Enigma

Enigma


Inicio

Página 1 de 9

 

 

ULTIMAS OBRAS PUBLICADAS

EN ESTA COLECCIÓN

 

 

571 - El enigma de Mount Kooran - Kelltom McIntire.

572 - Los malvados seres de Urrh - Lou Carrigan.

573 - Crimen en el siglo XXI - Curtis Garland.

574 - Quince días sin sol - Kelltom McIntire.

575 - El poder de las sombras - Ralph Barby..

 

GLENN PARRISH

 

 

 

 

 

ENIGMA

 

 

 

 

 

Colección

LA CONQUISTA DEL ESPACIO n.° 576

Publicación semanal

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

BARCELONA —BOGOTA —BUENOS AIRES —CARACAS —MEXICO

 

ISBN 84-02-02525-0

Depósito legal: B. 20.657-1981

 

Impreso en España - Printed in Spain

 

1.a edición: agosto, 1981

 

© Glenn Parrish - 1981

texto

 

© M. García - 1981

cubierta

 

 

 

 

 

Concedidos derechos exclusivos a favor de EDITORIAL BRUGUERA, S. A. Mora la Nueva, 2 Barcelona (España)

 

 

 

 

 

Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, será simple coincidencia.

 

 

 

 

 

 

Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A.

Parets del Valles(N-152, Km 21.650) - Barcelona – 1981

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO PRIMERO

 

Había salido a tomar un poco el aire fresco de la noche y de repente, ensimismada en sus pensamientos, se encontró a casi kilómetro y medio alejada de la residencia en donde se daba la fiesta de la cual había escapado momentáneamente.

Era joven, de figura escultural y tenía el pelo muy rubio y peinado a la última moda. Vestía un traje muy escotado, tanto por delante como por detrás, hecho de auténtico hilo de oro puro, nada pesado sin embargo, dado que el grosor del hilo no superaba la media décima de milímetro. A partir de la cintura para abajo, dejaba de ajustarse a su espléndido torso, aunque tampoco era mucho más amplio; sólo lo justo para moverse sin demasiadas dificultades.

Inesperadamente, un aeromóvil bajó silenciosamente de las alturas y se situó a su lado. Dos hombres saltaron del vehículo. Un tercero permanecía ante los mandos, manteniendo el aparato inmóvil a un palmo del suelo.

Ella los miró y quiso gritar. Una mano tapó su boca y otra sujetó el brazo derecho. Dos manos más la agarraron por el otro brazo. En volandas, fue conducida al aeromóvil y lanzada al asiento posterior.

La joven se debatió furiosamente, pero todo fue inútil. De súbito, sintió un leve pinchazo en el codo izquierdo.

Forcejeó una vez más. Sus secuestradores continuaron manteniéndola sujeta.

Antes de un minuto, la joven había perdido el sentido.

Media hora más tarde, el cuerpo fue abandonado en un oscuro callejón de los barrios bajos de la capital. Ella quedó completamente desnuda, despojada de todas sus joyas, de cualquier objeto personal que permitiera su identificación. Quedó entre dos cubos de basura, encogida sobre sí misma, hecha un ovillo, en posición fetal.

Los dos secuestradores corrieron hacia el aeromóvil.

—Eso ya está —dijo uno de ellos al entrar en el vehículo.

—Se lo comunicaré al jefe —declaró el conductor—. Pero, ¿es un método seguro?

El tercer secuestrador se echó a reír.

Cuando el matasanos de la «morgue» raje su cuerpo, verá que ha muerto de un ataque cardíaco.

 

* * *

 

Destry Roberts, más conocido en ciertos ambientes por «El Dandy», entró en el desvencijado ascensor, que parecía construido en el siglo XX y se encaminó al piso noveno del edificio donde le esperaban unos conocidas. Roberts pensó que el dueño de la casa no quería gastarse la suma que representaba el viejo motor de arrastre y tambor con cables y contrapesos, para sustituirlo por el de antigravedad. En algunos lugares, se dijo amargamente, las normas del Servicio de Seguridad en la Construcción eran tan ignoradas como si jamás se hubieran promulgado.

Salió en el pasillo octavo, avanzo unos pasos y llamó a una puerta. Alguien atisbo por la mirilla. Luego abrió.

El visitante se encontró ante un sujeto de aspecto simiesco. de poco más de metro y medio de altura, pero capaz, de doblar una herradura con una sola de sus enormes manos. «Lo malo es que hoy día, en el siglo XXII. ya no quedan herraduras, porque apenas hay caballos», solía decir Neil Higgins en sus escasos ratos de buen humor. A Higgins le llamaban el «Hombre de las Cavernas», apodo justificado por su aspecto, pero lo hacían a sus espaldas.

