Enigma

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VI. Desmontar » Capítulo 1

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Luego se sabría que Bletchley Park estaba al corriente de casi todo lo que había que saber sobre el U-653.

Sabían que se trataba de un submarino modelo VIIc —sesenta y siete metros de eslora por seis metros de manga, con un desplazamiento de inmersión de ochocientas setenta toneladas y una autonomía en superficie de seis mil quinientas millas—, que había sido fabricado por los Howaldts Werke de Hamburgo, y estaba provisto de motores Blohm und Voss. Sabían que tenía un año y medio de antigüedad, porque habían interceptado las señales que relataban sus penurias en el otoño de 1941. Sabían que estaba al mando del Kapitänleutnant Gerhard Feiler. Y sabían también que la noche del 28 de enero de 1943 —la que resultó ser, a la postre, la última noche que Tom Jericho había pasado con Claire Romilly— el U-653 había soltado sus amarras en el puerto naval francés de Saint-Nazaire y había zarpado bajo un cielo oscuro y sin luna hacia el golfo de Vizcaya para iniciar su sexta misión.

Cuando el submarino llevaba ya siete días en alta mar, los criptoanalistas de Cabaña 8 interceptaron una señal del cuartel general de los U-boote —entonces todavía en su imponente edificio próximo al Bois de Boulogne en Paris— ordenando al U-653 que avanzara en superficie hasta la cuadrícula naval KD 63 «A LA MÁXIMA VELOCIDAD POSIBLE SIN REPARAR EN POSIBLES AMENAZAS AÉREAS».

El 11 de febrero se unía a otros diez submarinos alemanes en una nueva formación atlántica bajo el nombre en clave Ritter (Caballero).

Las condiciones climatológicas en el Atlántico Norte fueron particularmente duras en el verano de 1942-1943. Hubo un centenar de días con informes de vientos de hasta fuerza 7 en la escala Beaufort. Las galernas llegaban a alcanzar los ciento cincuenta kilómetros por hora, levantando olas de más de quince metros. Nieve, aguanieve, granizo y espuma helada azotaron por igual a submarinos alemanes y convoyes. Uno de los buques aliados volcó y se hundió en cuestión de minutos debido al peso del hielo sobre su estructura superior.

El día 13 de febrero, Feiler rompió el silencio para informar que su oficial de guardia, un tal Leutnant Laudon, había caído por la borda; un flagrante descuido del procedimiento operacional por parte de Feiler que no le reportó condolencias sino un buen tirón de orejas de sus controladores, emitido, por si fuera poco, a toda la flota de submarinos:

EL MENSAJE DE FEILER SOBRE PÉRDIDA DE OFICIAL DE GUARDIA NO DEBIÓ SER ENVIADO HASTA INTERRUPCIÓN DEL SILENCIO RADIOFÓNICO POR CONTACTO GENERAL CON EL ENEMIGO.

No llegó hasta el día 23, tras casi cuatro semanas en alta mar, para que Feiler expiase su falta contactando al fin con un convoy. A las seis de la tarde se sumergió a fin de eludir un destructor de la escolta y después, al caer la noche, subió para atacar. Tenía a su disposición doce torpedos —de seis metros y medio de largo y con su propio motor eléctrico— capaces de colarse entre un convoy, efectuar un giro de ciento ochenta grados, volver sobre sus pasos y girar de nuevo las veces que hiciera falta hasta que se le acabara la potencia o hubiese hundido un barco. El mecanismo sensor era bastante burdo, y en más de una ocasión un submarino alemán había sido perseguido por su propio armamento. Los llamaban FATs: Flachenabsucben-dertorpedos, o «torpedos de búsqueda a poca profundidad». Feiler disparó cuatro de ellos.

DE: FEILER

EN CUADRÍCULA BC 6956 A LAS 0116. CUATRO DISPAROS A UN CONVOY RUMBO SUR VELOCIDAD 4 NUDOS. VAPOR DE 6000 TONELADAS: GRAN EXPLOSIÓN Y NUBE DE HUMO, DESPUÉS NI RASTRO. VAPOR DE 5000 TONELADAS EN LLAMAS. OÍDOS DOS IMPACTOS MÁS. SIN COMENTARIOS.

El día 25, Feiler radió su posición. El día 26, su suerte volvió a cambiar para mal.

DE: U-653

ESTOY EN CUADRÍCULA BC 8747. GRUPO 2 DE ALTA PRESIÓN Y TANQUE DE FUERZA ASCENSIONAL NEGATIVA ESTRIBOR INSERVIBLES. TANQUE DE LASTRE N° 5 AVERIADO. RUIDOS EXTRAÑOS. DIESEL PRODUCE DENSO HUMO BLANCO.

El cuartel general empleó toda la noche en consultar a los técnicos. La respuesta llegó a las diez de la mañana:

A: FEILER

EL ESTADO DEL TANQUE DE LASTRE N° 5 ES LO ÚNICO QUE PUEDE JUSTIFICAR EL VIAJE DE VUELTA. DECIDA USTED MISMO E INFORME.

