Enigma

Enigma


Zoe

Página 86 de 101

Z

o

e

Caminar o nadar durante siglos, sin padecer falta de amor, sin temer el abandono, así me imaginaba la vejez. Una vida plena como un fruto en sazón. En ocasiones me había cruzado con personas que emanaban esa fuerza. Lo advertía en su mirada.

Me gustaba también que me guiaran mis pasos sin haber marcado una trayectoria. Al albur de la vida y de sus impulsos más profundos. En ese momento, mis pasos me conducían hacia Naoki, sin tener la certeza de ello. El amor era sin duda la más seria de todas las ilusiones, un mal que nos tenía aferrados por las entrañas, sin que pudiésemos prescindir de él. Mientras caminaba, me preguntaba si existe un sustituto del amor entre los seres. ¿Podíamos sentir desplegarse esa alegría con la misma intensidad amando la literatura, la música, la poesía? ¿Podíamos abrasarnos con el mismo fuego? ¿Podíamos dejar de estar incesantemente a la espera? Cavilaba que sólo la creación podía procurar esa alegría. Pero entonces, ¿por qué no brotaban las palabras de mí como mi savia, como mi sangre? Al llegar al pie de la casa de Naoki, una fuerza me empujó a tomar otra dirección, la de mi habitación. Una quemazón nacía en mí y comprendí de pronto que era la necesidad de escribir. El silencio que acababa de disfrutar con Joaquim quería ofrecérselo a Naoki y a Ricardo. ¿Lo oirían? ¿Podía reavivarse nuestro amor con ese silencio? ¿Volver a fluir, con la humildad de un manantial?

Mi paso se aceleraba. Caminaba hacia la escritura, con el corazón palpitante. Virgen. Pletórica de fuerza. No quería que el sufrimiento fuera la fuerza de la literatura, por más que en ese momento comprendiera que lo era siempre. Tenía en mi mano el silencio y la belleza, quería que entraran en mi creación como los ángulos de un triángulo mágico entre cuyos lados las palabras podrían navegar y fundirse, beber sucesivamente de esas tres fuentes.

Abrí la puerta, sin resuello. El aire olía aún a amor, y parecía que el amor había absorbido la acidez de la violencia, de la que no me llegó rastro alguno. Dudé en abrir el ordenador. Saqué mi libreta de notas, admiré sus páginas blancas que me esperaban y escribí las primeras líneas de

Enigma: «

Me aqueja un extraño mal, no catalogado por la psiquiatría, un mal cuya fuente conozco con precisión pero que perdura desde la adolescencia no obstante mis esfuerzos por liberarme de él. Ante el desconcertado silencio de mis interlocutores, le he puesto un nombre a ese mal. Tras mucho pensarlo, y a falta de algo mejor, lo he denominado: Síndrome Enigma

Me detuve, estupefacta. Acababa de escribir las primeras líneas de mi novela. ¿Qué podía hacer después? ¿Aislarme, continuar, introducir a otro narrador, a Naoki, a Ricardo, a Joaquim? ¿A los tres? Me hallaba en un estado de flotación comparable al que experimentaba rebasando los límites de mi fuerza y de mi miedo cuando nadaba. Escribir es nadar mucho tiempo, nadar página tras página, sin mirar nunca la orilla de la imposibilidad.

Vi iluminarse mi ventana, volver la noche, asomar el día, y a ratos, cualquiera que fuese el momento, me dejaba caer en la cama y el sueño hacía de vínculo. O abría la nevera y tomaba yogur mezclado con unos copos de espelta y el imprescindible café. A veces, en la ducha, me asaltaba el pánico. Todo no era más que un sueño. Me despertaré, abriré la libreta de notas y sólo encontraré mi título:

Enigma.

Ir a la siguiente página

Report Page