—Te estábamos aguardando. Dandy —dijo Higgins—. Pasa y acomódate.

Roberts entró en el apartamento. Había cuatro personas más en la sala, tres de las cuales eran mujeres. El apellido de una de ellas era desconocido: no lo había dicho nunca a nadie. Tenía casi cincuenta años y era monstruosamente obesa. Todo el mundo la conocía por Lulú «La Gorda», cosa que no la molestaba en absoluto. Pese a su apariencia, poseía un cerebro agudísimo y una inteligencia excepcional.

La segunda mujer era joven, de pelo rojizo, alta muy esbelta. con la figura de una maniquí. El rostro era aparentemente ingenuo, pero Roberts sabía que Bea Spott no tenía un pelo de tonta. Y aunque contaba escasamente un cuarto de siglo de edad, tenía una amplia experiencia en muchos campos, incluido el amoroso.

La tercera era una joven de cabellos negros y rostro un tanto extraño. Se la veía guapa, pero ahora estaba como idiotizada, con la mirada perdida en un punto infinitamente lejano. También tenía una bonita silueta.

El otro hombre contaba cuarenta años, era de buena esta tura, bastante bien parecido y atendía por el nombre de Max Fisher. No se le conocían apodos, aunque sí sus principales habilidades, en las que destacaba la de despojar a la gente de sus propiedades más preciosas, siempre que fuesen ligeras, fáciles de transportar y, por supuesto, lo suficientemente valiosas como para correr el riesgo.

Roberts estudió a los componentes de la reunión en media docena de segundos. De pronto, Bea se levantó y, con paso felino, le ofreció una copa.

—Siéntate y escucha a Lulú —dijo.

Higgins le indicó un sillón. Roberts tomó asiento.

—¿Y bien. Lulú?

—Ame Krömatnem da una fiesta la semana próxima, el viernes, para celebrar el cumpleaños de su esposa. Asistirá lo mejorcito de la «jet-set» del siglo XXII. ya que Krömatnem tiene muchas amistades...

—Te refieres al armador, nacido en la antigua provincia sueca —dijo Roberts.

—Sí, el mismo. Supongo que has oído hablar de su inmensa fortuna.

Roberts hizo un gesto con la cabeza.

—Si yo tuviera ahora tantos centésimos en los bolsillos, como él millones, podría vivir sin trabajar el resto de mis días. Bien, Lulú, ¿qué más?

—En el transcurso de la fiesta, Krömatnem regalará a su esposa el diamante Berryth-Friars, más conocido por la «Gran Estrella». ¿Has oído hablar de esa gema, Dandy?

—La encontraron en Sudáfrica esos dos mineros que has mencionado, hará cosa de cinco años. Su peso, en bruto, superaba los diez kilates, es decir, unos dos kilos. Fue enviada a Ámsterdam, para su talla y, aparte de la pieza principal, se obtuvieron montones de brillantes de diversos tamaños, desde medio kilate a diez kilates. La pieza principal quedó en talla de brillante y su peso se redujo a unos cuatro mil kilates, esto es, alrededor de ochocientos gramos. Su perfección es absoluta, sin la menor mácula, lo cual hace que tenga un valor que nadie se atreve a calcular.

Bea aplaudió.

—¡Bravo, Dandy! Estás bien enterado de las peculiaridades de la «Gran Estrella» —exclamó.

—Suelo estar enterado de ciertos asuntos —contestó Roberts—. Sigue, Lulú, por favor.

—Dandy, tú llevas una mala racha —dijo «La Gorda»—. Es inútil que lo niegues, porque lo sabemos...

—Deja en paz mis asuntos personales —cortó el joven con aspereza—. Lo que estoy viendo es: queréis robar el diamante y me habéis llamado para cooperar con vosotros.

—Exactamente —corroboró Fisher, mientras situaba un cigarrillo al extremo de una boquilla de medio metro de largo.

—Ese diamante debe ser tan grueso como uno de los puños de Neil. ¿Cómo diablos pensáis que puedo llevármelo sin que se note su falta de inmediato? Además, estará vigiladísimo y no sólo por guardias armados, sino por muy sofisticados sistemas de alarma...

—Lo tenemos todo previsto —sonrió «La Gorda»—. Explícaselo, tú, Max, por favor.

—De acuerdo, Lulú —accedió el interpelado.

Fisher habló durante unos minutos. Al terminar, Roberts asintió.

—Es un buen plan. Puede resultar. Bien ideado, estudia dos los menores problemas, creo que tendrá una perfecta realización. Sin embargo, le encuentro algunos defectos. Uno sólo para ser más exacto.

