Enigma

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Ricardo

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Ricardo

Ante la rotunda inaccesibilidad de Naoki, mi deseo comienza a orientarse hacia Zoe, máxime porque nuestra complicidad intelectual no deja de crecer. Paso todos los días por la librería, y Joaquim no parece ver inconveniente en ello. Hemos difundido dos nuevos libros, dos novelas más, sabiamente injertadas con los extraordinarios finales de Joaquim. Pero lo que debería escribir Joaquim es una novela entera, de su cosecha. Se lo he dicho y me ha contestado que llevaba pensando muchos años en ello.

El vínculo de Naoki con la literatura obedecía a que era una pura esteta y poseía un gran conocimiento de la literatura, el de Zoe se expandía aún en el sueño adolescente de escribir, el de la imaginación que no da aún con su camino hacia el acto concreto o que comienza a explorar con dudas, temor, loca esperanza. Sus relatos son sorprendentes, exploran universos singulares, y me gusta su escritura. El que se lo haya dicho ha contribuido a acercarnos. Ya no piensa que intento utilizarla para conquistar a Naoki, sabe que me intereso por ella por lo que es, y creo que tardará poco en ceder. Tal vez teme un poco la reacción de Naoki. Joaquim, por su parte, ha mostrado ya que está dispuesto a compartir. Le hace tan feliz pasar unas noches con ella; además, nos une una estrecha amistad, basada en un gran respeto, en una admiración sin fisura.

Llego temprano a la revista, desayuno y, como cada día, hablo de todo lo humano y divino con Lucía, siempre comunicativa y de buen humor, lo cual no es el caso de los escritores. Tan pronto locuaces, como sombríos o silenciosos, aprendo poco a poco a hacerme a sus estados de ánimo, los descubro, me inspiran, me hacen pensar. Lucía me sirve el café exactamente como me gusta, con un bollo.

—¿Has notado que, desde hace unos días, casi todos los escritores están como inquietos? Algunos olvidan saludarme, otros habitualmente amables, o al menos corteses, me increpan por la temperatura del café o porque no les gusta el color de las toallas de los servicios.

—Sí, lo vi ayer, algunos cascarrabias. El calor quizá. O que sus mujeres han vuelto de las vacaciones. Vete a saber.

—He oído rumores...

—¿Sí?

—Uno de ellos, nadie quiere decir quién, ha encontrado un ejemplar de su última novela con un final que él no ha escrito. Está loco de rabia. Arremete contra su editor, que arremete contra él a su vez, y parece ser que los demás escritores se pasean como sombras por las librerías hojeando frenéticamente los ejemplares de sus libros.

—Como una pesadilla de escritor.

—Eso mismo he pensado yo. Algunos le dan demasiado al trinqui, pero en cualquier caso, no hablan más que de eso. A lo mejor algunos libros se cansan de su final y lo cambian solitos, sin pedir autorización al autor, como un adolescente que se emancipa.

—Me gusta mucho esa idea. Imagínate, todos los libros reinventándose ellos mismos. Los clásicos se regeneran. Los libros ignorados por la crítica se releen y se redescubren, el rostro de la literatura cambia sin cesar, los escritores ya no necesitan escribir, contemplan estupefactos cómo su obra transita hacia otros horizontes, los libros se mezclan, forman parejas, las páginas vuelan de uno a otro. ¡Tronchante! Entras en una librería y tienes que reptar para escapar de las hojas que van volando en busca de un nuevo libro, de un nuevo contexto.

—Calla, que me muero de risa.

—Y así, un libro sería todos los libros. Acceso inmediato a la cultura. ¡Compraría uno un solo libro en su vida y no dejaría de releerlo!

Un escritor ya de cierta edad, o sea, un viejo escritor, nos había oído. Se acercó, furioso.

—Esta conversación es indigna. Nos hallamos en una casa que profesa un inmenso respeto a la literatura. ¡Es quizá el último bastión de la literatura, en este país donde todo se degrada!

—Discúlpenos, no pretendíamos escandalizarle, pero ha de reconocer que esta historia, si no es un invento total, es bastante delirante.

—Yo mismo he visto, con mis propios ojos, el final de Estrella distante de Bolaño y puedo decirles que es un sacrilegio. Hacer eso con un escritor fallecido es de la mayor bajeza. Él no puede defenderse. Pienso plantear este problema en nuestra próxima reunión. Nuestro deber es defender a Bolaño y a los demás. Solicitaré una actuación conjunta por parte de la Asociación. ¡Tenemos poder suficiente para acabar con este escándalo!

Se alejó sin darnos tiempo para argumentar.

Esa mañana pude ver que se había apoderado una auténtica paranoia de nuestros más prestigiosos escritores, y no me cupo la menor duda de que iba a aumentar.

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