Enigma

Enigma


Naoki

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Salí del Ónix temblando, sin aliento, flaqueándome las piernas, con la mente en blanco, como al salir de un concierto de música tecno, donde, con los oídos machacados por la potencia de los graves y la intensidad de los agudos, no se percibe más que un latido en el silencio, el del propio corazón.

Me sentí incapaz de regresar directamente a mi casa, no hubiera podido dormir después de lo que había visto. Como una autómata, dejé que me guiaran mis pasos, encontré un taxi y pedí que me llevaran a la Barceloneta para ver descender el alba, el mar, apagar mi sed de silencio. Creo que mi presencia impresionó al joven taxista porque no abrió la boca. Discretamente extraje el iPod Vibe de su refugio y lo metí en el bolso.

El taxista no me vio, controlé sin cesar su mirada en el retrovisor, pero quizá percibió mi olor íntimo. Parecía incómodo. Quiso poner música y yo se lo impedí con un ademán. Me dejó en la playa, apenas comenzaba a clarear. Eché a andar para detener el temblor de mis piernas, pero no fue suficiente. Yo, que nunca lloraba, sentí rodar unas lágrimas calientes por mis mejillas. Guardé también las gafas en el bolso. A esa hora, la luz era tan delicada que podía aguantar el baile de los tonos pastel.

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