Enigma

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Joaquim

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Joaquim

Me admiraba la espontaneidad con que Naoki se abandonaba a su deseo. Poseía una inocencia que podía herir profundamente a quienes no entendían que no se podía tejer con ella un vínculo único. En cambio, a aquel a quien tenía en sus brazos se lo daba todo. Sin la menor contención. Me recordaba un río transparente que corría sin reparar en los obstáculos, rodeándolos o ignorándolos. Naoki tenía un temperamento absorbente, y la pasión que sentía por Zoe era violenta y de una intensidad exclusiva, aunque me sorprendió ver, los últimos días, que le había emocionado mi lectura de Marsilio Ficino. Sentía que su pasión era tan poderosa que podía incluir en ella otros elementos secundarios como yo o Ricardo, siempre y cuando pudiera mantenerse a la vera de Zoe.

—Tomemos otra copa —propuse, escanciándole.

—No soporto que desaparezcan así, de repente. No soporto no saber, no ver.

—Si pudieras estar con ellos, ¿les dejarías hacer el amor?

—Sí, claro. Pero yo creo que quiere herirme, volverme loca. Lo de él es distinto, ¿quién puede resistirse a la, belleza de Zoe?

—Cuando pasa la noche conmigo, ¿lo pasas igual de mal?

—Al principio, sí. Hubiera podido matarla. Ahora, sufro menos porque te conozco mejor y te tengo mucho afecto. Con Ricardo es distinto. Me encanta su poesía, creo que tiene excelentes cualidades, pero hay algo en él que me da miedo. Detecto una zona a la que nadie puede acercarse, y esa oscuridad me parece amenazadora. ¿No percibes eso en él?

—Creo que da esa imagen de joven seguro de su poder y que es eso lo que te irrita. Estoy seguro de que Zoe no quiere herirte, pero tiene impulsos incontrolables y odia justificarse.

—No, no tengo nada contra los machos, tienen algo de teatral, son como personajes de ópera, pero en Ricardo hay otra cosa. Me gustaría llevarlo al Ónix y ver lo que percibe en él la guapa muchacha rusa. Leería en su interior. Pero supongo que se negaría. Está demasiado seguro de sí mismo. Sería incapaz de abandonarse. Incluso le daría un miedo cerval hacerlo. Tu forma de abandonarte, me emocionó muchísimo. Fue magnífico verte frente a ese ser llegado de otro mundo, con total confianza.

—No me planteé ningún problema, todo me parecía tan evidente.

—¿Dónde crees que estarán, en casa de él o de ella?

—Yo diría que de ella.

—Bueno, pues allí voy, quiero verlos.

—¿Cómo entrarás?

—Tengo las llaves.

—Quédate conmigo, no nos hemos terminado la botella.

—Eres un encanto, Joaquim, pero me abraso, me consumo. Lo entiendes, ¿no?

Naoki se levantó. Su cuerpo vibraba. Me lanzó una sonrisa muy extraña, que no parecía dirigirse directamente a mí. Llevaba una blusa ligeramente transparente, y vi moverse sus pechos cuando se dio media vuelta para marcharse, dejando su delicioso perfume a mi alrededor: Me acabé yo solo la botella. Me encontraba bien. Mejor que nunca. Vivía a la vez una pasión y una profunda placidez.

Comencé a pensar en lo que me había dicho Ricardo. Sentía que, pronto, podría volver a escribir. Hay quien dice que es preciso haber conocido la desesperación para ser un escritor digno de tal nombre. No se equivocan, pero ahora creo que conocer la alegría añade un color imprescindible a la desesperanza. Antes estaba esa gran ciénaga oscura, esa tensión, ese odio, incluso, y ahora en sus orillas, se alzan verdes cañas hacia el cielo.

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