Enigma

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Joaquim

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Zoe y Naoki llegaron a eso de las tres. A Naoki le maravilló ver los libros en los anaqueles, los escaparates limpios, el ordenador en funcionamiento y sobre todo comprobar que la sección dedicada a la poesía era muy completa. Echó un vistazo a los títulos que habíamos encargado y tomamos café y té verde en nuestra terraza. La librería aún no estaba abierta oficialmente, pero comenzaban a acercarse curiosos y hacían preguntas. Yo quería esperar a que comenzara el curso en la Facultad para invitar a mis alumnos a la fiesta de inauguración.

—A Naoki le han gustado mucho los poemas.

—Pues publiquémoslos.

—Nuestro primer libro. Quizá podría estar listo para la inauguración. Ya sabes que Ricardo trabaja en

Traces. Puede traer a escritores de la Asociación.

—¡Puede que venga algún periodista! Vamos a empezar muy fuerte.

Naoki me habló de Gustavo, el joven impresor de la Barceloneta, que había hecho una buena propuesta y era experto en literatura, pero enseguida la conversación giró sobre nuestro proyecto de terrorismo literario. Eso me recordó mis años de instituto cuando hablábamos de lucha armada revolucionaria. Pero ahora nos embarcábamos en un asunto sutil cuyos efectos eran imprevisibles.

—Hay pocas posibilidades de que nos descubran si conseguimos mezclar nuestros libros con los del editor original. Por eso tenemos que tener un cómplice en el almacén del distribuidor. Además, es improbable que un autor relea uno de sus libros en una librería, y, como elegiremos textos publicados por lo menos un año atrás, no hay peligro de que un crítico comente ese final inesperado. Si se produce un accidente, el manipulador debe estar por encima de toda sospecha.

El impresor comulgaba con nuestro proyecto. De pronto vi acercarse a un joven de abundante cabello rizado, mirada penetrante, rostro inteligente, y descubrí encantado que era nuestro primer autor. Estrechaba la mano con cordialidad. Naoki reaccionó de manera extraña, estaba como estupefacta. Fulvia, por su parte, parecía sorprendida, como si se encontrara con un antiguo conocido.

—Anda... Qué sorpresa... El cirujano poeta...

—No soy cirujano —dijo Ricardo con una sonrisa maliciosa.

—Pues dejaste que me lo creyera. Hasta creo que llegamos a hablar de una operación.

—Es posible, no lo recuerdo, me referiría a una operación poética, a veces me salen mal mis poemas, sus cicatrices saltan a la vista.

—Ya, pues tampoco quedas mal como poeta.

—Bien —dijo Joaquim—, hemos decidido publicarte. Naoki se encarga de la parte plástica del libro. Será un libro muy hermoso. Tiraremos setecientos cincuenta ejemplares, y te daremos quinientos euros como anticipo de tus derechos.

—Es totalmente inesperado. Desde que estoy en la revista, mi vida está cambiando totalmente.

—Es la mejor revista de Barcelona. Redactaremos un contrato, pero tendrás que dejarnos quince días, todavía no está constituida la sociedad. ¿Cómo supiste que íbamos a publicar poesía?

—Lo oyó decir un poeta de la Asociación.

Naoki guardaba silencio, intimidada, lo cual me sorprendió. Abrimos la botella de cava que las chicas habían traído, y no pudimos evitar hablar del asunto que nos importaba especialmente a todos. Les hablé de la sociedad secreta de la que formaba parte en el instituto: Los filósofos del tocador, cuyo nombre fue aceptado por unanimidad. Decidimos reunirnos todos los miércoles para montar la estrategia, junto con el impresor.

Naoki se levantó de repente.

—Os dejo, tengo una cita con un distribuidor.

Nos besó a Zoe y a mí, pero tendió la mano a Ricardo pronunciando una frase que me sorprendió:

—Gracias por las rosas, Ricardo.

Éste sonrió. ¿De qué rosas hablaba? ¿De los poemas? Sin embargo, Zoe pareció comprender la alusión.

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