A medianoche, Feiler ya había tomado una decisión.

DE: U-653

ME QUEDO.

El 3 de marzo, con mar gruesa, el U-653 se puso al pairo de un submarino cisterna y subió a bordo sesenta y cinco metros cúbicos de combustible y provisiones suficientes para otros catorce días de navegación.

El día 6, Feiler recibió orden de incorporarse a una nueva patrulla, nombre en clave Raubgraf (El Barón Bandido).

Y ahí terminó todo.

El 9 de marzo los U-boote cambiaron repentinamente de tabla de clave meteorológica, Tiburón fue bloqueado y el U-653, junto con otros ciento trece submarinos alemanes que se sabía operaban en el Atlántico, desapareció de la vista. Al menos para Bletchley.

A las cinco de la mañana —hora media de Greenwich— del martes 16 de marzo, unas nueve horas después de que Jericho hubiese aparcado el Austin y entrado en la cabaña, el U-653 navegaba con rumbo este en superficie, camino de Francia. En el Atlántico Norte eran las tres de la madrugada.

Tras diez días en la patrulla Raubgraf, sin haber avistado ningún convoy, Feiler decidió finalmente dirigirse a casa. Además del Leutnant Laudon, habían caído por la borda otros cuatro marineros. Uno de sus suboficiales estaba enfermo. El diesel de estribor seguía causando problemas. El único torpedo que le quedaba estaba defectuoso. El submarino, sin calefacción, estaba frío y húmedo, y una capa de moho verdiblanco lo cubría todo, casillas, uniformes, comida. Feiler se acurrucó en su húmeda litera, encogido de miedo cada vez que oía el irregular latido del motor, e intentó dormir.

En el puente de mando, cuatro hombres se ocupaban de la vigilancia nocturna: uno por cada punto cardinal. Como monjes encapuchados en sus chorreantes chubasqueros negros, atados a la barandilla mediante cinturones metálicos, cada cual llevaba unas gafas especiales y unos prismáticos Zeiss firmemente pegados a los ojos para escudriñar su propio sector de oscuridad.

El cielo estaba totalmente encapotado. El viento era una agresión constante. El casco del U-boote se movía con tal violencia bajo sus pies que les hacía resbalar por la mojada cubierta y chocar los unos contra los otros.

Mirando al frente, hacia la invisible proa, iba un joven Obersteurmann, Heinz Theen. Estaba contemplando la negrura que tenía ante sí, tan insondable que era posible imaginar que habían caído por el borde del planeta, cuando de pronto distinguió una luz. La luz brilló en medio de la nada, varios cientos de metros más allá, parpadeó por un par de segundos y luego se extinguió. Si no hubiera tenido los prismáticos dirigidos con precisión hacia la luz, nunca la habría visto.

Por extraño que pareciese, Heinz Theen se dio cuenta de que acababa de ver cómo alguien encendía un cigarrillo.

Un marino aliado encendiendo un cigarrillo en mitad del Atlántico Norte.

Llamó rápidamente al capitán por la torrecilla.

Cuando unos treinta segundos después Feiler apareció en lo alto de la resbaladiza escalera metálica, el viento había desplazado ligeramente las nubes y unas formas oscuras se movían alrededor del submarino. Feiler giró en redondo y contabilizó los contornos de una veintena de barcos, el más próximo a no más de quinientos metros a babor.

Dejó escapar una exclamación susurrada, tanto de mando como de pánico:

Alarrrmmm!

El U-653 recuperó la horizontal tras su inmersión de emergencia y permaneció inmóvil bajo el oleaje en aguas más tranquilas.

Treinta y nueve hombres esperaban en silencio en la semioscuridad, a la escucha de los sonidos que producía el convoy al pasar por encima de ellos: las rápidas revoluciones de los modernos motores diesel, el pesado batir de los vapores, la curiosa cantinela de las turbinas en los barcos de escolta.

Feiler los dejó pasar a todos. Esperó dos horas y emergió.

El convoy ya estaba muy lejos, apenas visible en la tenue luz del alba. Sólo los mástiles y unas cuantas manchas de humo en el horizonte, y luego, cuando ocasionalmente una gran ola elevaba el submarino, los herrajes de puentes y chimeneas.

Según el reglamento, la tarea de Feiler era no atacar —cosa que tampoco podía, por falta de torpedos— pero mantener el objetivo a la vista mientras contactaba con otro U-boote en un radio de cien millas.

—Viraje del convoy a cero setenta grados —dijo Feiler—. Cuadrícula naval BD 1491.

El primer oficial garabateó una nota a lápiz y bajó de la torrecilla para ir a buscar la tabla de señales abreviadas. En su cabina contigua al camarote del capitán, el operador de radio accionó los conmutadores. La máquina Enigma empezó a ronronear.

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