Enigma

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Ricardo

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Estaba leyendo un manuscrito en mi despacho cuando vi aparecer a Naoki.

—¿Cómo está mi editora?

—Bien...

—¿Cuándo puedo volver a verte?

—Todos los días, en la librería o en cualquier sitio.

—Ya, pero quería decir, cuándo pasaremos otra noche juntos.

—Nunca.

—Pero ¿por qué?

—Me asusta el poder destructivo del hombre, y ese poder lo siento muy fuerte en ti, en tu cuerpo, en tu mente, en tu poesía.

—Todos lo tenemos, ¿no?

—Sí, sobre todo yo, pero cuando nos encontramos con alguien que se halla al mismo nivel de vibración oscura, eso engendra una fuerza todavía más poderosa, más destructiva.

—Pues yo creo que podemos ayudarnos los dos a escapar de eso, porque es algo que conocemos íntimamente, lo cual no es el caso de todo el mundo.

—Si pudiera saberlo todo de ti y tú de mí, nos evitaríamos como dos bandidos.

—Es tan fuerte el deseo que me inspiras.

—Tú me deseas y yo estoy enamorada, es diferente.

—¿Y?

—Estoy enamorada de Zoe.

—Lo sé. A mí también me parece maravillosa y muy deseable, eso no es un problema.

—No quiero compartirla con nadie.

—Pues da la impresión de que Joaquim...

—No, es mía. Hasta el fondo de su alma.

—¿Así que me propones ser simplemente mi editora, mi amiga?

—Consiento en ser tu cómplice en el crimen que vamos a perpetrar contra la literatura —dijo Naoki con una deliciosa sonrisa.

Me asaltó un intenso deseo de someterla.

—Si no eres mía, podría matarte.

—Ves, es exactamente lo que yo he sentido. ¿Ahora comprendes mejor mi rechazo?

—Podrías llevarte una sorpresa.

—Tú también.

—Si me rechazas, haré el amor con Zoe.

—Entonces te mataré.

Naoki se levantó, deliciosa con su vestido de seda crema que permitía adivinar todas sus formas, sus pezones repelían la tela con arrogancia. Su aplomo era impresionante: podía proferir las más graves amenazas con la expresión de una muchacha que habla de una bola de helado de fresa. Esgrimió una bonita sonrisa y se fue con su andar liviano. No sé si era por ser japonesa, pero había en ella algo profundamente misterioso. Poseía el encanto de lo indefinible.

Me costó seguir leyendo. Su visita me había perturbado. Me puse a contestar el correo. Comuniqué mi futura publicación en Bartleby & Co. a algunos autores con los que me crucé, tuve una conversación con Rodrigo Fresán, a quien habían invitado para una lectura de su última novela, pero no podía desprenderme de la imagen del cuerpo de Naoki. No estaba acostumbrado a que me rechazaran nada, salvo mis manuscritos.

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