Enigma

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Naoki

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Naoki

Me daba la impresión de que mi parte más oscura, más oculta, había creado una dinámica que me destruiría, nos destruiría tal vez, pues ninguno de nosotros era lo que se llama un hedonista. Anidaba en nosotros una fuerza más profunda que aspiraba a otra cosa que el placer. Todos nosotros buscábamos la alegría, una alegría que para merecer su nombre no había de depender de nada. Una alegría celular, no limitada por el cuerpo o por el pensamiento, una alegría despejada, como se dice de una vista.

Lo había hablado con Zoe, Joaquim y Ricardo. Queríamos más de lo que podía explorarse, más de lo que se podía tocar.

Joaquim llevaba a cabo una búsqueda filosófica, la más pequeña atención, el menor gesto, lo colmaban. Tenía una apetencia de armonía excepcional y a ratos moderada, era el capitán del barco pero nos dejaba el timón, sucesivamente, con entera confianza, con el fin de prepararnos para la tempestad.

Zoe aportaba una dinámica salvaje, en el sentido de felina, pero también en el sentido pictórico. Era ella la que hacía correr los grandes regueros de azul, de amarillo, de rojo, en nuestras noches. Iluminaba nuestras emociones con toques tan pronto delicados como tajantes. Su amor flagelaba el alma y la carne.

Ricardo encarnaba la potencia del toro que irrumpía en la plaza, y nuestra delicadeza, nuestro fluir, tan pronto le excitaban como le incomodaban. Se extasiaba y sufría, como si nuestras palabras, nuestras miradas, nuestros gestos de ternura, fuesen a la vez banderillas y una puerta que abríamos a la libertad. Podía escapar, a veces le entraban deseos de hacerlo, pero la promesa de lo indecible le ligaba irremediablemente a nuestros cuerpos.

A veces me imaginaba todas esas fuerzas suscitando un cataclismo. Tenía noches agitadas cuando no hacía el amor con Zoe, y momentos de ensoñación, cuando, sola en mi terraza, veía bailar nuestros cuatro cuerpos con la loca esperanza de formar uno solo, abandonando los límites individuales, cobrando conciencia instantáneamente de que un cuerpo no puede ser sino la totalidad de los cuerpos y de que sólo esa dinámica nos permitiría acceder a la alegría que me obsesionaba. Pero ¿y después? ¿Cómo podríamos continuar viviendo, cómo podríamos soportar que un día se produjera la separación? ¿Era posible que una alegría diese paso al sentimiento momentáneo de la separación? Esa alegría podía experimentarse en los estratos de lo humano. ¿Existía algún vínculo entre la alegría postrera y la muerte?

A veces me asaltaban fantasías más sensuales, y me imaginaba esos cuerpos penetrándose. Experimentaba un placer increíble imaginando el sexo de Ricardo introduciéndose dentro de Joaquim, mi mano lo guiaba y él, perdido, no sabía lo que se encontraba, mientras que Joaquim, sin aliento, intentaba vivir esa sensación nueva, que debía de ser tan poderosa para un hombre. Me dije incluso que era condición absoluta para nuestra alegría el que se esfumase esa famosa barrera, ese temor fundamental al otro hombre. Era necesario que los dos se diesen por el culo para extasiarnos, maravillarnos y penetrar en el ámbito secreto de la mujer. La sola utilización de esa palabra me electrizaba. Así, convertidos en andróginos, adquirirían una dimensión mítica que sería el fermento de nuestra alegría.

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