—¿Cuál es el defecto? —preguntó «La Gorda» instantáneamente.

Roberts señaló a la pelirroja.

—Ella. No puede asistir —dijo.

—¿Por qué no? —protestó Bea—. ¿Crees que no voy a saber portarme con tantos refinamientos como los relamidos personajes que asistirán a la fiesta? Llevaré un vestido especial, que será la admiración de todos...

—No es eso, Bea, y perdona que te haya ofendido, pero si queremos conseguir el brillante, es preciso hacer las cosas bien. Lulú, vosotros me habéis llamado porque, afortunadamente, aún no estoy fichado.

—Es cierto —admitió «La Gorda».

—Pero Bea sí está fichada y, si no me equivoco, Krömatnem habrá instalado un perfecto sistema de detección a la entrada de su residencia.

Bea enseñó orgullosa un espléndido brazo derecho.

—Cuando me ficharon, me aplicaron el «sello» —dijo—. La ley dice que es obligatorio llevarlo durante el resto de la existencia. Pero, ahora, fíjate bien, está tapado con una pía quita metálica, insertada bajo la piel. La radiactividad no se puede detectar en estas condiciones.

—Te equivocas —repuso Roberts fríamente—. El último modelo de detectores es tan perfecto, que no hay forma de burlar su vigilancia. Sencillamente, en tu caso. Bea, detectaría que «no» detecta. ¿Sabes lo que eso quiere decir?

La pelirroja, consternada, se volvió hacia los otros. —Entonces, ¿qué hacemos? —exclamó.

 

* * *

 

Higgins volvió a llenar los vasos. La joven morena no se movió ni tomó un solo trago, se fijó Roberts, en la pausa de silencio que siguió a las últimas palabras del joven. Los de más se sentían igualmente perplejos y desconcertados.

—Pero hay una solución —dijo Roberts por fin.

Cuatro pares de ojos le miraron esperanzados.

—Habla —solicitó Fisher.

—Me llevaré a ésa... —Roberts señaló a la morena—. Por cierto, aún no sé cómo se llama.

—Nosotros tampoco —respondió Lulú—. Provisionalmente. y hasta que recobre la memoria, le damos el nombre de Betty Brown. claro —añadió con una risilla.

—¿Qué le pasa? —preguntó el joven, extrañado.

— No lo sabemos bien. Neil la encontró en el callejón trasero, completamente desnuda y sin nada que pudiera identificarla. En un principio, creyó que estaba muerta, pero, al rozar su piel, la encontró caliente. Entonces, la trajo a casa y llamamos al doctor Bernley. El matasanos dijo que estaba amnésica. debido a la acción de una potente droga, y que quizá algún día recobraría la memoria. Pero de ello hace ya cuatro semanas y aún sigue como la ves. Dandy.

—Sin embargo, obedece cuando la ordenas algo y es capaz de comer y de moverse —añadió Fisher—. Hemos hecho indagaciones discretas por ahí. pero no hemos podido dar con la menor pista que nos declare su identidad.

—Somos muy filántropos —sonrió «La Gorda»—. Ahora bien, de eso a llevarte a Betty como socia...

H

a

b

é

i

s

d

i

c

h

o

q

u

e

B

e

r

n

l

e

y

f

u

e

e

l

q

u

e

l

a

a

t

e

n

d

i

ó

d

i

j

o

R

o

b

e

r

t

s

.

—Sí. No nos atrevimos a llamar a otro médico, para evitarnos problemas con la S-Policía.

—Si Bernley fuese veterinario, no distinguiría un gato de una vaca — exclamó Roberts despectivamente—. Yo tengo un amigo médico infinitamente más capaz y que será discreto. Me llevaré a Betty a casa y si no soy capaz de ponerla en condiciones antes de una semana, me buscaré un empleo de barrendero en el municipio. Pero... —Roberts frotó el índice y el pulgar con un gesto significativo—, necesito «pasta». Prácticamente, sólo me queda el dinero justo para la cena de esta noche... si no tengo invitada, claro.

Lulú hizo un gesto con la cabeza.

Dale mil «pavos» Max —ordenó.

Fisher le entregó diez billetes, que Roberts guardó inmediatamente en su bolsillo.

—Falla otro detalle —dijo—. El vestuario.

—Lo teníamos preparado para Bea —respondió «La Gorda»—. Pero le sentará bien a Betty. A fin de cuentas, tienen la figura idéntica y ella viste ropas que son de Bea.

