Enigma

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II. Criptograma » Capítulo 3

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Escucharon las pisadas bajar por la escalera de hormigón y el crujir de los pies en el sendero, y de pronto la habitación quedó en silencio. Una neblina azul de tabaco flotaba sobre la mesa como el humo tras la batalla.

Skynner tema los labios apretados y estaba tatareando para sí. Hizo una pila con sus papeles y escuadró los bordes con sumo cuidado. Nadie abrió la boca durante un buen rato.

—Bien —dijo Skynner finalmente—, ha sido un triunfo en toda regla. Gracias, Tom. Muchísimas gracias. Había olvidado que eres un verdadero baluarte. Te echábamos de menos.

—Es culpa mía, Leonard —dijo Logie—. Debería haberle informado mejor de la situación. Lo siento. Las cosas no pueden hacerse con prisas.

—¿Por qué no vuelves a la cabaña, Guy? ¿Por qué no os vais todos? Así, Tom y yo podremos charlar un poco.

—Maldito idiota —le dijo Baxter a Jericho.

—Vamos, Alee —dijo Atwood tomando a Baxter del brazo.

—Es que lo es.

Partieron.

Tan pronto se hubo cerrado la puerta, Skynner atacó:

—Yo no quería que volvieras a Bletchley.

—No fue eso lo que me dijo Logie —dijo Jericho al tiempo que se cruzaba de brazos para que no le temblaran las manos—. Dijo que se me necesitaba aquí.

—Yo no quería que volvieras, pero no porque piense que eres un idiota, Alee se equivoca en eso. Idiota no eres. Pero carcamal, sí. Eres una ruina mental. Has reventado una vez y te volverá a pasar, como demuestra tu pequeña actuación de hace un momento. Has dejado de sernos útil.

Skynner tenía apoyado su enorme trasero en el borde de la mesa. Hablaba con tono afable, y quien lo hubiese visto de lejos habría pensado que estaba contándole ocurrencias a un viejo conocido.

—¿Por qué estoy aquí, entonces? Yo no pedí volver.

—Logie tiene muy buena opinión acerca de ti, ¿sabes? Es el jefe en funciones de la Cabaña y yo lo escucho. Para serte sincero, después de Turing, tú tienes (o tenías, más bien) probablemente la mejor reputación de todos los criptoanalistas que hay en el Park. En cierto modo eres historia, Tom. Eres leyenda. Traerte de vuelta aquí, dejar que asistieras a la reunión, era un modo de mostrar a nuestros jefes que nos tomamos muy en serio esta… crisis temporal. Era arriesgado. Pero veo que me equivocaba. Lo has estropeado todo.

Jericho no era una persona violenta. Nunca había pegado a nadie, ni siquiera de chico, y sabía que era una suerte haberse librado del servicio militar: con un fusil en las manos habría sido un peligro para todos. Pero encima de la mesa había un grueso cenicero de latón —el extremo aserrado de una cápsula de granada, lleno hasta el borde de colillas—, y Jericho estuvo tentado de aplastarle a Skynner su cara de engreído. Skynner pareció presentirlo. Sea como fuere, levantó el trasero de la mesa y empezó a andar de un lado a otro. «Ésta debe de ser una de las ventajas de estar loco —se dijo Jericho—. La gente nunca puede tomarte enteramente en serio».

—En los viejos tiempos era mucho más sencillo, ¿verdad? —continuó Skynner—. Una casa en el campo. Un puñado de excéntricos. Nadie tiene grandes esperanzas. Uno va tirando. Y de pronto te ves sentado encima del mayor secreto de la guerra.

—Y entonces llega gente como tú.

—En efecto, personas como yo para garantizar que esta importante arma sea utilizada correctamente.

—Ah ¿es eso lo que haces, Leonard? Tú garantizas que el arma sea utilizada correctamente. Es que no sabía…

Skynner dejó de sonreír. Era un hombre corpulento, un palmo más alto que Jericho. Se le acercó y Jericho percibió el olor a humo de tabaco rancio y a ropa sudada.

—Tú ya no entiendes lo que pasa en Bletchley. No sabes cuáles son los problemas. Por ejemplo, los americanos, delante de los cuales me has humillado hace un momento. A mí y a todos. Estamos negociando con ellos un trato que… —Se detuvo a mitad de la frase—. Da igual. Digamos que cuando tú te regodeas como acabas de hacerlo, no puedes imaginar siquiera la gravedad de lo que está en juego.

Skynner tenía un maletín adornado con el blasón real y el anagrama del rey Jorge VI —G VI R— en descoloridas letras doradas. Guardó en él sus papeles y lo cerró con una llave que llevaba prendida a su cinturón mediante una cadena larga.

—Voy a hacer que se te prohíba todo trabajo de criptoanálisis y que te trasladen a algún sitio donde resultes inofensivo. De hecho, pienso hacer que te saquen de Bletchley. —Se guardó la llave y le dio unos golpecitos—. No puedes volver a la vida civil hasta que termine la guerra, teniendo en cuenta lo que sabes. De todos modos, sé que el almirantazgo está buscando un cerebro extra para trabajos de estadística. Aburrido pero muy agradable para un hombre de tu… delicadeza. ¿Quién sabe? A lo mejor conoces a una chica. Alguien más, ¿cómo decirlo?, más idóneo que la persona con quien si no me equivoco estabas saliendo.

Ahí sí que Jericho intentó pegarle, pero no con el cenicero sino con el puño, lo cual, visto en retrospectiva, fue un gran error. Skynner se echó a un lado con sorprendente agilidad, esquivando el puñetazo, y luego su mano derecha atenazó el antebrazo de Jericho. Skynner hincó sus dedos con firmeza en la blandura del músculo.

—Eres un enfermo, Tom. Y yo soy más fuerte que tú, en todos los sentidos. —Aumentó la presión por un par de segundos, y soltó bruscamente el brazo de Jericho—. Ahora lárgate de mi vista.

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