujo en nuestros cuerpos una suerte de movimiento centrífugo que los hacía rozarse más a menudo pero con una suerte de pudor, como si temiéramos un cataclismo. Sentíamos todos que había nacido una nueva dinámica, pero como amantes de la belleza, no queríamos precipitar su expansión. A ratos, se me antojaba que éramos como vigías en lo alto de un palo mayor, escrutando cada ola, la mirada perdida en el horizonte, abrigando la esperanza de descubrir una isla que se asemejara al paraíso. Incluso Ricardo se había sosegado: venía a nadar conmigo, alejándose cada vez más, sin perder el aliento, sin temer que emergiesen los monstruos. Nuestra complicidad alcanzaba en ocasiones un grado tal de gracia que nos movíamos en el espacio de las emociones como calígrafos.

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