Muy bien, ya me enviaréis todo más adelante. Os llamare así que tenga buenas noticias sobre el particular A propósito, cómo habéis adquirido tanta información sobre la «Gran Estrella

Soy el piloto del aeromóvil de Krömatnem y formo parte de la servidumbre contestó Fisher plácidamente.

¿Tenéis comprador para el pedrusco?

¡Eso no te interesa Dandy, dijo Lulú secamente. Tu parte será de doscientos mil pagaderos apenas nos entregues la piedra. Cuando recibamos el importe total, tendrás un millón. Es todo lo que debes saber

Roberts hizo un fingido saludo militar

C

o

n

f

o

r

m

e

.

«

G

o

r

d

a

»

F

i

j

ó

l

a

v

i

s

t

a

e

n

l

a

m

o

r

e

n

a

,

B

e

t

t

y

l

e

v

á

n

t

a

t

e

y

s

í

g

u

e

m

e

Betty se levantó y le siguió.

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO II

 

—¿Te has enterado bien de todo lo que debes hacer?

La joven asintió.

—Si, Destry —contestó.

Roberts la contempló durante unos instantes. El tratamiento aplicado por el médico amigo suyo, no había podido resultar más eficaz.

El pelo había recobrado su brillo natural, lo mismo que los ojos, verdosos, profundos. La piel tenía un leve tono tostado, que resultaba enormemente atractivo. Los movimientos corporales eran de una total naturalidad, con una distinción innata, que Roberts, fino observador, no había podido por menos que apreciar. Además, había captado cierto matiz extranjero en el habla, aunque no lograba identificar por dicho detalle la procedencia de la joven.

Sin embargo, persistían algunas secuelas de la causa que había originado la dolencia de la joven. Aún no sabía quién era y tenía una notable tendencia a obedecer sin rechistar las órdenes que le daban.

De pronto, Roberts, sonriendo, exclamó:

—¿Quién eres?

Ella se pasó una mano por la frente.

—Betty Brown...

—No, no, ese es el nombre que te aplicaron unos buenos amigos, que te recogieron compasivamente del arroyo. Tú tienes otro nombre. ¿Cuál es?

—No lo sé, Destry.

Roberts hizo una mueca.

—Está bien. El doctor Ribera dijo que tarde o temprano, recobrarás la memoria total. Tal vez, como consecuencia del encuentro con una persona conocida o al pasar por algún sitio donde has estado viviendo anteriormente o que hayas frecuentado... No te preocupes, un día sabrás de verdad cuál es tu auténtica personalidad.

Ella sonrió.

—Eso espero, aunque, por ahora. No me preocupa demasiado —dijo.

—Lo celebro Betty, sabes muy bien que vamos a robar una piedra preciosa como jamás se ha conocido hasta ahora en la Tierra.

—Sí.

—Todo está previsto hasta el último detalle, pero, a veces, surgen inconvenientes absolutamente imprevisibles. En tal caso, tendríamos que salir de estampía. ¿Has comprendido?

—Haré todo lo que tú digas, Destry.

—Estupendo. —Roberts palmeó una rodilla de la joven—. Todo saldrá bien, ya lo verás.

En aquel momento, llamaron a la puerta. Roberts se levantó para abrir.

Bea y Higgins entraron, éste portador de una enorme caja, cuyo contenido intrigó al joven.

—El vestuario de Betty —dijo el simiesco individuo.

—Yo vengo para probárselo y hacer los retoques que sean necesarios —añadió Bea.

—De acuerdo —accedió Roberts—, Pero falta un detalle. No lo discutimos el otro día.

—¿A qué te refieres? —inquirió la pelirroja hoscamente.

— Betty recibirá una parte análoga a la mía. Agradece los cuidados que le habéis otorgado, pero tiene que pensar también en su futuro. O en un buen abogado, si las cosas salen mal.

—Se lo diré a Lulú cuando vuelva...

Inflexible. Roberts señaló el videófono.

Llámala — ordenó —. Y mañana quiero aquí los doscientos mil de anticipo, ¿entendido?

Bea soltó una interjección muy poco acorde con su aspecto distinguido y sofisticado.

E

n

l

u

g

a

r

d

e

D

a

n

d

y

d

e

b

e

r

í

a

n

l

l

m

a

r

t

e

«

V

a

m

p

i

r

o

»

a

ñ

a

d

i

ó

.

N

o

e

n

s

u

c

i

e

s

c

o

n

p

a

l

a

b

r

o

t

a

s

e

s

a

b

o

n

i

t

a

b

o

c

a

r

i

ó

e

l

j

o

v

e

n

A

n

d

a

,

l

l

a

m

a

a

«

L

Ir a la siguiente página

Report Page