Enigma

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Joaquim

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Joaquim

Acabo de recibir una llamada de Ricardo. Lo veo muy trastornado. Lo he citado en el Vulcano, pues está empeñado en que hablemos a solas.

Lo veo llegar. Camina inclinado hacia delante como un auténtico conspirador. La brigada antiterrorista le pediría inmediatamente la documentación. Entra como una tromba y se sienta frente a mí ante la mesa aislada que he elegido. Suda a mares.

—Hola, Joaquim... Larguémonos de aquí... Vamos a la playa... Necesito que me dé el aire, y no me gustaría que nos oyeran.

—Lo sé, es la locura, los escritores están que trinan, menos Vila-Matas, ¡la verdad es que lo adoro!

—Sí, he oído hablar de su artículo.

—Pero tienes que leerlo. Creo que si le pidiéramos que se uniera a nosotros, aceptaría encantado.

—Es posible... pero no he venido por eso...

—Entonces, vamos a la playa.

Pasamos ante los cubos de Rebecca Horn, atravesamos las tablas. Una agradable brisa. Un final de tarde luminoso, como si el cielo fuera a helarse.

—Estoy al corriente de vuestra noche de la iguana.

—Algo así fue.

—Zoe pasó poco después, pero no la he visto desde hace tres días. A Naoki tampoco, por cierto.

—¿Ni llamadas?

—Nada. ¿Alguna novedad?

—No.

—Todo se arreglará.

—Ojalá, de verdad. ¿Has hecho algo?

—Espero que los barcos regresen al puerto, pero me alegra de verdad que estés aquí.

Ricardo encendió un cigarrillo y miró hacia el horizonte.

—¿Fumas?

—No... Acabo de comprar un paquete. Una estupidez.

—Entonces, tíralo a esa basura.

—De acuerdo.

Se deshizo del paquete. Estábamos aislados, muy cerca de las olas. Se sentó en la arena, con las piernas cruzadas. Yo me acomodé frente a él excavando un poco para que mi no-nalga se equilibrase con mi nalga. Ricardo me miraba. Apagó el cigarrillo en la arena.

—¿Qué te pasó? ¿Un accidente?

—La polio, tenía cuatro años.

—¿No se puede hacer nada?

—Sí, olvidarlo, y desde hace algún tiempo, funciona.

Nuevo silencio, unas miradas interrogativas, una respiración.

—¿Te ha dado alguna vez la impresión, al estar conmigo o al leerme, de que yo me tomaba por Dios?

—¡Vaya pregunta!

—Piénsalo bien...

—Yo no lo hubiera formulado de ese modo, pero algo sí que hay, una arrogancia, una distancia que parece apesadumbrarte, pero que no puedes superar. Llevas o, en cualquier caso, quieres llevar siempre el timón, y te asustan mucho los acontecimientos de estas últimas semanas.

—Es cierto.

—Follas para no tener miedo.

—Cierto.

—¿Y funciona?.

—No, me hago cada vez más transparente, me da la impresión de que todo el mundo puede verme.

—La gente no ve nada, te imaginan, como en una foto, inmutable.

—Hay una mujer sorprendente en la Asociación. Es la que sirve a los «caballeros escritores». Café, bocadillo, sexo en ocasiones.

—¿De modo que hay escritores felices?

—Me ha visto, en mi realidad más profunda. Naoki me ha visto también... Zoe, no lo sé. ¿Tú notas algo?

—Sí, desde el principio, pero no sé lo que se oculta exactamente tras tu miedo.

—Mi vida es de una perversidad y una negrura total.

—Como la de todos nosotros, una vez traspasas las capas superficiales, ¿no?

—No, en mucha mayor medida.

Sentía que me iba a tirar una bola de pez a la cara. Guardé silencio unos segundos y, de repente, vi claramente lo que tenía que hacer.

—¿Confías totalmente en mí?

—Sí, totalmente.

—Entonces, no digas nada y, pasado mañana, pasas a verme a la librería a las doce menos cuarto de la noche. No haces ninguna pregunta, te dejas llevar completamente.

—En el punto en que estoy, no puedo sino arrojarme al vacío.

—Entonces, perfecto. ¿Quieres comer algo?

—No, me voy a nadar.

—Pues hasta el jueves.

Vi cómo Ricardo se alejaba de la orilla y su cabeza desaparecía entre las oscuras olas, bajo la luz rasante.

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