Enigma

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Joaquim

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Había sido lo bastante generoso como para que se me perdonara mi crueldad durante el curso universitario transcurrido. Pensé en Zoe, quien en su trabajo sobre Barbey había citado esta frase: «Estábamos tan fundidos el uno con el otro, que pasábamos largas horas juntos y solos, cogidos de la mano, mirándonos a los ojos, pudiendo hacerlo todo, al estar solos, pero tan felices que no deseábamos nada más. A veces, esa inmensa felicidad que nos inundaba nos hacía daño de tan intensa, y deseábamos morir, pero el uno con el otro, o el uno para el otro, y comprendíamos entonces la frase de Santa Teresa:

¡Muero porque no muero!, ese deseo de la criatura finita sucumbiendo ante un amor infinito, y creyendo dar más cabida a ese torrente de amor infinito mediante el quebranto de los órganos y la muerte.»

A partir de ahí, bosquejó una brillantísima teoría sobre el fluir en Barbey y dedicó tres hojas a la elección del verbo «inundar» que enlazaba con el «torrente de amor». Después hacía espejear, hasta el infinito, todos los reflejos, las sangrías, las corrientes, las licuefacciones que aparecen en Barbey. Me emocionó, me impresionó incluso, pero sobre todo mi cuerpo fue arrastrado por la ola de palabras, me hallaba a la deriva, Zoe ocupaba todos mis sueños, se deslizaba a mi alrededor en forma de corrientes invisibles, frescas como arroyos de montaña, fragantes y salvajes, que me daban la sensación de sumergirme en su goce de lectora.

La idea de pasar todo el verano sin verla me sumía en una desazón tan profunda que ni siquiera pensaba en conseguir sus señas llamando a la secretaria del departamento de literatura. Por desgracia ésta no me era especialmente adicta y tenía el convencimiento de que propagaría un rumor fatal entre mis compañeros. En poco tiempo me convertiría en el hazmerreír de los puritanos y de los envidiosos. De modo que, sin más esperanza, me dije que sin duda la joven había abandonado la ciudad, como todos los estudiantes, y que tenía que llevar mi desdicha con paciencia.

Muy pronto, al albur de mis vagabundeos nocturnos y tras haber bebido desaforadamente, me lancé a divagar, diciéndome que Zoe no había podido elegir ese tema con total inocencia, que sin lugar a dudas había en ello cierto sadismo o, cuando menos, una venganza por las tres «ejecuciones» a que la había sometido durante el semestre. Además, ¿no se había marchado de la última clase sin saludarme?

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