Enigma

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Ricardo

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Me arrepentía un poco de no haber seguido conversando con la guapa camarera. Resplandecía la inteligencia en su rostro; estaba demasiado obsesionado con la japonesa como para pensar en entablar otra relación. Me pregunté que haría aquella hermosa muchacha durante el día, cuando estaba cerrado el bar. Tenía la edad y la vivacidad de una estudiante y saltaba a la vista que le gustaba su trabajo, y lo hacía con estilo. ¡Pensar que me tomó por un cirujano! En realidad, yo practicaba operaciones quirúrgicas, limpias e impecables, no requerían anestesia ni convalecencia, no costaban nada al Estado y ahorraban inútiles sufrimientos a los pacientes. Nunca había aceptado misiones que implicaran malos tratos. Algunos de los que requerían nuestros servicios presentaban a veces peticiones sumamente detalladas. A mí muy pocos. Yo no tenía tendencias sádicas. Y de no ser por las sujeciones temporales que me imponía la poesía, hubiera elegido una actividad más convencional.

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