Enigma

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Zoe

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Ni una sola vez podía atravesar la terraza sin mirar a Naoki. También ella seguía cada uno de mis gestos. Bebía poco y, cada vez que yo me acercaba, podía sentir la intensidad de su deseo, ver cómo se le aceleraba la respiración, cómo se erguían sus pechitos. La emoción la invadía por entero, lo cual provocaba mi turbación y mi goce. Nunca me había sentido ligada con tal fuerza a otro ser humano. Cuanto más pasaban las horas, más me inflamaba el deseo. Por fin llega el momento, todo está en orden, apago las luces, Naoki me espera en la oscuridad y el silencio del alba. Cuando me besa, su dulzura es tan intensa que me ruedan lágrimas de placer por las mejillas. Nunca me había causado tal efecto un beso. Su lengua despega las esferas más profundas de mi ser y las hace bailar en mi carne, que esta mañana no parece ya sometida a los límites corporales. Soy el cielo en su infinidad, el mar en su profundidad, el silencio en su turbadora extensión. Caminamos abrazadas, lentamente, solas o casi, hasta las habitaciones misteriosas de Rebecca Horn, que se yerguen en la playa. Cuatro habitaciones desencajadas de metal oxidado, espacios vacíos donde no aparece sombra alguna. Después, doblamos en la esquina del carrer de l'Atlántida para llegar a la plaza.

Pasamos de la playa al callejón estrecho donde la ropa tendida se estremece bajo las primeras ráfagas de viento. Los cuerpos apretados, las habitaciones donde duermen cuatro personas. Los sueños no pertenecen ya a quienes los tienen. Se mezclan con los de los demás cuerpos, que los atrapan como camaleones de lengua ligera.

Tras ese hacinamiento de las emociones, la plaza se torna un oasis donde el espacio recobra sus derechos de ciudad y, mientras la atravesamos abrazadas, veo a Joaquim, relajado como nunca, sentado en su terraza, viéndonos venir y deleitándose con esa visión. Desde que trabajo con él, veo cada día que su cuerpo cambia, se despega, se abre. Su propio rostro se distiende, su piel respira, su mirada se sosiega. Hay menos violencia en él, menos desabrida soledad, menos orgullo también. Por más que me impresione su cultura, defiendo mis puntos de vista con una vehemencia que parece divertirle. Me observa, me olfatea, creyendo que no veo cómo le palpitan las aletas nasales cuando está cerca de mí y que no oigo acelerarse los latidos de su corazón.

Joaquim posee un poder real sobre el espacio-tiempo. Su pasión amorosa lo disgrega.

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